De cómo Cuervo trajo la luz al mundo
Pueblo Haida – Canadá
Hace mucho tiempo, todo estaba oscuro. Y Cuervo, que había estado por ahí desde siempre, se cansó de tropezarse con las cosas. De modo que, un día, se encontró con un anciano que tenía un tesoro muy especial: en una minúscula caja, oculta en muchas cajas, tenía toda la luz del universo.
Cuervo quería realmente la luz, de modo que tramó un plan. Esperó hasta que la hija del anciano llegó al río a recoger agua y, entonces, Cuervo se transformó en una aguja de tsuga y se arrojó al río, justo cuando la muchacha sumergía su canasta de agua en el río. Y, mientras bebía de la canasta, se tragó la aguja, y Cuervo se convirtió en un ser humano minúsculo en su vientre, y creció, y creció, hasta que nació con el aspecto de un bebé humano.
Como todos los abuelos, el abuelo de Cuervo estaba encantado con su nieto. Pero, cuando Cuervo le pedía la caja para jugar con ella, el anciano le decía que no debía tocar aquella caja tan especial, donde albergaba sus tesoros.
Pero Niño-Cuervo no dejaba de suplicarle que quería ver lo que había en las cajas, hasta que, finalmente, el abuelo permitió al niño-Cuervo que abriera la primera caja. Y, cuando lo hizo, la Aurora Boreal se escapó y cubrió el cielo nocturno.
A Cuervo todavía le llevó algún tiempo más, y tuvo que recurrir a todos sus talentos, para ganarse la confianza del abuelo y que le permitiera jugar con la segunda caja. Y, cuando abrió la tapa, se escaparon todas las estrellas del universo.
Y para que el abuelo cediera y le permitiera abrir la tercera caja, niño-Cuervo tuvo que recurrir a las más sutiles zalamerías y a unas cuantas rabietas, hasta que el anciano abrió la tercera caja y la luna se manifestó.
Finalmente, Cuervo rogó y rogó al abuelo ver el último tesoro y poder sostener la luz sólo un instante y, con el tiempo, el anciano cedió y sacó de la caja una esfera cálida y deslumbrante. Cuervo suplicó, y por fin tuvo su oportunidad, cuando el abuelo le arrojó aquella esfera cegadora.
Y cuando tuvo la luz a su alcance, Cuervo se transformó en un pájaro enorme y la agarró con el pico. Y, agitando sus poderosas alas, se abrió paso por el agujero del humo en el tejado de la casa y desapareció en la oscuridad con el tesoro robado.
Con el transcurso del tiempo, la luz se le hizo demasiado pesada, de modo que Cuervo la lanzó al aire tan alto como pudo, liberando así toda la luz del universo: las estrellas, la luna, la aurora boreal y, por supuesto, el sol.
Y así es como la luz llegó al mundo.
Adaptación del anciano haida skidegate Captain Gold (2008).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
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Esta historia es una adaptación basada en la mitología haida, tsimshian y tlingit. Ese relato se puede encontrar en Haida Texts and Myths y Tlingit Myths and Texts, de John Reed Swanton, y en Tsimshian Mythology, de Franz Boas, si bien la adaptación que se ofrece aquí es una transcripción de la narración pronunciada por el anciano haida skidegate Captain Gold durante un Festival de la Madera realizado en Haida Gwaii en el año 2008. Por otra parte, Irma Verhoeven, de ascendencia holandesa, pero adoptada por la Nación Namgis del Pueblo Kwakwaka’wakw, obtuvo el permiso del Pueblo Haida para compartir este mito de la creación.
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Se estima que los antepasados del Pueblo Haida habitan el archipiélago de Haida Gwaii, en la costa canadiense del Pacífico, desde hace en torno a 12.500 años (Fedje, 2005), si bien las evidencias arqueológicas sobre población humana se sitúan entre los 6.000 y 8.000 años de antigüedad (Kennedy, Bouchard y Gessler, 2010). Y se calcula que, para cuando tuvo lugar el primer contacto con europeos –concretamente con el explorador español Juan José Pérez-Hernández, en 1774–, la población haida era de varias decenas de miles de individuos. Sin embargo, la llegada masiva de colonos europeos supondría un trauma colectivo del que, aún hoy, la población haida aún no se ha repuesto.
Se sabe que, en el siglo xix, desapareció en torno al 90% de la población haida debido a las enfermedades traídas por los colonizadores, como la viruela, el tifus, el sarampión y la sífilis, siendo la epidemia de viruela de 1862-1863 la que supuso un antes y un después para el Pueblo Haida, puesto que en estos dos años murió en torno al 70% de su población.
Sin embargo, hay indicios de que la enorme mortandad producida por la epidemia de viruela de 1862 podría haberse evitado.
El 12 de marzo de este año llegó al puerto de Victoria, en la Isla de Vancouver, un vapor llamado Brother Jonathan, con varios cientos de mineros atraídos por la fiebre del oro que se había desatado por aquellas fechas. Pero uno de aquellos mineros venía enfermo de viruela. El problema es que, en aquel momento, Victoria era el mayor foco de irradiación para una posible epidemia, por cuanto la ciudad no sólo estaba llena de mineros en busca de fortuna, sino que los alrededores de la ciudad estaban poblados por una multitud de indígenas de las distintas etnias de la región, que acudían regularmente allí atraídos por el comercio de pieles que habían instaurado los colonos blancos.
Cuando se detectó el foco de viruela, el gobierno colonial no sólo no adoptó las medidas necesarias de cuarentena para aislar el virus, sino que, incomprensiblemente, expulsó a los indígenas de la ciudad, propagando así la enfermedad a las comunidades de origen de estos indígenas, que cubrían todas las costas e islas de la región.
A lo largo del siguiente año murieron más de 30.000 indígenas, el 60% de la población total de indígenas en la zona, «una crisis que dejó fosas comunes, pueblos desiertos, supervivientes traumatizados y el colapso de la sociedad». (Ostroff, 2017).
Sin embargo, muchos de los indígenas de la zona, entre ellos los haida, y también algunos historiadores y estudiosos, consideran que aquello fue una traición del gobierno colonial, al punto que, a día de hoy, muchos indígenas aún no han perdonado a los colonos blancos por aquella mortandad. Como señala Marianne Nicholson, una doctora en antropología perteneciente a la Nación Musgamakw Dzawada’enuxw (Kwakwaka’wakw):
Lo más triste es pensar que, si hubieran retenido a aquellas personas que contrajeron viruela dentro de la zona de Victoria, la población indígena sería ahora muchísimo más elevada. (…) Las autoridades coloniales… sabían que la viruela se difundiría por toda la Columbia Británica. (…) Eso fue un acto de genocidio contra la población indígena. (…) En aquel contexto histórico, el gobierno estaba deseando reclamar aquellas tierras sin tener que ofrecer compensaciones ni reconocer los títulos de propiedad de los indígenas. (Ostroff, 2017)
Durante aquella epidemia, las poblaciones indígenas se redujeron en torno a un 90% en algunas zonas. Para 1881, sólo quedaban 829 haidas.
La respuesta dada desde el gobierno colonial a la epidemia de viruela, junto con la reclusión de los niños indígenas en internados cristianos a partir de 1911 –una de las mayores atrocidades culturales perpetradas por las autoridades coloniales de Estados Unidos y Canadá contra los pueblos originarios–, llevaron a los indígenas, según Nicholson, a «aceptar la gran narrativa colonial de que Columbia Británica había adquirido las tierras indígenas de forma justa y legal» (ibíd.).
Joshua Ostroff (2017) describe la situación de manera muy acertada:
Tanto si la viruela empezó como una conspiración colonial como si no, los colonos empezaron a ocupar las tierras llanas y fértiles que quedaron aparentemente abandonadas mientras las devastadas comunidades indígenas se consolidaban con la esperanza de volver más tarde a sus hogares … La creencia en la terra nullius, o la colonización de «tierras vacías», impulsó al comisario de tierras Joseph Trutch en 1864 a rechazar el reconocimiento de los títulos de propiedad indígenas, suspendiendo la elaboración de tratados y reduciendo en un 92% las reservas trazadas antes de la epidemia. «En realidad, los indios no tienen ningún derecho sobre las tierras que reclaman», llegó a argumentar, repartiéndolas en su lugar a colonos, mineros y madereros. Por eso, a diferencia del resto de Canadá, la mayor parte de Columbia Británica está construida sobre tierras en litigio, sin concesiones; casi no hay tratados que establezcan derechos.
Las injusticias perpetradas contra los pueblos originarios en esta región del mundo son, como en otros muchos casos en el continente americano y en otros lugares del mundo colonizados, desoladoras. «Lo que más me molesta de esta historia en mi condición de descendiente es lo injusta que es», se lamenta la kwakiutl Nicholson, para añadir después cómo les arrebataron las tierras en su comunidad ancestral, en la Ensenada de Kingcome, donde habían vivido sus antepasados durante miles de años, cuando su población quedó drásticamente reducida debido a la viruela.
Según distintas estimaciones, entre 1900 y 1915 quedaban sólo entre 350 y 588 personas de lo que una vez había sido el Pueblo Haida (Trigger et al., 1996; Kennedy et al., 2010). Actualmente, la población haida se ha recuperado, aunque en modo alguno ha alcanzado la extensión que tuvo con anterioridad a la colonización de los europeos y sus descendientes. A día de hoy, 2.500 haidas viven en el territorio ancestral de su etnia, en el archipiélago de Haida Gwaii, en tanto que otros 2.000 haidas se distribuyen por otras partes del mundo, principalmente en Vancouver y en Prince George.
Fuentes
- Boas, F. y Tate, H. W. (1916). Tsimshian Mythology. Washington: Government Printing Office.
- Fedje, D. (2005). Haida Gwaii Human History and Environment. Vancouver: University of British Columbia Press.
- Kennedy, D.; Bouchard, R. y Gessler, T. (2010). Haida. The Canadian Encyclopedia. Disponible en https://www.thecanadianencyclopedia.ca/en/article/haida-native-group
- Ostroff, J. (2017 Ago 1). How a smallpox epidemic forged modern British Columbia. MacLean’s Magazine. Disponible en https://macleans.ca/news/canada/how-a-smallpox-epidemic-forged-modern-british-columbia/
- Swanton, J. R. (1905). Haida Texts and Myths. Washington: Government Printing Office.
- Swanton, J. R. (1909-2009). Tlingit Myths and Texts. Ithaca, NY: Cornell University Library.
- Trigger, B. G.; Washburn, W. E.; Adams, R. E. W.; MacLeod, M. J.; Salomon, F. y Schwartz, S. B. (1996). The Cambridge History of the Native Peoples of the Americas: North America. Cambridge, UK: Cambridge University Press
Texto asociado de la Carta de la Tierra
El camino hacia adelante: Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo. Tal renovación es la promesa de estos principios de la Carta de la Tierra.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Preámbulo: Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común.
Preámbulo: La Tierra, nuestro hogar.- La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado.
Preámbulo: La situación global.- Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables.
Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.
Principio 2a: Aceptar que el derecho a poseer, administrar y utilizar los recursos naturales conduce hacia el deber de prevenir daños ambientales y proteger los derechos de las personas.
Principio 2b: Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.
El camino hacia adelante: La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.