El caballo de piedra
Pueblo Shui – China
Dicen que, una vez, en Lasuo, en la región de Sandu, hubo un caballo de piedra. Y dicen que aquel caballo no sólo era extremadamente inteligente, sino que parecía incluso más sabio que los hombres más sabios de China de aquella época.
Dicen que no se dejaba montar por nadie a menos que le pidiera permiso desde su corazón y que, entonces, si sentía que quien lo montaba era de corazón puro, lo llevaba a ver lugares en las montañas de una belleza extraordinaria, lugares a donde nadie más había ido jamás, salvo a lomos de aquel extraño ser.
Esto hizo que el caballo de piedra fuera sumamente apreciado por los pobladores de Lasuo, que lo consideraban un tesoro de la comunidad, al punto de llamarle el Tesoro Caballo de Piedra. Pero había algo más por lo que las gentes de la zona querían entrañablemente a su caballo de piedra, y era porque ningún otro caballo podía penetrar en sus dominios sin su permiso. En cuanto el caballo forastero llegaba a los límites de su territorio, se arrodillaba en el suelo y era incapaz de ir más allá.
Esto hacía que cualquier intruso malintencionado o banda de delincuentes que intentase entrar en la zona tuviera que hacerlo sin cabalgaduras, viéndose por tanto a merced de los defensores de Lasuo, que podían perseguirles y atacarles desde la superioridad que les proporcionaban sus monturas.
Esto ocurría, sobre todo, con los caballos de aquellos jinetes que no tuvieran un corazón suficientemente «limpio», como los mandarines. Éstos, burócratas y funcionarios del emperador que venían a Lasuo a cobrar sus impuestos, e incluso a ordenar trabajos forzados, tenían que recorrer a pie toda la comarca. Y, siendo una región montañosa con escarpadas laderas, los mandarines preferían en muchas ocasiones pasar por alto Lasuo e ir a otras partes donde pudieran imponer las arbitrariedades del emperador de forma más confortable.
Pero también ocurría con aquellos mercaderes que venían de la capital a llevarse las riquezas naturales de los pueblos sometidos, a talar masivamente sus árboles por su preciada madera para la construcción de casas y muebles o, peor aún, a extraer mercurio, industria que envenenaba fatídicamente los arroyos y los ríos de algunos valles.
Se decía que el emperador, viendo que se aproximaba la vejez, estaba queriendo alcanzar la inmortalidad, y dicen que se había rodeado de un grupo de alquimistas –falsos, según las voces más respetadas– que le instaban a ingerir una mezcla de mercurio y jade en polvo. Según ellos, aquel mejunje, tomado en minúsculas dosis, le proporcionaría la vida eterna. Pero el mercurio tenía que ser especial, pues sólo el mercurio de la región de Lasuo tenía las propiedades necesarias para hacer aquel prodigioso trabajo.
Así pues, el emperador pensó que lo mejor que podía hacer era poseer el atesorado caballo de piedra del pueblo shui de Lasuo, porque de este modo mataría tres pájaros de un tiro. Podría disponer del mercurio que le aconsejaban los falsos alquimistas para alcanzar la inmortalidad; sus mandarines podrían entrar sobre sus monturas en la zona para hacer pagar de una vez impuestos a sus habitantes y, por último, aunque no menos importante, dispondría él mismo del poder que le proporcionaría el Tesoro Caballo de Piedra.
«¿Qué otro imperio o poder se atrevería a enfrentarse a mí, si su caballería se viera obligada a arrodillarse ante mí a lomos de mi caballo de piedra?», pensaba el emperador en su fantasía.
Así pues, su Majestad Imperial dio orden a sus mandarines para que fueran a Lasuo y le trajeran aquel prodigioso ser.
Pero las cosas no iban a ser tan fáciles como había supuesto el emperador. En cuanto llegaron los mandarines a Lasuo y el caballo de piedra supo de las intenciones de sus corazones, se ocultó en lo más recóndito de las montañas, donde nadie pudiera encontrarle. Los mandarines se pasaron meses buscándole en vano hasta que, en su impotencia, decidieron regresar a la capital para dar cuenta de su fracaso al emperador.
