Un lugar donde vivir
Islandia
Se dice de los troles que son unos seres horrorosos y que no son demasiado inteligentes… Bueno, eso se afirma de los troles varones, porque las troles sí parecen ser sobradamente astutas. Y así mismo se dice de los troles –varones y hembras– que son seres malvados por naturaleza. Sin embargo, hay quien afirma que tienen también su corazoncito y que sienten un conmovedor afecto por los animales. Hay quien dice incluso que, «Sí, son primitivos», pero que, en última instancia, «son unos incomprendidos». De hecho, todo parece indicar que los troles huyen de la civilización humana y que lo único que quieren es que les dejen en paz, disfrutando de la naturaleza, de los árboles, las plantas y los animales.
Por lo que cuenta la leyenda, algo así debió ocurrir a principios del siglo xiii de la era común en la pequeña isla de Drangey, en el norte de Islandia. Pues, al parecer, una comunidad de troles tomó refugio en ella intentando evitar el contacto con la civilización humana.
El caso es que, en el plazo de unos pocos meses, un buen número de hombres, de entre los que iban a la isla a cazar aves marinas y se descolgaban por sus acantilados en busca de huevos, comenzaron a despeñarse uno tras otro para encontrar la muerte entre las rocas besadas por las olas. Misteriosamente, las robustas sogas que utilizaban para descolgarse aparecían cercenadas como por efecto de una afilada hoja.
―Esto es obra del demonio… o de troles –el rumor comenzó a circular en las poblaciones vecinas al fiordo.
De modo que el Obispo de Hólar, Guðmundur Arason, conocido como Guðmundur Góði –Gudmundur el Bueno– decidió intervenir para cuidar de su grey.
Guðmundur –que habría sido declarado santo por la iglesia de no ser por su firme defensa de los desfavorecidos, que le había granjeado el odio de los señores de la región– había perdido a algunos de sus colaboradores en los abruptos acantilados de Drangey. Éstos habían ido a la pequeña isla en busca de aves y huevos por orden suya, pues en la iglesia se estaban quedando sin provisiones para atender a tantos pobres y mendigos como venían hasta Guðmundur solicitando caridad. Como no podía ser de otro modo en un santo obrador de milagros –más de cuarenta de ellos se le atribuían–, Guðmundur se sentía culpable por haber enviado a la muerte a aquellos compasivos hombres, de modo que decidió que, si en la isla de Drangey habitaba el demonio, iría él mismo a sacarlo de allí agarrándole por las barbas.
Así pues, Guðmundur se embarcó hacia la isla con unos cuantos sacerdotes, un nutrido grupo de asistentes, varias sogas y un barril de agua bendita; y, en cuanto llegó, sacó el hisopo y se puso a asperjar agua bendita en todas direcciones como si no hubiera un mañana.
Llegado el momento de descolgarse por los acantilados para bendecir las paredes de roca, por si el demonio se ocultara tras ellas, Guðmundur se ató fuertemente a la cintura una gruesa soga de tres hebras y se asomó al precipicio hisopo en mano, dispuesto a expulsar el mal de todos los rincones de la isla. Sus sacerdotes se pusieron a cantar himnos sagrados para sustentar el poder de sus milagros, y Guðmundur fue bendiciendo de uno en uno todos los precipicios de la isla, hasta llegar a un largo acantilado cóncavo cuyos pies estaban cubiertos de rocas. Allí se acumulaban los araos, los fulmares y los alcatraces, las pardelas y los pequeños frailecillos, con cientos de nidos y huevos a resguardo de la mano del hombre.
Guðmundur se descolgó por enésima vez y, cuando se hallaba a mitad de altura entre el borde del acantilado y el océano, algo sorprendente sucedió. Una enorme mano peluda emergió con un afilado cuchillo desde la mismísima pared de roca y, sin mediar palabra, comenzó a cortar la soga por la que sujetaban a Guðmundur desde la cresta del acantilado.
La primera de las tres hebras trenzadas de la soga saltó súbitamente, desentrelazándose, y los sacerdotes y los asistentes congregados en el borde del acantilado jadearon horrorizados. Pero la extraña mano con el enorme cuchillo no se detuvo, y continuó cercenando la soga hasta que la segunda hebra de la trenza se soltó, retorciéndose en torno a la única hebra que sujetaba aún el peso del santo.
Los arriba congregados dejaron escapar un lamento, mientras sus ojos parecían querer salirse de las órbitas, pues la mano peluda ajustaba ahora el filo de la hoja en las hendiduras de la tercera hebra. Pero, ¡oh, sorpresa!, por mucho que intentaba tajarla, aquella hebra se mostraba tan dura como una piedra, al punto que el cuchillo perdió su filo, y hasta se melló.
–¡Ah, malvados troles! –la concurrencia oyó gritar desde abajo al obispo Guðmundur– Pensabais que ibais a poder conmigo. Pero, previendo vuestras asechanzas y las del demonio, me traje una soga con una hebra empapada en agua bendita.
Y, entonces, se escuchó una voz grave emerger desde la pared del acantilado.
―¡Deja ya tus bendiciones, obispo Gvendur! –los troles le llamaban así porque no podían pronunciar bien su nombre– ¡Pues hasta los malos necesitamos un lugar donde vivir!
Guðmundur se detuvo en seco con el hisopo aun goteando. Lo que había dicho aquel trol no carecía de sentido. No sólo eso. Había conmovido algo en su interior, una compasión inexplicable, habida cuenta de que resultaba a todas luces extraño compadecerse de unos seres que habían dado muerte a tantos hombres.
―No hemos hecho otra cosa que defendernos –continuó el trol– y defender a nuestros animales de la rapiña de tus feligreses, que arrasan con todo cuanto hallan a su paso. Matando a nuestras aves y robando sus huevos, estáis acabando con toda posibilidad de alimento en la isla para vuestros descendientes.
Guðmundur pensó de pronto que los troles no debían ser tan mentecatos como afirmaba el saber popular, y guardó silencio durante unos instantes, reflexionando sobre las palabras del trol. Mientras tanto, sus seguidores contenían el aliento en el borde del acantilado, escuchando atónitos la conversación que tenía lugar en el abismo.
―Vamos a hacer un trato –dijo finalmente Guðmundur–. Vosotros tenéis que prometer que dejaréis de cortar sogas y que no daréis muerte a ninguno más de mis feligreses, y cumpliréis con esta promesa generación tras generación hasta el final de los tiempos. Y nosotros, los humanos, prometeremos dejaros en paz en este acantilado y sus alrededores. Os dejaremos en paz a vosotros, a vuestros descendientes y a vuestros animales, así como a sus nidos y huevos. Y cumpliremos con nuestra promesa generación tras generación hasta el final de los tiempos. ¿Estáis de acuerdo con el trato?
Y, tras unos segundos interminables, se escuchó la voz del trol diciendo:
―¡Estamos de acuerdo con el trato, obispo Gvendur!
Desde aquel día, aquella zona que quedó sin bendecir recibiría el nombre de Heiðnaberg, el Acantilado de los Paganos, y se dice que es el lugar donde más aves marinas anidan y donde más vida bulle de toda la isla, porque nadie se atreve a robar huevos ni a cazar aves allí.
Curiosamente, después de aquello, Guðmundur cambió sus hábitos toda vez que de bendecir lugares donde moraba el mal se trataba, pues siempre dejaba «un lugar donde los malos pudieran vivir».
Y así, su compasión se hizo legendaria en Islandia, aunque los poderosos de la región y la propia iglesia nunca consintieron el deseo popular de declararle santo.
Adaptación de Grian A. Cutanda (2020).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
A Guðmundur se le tiene por una especie de santo nacional en Islandia, si bien la Iglesia Católica nunca declaro su santidad. Y es bien cierto que tuvo graves y trágicas pugnas con los líderes de los clanes locales en el norte de Islandia, al parecer debido a que, de algún modo, a éstos les molestaba que cuidara de los más desfavorecidos en la región.
Guðmundur nació como hijo natural en el año 1161, y precisó de una dispensa papal para ser ordenado sacerdote por el hecho de ser hijo ilegítimo. Por otra parte, nunca se esforzó gran cosa en fortalecer la institución de la iglesia y, a diferencia de otros obispos, jamás buscó riquezas ni una vida acomodada. De hecho, denunciaba tales prácticas entre las jerarquías eclesiásticas. Es posible que todo esto también tuviera que ver en la decisión de no declararle santo tras su muerte, en 1237.
En cuanto a la Isla de Drangey, esta leyenda se cuenta muchas veces para explicar por qué, en la zona conocida como Heiðnaberg, el Acantilado de los Paganos, existe tan alta concentración de aves marinas y nidos de cría. Por otra parte, esta isla también es conocida por ser el lugar donde se ocultó durante tres años el protagonista de la Saga de Grettir, el famoso vikingo forajido Grettir Ásmundarson, el Fuerte (997-1031 e.c.), que había sido condenado a veinte años de destierro en castigo por sus matanzas.
La actual adaptación de esta leyenda abre una puerta a la interpretación del conflicto entre troles y humanos como una metáfora del rechazo de las doctrinas cristianas hacia todo lo natural como fuente de pecado, tanto lo natural externo –la propia naturaleza– como lo natural interno –las pulsiones naturales en el ser humano; rechazo que se ha visto aliviado en parte sólo recientemente con la encíclica Laudato si del Papa Francisco, «sobre el cuidado de la casa común», la Tierra.
Desde esta interpretación y perspectiva, el obispo Guðmundur, él mismo un hijo «natural», habría entrado en contradicción con la iglesia de su tiempo al dejar, según la leyenda y a partir de este episodio, un lugar donde vivir a aquellos seres del imaginario colectivo que, de algún modo, más relacionados estaban con la naturaleza. Una buena metáfora para hablar de reservas para la biosfera.
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Fuentes
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Furstenau, S. (2018). Bishop Guðmundur the Good. Icelandic Roots. Disponible en https://www.icelandicroots.com/post/2017/01/11/bishop-guðmundur-the-good.
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Malinauskaite, L. (2011). The amazing island of Drangey. Laura Malinauskaite Blog. Disponible en https://lauramalinauskaite.wordpress.com/2011/08/03/the-amazing-island-of-drangey/.
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Somvichian-Clausen, A. (2017). The eerie folktales behind Iceland’s natural wonders. National Geographic website (8 Agosto 2017). Disponible en https://www.nationalgeographic.com/travel/destinations/europe/iceland/folklore-myths/Why Monkeys Live in Trees and Other Stories from Benin. Evanston, IL: Curbstone Books.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 5b. Establecer y salvaguardar reservas viables para la naturaleza y la biosfera, incluyendo tierras silvestres y áreas marinas, de modo que tiendan a proteger los sistemas de soporte a la vida de la Tierra, para mantener la biodiversidad y preservar nuestra herencia natural.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Principio 2: Cuidar la comunidad de vida con entendimiento, compasión y amor.
Principio 5c. Promover la recuperación de especies y ecosistemas en peligro.
Principio 5e. Manejar el uso de recursos renovables como el agua, la tierra, los productos forestales y la vida marina, de manera que no se excedan las posibilidades de regeneración y se proteja la salud de los ecosistemas.
Principio 6a. Tomar medidas para evitar la posibilidad de daños ambientales graves o irreversibles, aun cuando el conocimiento científico sea incompleto o inconcluso.
Principio 6c. Asegurar que la toma de decisiones contemple las consecuencias acumulativas, a largo término, indirectas, de larga distancia y globales de las actividades humanas.
Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.
Principio 15: Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración.