Cuando los bueyes eran salvajes

Pueblo Mulao – China

 

Hubo un tiempo en que los bueyes eran salvajes y en el que nuestros antepasados araban la tierra con azadas. Era un trabajo durísimo: escarbar surcos y levantar caballones de tierra interminables, para volver a comenzar otro surco y otro caballón desde el principio… ¡y siempre se torcían a mitad de recorrido!

Pero, entonces, apareció entre los seres humanos un hombre del Pueblo Mulao llamado Luo Yi, quien, observando a los bueyes salvajes en las montañas, pensó:

«Por su mirada, parecen animales bondadosos. ¡Pero son realmente poderosos! Quizás podríamos hacernos amigos… y podrían ayudarnos a arar los campos, mientras nosotros les proporcionamos un techo, donde refugiarse de los monzones, y cuidados, si se ponen enfermos.»

Y el hombre comenzó a acercarse a los bueyes con la intención de entablar amistad, que se acostumbraran a la presencia humana, pero dejó el trabajo a medias, porque murió repentinamente no mucho después. Poco antes de partir, en su lecho de muerte, le pidió a su hija, Luo Ying, que terminara el trabajo que él había comenzado para que, así, las generaciones futuras tuvieran más fácil la subsistencia. Su hija, entre lágrimas, le prometió que lograría que un buey arara sus campos, y que cuidaría de él.

A la sazón, Luo Ying era muy joven y, aunque había sido instruida por su madre en las tareas que en aquella época se les asignaban injustamente a las mujeres, no sabía por dónde empezar en la misión que su padre le había encomendado. No sabía cazar, ni tampoco sabía cómo podría atrapar a un animal tan grande como un buey. ¡Eso sí, sabía cantar, y cantaba muy bien! Y un día, mientras cantaba, vio con sorpresa cómo se le acercaba un buey, llamado por su melodiosa canción.

Al final, haciendo uso de su dulce voz y de su ingenio, consiguió recluir a un buey en un cercado. Pero el buey arrancó las tablas de una sección de la valla con los cuernos y se escapó. En otra ocasión logró atarle una cuerda a otro buey en torno a los cuernos, e intentó llevarlo al campo estirando de él. Pero el buey dio un tirón con el cuello y rompió la cuerda. Incluso, en una ocasión, consiguió sujetar un arado a un buey, pero éste pareció volverse loco al verse atrapado por aquel extraño objeto y echo a correr. Luo Ying nunca encontró el arado.

¿Qué podía hacer con aquellos enormes animales? Parecían bondadosos y dóciles, pero ¿cómo hacer para que colaboraran y le ayudaran en los duros trabajos del campo?

Una tarde, cuando las jornadas se iban haciendo progresivamente más frías, Luo Ying estaba intentando hacer entrar en razón a una hembra de buey para que arrastrara su nuevo arado. Pero, cuando le iba a sujetar el artilugio con una soga, el animal, sintiéndose en peligro, bramó como una trompeta y apartó el arado de una coz, para salir corriendo de inmediato en dirección a las montañas.

Luo Ying salió detrás de la vaca, no tanto para traerla de vuelta al campo como por temor a que, deambulando por las montañas, algún depredador pudiera arrebatarle la vida y devorarla. Sin embargo, no tardó en perderla de vista. Siguiendo sus huellas, se adentró por las quebradas y ascendió por las vertientes que dominaban los valles, hasta llegar a unos riscos de piedras cortantes, que le desgarraron las suelas de su calzado. Pero Luo Ying no se detuvo por ello. Siguió rastreando a la vaca a través de bosques y espesuras, aunque las zarzas le rasgaran el vestido. No quiso cejar en su empeño porque, de vez en cuando, le parecía escuchar a lo lejos el mugido del animal.

«¿Y si se encuentra en apuros? –pensaba Luo Ying– No me gustaría que, por asustarse conmigo, a ella le pasara algo malo.»

Finalmente, comenzó a oscurecer y, viendo que no le daba tiempo de regresar a casa, pensó en dormir bajo un abrigo rocoso que servía de pie a un ciruelo silvestre. Fue entonces cuando, a lo lejos, escuchó el mugido desesperado de la vaca, y Luo Ying echó a correr en la dirección de la que venían los bramidos.

La encontró junto a un gran peñasco, a los pies de una ladera empinada. El animal había metido una de sus patas traseras en una grieta entre las rocas y se había quedado atrapado. ¡Y mugía de una manera lastimera, angustiada! A Luo Ying se le rompió el corazón al escucharlo.

Con la escasa luz del crepúsculo, la joven intentó determinar qué le impedía al animal sacar la pata, y vio que, al introducir la pezuña por el hueco, otras dos rocas más abajo se habían cerrado sobre ésta, imposibilitándole salir. Luo Ying intentó mover una de las rocas, y después la otra, con todas sus fuerzas, pero no consiguió aflojarlas lo más mínimo. Al cabo de un rato intentándolo, sudorosa y exhausta, tuvo que rendirse a la evidencia de que ella sola no iba a poder liberar al animal.

«Mañana iré a la aldea y regresaré con ayuda –pensó–. Pero pasaré con ella la noche para que no se sienta sola… y para espantar a quien pueda acercarse a devorarla».

Y, con esa audaz idea en mente, recogió un poco de leña en los alrededores para encender un fuego. Así, se mantendrían un poco más calientes y dispondría de algún palo encendido para espantar a quien pudiera acercarse al lugar con depredadoras intenciones.

Tras hacer una buena hoguera, Luo Ying pensó que quizás la vaca tuviera hambre, de modo que recogió algo de hierba de los alrededores de la zona rocosa y se la llevó al animal.

