¿Por qué se entierran los tambores de bronce?

Tradición Mo y Pueblo Zhuang – China

 

Antes de que apareciera el primer ser humano, el universo se dividió en tres partes. La parte superior, que se convirtió en cielo, la parte media, que se convirtió en tierra, y la parte inferior, que devino agua. Y los tres hermanos primigenios tomaron posesión de las tres partes en que se había dividido el mundo.

Duzbiaj, el mayor, señor del trueno, se quedó con el cielo.

Duzngieg, el segundo, el rey dragón, se quedó con el agua.

Y, finalmente, Baeuqloegdoz, el más joven, se quedó con la tierra, en compañía de su esposa Mehmiok, madre de la sabiduría. Ambos engendrarían a los zhuang, que pasarían a convertirse en las flores del jardín de Mehmiok.

Transcurrió el tiempo y los zhuang comenzaron a pasar penalidades toda vez que Duzngieg se negaba a ceder su agua, provocando una sequía, o la volcaba sobre la tierra con furia, provocando inundaciones. De modo que los zhuang se dirigieron a su antepasado primordial, Baeuqloegdoz, para pedirle consejo. Baeuqloegdoz, el anciano de las montañas, pensó que aquella sería una buena ocasión para que sus descendientes aprendieran los mecanismos del cielo, la tierra y el agua, y les sugirió que observaran a las ranas, hijas de su hermano Duzbiaj, señor del trueno.

Así lo hicieron durante un tiempo, hasta que descubrieron que eran las ranas las que llamaban a las lluvias con su croar toda vez que necesitaban renovar las aguas, de modo que fueron a pedirles a éstas que les enseñaran a croar como ellas lo hacían.

—Por mucho que os enseñemos a croar, vosotros no vais a poder atraer las lluvias como hacemos nosotras –les respondieron las ranas–, porque si nuestro canto atrae el trueno y las lluvias del cielo es en razón de ser hijas de Duzbiaj, señor del cielo, que conoce nuestra voz.

Los zhuang se sintieron decepcionados con aquella respuesta, pero, entonces, a uno de ellos se le ocurrió algo.

—¿Y no podríais hacer vosotras de mensajeras entre la tierra y el cielo para preguntar a Duzbiaj qué podríamos hacer los zhuang para pedirle también las lluvias?

Y las ranas, que siempre han tenido buen corazón, accedieron a la petición de los zhuang. No mucho después, el señor del trueno les respondió diciendo:

—Yo les daré una voz con la cual podrán llamarme toda vez que sus gargantas y sus campos necesiten agua.

Y Duzbiaj tomó una estrella del cielo y la convirtió en un tambor de bronce, a imagen y semejanza de su propio tambor, el Sol.

Aquél sería el primer tambor de bronce del Pueblo Zhuang, a quienes daría instrucción, a través de sus hijas las ranas, de que, cuando necesitaran las lluvias en sus montañas, orientaran su corazón hacia el sudeste y tocaran el tambor de bronce, que él escucharía el canto del tambor, por ser una entidad viva nacida de su imaginación, y les enviaría las aguas nutrientes.

Y les dijo que también ellos podrían forjar tambores de bronce, tantos como estrellas hay en el cielo, siempre y cuando se ajustaran a las proporciones, formas y materiales de aquel primer tambor. Si lo hacían así, sus tambores de bronce también tendrían vida propia, por ser todos ellos hijos directos de la imaginación del señor del trueno Duzbiaj.

Y así, con el transcurso de los siglos, los zhuang se convirtieron en hábiles maestros de la forja de tambores de bronce y, siguiendo las indicaciones de Duzbiaj, hicieron tantos tambores como estrellas hay en el cielo, decorándolos a todos y cada uno de ellos con una estrella en el centro de su parche.

 

Pasó el tiempo, y los zhuang se asentaron en un lugar paradisiaco, junto a un manantial de montaña que nacía en una cueva. Aquel manantial venía directamente del cielo, y eso hacía que su agua fuera extraordinariamente pura.

