El Buda Silencioso

Budismo Indio

 

En Benarés, al norte de la India, vivía un hombre muy rico que, a la muerte de su padre, vio incrementadas tanto sus posesiones como su riqueza. El hombre se preguntaba para qué quería tanta fortuna si, realmente, ya tenía todo lo que podía necesitar, hasta que pensó que lo mejor que podía hacer era compartir lo que la vida le había dado sin esfuerzo con aquellas personas que más podían necesitarlo. Y así, el hombre rico decidió construir cuatro comedores, distribuidos en distintos puntos de la ciudad, con el fin de dar un plato caliente de comida al día a todas aquellas personas necesitadas que a ellos acudieran.

En aquellos días se supo que, por los alrededores de la ciudad, se encontraba un hombre santo, del cual se decía que había alcanzado la comprensión última. Era un Buda Silencioso, un hombre iluminado que, como tal, se sentía uno con todo lo que le rodeaba, y este sentimiento le llevaba a intentar ayudar a todos los seres que sufrían. Estaba seguro de que su sufrimiento se desvanecería en el momento en que les pudiera enseñar el modo de alcanzar la iluminación.

No obstante, aquella era una época difícil. La gente tenía muchas preocupaciones mundanas y no estaban realmente interesados en su crecimiento espiritual. Eso hizo que el Buda Silencioso decidiera adentrarse en el bosque y permanecer allí sentado, en ayuno y en absoluto silencio, durante siete días y siete noches, incrementando aún más su estado de despertar de este modo.

Sin embargo, una vez transcurridos los siete días sin comer ni beber, su salud se resintió, dejándole en un estado muy delicado. Entonces, tomó la decisión de ir con su cuenco de limosnas a pedir un poco de comida.

Cuando el hombre rico se disponía a almorzar, vio llegar al Buda Silencioso con su cuenco y dio orden a uno de sus sirvientes para que le llenara de comida el bol.

Pero, súbitamente, de la nada, apareció Mara, el dios de la muerte, que hacía días que observaba al Buda Silencioso. Estaba furioso con él porque sabía que, al vivir en el eterno presente, carecía de todo deseo y había perdido el miedo. Eso era lo que más le molestaba a Mara, pues sabía que, si el Buda Silencioso no temía a la muerte, su poder se vería mermado. De modo que, viéndole tan débil, el dios de la muerte decidió actuar. Si conseguía evitar que el Buda comiera, lograría que muriera de hambre.

Para impedir que el sirviente le diera la comida, Mara se interpuso entre ellos creando un profundo abismo de brasas y fuego. El sirviente, al verlo, se asustó tanto que regresó despavorido a la casa de su patrón y, una vez allí, le contó lo sucedido.

Pensando que su sirviente habría tenido una alucinación, el hombre rico mandó a otros sirvientes a darle de comer al hombre santo, pero éstos regresaron también atemorizados. Reflexionando sobre lo sucedido, se le ocurrió que detrás de todo aquello debía estar el dios Mara. Sin embargo, el dios de la muerte no conocía su firme determinación, de modo que decidió ir él mismo a llenar el bol de comida del Buda Silencioso.

Cuando llegó y vio las llamas emergiendo del ardiente abismo, levantó sus ojos al cielo y vio la imagen de un dios. Sin dejarse vencer por el temor, se dirigió a él.

—¿Quién eres tú? –le preguntó.

—¡El dios de la muerte! –respondió Mara.

—¿Y por qué razón has creado este abismo de fuego?

—Para impediros alimentar al Buda Silencioso y que, de este modo, muera de hambre. Pero también quiero evitar que tu buena acción te haga avanzar en el camino de la iluminación. Así, permaneceréis todos en mi poder.

—Pues no vas a poder dar muerte al Buda Silencioso –respondió el hombre rico–, porque no podrás evitar que yo le dé de comer.

Entonces, dirigiéndose al hombre santo, le dio las gracias por mostrar a todos el camino de la Verdad y por ser un ejemplo para todos; y a continuación, alargando hacia él los brazos, le dijo:

—¡Acepta, por favor, esta comida!

En ese instante, el hombre rico se había olvidado por completo de sí mismo, perdiendo así el miedo a la muerte. Se inclinó sobre el precipicio ardiente para entregarle la comida al Buda Silencioso y, súbitamente, surgió del fondo del abismo una bellísima y fresca flor de loto que, posándose bajo sus pies, lo elevó por encima de las llamas. El polen de la asombrosa flor se esparció por el aire y lo cubrió todo como con polvo dorado. Y el hombre rico, de pie en el centro del loto, vertió por fin la comida en el cuenco del Buda Silencioso.

Mara había sido derrotado.

En agradecimiento, el Buda Silencioso lo bendijo con la mano, y el hombre rico se inclinó reverentemente ante él. Unió sus manos delante del pecho y, luego, por encima de la cabeza y, con el cuenco lleno de comida entre sus manos, el Buda Silencioso se alejó finalmente de la ciudad de Benarés.

 

Adaptación de Marta Ventura (2024).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Esta historia forma parte de los denominados Cuentos Jãtaka, que constituyen una importante colección de la literatura sagrada budista. Como ya señaláramos en el primer libro de esta Colección (volumen 0), concretamente en la historia de «El rey ciervo del baniano», los Jãtaka son una colección de 547 cuentos donde se describen distintas leyendas, fábulas y anécdotas de las encarnaciones previas de Buda, antes de su existencia como Siddharta Gautama, entre 563 y 483 a.e.c. Los cuentos Jãtaka están fechados entre el 300 a.e.c. y el 400 e.c.; lo cual significa que se elaboraron a lo largo de siete siglos.

Cabe señalar que el motivo del silencio del Buda de este cuento estriba, según Sinh (2020), en que este individuo, aunque había alcanzado la iluminación, «no es capaz de transmitir su sabiduría a los demás porque nadie, en ese momento, es capaz de captar la realidad de la vida». De este modo se preserva el papel especial del Buda histórico en el relato. Sinh también señala que, en este cuento, a través de la decisión del hombre rico de alimentar al Buda Silencioso a pesar del terrible obstáculo interpuesto por Mara, se resalta la libertad del ser humano de elegir y de crear su propia realidad a pesar de los impedimentos, al alcanzar un estado del ser más elevado.

 

Agradecemos a Noelia López Hidalgo, estudiante del Máster de Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos de la Universidad de Granada, el magnífico trabajo realizado en la búsqueda y selección de historias y por sus contribuciones a la Colección de Historias de la Tierra durante el curso académico de 2023.

 

Fuentes

  • Anderson, T. (1995). The silent Buddha. En Prince Goodspeaker: Buddhist Tales for Young & Old. Vol. 1 (pp. 186-191). Tullera, Australia: Buddha Dharma Education Association Inc.
  • Sinh, A. (2020). The Jataka Tales through the lens of existential and Buddhist ethics. Confluence: Journal of Interdisciplinary Studies, IV. Disponible en https://cjids.in/volume-iv-2020/the-jataka-tales-through-the-lens-of-existential-and-buddhist-ethics-2

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 9a: Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo – Los retos venideros: La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida.

Preámbulo – Responsabilidad universal: Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud.

Principio 2b: Afirmar que, a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.