Cerca del corazón de Doh Ki

Pueblo Kiowa – USA

 

Hubo una vez un hombre de quien los kiowas dicen que fue el más grande kiowa que haya vivido, pero nadie recuerda su nombre, de modo que, para poderle llamar de algún modo en esta historia, lo llamaré Kahn Hayn, que significa «Sin Nombre» en la lengua de los kiowas.

Kahn Hayn se quedó huérfano siendo muy pequeño y no se casó. No tenía descendientes ni familia inmediata, de manera que su posición en la tribu se definía como de kali ah, o «pobre». Pero era un gran cazador y un gran guerrero, tenía un gran corazón y estaba siempre esforzándose por el bienestar del pueblo kiowa, proporcionando ayuda a aquéllos que eran menos afortunados que él.

Cuando Doh Ki [conocido también como Doyem Daw-k’hee o «el hacedor de la Tierra» (Boyd, 1981:2)], o Dios, puso a toda la gente en la tierra, los ubicó aquí y allí, en diferentes regiones, en función de lo bien que encajaran en ellas. Pero, después de hacer todo esto, todavía quedaron varios grupos de personas, diferentes tribus que no tenían un lugar al que considerar su tierra natal, y los kiowas estaban entre esas tribus.

Un día, un arbusto se dirigió a toda esta gente y les dijo que se congregaran en una zona concreta. Cuando los kiowas llegaron a aquel lugar, descubrieron que la voz del arbusto era la voz de Dios, o Doh Ki. Doh Ki le dijo a la gente allí reunida que le había quedado un espacio libre en la tierra donde no vivía nadie, pero que, para poder quedarse en ese lugar, uno de ellos tendría que realizar un viaje ciertamente difícil y peligroso para llegar hasta ese lugar.

Doh Ki hizo que aquellas personas se dirigieran a un lugar del que Kahn Hayn pensó que debía estar en los confines de la tierra. No había vegetación allí, ni animales, ni insectos. No había nada que se moviera, ni en el suelo ni en el aire. Sólo había tierra y ásperas formaciones rocosas, y aquí y allá se veían surgir nubes de vapor, que salían disparadas de agujeros y grietas en el suelo.

Doh Ki convocó a todos en torno a uno de esos charcos humeantes, y aquello resultó ser el espectáculo más inquietante de este desolado lugar. Era como un caldero grande y profundo de agua hirviente, que borboteaba y golpeaba contra las escarpadas paredes de piedra. El caldero hacía un ruido sordo y temible. Sonaba como si una gran bestia estuviera justo debajo de la superficie luchando por liberarse, agitando las aguas con violencia.

La mayor parte de la gente salió corriendo de inmediato ante aquella terrible visión y sus temibles sonidos, y sólo un puñado de jefes y de guerreros de las distintas tribus permaneció allí. Entre ellos se encontraban Kahn Hayn y unos cuantos hombres kiowas. Entonces, Doh Ki señaló al caldero y dijo a los que aún quedaban que todas las tierras circundantes pertenecerían a la tribu de aquel hombre que se atreviera a sumergirse en aquellas aterradoras aguas. Sus palabras generaron una intensa discusión entre aquellos hombres, y algunos comenzaron a retroceder por miedo, en tanto que otros se marchaban porque consideraban que esta tierra no servía para nada y que no merecía la pena arriesgar la vida por ella.

Pero, Kahn Hayn creía firmemente en la buena fe y la bondad de Doh Ki, y estaba convencido de que en su oferta tenía que haber algo más que lo que veían y escuchaban, porque Doh Ki no hacía trampas a la gente. Cierto era que las ponía a prueba, pero sus recompensas eran siempre buenas y perdurables. Kahn Hayn confesó estos sentimientos a sus compañeros kiowas y les dijo que había decidido probar con aquella temible prueba, y que, si no funcionaba, no sería tan lamentable, pues no dejaría atrás familia alguna, no habría nadie que llorase su muerte.

Así pues, se adelantó hasta el borde del caldero y miró a su alrededor por última vez, aunque no había mucho que ver en aquel desolado paisaje, salvo a sus compañeros kiowas que le miraban, unos con el terror en la mirada, otros con aprensión. Después, miró hacia abajo al agua hirviente, cerró los ojos y se lanzó a lo desconocido.

Lo primero que sintió Kahn Hayn fue el calor extremo del agua, lo cual le hizo sentir una pizca de pánico. Aquel golpeteo sordo que había escuchado antes estaba ahora por encima de él, y sentía un terrible latido en todo el cuerpo que le hacía pensar que la cabeza le iba a estallar. Tuvo la sensación de que se había hundido demasiado en aquella piscina ardiente y comenzó a preguntarse qué se esperaba que tendría que hacer a continuación. Se preguntaba si habría algo allí abajo que tendría que recoger y pensó que, de ser así, tendría que encontrarlo pronto, porque comenzaba a sentir dolor en los pulmones, la piel se le estaba entumeciendo por el ardor del agua y hasta podía sentir que se le estaban comenzando a hacer ampollas por las quemaduras.

Pero entonces, súbitamente, mientras estaba enzarzado en tan diferentes emociones, pensó en algo que le paralizó, le horrorizó y le hizo entrar en pánico. Al lanzarse al caldero, el burbujeo del agua le había zarandeado tanto que había perdido el sentido de la orientación. Pensó en abrir los párpados para intentar orientarse, pero temió que se le quemaran los ojos igual que se le estaba quemando la piel, y sintió también que se golpeaba y se raspaba contra las paredes ásperas y cortantes del caldero. Pero por el ángulo de las paredes tampoco podía saber si estaba cerca de la superficie o estaba en el fondo del caldero, y el aire se le estaba empezando a agotar. En medio del ardor y del golpeteo constante en su cuerpo, Kahn Hayn empezó a perder las esperanzas de salir con vida de allí.

Y cuando sintió que estaba perdiendo el conocimiento, decidió dejarse llevar a lo que la muerte le tuviera reservado. Dejó de agitarse, se quedó quieto y se dejó ir, a la espera de que la muerte le alcanzara. Y no se dio cuenta de que, en ese momento, estaba cerca de la superficie del agua del caldero.

Cuando dejó de forcejear, su cuerpo flotó y emergió a la superficie, a la frescura dulce del aire. Se dio la vuelta para intentar respirar y tomó una bocanada de aire fresco, mientras un montón de manos le sacaban del agua… Lo siguiente que escuchó fue el griterío de entusiasmo y de triunfo de sus compañeros kiowas.

Y, cuando abrió los ojos, tuvo la más hermosa visión que un ser humano haya visto jamás. Doh Ki ya no estaba allí, ni tampoco estaban los de las otras tribus que estaban a su alrededor cuando se había lanzado al caldero. Los únicos que estaban eran los kiowas, que le estaban intentando explicar, todos a la vez, el milagro que él, Kahn Hayn, había realizado. El paisaje ya no era árido y desolado, sino que estaban rodeados de un espeso y rico bosque de árboles hermosos. Las montañas distantes tenían sus cimas cubiertas de nieve, y riachuelos y arroyos bajaban de las montañas para convertirse en ríos caudalosos que, a su vez, se precipitaban en cascadas sobre los lagos. También había muchos animales, grandes y pequeños, de todos los tipos, recorriendo el bosque, cruzando el paisaje y sobre la superficie de las aguas. El lugar que Kahn Hayn había dejado al lanzarse al caldero se había transformado. Se había convertido en el lugar del que hablaba Doh Ki, que era ahora el más hermoso y abundante de todos los lugares de la tierra… y el nuevo hogar de los kiowas.

Tras la aventura de Kahn Hayn, los kiowas acamparon y estuvieron comiendo y celebrando su suerte durante muchos días, elevando al cielo sus oraciones de agradecimiento a Doh Ki por el regalo que les había hecho. Y Kahn Hayn se convirtió en jefe de su tribu, (…)

Los kiowas vivieron en esta región y en sus alrededores durante muchos años y, cuando Kahn Hayn murió finalmente, su pueblo lo llevó de regreso al caldero y lo enterraron en sus inmediaciones. Y después, poco a poco, los kiowas comenzaron a alejarse de allí y a poblar otras regiones.

Y dicen que, debido a lo que Kahn Hayn hizo entonces, y debido a la profunda fe de los kiowas en Doh Ki, es por lo que los kiowas siempre serían preeminentes, o los primeros, entre las tribus, y que estarían siempre cerca del corazón de Dios.

Orbah Hah. Esto es todo.