—Toma, vaca –le dijo–. Imagino que tendrás hambre. Me voy a quedar aquí contigo para que no te sientas sola. ¿Te parece bien?

Y la vaca mugió suavemente, algo que Luo Ying entendió como un mugido de agradecimiento.

Cuando la Luna salió sobre la montaña, mientras se calentaba las manos al fuego, Luo Ying vio que la vaca se impacientaba por tener que aguantarse en aquella posición tanto tiempo sin poder recostarse para descansar. De modo que la joven se le acercó de nuevo y la acarició entre los ojos.

—Parece que estás nerviosa –le dijo en voz bajita–. ¿Quieres que te cante una canción?

Y tras un breve silencio en el que se encontraron sus miradas bajo la luz de la Luna, Luo Ying cantó así:

 

La Luna ilumina la ladera de la montaña

y me inspira una canción para ti, oh vaca.

Las hojas de los árboles acompañan con su murmullo mi canto,

mientras el manantial hace sonar las cuerdas.

Querida vaca salvaje,

no te preocupes;

estoy aquí, a tu lado, para hacerte compañía.

 

Le canto una canción a la vaca,

y ella escucha agradecida mi melodía.

Los campos a los pies de la montaña se llenan de flores,

con las que la tierra nos obsequia su fragancia.

Querida vaca salvaje,

por favor, ayúdanos a arar la tierra,

pues los cereales tienen más fragancia aún que las flores.

 

Piedras afiladas desgarraron las suelas de mi calzado,

y las espinas de las zarzas rasgaron mi vestido.

Pero yo le doy de comer a la vaca hierba verde,

y le canto para mostrarle mi cariño.

Querida vaca salvaje,

no me tengas miedo;

sé buena y ayúdame en mi trabajo.

 

Y con el melodioso canto de Luo Ying, las flores volvieron a abrir sus pétalos en la noche, la Luna resplandeció en el firmamento como si el cielo fuera nuevo, árboles y arbustos se irguieron para escucharla… y la vaca se tranquilizó, mugió suavemente y lamió las manos de Luo Ying.

Y, en un milagro inesperado, las rocas que aprisionaban la pata del animal se desplazaron mientras escuchaban cantar a la muchacha. Cuando la joven se percató de ello, le dio una palmada a la vaca en la nalga y ésta sacó la pezuña del hueco.

La vaca ya no se separó de Luo Ying, de tan agradecida que estaba por haberle salvado la vida y haberle hecho compañía en sus momentos más angustiosos, y la siguió hasta la aldea mientras la joven seguía entonando su dulce canto.

A partir de entonces, el animal aceptó dócilmente lo que Luo Ying le hacía y le pedía, consintiendo mansamente que la sujetara con sogas y arrastrando poderosamente el arado por los campos, aprendiendo con rapidez cualquier tarea que la joven le enseñara.

Al año siguiente, de nuevo en los días en que las noches comenzaban a hacerse frías, la vaca dio a luz a doce terneros. Y, cuando crecieron, Luo Ying le pidió permiso a la madre y los repartió entre sus vecinos en la aldea, para que todos pudieran disfrutar de la ayuda de los animales en sus duras jornadas en los campos.

La vaca murió un día en que Luo Ying la había llevado a pacer a una ladera de hermosas vistas. La enterró allí mismo, pensando que disfrutaría del paisaje, y allí mismo brotó no mucho después un manantial. Aquel manantial daría siempre agua clara, incluso tras las inundaciones, y nunca dejaría de manar, ni siquiera en épocas de sequía.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2025).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Este relato del Pueblo Mulao fue registrado de boca de LUO Daichao y editado por LIANG Ruiguang, YIN Yingmei y BAO Yutang, publicándose previamente en 1988 (Yao, 2014).

El Pueblo Mulao celebra anualmente, en el octavo día del cuarto mes lunar, la Festividad del Nacimiento del Buey, una fiesta en la que rememoran la leyenda que acabamos de contar. En ese día, los mulaos le rezan al dios de los bueyes, limpian a fondo los corrales dejan descansar a los animales y les alimentan con forraje de primera calidad y arroz negro cocido. Todo esto lo hacen en señal de agradecimiento a los animales que tanto les facilitan la subsistencia (Science Museums of China, 2008).

 

Fuentes

  • Science Museums of China (2008 Nov 22). Ox Birth Festival – April 8th. Nationalities in Middle and Southeast China. http://www.kepu.net.cn/english/nationalitymse/mul/200312240045.html
  • Yao, B. (ed.). (2014). 中国各民族神话 (Mitos de grupos étnicos chinos). Editorial Shuhai.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 14b: Promover la contribución de las artes y de las humanidades, al igual que de las ciencias, para la educación sobre la sostenibilidad.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras.

Preámbulo – Responsabilidad universal: Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud.

Principio 1b: Afirmar la fe en la dignidad inherente a todos los seres humanos y en el potencial intelectual, artístico, ético y espiritual de la humanidad.

Principio 2: Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor.

Principio 4a: Reconocer que la libertad de acción de cada generación se encuentra condicionada por las necesidades de las generaciones futuras.

Principio 15: Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración.

Principio 15a: Prevenir la crueldad contra los animales que se mantengan en las sociedades humanas y protegerlos del sufrimiento.

Principio 15b: Proteger a los animales salvajes de métodos de caza, trampa y pesca, que les causen un sufrimiento extremo, prolongado o evitable.

El camino hacia adelante: Las artes, las ciencias, las religiones, las instituciones educativas, los medios de comunicación, las empresas, las organizaciones no gubernamentales y los gobiernos, están llamados a ofrecer un liderazgo creativo. La alianza entre gobiernos, sociedad civil y empresas, es esencial para la gobernabilidad efectiva.