¿Quién habla por el lobo?
Pueblo Oneida-Iroqués – Estados Unidos
Casi al filo del círculo de luz que proyectaba el Fuego Central estaba el Lobo. Sus ojos reflejaban el resplandor del fuego con una fría luz. El Lobo estaba allí, mirando fijamente al fuego.
Un niño de ocho inviernos observaba al Lobo. Lo observaba tan inmóvil como el mismo Lobo, fascinado. Finalmente, el muchacho se volvió hacia su Abuelo, que calentaba sus viejos huesos junto al fuego, para aliviar los primeros fríos del invierno.
—¿Por qué el Lobo está allí quieto mirando al fuego?
—¿Por qué miras tú el fuego? –respondió el Abuelo.
El pequeño se acordó entonces de se había sentado allí cuando encendieron la hoguera y que, desde el primer momento, había estado contemplando las llamas… hasta que apareció el Lobo. Ahora, sin embargo, miraba al Lobo. Lo miraba porque era muy diferente de él y, sin embargo, también miraba al fuego; y no parecía tener miedo. Y era eso lo que el muchacho no comprendía.
Más allá del Lobo había una colina, lo suficientemente cerca del Fuego Central como para que el muchacho se sorprendiera al ver la tenue silueta del rostro de una Loba. Pero la Loba no miraba al fuego, miraba a la luna.
Loba-que-Mira-la-Luna se puso a cantar su canción, y de inmediato se le unieron otros lobos, hasta que, finalmente, Lobo-que-Mira-el-Fuego se puso a cantar también su canción. Los lobos cantaban a la Luna, y se cantaban unos a otros, y cantaban también para quien pudiera escucharles. En su canto, decían que la Tierra era un buen sitio donde vivir, hablaban de la inmensa belleza que nos rodea, y de cómo, a veces, esa belleza se nos hace presente con más facilidad en la Luna y el Fuego.
El muchacho escuchó y… y pensó que no quería hacer ninguna otra cosa en su vida salvo escuchar cantar al Lobo.
Al cabo de una larga y particularmente bella canción, Loba-que-Mira-la-Luna se calló, y sus hermanos y hermanas se unieron a ella en el silencio de una en una, hasta que la más distante, gritando «¡Estoy aquí! ¡No os olvidéis de mí!», dejó su espacio a la noche y se puso a observar, y a esperar. Lobo-que-Mira-el-Fuego se dio la vuelta y abandonó el claro, reuniéndose con sus hermanas y hermanos cerca de la colina.
—Pero, sigo sin comprender –insistió el niño–. ¿Por qué el Lobo mira al fuego? ¿Por qué se siente como en casa, estando tan cerca de nosotros? ¿Y por qué la Loba se puso a cantar en una colina tan cercana a nosotros, que no somos lobos?
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo –respondió el anciano–, y hemos aprendido a vivir juntos.
El chico parecía desconcertado. Atisbaba de algún modo lo que su Abuelo quería decir, pero no alcanzaba a comprenderlo plenamente.
El Abuelo guardó silencio por unos instantes, hasta que dio inicio a las cadencias de un canto; y el muchacho supo entonces, con satisfacción, que pronto lo comprendería todo, que conocería al Lobo mejor que antes, que sabría lo que había ocurrido entre el Lobo y nosotros.
—HACE MUCHO… HACE MUCHO… HACE MUCHO… –cantó el Abuelo, adaptando el ritmo al canto del Lobo, como algo adecuado en el bosque– HACE MUCHO…
“Nuestro Pueblo creció en número de tal modo que nos quedamos sin espacio. Enviamos a muchos jóvenes de entre nosotros en busca de un lugar nuevo donde el Pueblo pudiera ser-quien-era. Los jóvenes buscaron, y regresaron cada uno de ellos proponiendo un lugar distinto, cada uno de ellos convencido de que su lugar era el mejor.
“Y ASÍ FUE que el Pueblo tenía que tomar una decisión, sobre cuál de aquellos lugares sería el más adecuado.
“AHORA BIEN, EN AQUELLA ÉPOCA, había uno entre el Pueblo que era hermano del Lobo. Él era tan hermano del Lobo que cantaba con ellos sus canciones, y ellos le respondían. Era tan hermano del Lobo que sus cachorros le seguían a veces por el bosque, como si quisieran aprender de él.
“Y ASÍ FUE, EN AQUELLA ÉPOCA, que el Pueblo le dio a aquél un nombre especial. Le llamaron HERMANO DEL LOBO; y si alguien quería aprender acerca del Lobo, si alguien tenía curiosidad o quería aprender a cantar la canción del Lobo, se sentaba junto a él y le hablaba de su curiosidad, a la espera de una respuesta.”
—¿Es desde entonces que le cantamos al Lobo? –preguntó el muchacho ávidamente– ¿Fue él el que nos enseñó a hacerlo?
De pronto, el niño se tapó la boca con las manos para detener el torrente de palabras. Sabía que había interrumpido el Canto del Abuelo.
El anciano sonrió, y las arrugas de sus ojos hablaron de otros niños y de otros tiempos.
—¡Sí, fue él! –respondió– Desde entonces, muchos entre nuestro Pueblo han gustado de cantar al Lobo y de aprender a comprenderle.
—¿Y, desde entonces, nuestros cazadores aprenden a cantar al Lobo? –preguntó el chico al ver que a su Abuelo no le importaba que le hubiera interrumpido.
—Mucha gente aprende, no sólo los cazadores. Mucha gente aprende, no sólo los hombres –respondió el Abuelo con una expresión severa–. Pues, ¿no fue la Loba la que comenzó a cantar hace un rato? ¿Hubiera estado bien que sólo los varones de entre nosotros le respondieran?
El muchacho pareció contrariado. Deseaba mucho ser un cazador y aprender la canción del Lobo, pero sabía que las palabras de su Abuelo eran sabias. No sólo los cazadores aprenden la canción de Lobo.
—Pero has hecho que me desviara, y ahora no sé por dónde iba –le dijo el anciano–. Me gustaría terminar primero mi canción.
El chico se hizo para atrás y guardó silencio.
—COMO HE DICHO, el Pueblo buscó un nuevo lugar en el bosque. Escucharon con atención a cada uno de los jóvenes, mientras hablaban de colinas y árboles, de claros en el bosque y aguas caudalosas, de ciervos, ardillas y bayas.
“Escucharon para saber qué lugar podría ser más seco en tiempo de lluvias, qué lugar podría estar más protegido frente a los vientos del invierno, y dónde nuestras Tres Hermanas: el Maíz, las Judías y el Calabacín, encontrarían un lugar de su agrado.
“Escucharon y decidieron. Pero, antes de decidir, escucharon a cada uno de los jóvenes. Antes de decidir, escucharon también a todos y todas entre el Pueblo: al que sabía de las corrientes de agua, a la que sabía de la construcción de cabañas, al que sabía de las tormentas invernales, a la que sabía de las Tres Hermanas… A cada uno y una escucharon, hasta que llegaron a un acuerdo y el más Anciano entre ellos se levantó y dijo: ‘ASÍ SEA, PUES ASÍ ES’.
“‘PERO, ESPERAD’, advirtió alguien, ‘¿Dónde está Hermano del Lobo? ¿QUIÉN VA A HABLAR POR EL LOBO?’
“PERO EL PUEBLO HABÍA DECIDIDO, y su decisión era firme. De modo que enviaron primero un grupo para elegir el lugar de la primera Gran Cabaña, para limpiar el terreno para nuestras Tres Hermanas, para dar forma a la tierra para que el agua se desviara de los lugares donde pondríamos nuestras moradas, para que estuviéramos seguros en nuestras casas.
“Y ENTONCES VOLVIÓ HERMANO DEL LOBO. Preguntó por el lugar elegido, y dijo de inmediato que había que elegir otro lugar. ‘Habéis elegido el centro de una gran comunidad de Lobos’. Pero le respondieron que muchos del Pueblo habían partido ya y que no sería sensato cambiar, y que sin duda el Lobo nos dejaría espacio, del mismo modo que, en ocasiones, nosotros habíamos hecho con el Lobo. Pero Hermano del Lobo dijo: ‘Llegará un momento en que el lugar os parecerá demasiado pequeño para ambos, y entonces tendremos más trabajo que el que tendríamos que hacer ahora cambiando de lugar’.
“PERO EL PUEBLO CERRÓ SUS OÍDOS y no quiso reconsiderarlo. Cuando el nuevo lugar estuvo dispuesto, el Pueblo se levantó a una, tomó todo aquello que consideraba valioso y se encaminó finalmente hacia su nuevo hogar.
“PERO, CONSIDEREMOS LO QUE SE ENCONTRARON: en el nuevo hogar, los veranos eran frescos y estaba protegido en el invierno; había ríos caudalosos y bosques a nuestro alrededor, rebosantes de ciervos y ardillas; e incluso había espacio para nuestras Tres Hermanas queridas.
“Y EL PUEBLO VIO QUE EL LUGAR ERA BUENO, ¡Y NO VIO AL LOBO OBSERVANDO DESDE LAS SOMBRAS!
“PERO, CON EL PASO DE LAS SEMANAS, empezaron a verlo, pues alguien traía una ardilla o un ciervo y lo colgaba de un árbol, e iba en busca de algo donde guardar la carne, para encontrarse a la vuelta con que colgando del árbol ya no había nada, Y EL LOBO MERODEABA POR LOS ALREDEDORES.
“AL PRINCIPIO, nos pareció que aquello era un intercambio adecuado: algo de comida a cambio de un lugar donde vivir.
“PERO pronto se hizo evidente que la cosa iba más allá de eso, pues el Lobo se paseaba a veces entre las cabañas que habíamos construido, y las mujeres empezaron a preocuparse por la seguridad de sus pequeños. Reflexionando sobre esto, idearon un plan para llegar a un acuerdo con el Lobo, por el cual las mujeres se congregarían en un extremo de la aldea y dejaríamos comida para el Lobo y sus hermanos.
“PERO PRONTO SE HIZO EVIDENTE que aquello significaba demasiada comida y, por otra parte, el Lobo se hizo más audaz, pues entraba en la aldea en busca de comida, de tal manera que estábamos peor que antes.
“NO DESEÁBAMOS DOMESTICAR AL LOBO.
“Y, ASÍ, escuchando los lamentos de las mujeres, los hombres idearon un sistema mediante el cual algunos entre ellos estaban siempre alerta para no dejar entrar al Lobo en nuestro territorio.
“Y EL LOBO NO TARDÓ EN VOLVER A SU YO INDOMABLE.
“PERO pronto comprendieron que aquello requería demasiadas fuerzas, y que no quedaban fuerzas para los preparativos invernales, y el Largo Frío parecía ser más largo y más frío con el paso de los días.
“ENTONCES, los hombres se reunieron en consejo para tomar un rumbo diferente.
“VIERON que, ni proporcionando comida al Lobo, ni echándolo fuera, el Pueblo tenía una vida agradable.
“VIERON que el Lobo y el Pueblo no podían vivir juntos confortablemente en tan pequeño espacio.
“VIERON que era posible cazar al Pueblo Lobo hasta que no dejar ni uno.
“PERO VIERON TAMBIÉN que eso hubiera requerido de muchas fuerzas a lo largo de muchos años.
“VIERON, TAMBIÉN, que tal esfuerzo habría transformado al Pueblo, pues se habrían convertido en Asesinos de Lobos. De un Pueblo que tomaba la vida sólo para sustentarse se habría convertido en un Pueblo que tomaba la vida por no desplazarse un poco.
“Y PENSARON QUE NO QUERÍAN TERMINAR CONVIRTIÉNDOSE EN UN PUEBLO ASÍ, y uno de los Ancianos terminó dándole voz a lo que todos pensaban: ‘Parece que la visión de Hermano del Lobo fue más precisa que la nuestra. Vivir aquí requiere de más trabajo ahora que el que hubiéramos necesitado para elegir otro lugar’.”
El Abuelo hizo una pausa, utilizando la rodilla como tambor para mantener el ritmo del canto, y luego continuó.
—ÉSTE SERÍA EL SENCILLO RELATO DE UN PUEBLO QUE DECIDIÓ MUDARSE DE HOGAR TRAS EL INVIERNO,
“SI NO FUERA PORQUE EL PUEBLO APRENDIÓ CON ELLO UNA GRAN LECCIÓN,
“UNA LECCIÓN QUE NO OLVIDARÍAMOS,
“PUES, al terminar el consejo, uno de los Ancianos se levantó y dijo: ‘Aprendamos de esto para que nuestro Pueblo no tenga que volver a construir un hogar en vano, que no volvamos a pensar que ahorraremos energía para terminar perdiendo más energía de la que ganamos. Aprendimos a elegir lugares protegidos de las tormentas para no tener que reconstruir. Aprendimos a elegir lugares en los que no se acumulara el agua para no alimentar enfermedades,
“‘¡APRENDAMOS AHORA QUE TENDREMOS QUE TOMAR SIEMPRE EN CONSIDERACIÓN AL LOBO!’
“Y ASÍ FUE cómo el Pueblo ideó una forma para hacerse preguntas entre sí cada vez que hubiera que tomar una decisión sobre un nuevo hogar o un nuevo camino. Tendríamos que percibir el flujo de las fuerzas en cada nueva posibilidad, y discernir con claridad cuánto era suficiente y cuánto era demasiado.
“HASTA QUE, AL FINAL, alguien se levantaría y haría la antiquísima pregunta que nos hiciera recordar aquellas cosas que no veíamos con la suficiente claridad:
“DECIDME HERMANOS, DECIDME HERMANAS, ¿QUIÉN HABLA POR EL LOBO?”
Y así terminó el Canto del Abuelo… y la voz de mi padre se apagó.
—¿Aprenderá el chico a cantar con el Lobo? –le pregunté.
—Todos pueden hacerlo –respondió mi padre.
—¿Y el Pueblo recordó siempre la Pregunta del Lobo?
Mi padre sonrió.
—Lo recordaron durante mucho tiempo… mucho tiempo.
“Cuando llegaron los barcos de madera trayendo un Nuevo Pueblo, les observaron y vieron que lo que nosotros conseguíamos mediante mucha reflexión y tomando en consideración las necesidades de todos, ellos lo conseguían construyendo herramientas y transformando la Tierra; pensando mucho en el invierno, pero poco en el mañana. Nosotros no podíamos enseñarles a hacerse la pregunta del Lobo, pues ellos no entendían que el Lobo fuera su hermano. Sabíamos que a nosotros nos había llevado mucho tiempo hasta que llegamos a escuchar la voz del Lobo, y pensamos que ellos también aprenderían con el tiempo. Y, por eso, cuidamos de ellos… cuando pudimos… y los mantuvimos a raya… cuando debimos hacerlo… y les dimos tiempo para aprender.”
—¿Y aprenderán, padre? ¿Tú crees que aprenderán? –le pregunté.
—A veces, la sabiduría llega sólo después de una gran necedad. Aún tenemos la esperanza de que aprenderán. No sé si nuestro Pueblo todavía se hace la pregunta del Lobo. Sólo sé que, en el último Gran Consejo, cuando estuvimos debatiendo acerca de los Pequeños de los barcos de madera, y decidimos que sus costumbres y las nuestras podían coexistir, decidiendo por tanto dejarles vivir… sólo sé que alguien se levantó para recordar a todos que quizás había muchas cosas de los Pálidos que todavía no habíamos descubierto y aprendido.
“Un hombre se levantó y nos recordó lo que sí sabíamos de los Nuevos, que ellos creían que sólo había un camino correcto y que los demás eran todos erróneos. Se preguntó en voz alta si, cuando fueran fuertes, ellos serían tan pacientes con nosotros como nosotros lo habíamos sido con ellos. Se preguntó qué más podría ser cierto para ellos que nosotros aún no hubiéramos visto. Se preguntó de qué modo todas estas cosas, las que habíamos visto y las que aún no habíamos visto, afectarían nuestra vida y la vida de nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos. Y, entonces, para recordarnos todos los problemas que pueden surgir por la simple omisión de algo que no tuvimos en cuenta, miró fijamente, despacio, a toda la gente en el Círculo del Consejo y formuló la antigua pregunta:
“DECIDME HERMANOS, DECIDME HERMANAS, ¿QUIÉN HABLA POR EL LOBO?”
Adaptación de Paula Underwood (1984).
De Who Speaks for Wolf?, de Paula Underwood, 1984, San Anselmo, CA: A Tribe of Two Press. Copyright 1984 por Paula Underwood. Publicado con permiso.
Comentarios
Este relato es una adaptación magistral de la líder tribal (tribal elder) oneida Paula Underwood, con la cual pretendió preservar como un regalo para los hijos de la Tierra el legado que le dejara la abuela de su abuelo, Tsilokomah, la Guardiana de las Cosas Antiguas (Keeper of the Old Things), una tradición oral con más de 10.000 años de antigüedad, según ella.
Curiosamente, Paula Underwood participó como representante tribal en la Cumbre de Río de Janeiro de 1992, donde se discutió por primera vez de forma colectiva la posibilidad de crear una Carta de la Tierra, y posteriormente dirigiría un máster en estudios de paz en el mismo lugar donde tiene su sede la Carta, en la Universidad para la Paz de las Naciones Unidas, en Costa Rica.
Para Paula Underwood, las historias que había recibido de sus antepasados eran vehículos perfectos para la educación, al punto que para ella no eran otra cosa que “Learning Stories”, relatos que enseñan a vivir.
Fuentes
- Underwood, P. (2002). Who speak for Wolf? In Three Native American Learning Stories (pp. 13-41). Bayfield, CO: A Tribe of Two Press.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 3: Construir sociedades democráticas que sean justas, participativas, sostenibles y pacíficas.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Este relato de Paula Underwood cubre la totalidad de las categorías del pensamiento sistémico-complejo y las de los principios y valores de la Carta de la Tierra, por lo que sería capaz de ilustrar una gran parte del texto de la Carta de la Tierra. En este sentido, es un relato imprescindible en cualquier programa educativo donde se pretenda dar a conocer este documento.