Las lágrimas del dragón
Escocia
En otro tiempo, el antiguo país de Alba tenía sólo tres aspectos. Estaba el cielo con sus estrellas y galaxias trazando círculos, estaba el inquieto mar, y estaba el denso bosque de hoja perenne que se extendía de costa a costa. Y la gente de Alba vivía en el bosque, a excepción del Vigilante, que vivía como un señor en una elevada torre de piedra en medio de los árboles.
La misión del Vigilante consistía en vigilar la tierra y el mar durante el día y en observar las estrellas por la noche. Pero, en el secreto de su corazón, el Vigilante tenía miedo del bosque y de lo que pudiera hallarse bajo su verde dosel, de modo que reclutó soldados de entre la gente y los armó con arcos y lanzas para que guardaran las costas y protegieran su torre.
Sin embargo, la gente de los bosques era amable, no eran hostiles. Cuidaban de todo lo que allí crecía y lo cosechaban: frutos secos, hongos comestibles, hierbas y miel. Compartían frutos y bayas, y celebraban las estaciones, cada una a su debido tiempo. Sin embargo, el temor y la desconfianza hacia el Vigilante iban en aumento, y éste desviaba cada vez más recursos y personas del bosque hacia su ejército. El pueblo errante comenzó a disminuir, y sus espíritus se deprimieron y se sintieron inquietos.
Cuando el descontento comenzó a hacerse patente en el bosque y sus comentarios llegaron a oídos del Vigilante, éste gritó:
—¡Lo sabía! Durante todo este tiempo he sabido que el bosque estaba lleno de oscuridad y de maldad. Tenemos que talar los árboles y construir murallas, y barcos que guarden la costa de forasteros errantes. Tenemos que allanar la tierra para que todos vean y sean vistos.
Y así comenzó a escucharse el sonido de hachas y sierras, de crujidos y astillas saltando por los aires, mientras la atmósfera se llenaba de polvo… y de los lamentos de los árboles que caían. Día tras día continuaron con su destrucción hasta que sólo quedó en pie el poderoso roble del corazón del bosque, rodeado de una tierra baldía de tocones sangrantes.
—¡Echadlo abajo! –gritaba el Vigilante.
—No podemos, mi señor. Es sólido como una roca.
Y así era, pues todos los demás árboles, al ser talados, le habían enviado al gran roble su fuerza a través de las raíces.
—¡Desarraigadlo! –vociferaba el Vigilante en un frenesí de frustración, bajo la sombra de un miedo inidentificable.
—No podemos, las raíces se sumergen en la tierra hasta el infinito.
—¡Traedme a las mujeres sabias del bosque! –gritó el Vigilante– ¡Traedlas ya!
—¡No, no! –gritaban las mujeres cuando los soldados fueron a por ellas– Nuestros conocimientos son para sanar, no para matar.
Pero las llevaron a punta de lanza, y las forzaron a derramar los venenos ocultos de los líquenes y los hongos en las raíces del poderoso roble. Un gran suspiro, como una exhalación, surgió de la tierra, seguido de crujidos y chasquidos, estruendos y derrumbes; y el roble se desplomó sobre lo que quedaba del bosque.
Toda la gente se congregó allí y se quedó mirando al interior del enorme hueco del tronco, pero se encontraron con un penetrante olor a húmeda podredumbre.
Allí, descomponiéndose en una viscosa sopa de hongos, había una enorme serpiente enroscada, un dragón arbóreo de la tierra. Se estaba muriendo, pues su piel y su carne se descomponían con rapidez. Pero su piel estaba salpicada aquí y allí por joyas brillantes, y de sus turbios ojos goteaban lágrimas cristalinas.
El Vigilante estaba asombrado, pero se sentía exultante.
—Yo sabía que tenía que haber un tesoro –dijo a voz en grito–. ¡Arrancadle esas gemas, muchachos, pues ahora mi reino será rico y poderoso!
Pero, mientras los soldados cortaban, desgarraban y arrancaban la piel del dragón, las mujeres sabias recogían las gotas de sus lágrimas, pues sabían que en aquel líquido puro y delicado se hallaba la cura y el antídoto de todos los venenos. Finalmente, los soldados se marcharon y dejaron al dragón abandonado a su suerte.
Cuando la oscuridad se hizo más densa, el pueblo errante regresó sigilosamente hasta el hueco del tronco del roble, pues dicen que toda la vida comenzó en las raíces de un árbol. Y en el interior de aquel mantillo de carne de dragón encontraron un huevo, y dentro del huevo había una chispa del fuego cósmico, la vida de estrellas y galaxias trazando círculos en el cielo, esperando para dar a luz un nuevo ciclo terrestre, una nueva consciencia, un nuevo bosque.
