El bebé medio jinn y el rey

Egipto

Hubo una vez un rey al que le encantaba navegar por el río Nilo al atardecer, cuando el Sol ilumina las aguas con destellos dorados. Un día, cuando se dirigía a atracar su embarcación en el muelle del palacio y estaba sumido aún en el hechizo dorado de los destellos en las aguas, vio a una hermosa joven echando la red cerca de la orilla.

         «No podría decirse que sea la joven más hermosa que haya visto en mi vida –pensó para sí el rey–, pero, ciertamente, tiene un atractivo especial. Me gusta.»

         Y, sin pensárselo dos veces, le dijo a su visir, que le acompañaba en el paseo:

         ―Entérate de si esa joven pescadora es soltera, está casada o es viuda.

         Al día siguiente, el visir llegó con la información requerida.

         ―La mujer está casada con un pescador humilde. Ambos están muy bien considerados entre sus vecinos.

         El rey hizo una mueca de disgusto.

         ―¡Qué lástima! –exclamó.

         ―¿Lástima? ¿Por qué, mi señor? –preguntó el visir– ¡Vos sois el rey, señor, y podéis poseer lo que se os antoje! Siempre podremos encontrar una manera de librarnos del marido.

         El rey miró al visir pensativo, con una sonrisa ladina en los labios.

         ―¿Qué podríamos hacer? –preguntó finalmente al visir bajando la voz.

         Al día siguiente, el pescador, un joven apuesto y fibroso, muy bronceado por el Sol, se presentó ante el rey.

         ―¿Qué queréis de mí, señor? –dijo inclinándose ante él.

         ―Quiero que me demuestres que eres realmente un buen súbdito, pescador –dijo el rey–. Un rey extranjero, con el que tengo mis diferencias, ha dicho que mis súbditos, en realidad, no me aman. Eso ha llegado a preocuparme, de modo que he pensado que lo mejor que podía hacer era poner a prueba el cariño de mi pueblo.

         ―¿Y cómo puedo yo demostraros mi afecto, señor? –preguntó el pescador.

         ―Quiero que me lo demuestres haciendo cosas imposibles.

         ―¿Cómo qué, señor?

         ―Quiero que mañana te presentes ante mí cabalgando y a pie, al mismo tiempo –dijo el rey, mientras el pescador abría los ojos, incrédulo.

         ―¡Pero, señor, eso no es posible! –objetó el pescador.

         ―Si no lo haces, te cortaré la cabeza –dijo el rey congelando la sonrisa.

         El joven pescador volvió con su mujer para contarle lo sucedido.

         ―No te preocupes –dijo ella–. Consultaré con mi hermana.

         Su hermana mayor, era una conocida vidente en aquella parte de la ciudad.

         ―El rey lo que quiere es llevarte a la cama, hermana –fue lo primero que le dijo la hermana–, y por eso quiere quitar de en medio a tu marido. Pero, no te preocupes. Yo te diré lo que has de hacer.

         Al día siguiente, el pescador entró en el salón de recepciones del palacio cabalgando una cabra y caminando al mismo tiempo. El rey no daba crédito a sus ojos. ¡El humilde pescador le había superado en ingenio!

         ―Veo que eres sagaz –dijo el rey sin poder ocultar su frustración–, y que me amas tanto como para desarrollar tanto ingenio –añadió recordando su excusa–. Pero tengo que someterte a otra prueba más.

         ―¿Otra? –preguntó desesperanzado el pescador.

         El rey asintió con la cabeza con suficiencia.

         ―Quiero que mañana te presentes ante mí desnudo y vestido a la vez –y añadió–. Si no lo haces, mandaré que te corten la cabeza.

         El pescador volvió apresuradamente a su casa a contarle a su esposa la nueva ocurrencia del rey.

         ―Ahora quiere que me presente ante él desnudo y vestido a la vez –dijo angustiado.

         ―No te preocupes –dijo ella frunciendo el ceño–. Hablaré con mi hermana.

         Al día siguiente, el pescador apareció en palacio vestido sólo con una red, que en modo alguno ocultaba su desnudez. El rey se incomodó enormemente, pero no tuvo más remedio que sonreír.

         ―Veo que me amáis mucho, cuando buscáis siempre la manera de complacer mis exigencias –dijo hipócritamente–. Pero tendréis que llevar a cabo una última prueba para demostrar vuestro amor por mí.

         El pescador se sintió desfallecer. «De ésta sí que no salgo», pensó para sí. Y el rey, siguiendo las indicaciones de su avieso visir, le dijo:

         ―Quiero que me traigáis a un bebé que cuente cuentos y formule acertijos.

         ―Pero… ¡eso es imposible! –protestó el pescador.

         ―¡Ah! –respondió el rey encogiéndose de hombros– Tenéis que demostrarme vuestro amor. Os va la cabeza en ello.

         El pescador llegó completamente abatido a su hogar.

         ―De ésta sí que no salgo –le dijo a su hermosa esposa hundiéndose en una silla.

         ―No te preocupes, querido –le dijo ella con ternura–. Hablaré con mi hermana.

         Cuando la hermana escuchó la última de las peticiones del rey, dijo:

         ―Sé de un bebé recién nacido que podría hacer eso. Es un bebé medio humano y medio jinn, hijo de un genio del desierto, y resulta que nació hace pocos días en una aldea cercana.

         A la mañana siguiente, el pescador se presentó ante el rey con un bebé en los brazos, y el rey, sintiéndose triunfante, soltó una tremenda carcajada.

         ―¡No querrás hacerme creer que algo tan pequeño es capaz siquiera de hablar! –le espetó.

         Pero el pescador no respondió, lo hizo el bebé.

         ―¡Salam aleikum, mi rey! –exclamó el bebé– ¡La paz sea con vos!

         El rey, con los ojos desorbitados, no era capaz de articular palabra.

         ―Permitidme, señor, que os cuente la historia de mi vida –dijo a continuación el bebé levantando una ceja–. Aunque actualmente soy un tipo acomodado, no siempre tuve riquezas, pues hace cuarenta años yo era tan pobre y miserable como este pescador. Peor aún, pues yo pasaba hambre.

         »Un día, estando sentado a la sombra de una palmera datilera, tuve hambre y comencé a arrojarle terrones de tierra a los racimos de dátiles de la copa, por ver si algún dátil se desprendía de ellos y podía calmar, al menos, mi hambre. Pero, por muchos terrones que arrojara a los racimos, no caía ningún dátil. Todo lo contrario. Estaban tan pegajosos que incluso los terrones de tierra se les quedaban adheridos.

         »Tantos terrones arrojé a lo alto, todos ellos quedándose pegados a los racimos, que, al final, había veinte fanegas de tierra en todo lo alto de la palmera.»

         ―Ciertamente razonable –comentó el rey, al que le encantaban los cuentos fantásticos–. Prosigue, pequeñín, prosigue.

         ―De modo que me hice con un arado y un buey, y pedí prestadas unas cuantas semillas de sésamo, y me subí a la palmera y aré la tierra y sembré; y luego vinieron las lluvias y la cosecha creció y creció, y me hice un bebé rico, y compré más tierras y contraté a laboreros, y heme aquí que, actualmente, no tengo grandes necesidades.

         ―¡Es increíble! –exclamó el rey maravillado con el bebé.

         ―Pero tengo una espinita clavada en el corazón –añadió el bebé con un gesto triste.

         ―¿Qué es lo que te acongoja, pequeño? –preguntó el rey.

         ―Que, en la copa de la palmera, quedó una semillita de sésamo pegada a un dátil, y no he podido soltarla de allí para sumarla a mis cosechas.

         »De manera, gran rey –prosigiuó–, que heme aquí con un acertijo para vos. ¿Debería olvidarme de esa semilla de sésamo y seguir adelante con mi vida, o debería seguir obsesionado con ella?»

         Y el rey, que adoraba los acertijos, contestó:

         ―Por supuesto, pequeñín, que deberías olvidarte de esa semilla y seguir adelante con tu vida. ¡Eres un bebé rico! ¿Para qué quieres una minúscula semilla de sésamo? ¡Olvídate de ella!

         Y el bebé respondió desde los brazos del pescador:

         ―Pues aplicaos el cuento señor… y seguid vuestro propio consejo. Vos sois un rey, y disponéis de cuanto os viene en gana. Tenéis todos los placeres del mundo, y existen decenas de hermosas mujeres que, probablemente, se enamorarían de vos con sólo que os dirigierais a ellas con un poco de ternura y sensibilidad. De modo que olvidaos de lo que no podéis tener, ¡desprendeos de ello!

         El rey enmudeció de repente y se hizo un silencio pesado, mientras el soberano se tiraba de la esquina del bigote como reflexionando. Finalmente, esbozó una tímida sonrisa y dijo:

         ―En verdad que eres un bebé sorprendente. ¡Sea como dices!

         Y, dirigiéndose al pescador, añadió:

         ―Y tú, buen pescador, ve con tu mujer y sed felices.

         Pero el bebé medio jinn, desde los brazos del pescador, dijo aún:

         ―¡Oh, mi rey y señor! Si me permitís, me gustaría ofreceros aun un pensamiento más…

         ―Por supuesto, pequeño –respondió el rey–. Habla.

         ―Mi señor, tener no es tan importante como ser. Señor, no penséis tanto en tener como en ser, y sed un buen rey.

         Durante muchos días, el rey estuvo cabizbajo y reflexivo por las estancias del palacio, y dejaba ir la mirada en la lejanía en sus paseos al atardecer por el Nilo. Y dicen que, no mucho después, su carácter pareció cambiar, para convertirse en un rey verdaderamente amado por su pueblo, el rey que todos celebran ahora en Egipto como el mejor rey que jamás tuvieron

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Adaptación de Grian A. Cutanda (2020).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Ojalá que muchos gobernantes de nuestro planeta tuvieran ocasión de encontrarse con un bebé medio jinn –es decir, medio genio de la lámpara– que les hiciera ver sus actos despóticos, sus tropelías, sus arbitrariedades y sus decisiones inmisericordes.

 

Fuentes

  • Meade, E. H. (2001). The Moon in the Well: Wisdom Tales to Transform Your Life, Family and Community. Chicago, IL: Open Court.

  • Meade, E. H. (2012). The Sesame Seed and the Date Palm Tree. Spirit of Trees: Educational resources website. Recuperado de: http://spiritoftrees.org/the-sesame-seed-and-the-date-palm-treeWhy Monkeys Live in Trees and Other Stories from Benin. Evanston, IL: Curbstone Books.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Preámbulo: Los retos venideros.- Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Principio 13e: Eliminar la corrupción en todas las instituciones públicas y privadas.

Principio 16f: Reconocer que la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte.

El Camino Hacia Adelante.- La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.