 

 

Transcripción de una grabación en audio de SC, inscrito como miembro de la Tribu Kiowa (1993), en Nabokov y Loendorf (2002).

Dominio Público.

 

Comentarios

Esta versión del mito kiowa procede de un tal SC, un veterano de la Guerra de Vietnam, miembro registrado de la Tribu Kiowa. En comunicación personal (Nobokov y Loendorf, 2002, p. 58), SC dijo que este relato se situaba en «lo que llamamos el período de Yellowstone, que va hasta el momento en que los kiowas descendieron hasta la zona meridional de las Praderas».

SC explicó que esta historia se la había contado, durante el invierno de 1986, un tal ST, un anciano kiowa que había conservado las memorias de la tribu. SC comentó que, cuando escuchó la historia de labios de ST, le resonó como si la hubiera escuchado también de su propio padre, un narrador de historias tradicional. Pero la versión de ST parecía conservar muchos más detalles, pues «también me describió el lugar [en Yellowstone]» (ibid.).

Peter Nabokov y Lawrence Loendorf (2002), investigadores de universidades de California y Nuevo México respectivamente, registrarían en audio «Cerca del corazón de Doh Ki» de boca de SC en 1993, cuando éste contaba con 47 años de edad. Finalmente, SC contaría a los investigadores que los kiowas habían llamado a Yellowstone Tung Sa’u Dah, ‘el lugar del agua caliente’. Nobokov y Loendorf añadirían que

… él identificó el lugar específico o «caldero» donde el protagonista, al que llama Kahn Hayn («Sin Nombre»), tuvo su experiencia cercana a la muerte como La Boca del Dragón, junto al Volcán de Lodo, al norte del Lago Yellowstone. (p. 61)

Del Pueblo Kiowa se sabe que, en el siglo XVIII, habitaba en los alrededores del Río Columbia, en Canadá, y que después descendieron hasta la parte alta del Río Missouri y Yellowstone. Más tarde, en su búsqueda de ciervos, búfalos y alces para sobrevivir, irían hacia el este, hasta las Colinas Negras, donde se encontrarían con los lakotas (Sioux), con los que no llegaron a entenderse. De los animales que cazaban, «hacían uso de todo. Nada se desperdiciaba», dice Steve Quoetone, un miembro de los kiowas (Feldman, 2020).

Los lakotas expulsarían del territorio a los kiowas, que se dirigirían entonces hacia el sur, hasta las Montañas Rocosas en Colorado. Allí entraron en contacto con los caballos, acontecimiento que cambiaría totalmente su forma de vida. En torno a 1790, tras alcanzar un acuerdo de paz con los comanches, se instalaron en los alrededores del Río Arkansas; hasta que, finalmente, en 1865, el gobierno de los Estados Unidos les obligó a recluirse en su actual reserva en el sudoeste de Oklahoma (ibid.).

En la actualidad, los kiowas suman en torno a 11.000 personas.

 

Fuentes

  • Boyd, M. (1981). Kiowa Voices. Fort Worth, TX: Texas Christian University Press.
  • Feldman, B. (2020). Kiowa Tribe. Gaylord College of Journalism and Mass Communication. University of Oklahoma. Disponible en https://www.ou.edu/gaylord/exiled-to-indian-country/content/kiowa
  • Nabokov, P. y Loendorf, L. (2002). American Indians and Yellowstone National Park: A Documentary Overview. Yellowstone National Park, WY: National Park Service, pp. 58-60.
  • Parsons, E. C. (1929). Kiowa Tales. Memoirs of the American Folklore Society, XXII. Nueva York: G. E. Stechert & Co., Agents, p. 15.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 12b: Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, hacia la gran comunidad de la vida y hacia las generaciones futuras.

Preámbulo – Responsabilidad universal: Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud.

Principio 1b: Afirmar la fe en la dignidad inherente a todos los seres humanos y en el potencial intelectual, artístico, ético y espiritual de la humanidad.

Principio 2b: Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

Principio 11c: Fortalecer las familias y garantizar la seguridad y la crianza amorosa de todos sus miembros.

Principio 12: Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.

El camino hacia adelante: El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere también de un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal.

El camino hacia adelante: La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.

El camino hacia adelante: Todo individuo, familia, organización y comunidad, tiene un papel vital que cumplir.