El rey Bahaudín y el sabio sufí
Sufismo persa – Afganistán
Alabado sea Dios, el Clemente, el Misericordioso, que me concedió la gracia de ver Su rostro en cada una de sus criaturas.
A pesar de los largos años que llevo viviendo en estas montañas, no he podido apartar de mi memoria la mirada de mi amigo Mansur. Él fue para mí un pilar y un admirado maestro, de quien aprendí la lección más importante de mi vida, que Allâh le tenga en Su corazón.
«La verdadera inteligencia no está en lo que uno sabe, sino en lo que es capaz de aprender», me había dicho mi viejo amigo en múltiples ocasiones antes de aquel memorable día. Y estaba en lo cierto, aunque en aquel tiempo la necedad velaba mis ojos y mi corazón, pues yo desconocía los misterios que la vida tenía reservado desvelarme.
Recuerdo que, en las ocasiones en que mis obligaciones de gobierno me lo permitían, yo gustaba de recorrer a caballo mi reino. Recuerdo la vanidad que sentía y la dicha que cubría mi alma al contemplarlo, constatando la buena mano y la atención con las que me había hecho cargo de mis dominios. Y cierto es que no solamente había preservado el legado que me hubiera dejado mi padre –que Allâh tenga misericordia de él–, sino que lo había hecho florecer en tal grado que cada rincón y cada callejuela eran un obsequio para la vista de cualquier visitante. Las ciudades de mi reino, sus calles, plazas, monumentos y jardines destilaban belleza en razón del esmero con que habían sido cuidados. Y cierto es también que los viajeros venidos de lugares lejanos ensalzaban, al regresar a sus tierras, la huella indeleble que la visión de mi reino había dejado en sus corazones.
Yo creía que mis talentos se acomodaban a la administración del reino y que mis súbditos, incluso, me amaban y respetaban por ello. Debo confesar, no obstante, que yo estaba ciego por aquel entonces, pues no era capaz de ver más allá de las formas.
Mas cuando, aquel día –bendito sea Allâh–, vi a mi amado mentor venir hacia mí vestido con andrajos, algo en mí se sacudió. Se hallaba entre una multitud de mendigos que yo mismo había hecho arrestar. Parecíame entonces que el aspecto descuidado, harapiento e indigno de aquellas gentes desmerecía y empañaba la delicada belleza de mis plazas y jardines. En mi estupidez, yo sentía que aquellos pordioseros y vagabundos ensuciaban con su presencia la majestuosidad de mi reino. Pero fue su mirada, la mirada de mi venerado maestro, la que agitó mis entrañas, la que se pronunció de la forma más clara y elocuente… la que habló directamente a mi corazón.
Su mirada dejaba vislumbrar una profunda tristeza. En esa mirada, sin reproches, me hizo entender que con mi proceder le había señalado como a alguien despreciable, que no merecía respeto alguno… que su aspecto astroso me había bastado para condenarle.
No, no hicieron falta las palabras. Sus ojos derramaban compasión, y eso fue lo que hizo caer la venda que cubría mis ojos. Pude comprender, en aquel preciso instante, que los más pobres entre los pobres no lo eran por ser holgazanes u ociosos, sino que su condición de pobres tenía sus raíces en un modo profundamente erróneo de gobernar. Mis ciudades quizá fueran ensalzadas por su belleza, pero yo estaba siendo el principal artífice de una sociedad profundamente injusta.
En ese instante, Allâh Misericordioso, se compadeció de mí, y en mi corazón escuché una voz que dijo:
«No hay más rey que aquél que ama a cada una de las criaturas que yo puse bajo su cuidado.»
Las lágrimas brotaban de mis ojos cual niño desconsolado, no pudiendo soportar el dolor que en mi pecho causaba el sufrimiento ocasionado a cada una de aquellas personas a las que había hecho arrestar. ¡Allâh se apiade de mi alma!
En verdad que no hizo falta que mi maestro pronunciara sermón alguno ni me diera consejo explícito. Allâh le había dado sabiduría… la sabiduría que me faltó a mí para comprender que no había sido yo el artífice de la belleza y el esplendor de mi reino, sino que eran las gentes que poblaban mis dominios las que, en verdad, hacían posible un escenario tan hermoso. Era gracias a los hombres y mujeres que labraban los campos, a las personas que cuidaban de las flores en los jardines, a las que limpiaban las calles, las que cocían el pan, a aquellos que confeccionaban tapices, a los que hacían pocillos y tinajas, los que fabricaban enseres… gentes en su mayor parte humildes, que apenas podían sacar adelante a sus familias con los pocos felús que obtenían por sus servicios… era gracias a todos ellos, merced a su trabajo y esfuerzo, que mi reino era hermoso.
Permanezco aquí, en estas calladas montañas, como humilde testigo de sus noches estrelladas, donde fui honrado con la dicha de Su Presencia en una gloriosa mañana de primavera. Mas, a pesar del exaltado encuentro, nada me ha hecho olvidar las palabras que mi amado maestro y mentor me repitió en tantas ocasiones:
«La verdadera inteligencia no está en lo uno sabe, sino en lo que es capaz de aprender.»
…Y decidí aprender.
Adaptación de Marta Ventura (2024).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
Uno de los transmisores sufíes de esta leyenda, el reconocido Idries Shah, comenta al final de su versión de este relato que,
Después de esto, Bahaudín abandonó su trono. Está enterrado cerca de Kabul, en Afganistán, donde se le considera como uno de los más grandes sheijs sufíes. Todos se detienen cuando pasan por su santuario, y esta lección nunca ha sido olvidada. (Shah, 1989, p. 169)
Por desgracia, esta lección no la llegaron a aprender los ideólogos del neoliberalismo, doctrina política y económica responsable no sólo de la destrucción de las clases medias a nivel global de los últimos 40 años, sino también de la precarización de las clases trabajadoras al punto de no poder sobrevivir ni siquiera teniendo un puesto de trabajo (Martínez-Rodríguez, 2020).
Desde el pensamiento único neoliberal (Ramonet, 1995), basado en un individualismo y una competencia a ultranza, se considera que el sistema social y sus estructuras de poder no son responsables de la pobreza y la vulnerabilidad de determinadas capas sociales e individuos. Este pensamiento único –basado en el «There is no alternative» de Margaret Thatcher– pone toda la responsabilidad en el individuo, diciendo que si no es capaz de competir económicamente no debe esperar ayuda social de ningún tipo. De este modo engrana con la trasnochada, cruel e inhumana filosofía del darwinismo social –tiempo ha desechada en las ciencias sociales– que vendría a decir que el que no sea capaz de «adaptarse» al medio social, tendrá que aceptar su «extinción».
Como señala Martínez-Rodríguez (2020),
En este contexto, las personas precarizadas tienen que competir entre sí para garantizarse cierta seguridad y un lugar en la sociedad, pues los gobiernos neoliberales delegan en los individuos la responsabilidad de buscar su seguridad (…), rompiendo de esta forma con el principio de responsabilidad compartida de una democracia. Esta situación produce una carga psicológica muy fuerte para las personas precarizadas que se creen en última instancia responsables de su situación (…), llegando a autoculpabilizarse de su vulnerabilidad material y psicológica. (p. 7)
Sin embargo, la narrativa neoliberal es un «invento» con el cual se ha intentado conservar intactas las estructuras de poder del sistema capitalista, unas estructuras que favorecen los intereses de muy pocos individuos y no de la sociedad en su conjunto. Como señala el economista austriaco Christian Felber (2012), el capitalismo se legitima a sí mismo en la suposición de que «el egoísmo del individuo a través de la competencia conduciría hacia el bienestar del mayor número posible de personas» (p. 32). Pero, como señala Felber a continuación, «esta hipótesis es … fundamentalmente falsa. La competencia estimula sin duda el rendimiento de las empresas, pero ocasiona daños extremadamente altos a la sociedad y a las relaciones entre las personas» (ibid.), todo esto sin contar con los graves daños a los ecosistemas que ponen en peligro la sostenibilidad del planeta (Martínez-Rodríguez y Fernández-Herrería, 2017).
La realidad es que, como nos señalan las teorías de sistemas desde hace varias décadas, el individualismo y la competencia a ultranza no tienen cabida en un sistema complejo como el sistema social civilizatorio o como la propia Tierra; no, al menos, en un sistema complejo que pretenda perdurar en el tiempo. Y esto porque en los sistemas todo está interconectado con todo, y las infinitas interdependencias que permiten funcionar al sistema relegan a la irrelevancia los planteamientos individualistas y competitivos frente a planteamientos basados en la colaboración, la cooperación y el bien común. Sólo con éstos puede prosperar un sistema complejo y, como se ha demostrado, sólo con éstos puede darse un verdadero proceso evolutivo, pues la colaboración, y no la competencia, es el motor de la evolución. Como señaló la microbióloga Lynn Margulis (1995),
la visión de la evolución como una lucha crónica y encarnizada entre individuos y especies, distorsión popular de la idea darwiniana de la «supervivencia de los mejor dotados», se desvanece con la nueva imagen de cooperación continua, estrecha interacción y mutua dependencia entre formas de vida. La vida no ocupó la Tierra tras un combate, sino extendiendo una red de colaboración por su superficie. Las formas de vida se multiplicaron y se hicieron cada vez más complejas, integrándose con otras, en vez de hacerlas desaparecer. (pp. 48-49)
En última instancia, y por resumir, las causas de la pobreza no se hallan en modo alguno en el individuo aislado, sino que son defectos estructurales de todo el sistema social y, por tanto, deberán abordarse sistémicamente, analizando las deficiencias del sistema en su compleja globalidad. Y, mientras tanto se resuelve el problema, el sistema social tendrá que ayudar a sobrevivir y prosperar a sus elementos (individuos) más vulnerables… si en tanto que sistema global quiere tener un futuro.
Esperemos que, al igual que Bahaudín, los ideólogos, políticos y economistas del neoliberalismo –y, más allá incluso de ellos, los del ultraliberalismo y el anarcoliberalismo– decidan aprender de las teorías de sistemas… como lo hizo Bahaudín con la ayuda del sabio sufí.
Fuentes
- Felber, C. (2012). La economía del bien común. Bilbao: Deusto.
- Margulis, L. (1995). Microcosmos: Cuatro mil millones de años de evolución desde nuestros ancestros microbianos. Barcelona: Tusquets Editores.
- Martínez-Rodríguez, F. M. (2020). ‘Working in the vegetable garden’ with Hortigas. A critical challenging neoliberal precarisation. Journal for Critical Education Policy Studies, 18(1), 1-33.
- Martínez-Rodríguez, F. M. y Fernández-Herrería, A. (2017). Is there life beyond neoliberalism? Critical socio-educational alternatives for civic construction. Globalisation, Societies and Education, 15(2), 135-146.
- Morlans, B. (2011). El rey Bahaudin, un príncipe poderoso. WebIslam. Recuperado el 2 Noviembre 2013 desde https://www.verislam.com/cuentos/65522-el_rey_bahaudin.html
- Ramonet, I. (1995). La pensée unique. Le Monde Diplomatique. Disponible en http://palimpsestes.fr/presidentielles2012/mobilisation/octobre/oct3/pensee%20unique.pdf
- Shah, I. (1989). Hazrat Bahaudín Shah. En Pensadores de Oriente (pp. 168-169). Barcelona: Editorial Kairós.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 12a: Eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color, el género, la orientación sexual, la religión, el idioma y el origen nacional, étnico o social.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Preámbulo – La situación global: Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables.
Principio 2b: Afirmar que, a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.
Principio 3b: Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable.
Principio 9: Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental
Principio 9b: Habilitar a todos los seres humanos con la educación y con los recursos requeridos para que alcancen un modo de vida sostenible y proveer la seguridad social y las redes de apoyo requeridos para quienes no puedan mantenerse por sí mismos.
Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.
Principio 10a: Promover la distribución equitativa de la riqueza dentro de las naciones y entre ellas.
Principio 12: Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.