La elegida de Kvaz’

Pueblo Udmurta – Rusia

 

Okylna llevaba años realizando sus oraciones en su pequeño santuario familiar –ochenta veces por año, decían los preceptos de su religión–, y gustaba de participar en todas y cada una de las oraciones y ofrendas comunitarias que se realizaban en las arboledas sagradas. Es por ello, y quizás también por su desbordante imaginación, que Inmar, el dios cósmico creador, Kyldysin, el dios de la tierra y de las criaturas, y Kvaz’, el dios del clima y de los fenómenos atmosféricos, la tenían en tan alta estima. Pero, de todos ellos, el que más la apreciaba era el celeste Kvaz’.

Sucedió en los años de su vida que una prolongada sequía se declaró sobre su región. Durante dos años, las lluvias menguaron y las cosechas redujeron sus dones, al punto que, mediada ya la tercera primavera, Okylna y su marido comprendieron que no dispondrían de suficiente alimento para pasar el siguiente invierno.

Okylna le sugirió a su marido que fuera a la arboleda sagrada para hacer una ofrenda a Kvaz’ y pedirle que hiciera llover en sus campos, pero el hombre era de talante taciturno y pragmático, y no creía demasiado en todo aquello de los dioses ancestrales de su pueblo. Ella lo hubiera hecho por su cuenta, sin sugerírselo a él, pero las mujeres tenían prohibido oficiar los sacrificios y las ofrendas, y mucho menos entrar en el keremet’, la zona más exclusiva de las arboledas sagradas. De modo que, recurriendo a su viva imaginación, se dirigió a Kvaz’ en una de sus oraciones en el hogar y le preguntó cómo podría ella hacerle una ofrenda debidamente para que trajera la lluvia a sus campos.

—Lo que importa no es quién hace el sacrificio, sino la naturaleza del corazón que se sacrifica a cambio de un don –le respondió en su imaginación el esbelto Kvaz’.

—Sí, pero, si voy a la arboleda sagrada y alguien me ve allí haciendo la ofrenda, se correrá la voz entre mis vecinos de que he profanado el lugar –protestó ella.

—Yo te indicaré un lugar sagrado en otra arboleda sólo para ti –le dijo Kvaz’.

Okylna no tenía muy claro si no se estaría engañando a sí misma, si aquello que había vivido en su imaginación no era más que un producto de su fantasía. Pero, no teniendo nada que perder, optó por seguir las indicaciones que le pudieran llegar desde ese mundo interior.

«No creo que caiga en profanación alguna –dijo para sus adentros–. Al fin y al cabo, pertenezco a una familia de sacerdotes. De hecho, mi padre fue un vös’as’.»

A la mañana siguiente, después de partir su marido para trabajar en unos campos lejanos, Okylna puso en una cesta los componentes de la ofrenda: pan, mantequilla y miel, cerveza sur, y todo lo necesario para hacer unas pocas gachas de trigo, dzhuk, y tortitas de masa fermentada, taban’. Y a todo esto añadió una moneda de plata, un verdadero sacrificio para ella, habida cuenta de la situación en la que ella y su marido se encontraban. Finalmente,  se puso su atuendo más especial, un vestido blanco con bandas granates y bordados multicolores, y salió de la casa imaginando que Kvaz’ le iba indicando el camino.

Aún no habría recorrido una legua cuando Kvaz’ le indicó que se apartara del camino y descendiera por una ladera empinada, al fondo de la cual se encontró con un bosque que no había visto nunca. Siguiendo las indicaciones del dios en su imaginación, Okylna llegó finalmente a los pies de un gigantesco abeto junto a un arroyo.

—Éste será tu keremet’ –le dijo Kvaz’ al llegar allí.

El lugar era de ensueño. Ella jamás habría podido encontrar un sitio más adecuado para realizar sus ofrendas a Kvaz’. Y, además, a los pies de un formidable abeto, el árbol consagrado a Kvaz’.

Sin perder el tiempo, Okylna pronunció una oración antes de entrar en lo que parecía el espacio sagrado y, a continuación, lo dispuso todo para hacer su ofrenda, cocinando después las gachas y las tortitas.

Tras hacer las debidas oraciones y pedir lluvia para sus campos, hizo la ofrenda de los alimentos y enterró la moneda de plata a los pies del gran árbol. Y, después, se durmió allí mismo, con la cabeza apoyada en una de sus raíces.

—Lo has hecho bien, mi querida –le dijo Kvaz’ apareciéndosele entre sueños–. Mañana mismo llevaré la lluvia a vuestras tierras.

Cuando se despertó, Okylna lo recogió todo, salió del keremet’ y pronunció una oración de despedida y agradecimiento, para dirigirse a continuación a su casa no sin cierta prisa, no fuera que su marido llegara antes que ella y tuviera que contarle la «locura» en la que se había embarcado.

A la mañana siguiente, las lluvias comenzaron a caer mansamente sobre las tierras de Okylna y su marido que se hallaban en las inmediaciones de la aldea; pero, al parecer, Kvaz’ se olvidó de las tierras que tenían en los campos más lejanos. De modo que Okylna se dirigió de nuevo a Kvaz’ en su imaginación y le preguntó por qué no había hecho llover sobre aquellos otros campos. El dios se excusó y le pidió que volviera al keremet’ del abeto para especificarle dónde se hallaban todos sus campos de cultivo. Pero, un rato después de hablar con Kvaz’ en su imaginación, a Okylna se le pasó una idea por la cabeza.

«¿Y qué pasará con mis vecinos? –se preguntó– Ellos no merecen pasar hambre durante el próximo invierno. ¿Y si pido a Kvaz’ también que haga llover sobre sus tierras?»

Al día siguiente, cuando su marido hubo partido, Okylna repitió los preparativos de dos días antes y añadió dos monedas de plata, para salir a continuación con su mejor atuendo en dirección al keremet’ del gran abeto.

Una vez allí, repitió los distintos pasos del ritual e hizo una relación, en su oración, no sólo de las tierras que le pertenecían a ella y a su marido, las cercanas y las lejanas, sino también de las tierras de todos sus vecinos en la aldea.

A Okylna le pareció ver sonreír a Kvaz’ cuando hizo su petición, como si el dios se alegrara de que hubiera pensado también en sus vecinos, pero no le quiso preguntar por no incomodarlo. Incomodar a un dios es lo último que un mortal debe hacer.

Y, al día siguiente, una lluvia fina, pero abundante, estuvo empapando las tierras de la aldea hasta más allá de la puesta de sol.

Okylna se convenció finalmente de que su imaginación no era simplemente una fantasía, sino que realmente podía comunicarse con el dios a través de aquellas imágenes mentales. Y esto la llevó a plantearse ideas aún más grandes y generosas.

«¿Y si yo le pidiera a Kvaz’ que regara con sus lluvias no sólo las tierras de la aldea y la comarca, sino también las de todos los udmurtas? –se preguntó con lágrimas en los ojos, pensando en los niños más pobres del país– Así, nadie pasará hambre más allá de nuestros horizontes.»

Claro está que, al día siguiente, cuando su marido hubo partido, Okylna repitió los preparativos de los días anteriores. Más, en esta ocasión, añadió cinco monedas de plata, las monedas que había estado guardando, sin saberlo su marido, para el caso de verse verdaderamente necesitados y sin ayuda alguna.

Okylna miró aquellas monedas, dudando por un instante si no sería una locura desprenderse de ellas, hasta que, finalmente, se las guardó en un bolsillo de su vestido y partió hacia el keremet’ del abeto junto al arroyo. Y, una vez allí, tras hacer la oración previa a la entrada en el lugar, disponerlo todo y cocinar las gachas de trigo y las tortitas de harina fermentada, llegado el momento del sacrificio y la ofrenda al dios, en el momento de enterrar las cinco monedas de plata a los pies del abeto, Okylna pensó de pronto que por qué no pedir lluvia para todos los habitantes de todas las tierras del mundo, por desconocidos y extraños que fueran.

Y así lo hizo en su imaginación.

Y Kvaz’ se echó a reír como nunca hubiera imaginado que lo vería reír y, envolviéndola en un aura de luces de todos los colores, le dijo:

—Sabía que tu generosidad merecía mis atenciones. Sea como pides, pues, y llueva sobre toda la tierra como bendición nacida de tu corazón para el bien de todos los mortales.

Y la lluvia cayó por toda la tierra suave y delicadamente durante muchas semanas.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda y Alena Karpava (2024).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Al respecto de Udmurtia y de la cultura y espiritualidad udmurtas, véase la sección de Comentarios de otro relato de este pueblo perteneciente a La Colección de Historias de la Tierra titulado «De cómo Kyldysin se convirtió en un dios», publicado en el Volumen 2 de esta Colección.[1]

Originalmente, el protagonista de este relato tradicional es un varón udmurta y, tal como se explica en el texto, las mujeres tenían –y tienen– prohibido oficiar como vös’as’ –sacerdotes– y entrar en el keremet’ –el espacio sagrado– de acuerdo con las prescripciones de la tradición espiritual pagana y animista de los udmurtas. Sin embargo, en nuestra adaptación hemos querido hacer del «héroe» una «heroína», con el fin de adaptar las narrativas tradicionales del mundo a los nuevos contextos históricos y sociales, así como al marco ético multiculturalmente consensuado que nos propone la Carta de la Tierra. En este caso, nos referimos concretamente al Principio 11b de la Carta, que nos insta a «Promover la participación activa de las mujeres en todos los aspectos de la vida económica, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisiones, como líderes y como beneficiarias».

Con esto no pretendemos ofender en modo alguno a los creyentes de la tradición espiritual udmurta, ni pretendemos tampoco forzar cambio alguno en sus rituales. Simplemente buscamos replantearnos las historias tradicionales desde otras perspectivas capaces de abrir puertas a una nueva percepción de la realidad social.

En cuanto a si es legítimo hacer tales cambios en los relatos tradicionales del mundo, nos remitimos a los desarrollos de Milojević e Izgarjan (2014), que apuntan que la creación de versiones alternativas de los relatos tradicionales es una herramienta valiosa para desarrollar el pensamiento crítico y fomentar la diversidad de pensamiento. Por otra parte, como señala Carrillo (2005),

Existen sobre un mismo mito, siempre más de una interpretación. Se me ocurre pensar que esto se debe a la experiencia personal que cada uno puede tener en relación al mito. El mito será siempre el mismo pero no así su experimentación. Justamente esto es lo que hace que el mito sea colectivo y no individual, es como una raíz desde donde nacen las distintas ramas de un gran árbol. (p. 2)

Finalmente, Claude Lévi-Strauss añade también su parecer en torno a las versiones y las adaptaciones de los mitos y los relatos tradicionales. Según él, deberíamos dejar de lado el supuesto problema de la «versión verdadera» o la «versión más antigua» de un mito o, para el caso, de un relato tradicional. De hecho, Lévi-Strauss (1955) define «el mito [o el relato tradicional] como consistente de todas sus versiones; o, por decirlo de otra manera: un mito sigue siendo el mismo en tanto siga sintiéndose como tal» (p. 435), y añade «No existe una versión verdadera de la cual todas las demás sean copias o distorsiones. Cada una de las versiones pertenece al mito» (p. 436).

Para más información sobre este asunto, véase la sección «Sobre las adaptaciones» (pp. 341-350) de mi tesis doctoral (Cutanda, 2016).

 

Gracias a la profesora Ольга Солодянкина (Olga Solodyankina) y al profesor Аверин Александр (Alexander Averin), por su generoso trabajo de búsqueda, desde la Universidad Estatal de Udmurtia, de relatos tradicionales del Pueblo Udmurta para la Colección de Historias de la Tierra. Gracias también a Lola Mazagaeva por la traducción de la fuente del relato, y muy en especial a Alena Kárpava, profesora de la Universidad de Granada, en España, por establecer el puente para esta colaboración, por la revisión de la traducción y por su contribución en la adaptación de este relato.

[1] También se puede descargar esta historia en el siguiente enlace: https://theearthstoriescollection.org/de-como-kyldysin-se-convirtio-en-un-dios/

 

Fuentes

  • Carrillo, R. (2005). El propósito del mito o el mito como fundador de la Cultura. Revista de Educación Lauratus, 12(21), 122–137.
  • Cutanda, G. A. (2016). Relatos tradicionales y Carta de la Tierra: Hacia una educación en la visión del mundo sistémico-compleja. (Tesis doctoral). Universidad de Granada, Granada. Disponible en https://digibug.ugr.es/handle/10481/45390
  • Filatov, S. y Shchipkov, A. (1997). Udmurtia: Orthodoxy, paganism and authority. Religion, State & Society, 25(2), 177-183.
  • Кралина Н. (лит. обработка) (1995). Мифы, легенды и сказки удмуртского народа. 2-я версия 2008. Ижевск, Удмуртия. (Kralina, N. (Ed.) (1995). Mitos, leyendas y cuentos del pueblo udmurta. II versión 2008. Izhevsk, Udmurtia.)
  • Lévi-Strauss, C. (1955). The structural study of myth. Journal of American Folklore, 68, 270, Myth: A Symposium (Oct-Dec 1955), 428-444.
  • Milojević, I. e Izgarjan, A. (2014). Creating alternative futures through storytelling: A case study from Serbia. Futures, 57, 51-61. doi: 10.1016/j.futures.2013.12.001.
  • Minniakhmetova, T. (2001). Sacrificial rites of the Udmurts on the eastern bank of the River Kama. Folklore, 17, 107-119.
  • Шестой Континент (2019 Mar. 23). УДМУРТСКАЯ МИФОЛОГИЯ (Mitología de Udmurtia). VK.com. Disponible en https://vk.com/@-162224239-udmurtskaya-mifologiya

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

El camino hacia adelante: Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Principio 7c: Promover el desarrollo, la adopción y la transferencia equitativa de tecnologías ambientalmente sanas.

Principio 10a: Promover la distribución equitativa de la riqueza dentro de las naciones y entre ellas.

Principio 11b: Promover la participación activa de las mujeres en todos los aspectos de la vida económica, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisiones, como líderes y como beneficiarias.

Principio 12: Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.