Los zhuang llamaban a este nacimiento de agua el Manantial de los Gansos Blancos por la pareja de aves que nadaban en sus aguas, a quienes tenían por custodias de la fuente: allá donde estuvieran los gansos, allí estaría el manantial. Por este motivo, los zhuang cuidaban de ellos, y no sólo los cuidaban, sino que los admiraban y contemplaban. Gracias a los gansos, la vida inundaba los territorios de los zhuang, pues con las aguas de su manantial crecían los árboles y los frutos de los que se alimentaban, las hierbas que engordaban sus ganados, e incluso las flores que alumbraban sus almas cada mañana al salir el Sol. Y con sus aguas ellos refrescaban sus gargantas cuando, cansados, hacían un alto en la jornada durante las labores agrícolas.

Por desgracia, dio en pasar por allí el duwu, quien, en su maldad, no podía consentir tanta dicha entre los zhuang. Sabiendo que ésta dependía de los gansos, el duwu subió hasta la cueva una noche y, abriendo su fétida boca, alentó sus venenosos gases en el interior de la cueva, donde los gansos anidaban. Éstos, aterrorizados, se escabulleron entre las grietas de la gruta y desaparecieron en las entrañas de la montaña.

A la mañana siguiente, los zhuang despertaron con la sorpresa de que el agua había dejado de manar de la cueva. Los gansos habían desaparecido y, en su lugar, una criatura repugnante y apestosa ocupaba su nido.

Durante mucho tiempo, los zhuang estuvieron padeciendo la maléfica presencia del duwu en la cueva, y hubo algunos aldeanos que, intentando desalojar al detestable ser, se adentraron armados en sus grutas… para no salir jamás. El duwu, con el mortífero gas de su aliento, no dejaba con vida a nadie que se le enfrentara.

Finalmente, los zhuang fueron en busca de consejo al antepasado de sus antepasados, el anciano de las montañas, Baeuqloegdoz, que, al igual que hiciera antaño, les remitió de nuevo a las ranas.

—¿No se os ha ocurrido pensar que ellas también deben estar padeciendo la escasez de agua? –les preguntó– Hablad con ellas. Seguro que os pueden ayudar.

Y así lo hicieron los zhuang.

—Muchas de nosotras han fallecido en todos estos años de sequía –comentaron las ranas–, pero no sabíamos que la falta de agua se debía a la huida de los gansos por causa del duwu. Consultaremos con nuestro padre Duzbiaj.

Y así lo hicieron las ranas.

Y Duzbiaj les dijo que enviaría socorro a no mucho tardar.

Tomando una estrella del cielo, el señor del trueno forjó un nuevo tambor de bronce, un tambor distinto y especial al que llamó Aran, y lo depositó en la noche a los pies de la montaña en cuya ladera se abría la cueva. Al día siguiente, el tambor se había transformado en un joven guerrero, apuesto y de gran fortaleza.

Armado con su ancha espada, con un arco y un puñado de flechas, Aran subió de inmediato hasta la cueva cabalgando sobre dos tambores de bronce, pero se encontró con que la entrada de la caverna estaba cerrada con una puerta de piedra. Haciendo sonar sus tambores de bronce, Aran derribó la puerta, así como el resto de puertas de piedra que fue encontrando a su paso. También se encontró en su recorrido con los huesos de los zhuang que, anteriormente, habían intentado desalojar a la pérfida criatura, y lamentó su triste final. Pero siguió adelante superando obstáculos hasta que, finalmente, se encontró con el duwu cara a cara.

La bestia abrió la boca y, mostrándole su roja y repugnante lengua, escupió su venenoso gas sobre el joven, pero los tambores de bronce vomitaron un fuego abrasador que consumió el gas. La respuesta de Aran fue tan rápida como la de sus tambores, pues, en un abrir y cerrar de ojos, disparó doce flechas sobre el duwu, quien, sintiéndose herido, redobló su furia. Se abalanzó sobre Aran con fuerza terrible, pero el joven le respondió desenvainando la espada y apuntándole a la cabeza. Durante catorce días estuvieron combatiendo, mientras el gas de la boca del duwu y el fuego de los tambores de bronce fundían las paredes de roca de la gruta, hasta que finalmente el duwu emprendió maltrecho la huida.

Aran estaba exhausto, pero sabía que no podía detenerse, no fuera que el duwu diera con los gansos de nuevo. De modo que recorrió el laberinto de túneles de la montaña y cruzó trece pozas de aguas profundas hasta llegar a un bosque de piedra. Temiendo perderse por el laberinto de encrucijadas y revueltas del bosque, Aran confió en su intuición y siguió avanzando hasta que, al final, encontró las huellas de los gansos en una pequeña cueva. Siguiendo las huellas durante trece días, Aran dio finalmente con la pareja de gansos blancos, temerosos, acurrucados en un nido de piedra.

Aran les pidió que volvieran, diciéndoles que el duwu había huido y que no regresaría jamás, pero los gansos le dijeron que estaban muy asustados y que por nada del mundo volverían a la cueva del manantial. Y, entonces, Aran sintió en su interior la voz de su padre, Duzbiaj: él era un tambor de bronce, y su canto no sólo era capaz de alcanzar las alturas más inaccesibles del cielo, sino también los rincones más profundos de los corazones.

De modo que Aran se puso a cantar, y en su canto les recordó la felicidad que habían sentido durante los años que vivieron junto a los aldeanos zhuang, y les habló del sufrimiento padecido por éstos en su ausencia, de la muerte de algunos de ellos intentando liberarles y del futuro que podrían tener de volver a vivir juntos.

Aran cantó durante trece días y trece noches, hasta que, conmovidos por la voz y las palabras de Aran, los gansos se levantaron y le dijeron:

—Estamos dispuestos a volver con los zhuang, pero siempre y cuando haya alguien cuidando de nosotros en la cueva, alguien que nos mantenga a salvo de futuros ataques del duwu.

—Yo puedo cuidar de vosotros –respondió Aran–. Confiad en mí, yo puedo ser el guardián del manantial.

—Pero, para ser el guardián del manantial –dijeron los gansos tristemente–, tendrías que transformarte en una roca y quedar enterrado para siempre en la montaña, sobre la cueva del manantial. ¡Te sentirías atrapado y solo! –concluyeron compasivos.

Pero Aran no se arredró ante tal idea y posibilidad.

—Estoy decidido a ser el guardián del manantial –les contestó–. No os preocupéis por mí. Yo estaré bien, pues podré ver desde la montaña a los zhuang recogiendo sus cosechas y podré oír las risas de sus hijos e hijas. Podré escucharles cantar de nuevo y podré verles reír en sus fiestas… y podré verlos batir los tambores de bronce en sus celebraciones.

Y añadió con una sonrisa dulce:

—Jamás me sentiré solo ni atrapado. Es más, de vez en cuando, me dejaré sacar del suelo para hacer sonar mi voz en el cielo, para hacerle saber a mi padre Duzbiaj que sigo vivo y cuidando de vosotros, para regresar de nuevo a las entrañas de la montaña y seguir vigilando vuestro sueño.

Convencidos por fin, Aran ayudó a los gansos a salir de la pequeña cueva y les orientó en el camino de vuelta hasta la cueva del manantial, regresando con ellos a la región las aguas dadoras de vida.

Y, tras celebrar con los gansos y los zhuang el reencuentro, tras danzar y cantar con ellos, Aran regresó a la cueva, se transformó de nuevo en un tambor de bronce y se enterró en la montaña por encima del manantial para convertirse en roca y custodiar por siempre el manantial de la dicha del Pueblo Zhuang.

Éste es el motivo por el cual se entierran los tambores de bronce en Guangxi, y también es por ello que, quienquiera que encuentre y desentierre un tambor de bronce, puede considerarse la persona más afortunada del mundo.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2024).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

La segunda parte de esta historia, la relativa a los gansos y el héroe Aran, fue editada por YANG Yerong y CEN Longye, habiendo sido seleccionada por CHEN Ping (Yao, 2014).

En cuanto a la primera parte, es una recreación de los adaptadores a partir de los mitos de la tradición Mo del Pueblo Zhuang (Lu, 2023; Qian, 2013).

El tambor de bronce (tóng gŭ) es uno de los elementos más destacados de la cultura zhuang, si bien es un elemento cultural común a distintas etnias del sudeste asiático, como los han, yao, miao, yi, shui o buyi. Los tambores de bronce se remontan a entre 2.000 y 2.500 años de antigüedad entre los zhuang, siendo un símbolo sagrado de autoridad y riqueza que se utilizó en un principio con fines religiosos y ceremoniales, incluso como recipiente sacrificial. Posteriormente, se utilizarían para transmitir mensajes, para convocar a la guerra o, incluso, para las actividades cotidianas en las aldeas de la región de Guangxi (Hays, 2022; Huá Fū Bĭng, 2022).

Con el transcurso de los siglos los tambores de bronce zhuang irían adoptando otros usos y significados, convirtiéndose en un símbolo de identidad y de legado cultural del Pueblo Zhuang, una de las etnias más numerosas de las que componen la actual China, con 18 millones de personas. Esto llevaría en muchos casos a considerar la pérdida de estos tambores como una señal celeste de la pérdida del derecho a gobernar o a la posesión de la tierra.

Sin embargo, los tambores de bronce zhuang han tenido, a lo largo de toda su historia y a tenor de sus mitos, un nivel aún más profundo, relacionado con las creencias espirituales zhuang en la tradición Mo. Desde aquí, se ve a estos tambores realmente como a seres vivos y parte de la naturaleza, como a tótems, es decir, como vehículos de algún tipo de poder mágico (Hays, 2022), capaces de disipar las penas y el dolor, de vencer obstáculos y desastres, y de propiciar unas condiciones de vida más favorables. De hecho,

Entre el pueblo zhuang, existen tradiciones que hablan de tambores de bronce que vuelan por la noche para combatir con Duzngieg, el dios del agua, que trae inundaciones y sequías a la tierra. (Qian, 2013, p. 29)

Es éste un poder que los zhuang sienten se potencia cuando los tambores son enterrados, como se intenta explicar de forma metafórica y narrativa en la segunda parte de nuestra historia. En este sentido, los tambores cumplirían un papel conector entre el cielo y la tierra y, por encima de todo, un vínculo con los antepasados, importantísimos en las creencias espirituales zhuang. Esto los convierte en objetos preciados que se han transmitido como un tesoro de generación en generación, tanto dentro de las familias como en poblaciones enteras en el caso de los tambores de bronce comunitarios (Huá Fū Bĭng, 2022).

La costumbre de enterrar los tambores es, sin duda, muy antigua, pues existen registros que indican que ya se desenterraban tambores muy antiguos durante las dinastías Tang (618 a 907 e.c.) y Song (960 a 1279 e.c.). Sólo en Guangxi se han desenterrado en torno a 560 tambores de bronce de diferentes diseños y tamaños, la mayor parte de los cuales han aparecido en áreas habitadas por los zhuang, teniendo el más grande de ellos 165 centímetros de diámetro y 300 kilos de peso, y el más pequeño 10 centímetros (Hays, 2022).

 

Fuentes

  • Lu, X. (2023). An introduction to the culture of Zhuang’s Mo religion scriptures. Cultural and Religious Studies, 11(3), 147-153.
  • Hays, J. (2022 Oct). Zhuang culture and art. Facts and Details. https://factsanddetails.com/china/cat5/sub30/entry-4375.html
  • Huá Fū Bĭng (2022 Mar 6). The origin and inheritance of Zhuang bronze drums. Chinese Instruments. https://www.zgmzyq.cn/en/operating-guide/the-origin-and-inheritance-of-zhuang-bronze-drums.html
  • Qian, G. (2013). The Huashan rock art site (China): The sacred meeting place for sky, water and earth. Rock Art Research, 30(1), 22-32.
  • Yao, B. (ed.). (2014). 中国各民族神话 (Mitos de grupos étnicos chinos). Editorial Shuhai.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 6d: Prevenir la contaminación de cualquier parte del medio ambiente y no permitir la acumulación de sustancias radioactivas, tóxicas u otras sustancias peligrosas.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo – La Tierra, nuestro hogar: La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras fértiles, aguas puras y aire limpio.

Preámbulo – Los retos venideros: Poseemos el conocimiento y la tecnología necesarios para proveer a todos y para reducir nuestros impactos sobre el medio ambiente.

Principio 7c: Promover el desarrollo, la adopción y la transferencia equitativa de tecnologías ambientalmente sanas.

Principio 9a: Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.

Principio 12: Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.

Principio 16d: Eliminar las armas nucleares, biológicas y tóxicas y otras armas de destrucción masiva.