—Bìxià, su Majestad Imperial, hemos pateado todos los senderos y recorrido las montañas a pie, de tal modo que nuestros pasos han transformado las verdes montañas en polvo rojo, y las azules aguas en lodo, todo ello por nuestra más absoluta lealtad a vos. Pero no hemos conseguido encontrar al caballo de piedra. ¿Podría ser, Bìxià, que la voluntad del cielo no sea que poseáis ese caballo, quizás porque podría traeros algún mal?
El emperador enrojeció de cólera. ¿Cómo se atrevían a sugerir que sus órdenes pudieran contravenir la voluntad del cielo?
—¡Inútiles! –les gritó levantándose de su trono– ¿No habéis sido capaces de encontrar algo tan grande como un caballo y tan fácil de identificar por ser de piedra?
Y, sin dirigirles ni una palabra más, mientras se postraban con la frente en el suelo aterrorizados, el emperador dio orden a su guardia personal de que los ejecutaran.
No había pasado aún una semana de esto cuando el emperador envió a un segundo grupo de mandarines. Éstos, avisados de lo ocurrido con el primer grupo, sabían ya que no podrían volver de Lasuo sin el caballo de piedra.
Pero el caballo hizo lo mismo que en la anterior ocasión, ocultarse en aquellos lugares de las montañas que sólo él conocía y sólo él sabía cómo llegar. Y pasaron los meses, y los mandarines, sumidos en el pánico, terminaron yendo de casa en casa por Lasuo, preguntando suplicantes:
—¿Sabéis dónde se encuentra el Tesoro Caballo de Piedra?
A lo que nadie podía dar una respuesta, dado que nadie sabía dónde se encontraba. Incluso, como el caballo de piedra había sido tan generoso con los más pobres, éstos no hacían otra cosa que darles pistas e indicaciones falsas, para sumirles aún más en la desesperación y obligarles a abandonar la búsqueda. Incluso los niños, cuando los mandarines les preguntaban si habían visto al caballo de piedra, les decían burlones:
—Sí, hemos visto muchos. ¡Están por todas partes!
Finalmente, en su angustia, los mandarines pergeñaron un plan: dado que nadie le había dicho al emperador que el Tesoro Caballo de Piedra fuera realmente un caballo, recogerían las piedras más extrañas y con las formas más insólitas que pudieran encontrar y se las presentarían al emperador diciéndole que aquello era el tesoro tanto tiempo buscado.
Y así lo hicieron.
Cuando regresaron a la capital, hicieron sonar tambores y suonas durante todo el recorrido hasta el palacio, gritando a los cuatro vientos, para hacer llegar la voz al emperador:
—¡El Tesoro Caballo de Piedra está aquí!
Y el emperador, complacido, se creyó la artimaña de los mandarines y ordenó que depositaran aquel montón de rocas en la explanada delantera del palacio.
Sin embargo, al cabo de un tiempo, aquellas extrañas piedras comenzaron a gritar. Eran sonidos como los que proferirían los animales de la región de donde procedían. Unas sonaban como los graznidos de los cuervos, otras como los búhos, otras como los tigres… Pero, todos aquellos sonidos, juntos, hacían temblar los cimientos del palacio. Fue entonces cuando el emperador se percató del engaño.
—¿Qué clase de tesoro habéis traído a mi palacio? –gritó furibundo a los mandarines– ¡Salid de inmediato y llevaos ese montón de piedras lejos de aquí!
Pero, cuando los mandarines, aterrorizados, se disponían a cumplir con la orden de su señor, las rocas se transformaron en nubes de fuego que, sin darles tiempo a reaccionar, prendieron de inmediato en las escalinatas y las paredes del palacio, convirtiéndolo todo en cenizas.
El emperador a duras penas pudo escapar y, tras ordenar la ejecución de los mandarines farsantes, ordenó a su ejército que prepararan a su caballo más intrépido y se dispusieran para partir a primera hora de la mañana. Los habitantes de Lasuo le iban a tener que decir a él, personalmente, dónde se encontraba el Tesoro Caballo de Piedra.
Cuando el emperador, con todo su ejército, llegó a las inmediaciones de Lasuo, se encontraron con el caballo de piedra esperándoles en lo alto de una colina. El impresionante animal ya no tenía necesidad de seguir escondiéndose, sobre todo porque no quería que, por su causa, sufrieran las pobres gentes de la región. Él se enfrentaría al emperador.
Y así fue, en cuanto los caballos del ejército imperial vieron al Tesoro Caballo de Piedra, todos ellos cayeron de rodillas, con sus jinetes derrumbados en sus armaduras, ante el desconcierto general.
El emperador, a quien su caballo intrépido también le había hecho caer de bruces en el suelo, se levantó colérico y se encaminó, él solo, hacia la cumbre de la colina espada en mano, empecinado en domar a aquel extraño animal por las buenas o por las malas.
Y, cuando llegó a la cima, se subió de un salto sobre el lomo del Tesoro Caballo de Piedra, aquél al que nadie había montado sin pedirle permiso y sin tener un corazón limpio. Y, en el momento el insolente le atizó con la fusta para que le obedeciera, el caballo de piedra se encabritó, lanzando al aire al colérico y engreído tirano con tal ímpetu que cayó desde lo alto de la colina hasta el lugar desde donde había comenzado la escalada, ante los ollares de su caballo más intrépido, rompiéndose el cuello con la caída.
Sus generales, no sabiendo qué hacer ante tan inusitado desenlace, decidieron finalmente tomar el cadáver de su señor y regresar a la capital con todo el ejército para que su sucesor fuera nombrado emperador y realizar las debidas exequias.
Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2024).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
La versión en la que se inspira esta adaptación del Tesoro Caballo de Piedra fue registrada y editada por MENG Binghua y WANG Zhai, y publicada en 1988 (Yao, 2014).
El Pueblo Shui, al que pertenece la vieja leyenda del Tesoro Caballo de Piedra, adoptó su actual nombre en las postrimerías de la Dinastía Ming, es decir, con anterioridad a 1644 e.c. Anteriormente, habían formado parte del Pueblo Luoyue, una primitiva comunidad de tribus que vivieron en la costa sudoriental de China durante la Dinastía Han (206 a.e.c – 24 e.c.).
En chino, «shui» significa «agua», y estaría denotando en cierto modo al «pueblo de las aguas» o «que vive junto a las aguas», ello debido a que habitan principalmente junto a ríos y arroyos, estando la mayor parte de sus costumbres, su culto y su folklore condicionados por el agua.
El actual gobierno de la República Popular de China destaca un momento culminante de la historia del Pueblo Shui. Tuvo lugar en diciembre de 1855, cuando un tal Pan Xinjian lideró una revuelta de los shuis, que se oponían a los cobros de impuestos sobre los cereales con los que pretendían gravarlos los miembros de la Dinastía Qing. Durante 16 años estuvieron combatiendo tales injusticias, que repetirían algo más de veinte años más tarde, en 1909, cuando Wuchaojun encabezó a los shuis, los bouyeis y los miaos en otra revuelta contra el imperialismo y el feudalismo (Hays, 2022).
Por último, señalar que el giro dado en esta adaptación al incluir el punto del mercurio y el del deseo del emperador de alcanzar la vida eterna no ha sido una invención gratuita de los adaptadores. Se basa en el hecho de que, aparte de ser la región del Pueblo Shui rica en cinabrio, mineral del que se extrae el mercurio, en la antigua China y en Tíbet, se recomendaba el uso del mercurio para prolongar la vida. Por otra parte, y curiosamente significativo, el primer emperador chino, Qin Shi Huang (259-210 a.e.c.), falleció, al parecer, por beber una mezcla de mercurio y jade en polvo que le habían recetado los alquimistas de la Dinastía Qin (Wright, 2001).
Fuentes
- Hays, J. (2022 Oct). Shui minority: History, life, religion, culture. Facts and Details. https://factsanddetails.com/china/cat5/sub30/entry-4371.html
- Wright, D. (2001). The History of China. Westport, CT: Greenwood Publishing Group.
- Yao, B. (ed.). (2014). 中国各民族神话 (Mitos de grupos étnicos chinos). Editorial Shuhai.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 12: Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Preámbulo – Responsabilidad universal: Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.
Preámbulo – Responsabilidad universal: Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud.
Preámbulo – Responsabilidad universal: El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.
Principio 2b: Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.
Principio 6d: Prevenir la contaminación de cualquier parte del medio ambiente y no permitir la acumulación de sustancias radioactivas, tóxicas u otras sustancias peligrosas.
Principio 7: Adoptar patrones de producción, consumo y reproducción que salvaguarden las capacidades regenerativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario.
Principio 10c: Asegurar que todo comercio apoye el uso sostenible de los recursos, la protección ambiental y las normas laborales progresivas.
Principio 12b: Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible.