El ratón de ciudad y el ratón de campo

Grecia Clásica

Había una vez un ratón que vivía en el campo y que se sentía dichoso por tener cuanto necesitaba para vivir. Sin necesidad de trabajar, podía disfrutar de las semillas que el campo le daba y de las frutillas silvestres que crecían en distintas épocas del año en árboles y arbustos. Además, disfrutaba de un acogedor agujero en un roble, donde estaba al abrigo de las lluvias del otoño y de los vientos fríos del invierno. Y, como disponía de mucho tiempo libre, disfrutaba de lo que la vida le daba a diario, entrecerrando los ojos bajo el calor del Sol en las primeras horas de la mañana, bañándose al mediodía en los burbujeantes arroyos o retozando al atardecer en los musgos más mullidos del bosque.

         Un día vino a verle un primo suyo de la ciudad, un tipo algo nervioso e hiperactivo. El ratón de campo le mostró la zona y le invitó a comer en su casa, pero se sorprendió al ver que su primo, el ratón de ciudad, lo miraba todo con desaprobación. Incluso, cuando le ofreció un montoncito de semillas de avena silvestre, dos moras y una nuez, el ratón de ciudad, lo miró todo con desdén y dijo:

         ―Muchas gracias por todo lo que me has mostrado y me ofreces, pero me sorprende que puedas ser feliz viviendo en estas condiciones, en un sitio tan aburrido, con un agujero tan pequeño donde vivir y comiendo cosas tan insulsas. ¿Por qué no vienes a mi casa en la ciudad? Verás que existe otra manera de vivir mucho más cómoda y gratificante.

         Pocos días después, el ratón de campo fue a la ciudad a ver a su primo. Éste vivía en una casa inmensa, pero, claro está, tenía que recluirse en un agujero tan pequeño como el suyo toda vez que alguno de los humanos que vivía en la casa hacía acto de presencia. Sí, disponía de un poco de gomaespuma robada de un sillón para echarse a dormir, pero no le veía la gracia a aquella cosa artificial, comparada con su lecho de musgo en el agujero del roble.

         ―¡Ven, vamos a comer algo! –dijo su primo dirigiéndose a la cocina.

         Ahí sí que se sorprendió el ratón de campo, al encontrar en un espacio más pequeño que un claro de bosque todo tipo de manjares y dulces. ¡Había hasta queso, y de distintos tipos y colores!

         Pero, en ese momento, apareció la dueña de la casa, y los dos ratones tuvieron que escabullirse rápidamente para que no les vieran. ¡Ni siquiera habían tenido ocasión de probar uno de aquellos quesos!

         Cuando la mujer se fue, volvieron a intentarlo, y esta vez consiguieron hincarle el diente a un trozo de pastel de queso con frambuesas. Pero, entonces, entró un niño en la cocina buscando algo que echarse a la boca, y los ratoncitos tuvieron que ocultarse de nuevo con el corazón galopando en su pecho.

         ―Bueno –dijo el ratón de ciudad cuando el niño se fue–, para comer estos manjares hay que esforzarse un poco, y a veces se pasa mal, es cierto, pero fíjate cuántas cosas deliciosas puedes probar aquí.

         Volvieron a salir al descubierto y, esta vez sí, pudieron disfrutar de distintos platos y sabores, aunque en todo momento con las orejas y los ojos dando vueltas en todas direcciones, atentos al más leve sonido o movimiento que pudiera indicar la presencia de algún peligro. Y, justo cuando comenzaban a pensar que ya no vendría nadie, la enorme cabeza de un gato emergió por el borde de la mesa de la cocina.

         Los dos ratones salieron corriendo despavoridos en dirección al agujero del ratón de ciudad, llegando justo a tiempo para no ser alcanzados por las garras del gato.

         Acurrucados en el fondo del agujero, veían cómo el gato les observaba desde la abertura, para introducir de vez en cuando la zarpa, tentando el espacio por ver si conseguía alcanzar a alguno de ellos. Con el corazón en un puño al ver el hocico del gato tan cerca, el ratón de campo le dijo al ratón de ciudad:

         ―Ciertamente, he comido muy bien, primo, pero no te tomes a mal lo que te voy a decir. Tienes todo cuanto cualquier ratón del mundo pudiera desear, pero el precio que hay que pagar por ello en sobresaltos, miedo y falta de libertad es demasiado alto para mí. Yo prefiero vivir una vida sencilla y tranquila, aunque no pueda disfrutar de los manjares que disfrutas tú; y, a cambio, disfruto de otros lujos que me da el campo y a los cuales tú no puedes acceder desde aquí.

         Y, cuando el gato se cansó de vigilarles y de meter la zarpa por el agujero, los dos primos se despidieron, y el ratón de campo volvió a su cálido agujero del roble.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda (2020).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Es ésta una adaptación de una fábula de Esopo (ca. 600-564 a.e.c.), figura muy conocida en la época de la Grecia clásica, pero de quien no se disponen demasiados datos fiables. De hecho, hay autores que dicen, incluso, que nunca existió, aunque la mayoría reconoce su existencia real. Dice la leyenda que murió muy joven, en Delfos, al ser despeñado desde las rocas Fedríadas por una turba encolerizada.

         No tenía que haber ido a la ciudad.

         Quizás habría que matizar en esta fábula de Esopo un detalle, puesto que habrá quien piense que este relato bien podría ser un mensaje encubierto para convencer a los sectores sociales más pobres para que no aspiren a las comodidades y el estilo de vida de las clases privilegiadas que detentan el poder. Y sí, ciertamente, esta fábula podría interpretarse de esta manera, si no fuera porque tal interpretación es la que haría otro «ratón de ciudad», pero con menos «lujos». Un «ratón de campo», convencido de su mayor «calidad de vida», probablemente no se plantearía una interpretación así, puesto que vería con claridad el mensaje que Esopo intentó transmitir con este relato, el mismo mensaje que nos deja la Carta de la Tierra en su principio 7f (véase abajo).

         En última instancia, si vamos más allá de lo meramente humano, por muchas injusticias que haya en el sistema civilizatorio en el cual vivimos, y nos fijamos en la Comunidad de Vida terrestre y en el propio planeta Tierra, tendremos que aceptar que un estilo de vida sostenible no podrá jamás basarse en la vida de lujo y consumo de la que hace ostentación nuestra descarriada civilización occidental.

 

Fuentes

  • Aesop (2005). The Town Mouse and the Country Mouse. En Aesop’s Fables (pp. 8-9). Planet PDF.

  • Esopo (2000). El ratón campesino y el ratón cortesano. En Fábulas de Esopo (p. 169). San José, Costa Rica: Educación y Desarrollo Contemporáneo.

  • Livo, N.J. (2003). The Town Mouse and the Country Mouse. En Bringing Out Their Best: Values Education and Character Development through Traditional Tales (p. 33). Westport, CT: Libraries Unlimited.Why Monkeys Live in Trees and Other Stories from Benin. Evanston, IL: Curbstone Books.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 7f: Adoptar formas de vida que pongan énfasis en la calidad de vida y en la suficiencia material en un mundo finito.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: La Tierra, nuestro hogar.- La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida. Las fuerzas de la naturaleza promueven a que la existencia sea una aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brindado las condiciones esenciales para la evolución de la vida.

Preámbulo: Los retos venideros.- Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más.

Principio 6c: Asegurar que la toma de decisiones contemple las consecuencias acumulativas, a largo término, indirectas, de larga distancia y globales de las actividades humanas.