El hombre amable y el tacaño

Pueblo Ainu – Japón y Rusia

 

Un hombre echó la red en el río y, cuando la recogió, vio que en ella había cierta cantidad de peces. Entonces llegó un cuervo y se posó cerca de él. Parecía tener hambre, pues miraba los peces, y el hombre se apiadó de él, de modo que, lavando en el agua uno de los peces, se lo arrojó al cuervo.

El cuervo se comió el pez con gran deleite y, poco después, volvió de nuevo hasta donde estaba el hombre. Y, aunque era un cuervo, le habló al hombre como lo hubiera hecho un ser humano:

—Te estoy muy agradecido por el pez que me has dado para comer. Si vienes conmigo, te llevaré hasta donde vive mi anciano padre y él te lo agradecerá también. Será bueno que vengas.

El hombre accedió y se fue con el cuervo y, dado que éste es un ave, iba volando mientras el hombre iba a pie. Tras recorrer un largo trecho, llegaron a una casa grande. El cuervo entró en la casa, de modo que el hombre también lo hizo. Y, cuando volvió a ver al cuervo, le pareció que tenía el aspecto de una chica, aunque era un cuervo.

Había allí también un anciano y una anciana divinos, además de la chica divina. La chica era la que había llevado al hombre hasta allí.

—Te estoy muy agradecido –dijo el anciano divino–. Y como te estoy muy agradecido por darle un buen pez a mi hija para que comiera, le he pedido que te traiga aquí con el fin de gratificarte por ello.

Así habló en anciano divino.

Entonces, había un cachorro de oro y un cachorro de plata, y se los dio ambos al hombre, diciéndole:

—Si yo te diera tesoros, te resultarían inútiles, de manera que te voy a dar estos cachorros y vas a salir ganando, pues el cachorro de oro defeca oro y el de plata depone plata. Y así, te vas a hacer rico si vendes sus excrementos a los funcionarios. Lo entiendes, ¿verdad?

Y, tras despedirse respetuosamente, el hombre se fue con los dos cachorros, a los que llevó a su propia casa. Les daba un poco de comida de vez en cuando y, cuando el cachorro de oro defecaba, excretaba oro; y, cuando el de plata defecaba, excretaba plata. Y el hombre disponía de cuanto necesitaba vendiendo los metales.

Entonces, otro hombre, por aquello de la imitación, echó la red en el río y capturó un buen número de peces. Llegó el cuervo y el hombre embadurnó un pez en el barro y se lo echó al cuervo. El cuervo se largó con el pez, y el hombre lo siguió hasta que, al final, tras una larga caminata, llegó a la casa grande. Entró en la casa y se encontró con que el anciano estaba muy enojado.

—Tú eres un hombre de mal corazón –le dijo el anciano divino–. Le diste un pez a mi hija, pero se lo diste embadurnado de barro. Estoy muy enfadado. Sin embargo, a pesar de mi enfado, y dado que has venido a mi casa, te voy a dar dos cachorros. Si los tratas bien, te irá bien.

Así habló el anciano divino, y le dio un cachorro de oro y un cachorro de plata. Y, tras hacer una reverencia, el hombre se fue a su casa con los cachorros.

El hombre pensaba para sí: «Si les doy de comer mucho, defecarán mucho oro y mucha plata. Sería estúpido darles sólo de vez en cuando y que me dieran un poco de oro y un poco de plata cada vez. De modo que les daré mucha comida y me haré rico».

Y con esta idea en la cabeza, daba de comer mucho a los cachorros, pero les daba todo tipo de comidas, incluso porquerías. Sin embargo, los cachorros no defecaban ni oro ni plata. Lo único que defecaban era pestilente estiércol, de manera que la casa no se le llenó de otra cosa que de pestilente estiércol.

En cuanto al primer hombre que había recibido los cachorros del anciano divino, no les daba de comer otra cosa que comida saludable y buena, un poco cada vez, y los cachorros excretaban poco a poco oro y plata. Y nunca le faltó de nada.

 

Así, antiguamente, cuando los hombres querían hacerse ricos, debían tener el mejor corazón posible, porque los dioses se enfurecían con los que tenían mal corazón, por sus malas acciones. Por eso, porque se enfadaban con ellos, hasta un cachorro de oro no excretaba otra cosa que porquería. Y así, al hombre de mal corazón, la casa se le lleno de tanta porquería que ya nadie quiso entrar en ella.

Así que, ¡oh, hombres!, no tengáis mal corazón.

Ésta es la historia que me contaron.

 

Adaptación de Ishanashte, miembro del Pueblo Ainu (1886).

Dominio Público.

 

Comentarios

Este relato nos ofrece un ejemplo de la visión tradicional animista que el Pueblo Ainu tiene de la naturaleza. Desde la visión del mundo de esta cultura, casi todo en la naturaleza está habitado por espíritus a los que se les dispensa un trato divino. Así, plantas y árboles, ríos, lagos y montañas, y, cómo no, los animales, son tratados con un profundo respeto, aún en el caso de tener que darles muerte para el propio sustento.

El trato divino que los ainus dan a seres vivos y elementos o fenómenos aparentemente no-vivos de la naturaleza se basa en el concepto de kamui. Es éste «el término más importante y habitual a la hora de referirse a seres sobrenaturales con poder spiritual y naturaleza divina» (Yamada, 2001, p. 37). La mayor parte de los kamui están encarnados en el mundo fenoménico, pero hay unos pocos que no lo están, como el Kanto-kor Kamui (Señor del Cielo) o el Yuk-kor Kamui (Señor del Ciervo), que no tienen encarnación en el mundo real. Pero la mayoría de los kamui están encarnados en seres vivos, objetos y fenómenos naturales, como el Topak-chup Kamui (Deidad Brillante del Día), que está encarnada como el Sol, el Pikata Kamui (Deidad del Viento Sudoeste), Kim-un Kamui (Deidad que Habita la Montaña), encarnado por el oso, o el Poroshir-un Kamui (Deidad que Habita el Monte Poroshir), que es la divinidad de este monte (Yamada, 2001). Sin embargo, aunque los kamui disponen de poderes sobrenaturales, eso no convierte a los seres humanos en víctimas de sus caprichos, dado que los ainus consideran que el ser humano puede controlar esos poderes a través de su voluntad, y que los kamui y los seres humanos se pueden relacionar en términos de igualdad.

En resumen, como señala la profesora Takako Yamada, de la Universidad de Kyoto:

…el concepto de kamui no sólo conecta con la visión de plantas y animales de los ainus, sino que refleja también su ecología humana. Demuestra también que un dualismo complementario conforma sus fundamentos, y que el simbolismo de plantas y animales forma el núcleo de su cultura. Aquí, la cognición del mundo no significa la forma en que un ser humano individual percibe los fenómenos, sino que se entiende la cognición como la estructura interna de una cultura. (Yamada, 2001, p. 160)

Sobre el Pueblo Ainu se puede encontrar más información en la sección de «Comentarios» de otro relato de esta Colección, el titulado «El hombre que se transformó en un zorro», perteneciente a esta misma cultura.

El relato que se ofrece aquí procede de una transcripción literal traducida al inglés del original en lengua ainu. El relato fue contado el 20 de julio de 1886 por un ainu llamado Ishanashte, y fue recogido por el célebre japonólogo británico del siglo XIX, Basil Hall Chamberlain (1850-1935), en su libro Ainu Folk-tales (1888).

 

Desde la Colección de Historias de la Tierra queremos expresar nuestro más profundo agradecimiento a Lucía Gómez Carmona y Carmen Pérez Escobar, estudiantes del Máster de Cultura de Paz de la Universidad de Granada, por el trabajo de búsqueda y selección de historias que llevaron a cabo durante el curso 2020-2021, uno de cuyos frutos es la historia que se ofrece arriba.

 

Fuentes

 

  • Chamberlain, B. H. (1888). The kind giver and the grudging giver. En Aino Folk-tales, pp. 23-25. Londres: The Folk-lore Society.
  • Sari, I. A. L., y Putra, I. (2020). Narrative on Nature Conservation: A Comparative Study of the Folktales of Bali Aga and Ainu. KEMANUSIAAN: The Asian Journal of Humanities, 27(2), 59-78.
  • Yamada, T. (2001). The World View of the Ainu. Nueva York: Columbia University Press.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 7d: Internalizar los costos ambientales y sociales totales de bienes y servicios en su precio de venta y posibilitar que los consumidores puedan identificar productos que cumplan con las más altas normas sociales y ambientales.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Los retos venideros.- Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más.

Principio 1a: Reconocer que todos los seres son interdependientes y que toda forma de vida tiene valor, independientemente de su utilidad para los seres humanos.

Principio 2: Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor.

Principio 2b: Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

Principio 9a: Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.

Principio 10d: Involucrar e informar a las corporaciones multinacionales y a los organismos financieros internacionales para que actúen transparentemente por el bien público y exigirles responsabilidad por las consecuencias de sus actividades.

Principio 15: Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración.