Los cazadores invisibles

Miskitos – Nicaragua / Honduras

 

Esto que les voy a contar fue narrado por mi abuelita. A ella se lo contó su abuelita, y ella… bien, ¡ya saben!

         La gente del río y la gente de la playa de la cultura misquita tenemos esto en común: que nos gusta contar historias. Y otra cosa en común es que vivimos en un territorio tejido con ríos y bordado por el Mar Caribe.

         Sin más preámbulos, vamos a la historia.

 

Tres hermanos salieron a cazar al monte unos deliciosos cerdos silvestres llamados waris. Después de mucho caminar, empezaron a escuchar:

         ―DAR, DAR, DAR

         Se pusieron a buscar el origen de la voz como yaguaretés sigilosos, mientras los monos aulladores espiaban sonrientes detrás de los troncos de los árboles, y poco después descubrieron algo que no me lo van a creer: que la voz provenía de un árbol; precisamente, de una enredadera.

         Uno de los hermanos tomó con sus manos la planta parlante… ¡y desapareció!

         Otro hermano lo siguió… ¡y lo mismo!

         ―¿Qué has hecho con mis hermanos? –preguntó el tercer hermano.

         ―No les hice daño –respondió la voz–. Si me sueltan, volverán a aparecer.

         Así hicieron, y así sucedió lo anticipado por la voz.

         ―¿Quién eres? –preguntó el primer hermano que tomó la enredadera.

         ―Soy Dar –respondió–. Si me tocan, los vuelvo invisibles.

         Los hermanos comprendieron al instante lo que significaba para ellos, una posibilidad extraordinaria para cazar.

         Quisieron arrancar un trozo de enredadera, pero la enredadera desapareció.

         ―Antes me tienen que prometer que harán buen uso de este poder –dijo Dar.

         ―Te lo prometemos –respondieron los hermanos–. ¿Qué tenemos que hacer?

         ―En primer lugar –dijo la enredadera–, nunca venderán carne de wari, pues los cazadores siempre la han dado gratis en la aldea. Además, no cazarán con armas de fuego, que asustan a toda la selva, sino que lo harán con tanta destreza como han hecho siempre, con sus lanzas.

         ―¡Prometido! –dijeron los tres hermanos al mismo tiempo.

         Fue entonces que el Dar permitió que cada uno de los tres hermanos tomara un trozo de sí misma.

         Gracias al Dar, aquel día los hermanos tuvieron mucho éxito en su caza, y así al día siguiente, y al otro.

         La gente de la aldea disfrutaba de carne abundante, las comidas principales estaban cubiertas, y niños y grandes mejoraban día a día su salud, cosa que alegraba los corazones de los tres hermanos.

         ―¿Cómo lo hacen? –preguntó un día una de las ancianas de la comunidad.

         Y así fue como contaron todo lo acontecido.

         ―Mientras mantengan su promesa, la aldea prosperará –dijo la anciana, mientras los ancianos asentían con la cabeza.

         Cada día, la aldea se nutría con la carne de wari, de modo que la fama de los tres hermanos se subió a una canoa, atravesó el río Patuca y llegó a oídos muy lejanos… siendo escuchado por personas ajenas a nuestro modo de vivir.

         Y llegó el día en que llegaron esas personas a la aldea.

         ―Queremos conocer a los cazadores –dijeron.

         Los hermanos se acercaron y convidaron amablemente a comer carne de wari a los viajeros. Así fue como, conversando, se enteraron de que aquellos hombres eran comerciantes, y que venían a comprarles carne de wari.

         ―No podemos –dijo un hermano.

         ―No podemos vender –dijo otro.

         Pero el tercero se quedó pensativo.

         ―Creíamos que tan eficaces cazadores serían más inteligentes –dijeron los comerciantes riéndose de los hermanos–. Sólo queremos comprar lo que les sobra.

         El hermano que se había quedado callado antes dijo:

         ―Si vendemos un poquito, no tiene por qué pasar nada.

         ―¿Y si el Dar se da cuenta? –preguntó otro.

         ―No pasará nada –respondió el primero–. Estos comerciantes deben tener más poder que el Dar.

         Todo comienza en empezarles a vender carne de wari a los comerciantes, pero éstos cada vez pedían comprar un poco más, de modo que al pueblo empezó a faltarles carne. Entonces decidieron dejar de vender.

         ―¡Es culpa de ustedes! –les acusó uno de los comerciantes cuando le dijeron que no venderían más– ¡Tendrían que cazar con armas de fuego! ¡No sean haraganes! Además, vendan la carne sólo a aquella gente de la aldea que pague por las balas.

         Los ancianos y las ancianas, al ver lo que estaba sucediendo, trataron de disuadirlos, pero los corazones de los cazadores ya estaban lejos de la aldea… y de ellos mismos. No les importaba ver a los niños llorando de hambre.

         Un día como todos los demás, regresaron a la aldea con su caza, dispuestos a vender la carne, pero de pronto se dieron cuenta de que ya nadie les miraba. Simplemente se apartaban a su paso, como si un viento húmedo y helado corriera por entre la calurosa selva.

         Las ancianas y los ancianos supieron qué pasaba: se habían vuelto invisibles.

         Los cazadores los escucharon y se fueron corriendo al monte a pedirle al Dar que les volviera a hacer de nuevo visibles. Llamaron «Dar, Dar, Dar…», pero el Dar no respondió.

         Así fue como comprendieron su terrible falta, su promesa incumplida. Regresaron a la aldea buscando ser recibidos nuevamente entre los suyos, pero los ancianos no los recibieron. Ahora eran invisibles, y fueron desterrados.

         Aún hoy se dice que las sombras frías y húmedas de tres cazadores vagan por el monte, sin familia ni amigos, sin nadie que les eche de menos. Mientras una voz entre los árboles sigue recordando lo importante:

         ―DAR, DAR, DAR…

 

 

Adaptación de Jessica Gabriela Reyes, miembro del Pueblo Miskito (2019).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Este relato nos ofrece una visión de primera mano de cómo los pueblos indígenas de las Américas se vieron violentados –y siguen siendo violentados– en sus costumbres, tradiciones y modos de vida, más respetuosos con el entorno, tras la llegada de los colonizadores europeos.

Esta leyenda misquita es bastante improbable que se remonte más allá de los cuatro siglos, habida cuenta de que el trato con comerciantes y colonos británicos, de quienes comenzaron a obtener productos no tradicionales y armas de fuego, no se produjo antes de 1629, cuando puritanos ingleses se establecieron en la Isla Providencia, frente a las costas de la actual Nicaragua. Debió ser con posterioridad a esa fecha cuando debió surgir la leyenda de los Cazadores Invisibles, quizás como una advertencia de las personas más sabias y ancianas del pueblo misquito para que sus jóvenes no se dejaran arrastrar por la fascinación de la tecnología europea, que debía estar amenazando ya los ecosistemas en sus territorios.

 

Fuentes

  • Rohmer, H.; Chow, O. y Vidaure, M. (1987). The Invisible Hunters / Los cazadores invisibles: A Legend from the Miskito Indians of Nicaragua / Una leyenda de los indios miskitos de Nicaragua. San Francisco: Children’s Book Press.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 12b: Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Principio 12: Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.

 

Principio 12c: Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras comunidades, habilitándolos para que ejerzan su papel esencial en la creación de sociedades sostenibles.