Y los pueblos antiguos nos transmitieron ese huevo de curación y esperanza –su regalo para las generaciones posteriores–, y así comienza una vez más esta historia, una historia que nos toca a nosotros reescribir.
Adaptación de Donald Smith (2022).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
Donald Smith comenta que esta historia la escuchó durante el Scottish International Storytelling Festival 2021 (SISF) de un grupo de jóvenes narradores de historias escoceses coordinados por su mentora, la storyteller Shona Cowie. El grupo recurrió a este cuento en su reflexión sobre la regeneración de los bosques en Escocia, que, antiguamente, cuando la daban en llamar Alba, estuvo casi totalmente cubierta de una densa capa forestal.
Donald tomaría prestada la historia para contarla un par de días más tarde en el Global Storytelling Lab del mismo SISF, en el que los Guardianes de las Historias de la Tierra estuvimos presentes. Lo contó ante un grupo de estudiantes europeos del programa Erasmus. Y un educador neerlandés que le escuchó allí le pidió que fuera a contarlo de nuevo a los Países Bajos en 2022, durante un festival cívico con el que se pretendía traer árboles a la ciudad.
Resulta sorprendente el estrecho vínculo existente entre lo que se cuenta en este relato y los hallazgos de la ecóloga forestal Suzanne Simard, de la Universidad de la Columbia Británica. Según Simard (2023), todos los árboles y arbustos en un bosque están estrechamente interconectados entre sí al nivel de las raíces merced a las micorrizas de los hongos, intercambiando entre sí información, agua y nutrientes, incluso entre especies distintas. Por otra parte, Simard habla también de los «Árboles Madre», normalmente los más viejos del bosque, que cumplen una función crucial para la conservación del bosque en su totalidad, de ahí que su tala sea desastrosa para el ecosistema forestal.
Por momentos, da la impresión de que los árboles –y los bosques en tanto seres colectivos milenarios, como el coral– son los seres más imprescindibles para la vida en la Tierra, y los más generosos de todos los reinos de manifestación de la vida. No sólo toman nuestro venenoso dióxido de carbono y lo transforman en oxígeno, vital para la mayoría de las especies en el planeta, sino que también cumplen un papel determinante en la formación de nubes, así como atrayendo la lluvia desde los océanos, dando así la vida al resto de especies, incluida la nuestra. A este respecto, véase la Teoría de la Bomba Biótica de Anastassia Makarieva y Víctor Gorshkov (2007).
Pero, más allá de las consonancias con los hallazgos de la ecología forestal que ofrece esta historia, el canto a la esperanza de sus últimas líneas nos remite a la Carta de la Tierra. Pues, a medida que «la oscuridad se hace más densa» en estos tiempos de renacimiento de las ideologías que nos llevaron a la destrucción masiva de la Segunda Guerra Mundial y de las primeras catástrofes del cambio climático, resulta esperanzador saber que contamos con un «huevo» generador de vida como la Carta de la Tierra, nacido dentro del «mantillo de carne de dragón» de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992, y en cuyo interior anida la «chispa del fuego cósmico» de la visión del mundo sistémica, ecocéntrica, organicista y basada en la consciencia. Esa visión del mundo que nos puede conectar, de una vez para siempre, con la Tierra, su Comunidad de Vida y el universo del que no somos más que un hilo de la trama.
Fuentes
- Makarieva, A. M. y Gorshkov, V. G. (2007). Biotic pump of atmospheric moisture as driver of the hydrological cycle on land. Hydrology and Earth System Sciences, 11, pp. 1013-1033.
- Simard, S. (2023). En busca del Árbol Madre: Descubre la sabiduría del bosque, 3ª ed. Barcelona: Paidós.
- Smith, D. (2024). The dragon’s tears. En Cutanda, G. A., Overturning the Narrative: Storytelling and Activism (pp. 162-165). Barcelona: TESC Press.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 6e: Evitar actividades militares que dañen el medio ambiente.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Preámbulo – Responsabilidad universal: Por lo tanto, juntos y con una gran esperanza, afirmamos los siguientes principios interdependientes, para una forma de vida sostenible, como un fundamento común mediante el cual se deberá guiar y valorar la conducta de las personas, organizaciones, empresas, gobiernos e instituciones transnacionales.
Principio 4: Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras.
Principio 15c: Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la toma o destrucción de especies por simple diversión, negligencia o desconocimiento.
Principio 16c: Desmilitarizar los sistemas nacionales de seguridad al nivel de una postura de defensa no provocativa y emplear los recursos militares para fines pacíficos, incluyendo la restauración ecológica.
Principio 16f: Reconocer que la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte.
El camino hacia adelante: Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo. Tal renovación es la promesa de estos principios de la Carta de la Tierra.
El camino hacia adelante: El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere también de un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal.
El camino hacia adelante: Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz…