El hombre que se transformó en un zorro
Pueblo Ainu – Japón y Rusia
Un prestamista y comerciante de pieles y plumas discurría por un solitario camino en dirección a un grupo de aldeas, donde pretendía aprovisionarse de productos para su venta en las fortalezas comerciales del sur de la isla. Era un hombre sin escrúpulos, que mentía sin cesar para obtener los máximos beneficios y ventajas, y extorsionaba a los prestatarios cuando estos se encontraban en las situaciones más vulnerables. Su idea era pasar una semana en aquellas aldeas para, a continuación, ir a otra zona de la región a mentir y a extorsionar a otros con el fin de alimentar su codicia.
Pero sucedió que, mientras caminaba, pensando en voz alta en las mentiras que iba a contar y en cómo extorsionar mejor a la gente que le pidiera dinero prestado, escuchó un escalofriante y lastimero grito.
Pero… un momento… –pensó el prestamista– ¡Era él quien emitía aquel inhumano aullido!
«¿Qué está ocurriendo aquí?», pensó aterrado, mientras bajaba los ojos para contemplar su propio cuerpo, que ahora sentía extraño.
—¡Horror! ¡Me he convertido en un zorro! –intentó gritar, aunque sin poder articular palabras, saliendo únicamente de su garganta otro lastimero grito de zorro.
Espantado por lo que estaba viviendo, se ocultó entre los matorrales ante el temor de que algún perro pudiera llegar por el camino y dar cuenta de él. Pensó en volver a su casa, pero ¿cómo recorrer la ciudad con aquel aspecto sin ser víctima del ataque de cazadores o perros? ¡Lo matarían!
No podía ir a ningún lugar poblado por seres humanos, de modo que, finalmente, entre lágrimas, optó por sumergirse en las montañas.
Recorriendo el rastro que dejan los conejos entre los matorrales, se encontró de pronto con un enorme roble. Y, no teniendo otro lugar más recóndito donde calmar su atribulada mente, se acostó junto al tronco del árbol para, en última instancia, quedarse dormido.
Soñó que se encontraba ante la puerta de una enorme casa y que una especie de diosa salía por ella y le decía:
—¡Eres un ser malvado, un villano! ¡Por eso te has convertido en un demonio, en castigo divino por tus fechorías! ¿Cómo te atreves a venir a mi casa?
Pero resultó que la diosa del sueño no era otra cosa que el espíritu del roble a cuyos pies se había quedado dormido.
—Tienes suerte de que el cielo me confiara el papel de jefa de los árboles –continuó el espíritu del roble– y que no convenga que contamines mi suelo si mueres junto a mi casa. De modo que te convertiré de nuevo en hombre. ¡Pero endereza tu camino y no vuelvas a hacer fechorías a nadie a partir de ahora!
Y, entonces, una rama seca de la parte más alta del árbol se quebró y cayó sobre la cabeza del comerciante, que, despertando, constató aliviado que el sueño había sido realidad y que volvía a ser humano.
Tras arrodillarse ante el roble y deshacerse en lágrimas de agradecimiento, el hombre regresó a su casa y nunca más volvió a engañar ni extorsionar a nadie en su vida.
Adaptación de Grian A. Cutanda (2022).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
El Pueblo Ainu pertenece a una etnia bien diferenciada que habita las regiones más septentrionales de Japón, así como las Islas Kuriles y el sur de la Isla de Sajalín, en Rusia, desde hace al menos 5.000 años.
A diferencia de la etnia yamato, mayoritaria en Japón, los ainus tienen rasgos y características genéticas que los emparentarían con los pueblos actuales de Siberia, siendo una de sus características diferenciadoras más señaladas la abundancia de vello facial y corporal en los hombres. Este hecho llevó a los yamatos, de escasa pilosidad, a considerar a los ainus como una raza primitiva y bárbara.
De hecho, la discriminación racial contra los ainus en Japón tiene una larga historia y se centra en gran medida en su vellosidad. Tras la dependencia del comercio japonés establecida por el clan Matsumae durante el siglo XVII en las regiones pobladas por los ainus –al igual que ocurriera con los choctaws, los pawnees y los navajos en América del Norte como resultado del comercio con los europeos–, los ainu terminaron por sobreexplotar las poblaciones de ciervos y de salmones, de las que dependía básicamente su supervivencia, con el fin de, a través de su exportación para la demanda en Japón, obtener poder político y prestigio personal dentro de su comunidad (Walker, 2006). Esta dependencia del comercio japonés y la progresiva destrucción de su entorno y sus medios de subsistencia llevó a los ainus a una posición de subordinación social frente a los yamatos.
Con el tiempo, y como señala Muñoz González (2008),
Ante el bombardeo de imágenes negativas hacia la propia etnicidad, muchos hombres y mujeres ainu eligieron adoptar las costumbres japonesas y renunciar a la herencia cultural proveniente de sus ancestros. Los padres aprendieron a hablar japonés y dejaron de hablar ainu delante de sus hijos, y poco a poco fueron adoptando la forma de vestir y las costumbres wadyin. La idea de civilización promovida por los wadyin instaba a los hombres ainu a cortarse el cabello y las barbas y, tristemente, a sentirse avergonzados de la vellosidad de su cuerpo. (p. 111)
Finalmente, la vellosidad de los ainus se convirtió en un estigma que les convertía socialmente en «bárbaros», en una «raza inferior», llevando a la aculturización progresiva característica de muchos pueblos colonizados, sea por colonización militar o económica-comercial.
Otro hecho digno de reseñar de los ainus se halla en sus creencias animistas. Desde esta visión del mundo, todo en la naturaleza tiene un espíritu divino, un kamui –como se puede observar en la historia anterior en el espíritu del roble. Sin embargo, a diferencia de otras culturas animistas, no contemplan la figura del chamán como intermediario con tales fuerzas espirituales.
Acerca del concepto de kamui y de las ideas animistas del Pueblo Ainu se puede encontrar más información en otro relato ainu de esta misma Colección, titulado «El hombre amable y el tacaño».
Fuentes
- Chamberlain, B. H. (1888). The man who was changed into a fox. En Aino Folk-Tales, pp. 25-26. Londres. The Folk-lore Society.
- Muñoz González, Y. (2008). La literatura de resistencia de las mujeres ainu. México D. F.: El Colegio de México.
- Walker, B. L. (2006). The ecology of Ainu autonomy and dependence. En R. Maaka y C. Andersen (eds.), The Indigenous Experience: Global Perspectives, pp. 45-71. Toronto: Canadian Scholars’ Press.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 10d: Involucrar e informar a las corporaciones multinacionales y a los organismos financieros internacionales para que actúen transparentemente por el bien público y exigirles responsabilidad por las consecuencias de sus actividades.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Preámbulo: Los retos venideros.- Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más.
Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.
Principio 2b: Afirmar que, a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.
Principio 16f: Reconocer que la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte.
El camino hacia adelante: La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.