El cuento de las arenas

Sufismo magrebí – Túnez

 

Un arroyo descendió desde el manantial donde había nacido en las montañas, atravesando bosques y quebradas, adentrándose en valles henchidos de frutales, dando de beber a árboles y plantas, humanos y animales. Sentía que su destino era apagar la sed y nutrir la vida de todos los seres con los que se cruzaba en su camino, y aquella sensación le proporcionaba un hondo sentido de satisfacción y plenitud.

Pero, un día, de pronto, el árido valle por el que discurría plácido se convirtió en un desierto, y sus aguas se estancaron y desaparecieron en las arenas.

Obstinado en proseguir su camino y cumplir con su destino, el arroyo lanzó sus aguas una y otra vez contra las arenas, empeñado en cruzar el desierto a toda costa. En el desierto, casi no había seres a los que apagar la sed y nutrir de vida, y aquello lo condenaba a una vida no sólo aburrida, sino carente de sentido. Pero, por mucho que lo intentara, sus aguas desaparecían casi de inmediato en las doradas arenas como por efecto de un hechizo.

Finalmente, escuchó una voz en su interior que le decía: «El viento cruza el desierto».

No supo si aquella voz, surgida de su interior, era la voz del propio desierto o la voz de su propio espíritu. Pero, sin darle tiempo a discernirlo, la voz volvió a hablar: «Si te empeñas en cruzar el desierto como cruzas las quebradas y los valles, tus aguas desaparecerán una y otra vez en las arenas, o bien te convertirás en una ciénaga».

«¡No, eso nunca!», pensó el arroyo, al que la idea de la inmovilidad y la de no poder ofrecer agua pura y cristalina a todos los seres le espantaba.

«Tendrás que abandonar tus viejas maneras de hacer, ver y entender las cosas para poder cruzar –prosiguió la voz–. Tendrás que hacerte uno con el viento para poder cruzar las arenas.»

«Pero, ¿cómo me hago uno con el viento?», preguntó el arroyo.

«Dejando que el viento te absorba», respondió serenamente la voz en su interior.

Aquello no le gustó al arroyo. Nunca antes había sido absorbido por nada, y temía perder su identidad. En realidad, su identidad –y su destino, que formaba parte de su identidad– era todo cuanto tenía en la vida.

«Pero, si el viento me absorbe, ¡dejaré de ser yo!», protestó el arroyo.

«Bueno… –dijo la voz condescendiendo– dejarás de ser el tú que eres ahora, pero ése no es tu verdadero tú. Tu verdadero tú es tu esencia, no tu forma. Cuando el viento te absorba, tu forma cambiará, pero tu esencia seguirá siendo la misma. No serás un arroyo, pero seguirás siendo agua, invisible, pero agua al fin y al cabo. Y, después, cuando el viento haya cruzado el desierto, lloverás desde el cielo y volverás a convertirte en un arroyo… o quizás en un río grande y caudaloso.»

Y el arroyo sintió en algún lugar de su interior que alguna vez había sido agua invisible, y pensó que, dadas las circunstancias, tendría que elegir entre eso o convertirse en una ciénaga. De modo que, buscando refugio en el regazo del sol, se dejó mecer por su calor hasta que, de pronto, sintió que estaba volando.

Y el viento le llevó en sus brazos hasta más allá de las arenas del desierto, hasta las montañas azules que había visto en la lejanía desde el árido valle. Y sintió de pronto que volvía a recobrar su aspecto líquido y cristalino, y se abandonó en una plácida y prolongada caída hasta alcanzar las quebradas, para recobrar su anterior forma de arroyo, en busca de nuevos horizontes y nuevos seres a los que apagar su sed y nutrir de vida. Pero, ahora, ya sabía cuál era su verdadera esencia y su identidad.

Mientras tanto, en la lejanía, el viento arrastraba las arenas del desierto y, en su rozadura con el suelo y entre ellas, las arenas cantaban entre murmullos: «Es nuestro destino dar a conocer su verdadera esencia e identidad a todo ser».

Es por ello que, entre los derviches, se dice que el modo en que el Río de la Vida vaya a continuar su viaje está escrito en las arenas.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda (2021).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Afirma Idries Shah, en quien hemos basado la actual adaptación, que este relato se difunde en muchas lenguas, aunque, normalmente, se cuenta entre los miembros de las órdenes místicas sufíes. Concretamente, Shah afirma que su versión procede de Awad Afifi el Tunecino, que falleció en 1870, de quien debió tomarla Sir Fairfax Cartwright para plasmarla en su libro Mystic Rose From the Garden of the King, publicado en 1899.

Aunque Idries Shah sitúa el nudo del relato en la individualidad y la esencia de los seres, en esta versión hemos optado por cambiar el concepto de individualidad por el de identidad, por sentir que se ajustaría mejor a la idea que se pretende transmitir. En este sentido, la historia encajaría a la perfección con las tesis del filósofo noruego Arne Naess (1912-2009), que desarrolló las tesis y el movimiento de la Ecología Profunda. Según Naess, para resolver la alienación del ser humano con respecto a la naturaleza, tenemos que dirigir nuestros esfuerzos hacia una identidad con la naturaleza, con el fin de integrarnos en los procesos naturales. Naess propugna una expansión de la propia identidad, pues, de este modo, la idea de entorno, de medioambiente, se hace innecesaria, dado que tú eres también tu entorno y debes velar por tus intereses. Y todo ello porque, a la hora de vincularnos con la vida y la naturaleza, la identidad individual se desarrolla mediante la interacción con seres y elementos de la naturaleza, tanto orgánicos como inorgánicos. De este modo, distanciarse de la naturaleza supone distanciarse de una parte de lo que el «yo» está compuesto, y esto trae una fractura de la identidad, y de ahí de su sentido de yo y del respeto por sí mismo.

 

Debemos expresar aquí nuestro sincero agradecimiento a Lucía Gómez Carmona y a Carmen Pérez Escobar, estudiantes del Máster de Cultura de Paz de la Universidad de Granada, por su trabajo de búsqueda y selección de relatos tradicionales para la Colección de Historias de la Tierra. Uno de esos relatos seleccionados es el que figura aquí.

 

Fuentes

  • Shah, I. (1969). The tale of the sands. En Tales of the Dervishes (pp. 23-24). Nueva York: E. P. Dutton & Co., Inc.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Principio 5e: Manejar el uso de recursos renovables como el agua, la tierra, los productos forestales y la vida marina, de manera que no se excedan las posibilidades de regeneración y se proteja la salud de los ecosistemas.

Principio 9a: Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.

Principio 16f: Reconocer que la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte.

El camino hacia adelante: El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón.