Y Kytna se fue a buscar a su hija

Pueblo Koryák – Rusia

Kytna ya era anciana cuando sucedió todo. Vivía con su viejo marido y con su hija, ya adulta, en Kichiga, una pequeña aldea pesquera en el istmo de la Península de Kamchatka.

         Un día, la hija de Kytna, Ralinavut, salió a dar un paseo y no regresó. La buscaron por todas partes, y fueron a preguntar a otras aldeas y asentamientos cercanos, pero nadie la había visto, de modo que pensaron que debía haberse extraviado y haber muerto de frío en algún lugar apartado.

         Sin embargo, hubo una anciana de un asentamiento cercano que, llevándose aparte a Kytna, le dijo:

         ―¿Recuerdas la manada de lobos que ha estado merodeando por la zona en los últimos meses? –y, cuando Kytna asintió con la cabeza, continuó– Pues se fueron el mismo día que desapareció tu hija. Pocos días antes los conté, y eran 28 lobos y lobas. Cuando los vi pasar aquel día eran 29.

         Kytna comprendió de inmediato lo que la otra anciana le había querido decir, de modo que, a pesar de que todos en la zona daban por muerta a Ralinavut, ella siguió creyendo que su hija volvería algún día.

         Pasaron tres años, y Ralinavut no regresaba.

         Entonces Kytna tomó su tambor de chamana y estuvo tocando y cantando toda la noche, y al despuntar el día le dijo a su marido:

         ―Ralinavut no ha muerto. Está con una manada de lobos en el lejano norte, en un lugar llamado Talkap –y añadió–. Recordarás que, cuando ella se fue, había por aquí una manada de lobos. Pues, bien, fueron ellos los que se la llevaron.

         ―Pero, ¿te has vuelto loca? –le dijo su marido profundamente preocupado– ¿Cómo vas a ir tan lejos? ¡Desaparecerás en la tundra!

         ―No te preocupes –respondió Kytna–. No me perderé, y sé cómo voy a llegar a Talkap.

         Al día siguiente, Kytna partió de su casa antes incluso de que su marido despertara, y emprendió el camino. Pero, en cuanto caminó cien pasos, se transformó en una loba, y siguió caminando ágilmente sobre la nieve.

         Al anochecer se encontró con un campamento nómada de pastores de renos. Kytna recobró su aspecto humano y se dirigió al campamento, donde la recibieron con la habitual hospitalidad de las regiones árticas. Se sorprendieron al verla llegar caminando, y le preguntaron adónde iba… ¡a pie!

         ―Voy a Talkap, en el norte –respondió Kytna–. Voy en busca de mi hija, que se la llevaron los lobos.

         Los nómadas la miraron con extrañeza.

         ―Eso está muy lejos –dijo uno de ellos–. A pie no vas a poder llegar, abuela. Te daré uno de mis renos para que hagas el viaje.

         ―Me resulta más fácil ir a pie, de modo que seguiré caminando –respondió ella, generando una mayor extrañeza entre sus anfitriones.

         Al día siguiente, al despuntar el alba, Kytna prosiguió su camino; y, al igual que cuando partió de Kichiga, en cuanto dio cien pasos se transformó en una loba. El hombre que le había ofrecido el reno se había levantado pronto y la vio partir, de manera que vio su transformación.

         ―¡Por eso no quiso el reno! –exclamó.

         En su camino, Kytna se encontró con un lobo solitario.

         ―Hola, hermano –lo abordó Kytna–. ¿Te has encontrado con alguna loba extraña en alguna manada, más allá, en el norte?

         ―¿Te refieres a una loba que es al mismo tiempo loba y mujer? –respondió el lobo con otra pregunta– Sí, la vi más allá de Talkap, en una manada grande de 29 lobos. Me acogieron entre ellos un día, y vi que había una loba un tanto extraña en la manada. Supongo que te refieres a ella.

         ―Sí –dijo Kytna–, debe ser mi hija Ralinavut.

         ―¡Sí –exclamó de pronto el lobo–, así se llamaba aquella loba extraña de la manada que te digo!

         Tras darle las gracias y despedirse, Kytna prosiguió su largo viaje hacia el norte.

         Durante varios días recorrió grandes extensiones de tundra, cruzando zonas pantanosas y páramos pedregosos, vadeando ríos medio congelados y durmiendo bajo cualquier afloramiento rocoso o, en su carencia, entre los más tupidos matorrales. Pasó mucho frío, y llegó a la extenuación en muchas de sus jornadas, pero Kytna siguió caminando, a cuatro patas, pero caminando.

         Finalmente se encontró con un campamento de nómadas chukchis, que estaban pastoreando sus renos por la región, y se alegraron de encontrarse con alguien después de tantos días sin ver a nadie nuevo fuera del grupo. Le dieron de comer y, extrañados también, le preguntaron cómo una mujer tan mayor iba caminando por aquellos inhóspitos parajes.

         ―Vengo de muy lejos, en el sur –respondió, pero no quiso dar más explicaciones, sino que fue directo al grano–. ¿Sabéis si hay una manada de lobos por esta zona?

         ―¡Por supuesto! –dijo el que parecía ser el líder– Hay una manada grande de 29 lobos, ¡y estamos muy hartos de ellos, pues, en cuanto nos descuidamos, atacan a alguno de nuestros renos!

         ―Esos lobos se llevaron a mi hija hace tres años, y ahora vive con ellos –explicó Kytna como la cosa más natural del mundo–. He venido a ver si me la puedo llevar a casa.

         Pero los chukchis parecieron entender lo que decía.

         A la mañana siguiente, Kytna no espero al desayuno, sino que partió en cuanto estuvo dispuesta.

         No mucho después, llegó a un lugar donde una manada de lobos estaba saciando su apetito con un reno que habían cazado justo aquella noche. Kytna, que se había transformado de nuevo en loba en cuanto había perdido de vista el campamento chukchi, comenzó a caminar en círculo en torno a la manada, mientras se ponía a cantar como hacen los lobos:

Hay muchos lobos aquí comiendo reno,

entre ellos debe estar Ralinavut.

         En ese momento, a la loba Ralinavut se le erizó el lomo y dejó de comer. «¿Quién pregunta por mí aquí, en la tundra?», pensó.

         Kytna se acercó trazando otro círculo, y volvió a cantar de nuevo al viento:

Estos lobos son ladrones,

mi hija Ralinavut vive, y está aquí.

         Y la loba Ralinavut pensó: «¡Es mi madre, y me está buscando!»

         Intentando no llamar la atención, Ralinavut se dirigió hacia la zona donde se oía cantar a la otra loba, y cantó a su vez:

Mamá, ¿cómo me has encontrado?

Preferiría que no hubieras venido.

Hace mucho tiempo que soy una loba

y me han acogido en la manada.

         Kytna trazó un tercer círculo y cantó de nuevo:

Ralinavut, tú eres un ser humano, no una loba.

Y, como nosotras, tienes un nombre humano.

         Y Ralinavut ya no pudo contenerse más. Salió corriendo en dirección a su madre, gritando:

         ―Mamá, ¿por qué has venido?

         ―Porque te echaba de menos y mi corazón se estaba quedando helado sin ti –respondió Kytna–, y no me iré de aquí si no vienes conmigo, pues soy tu madre.

         »Ven, vámonos corriendo mientras no nos miran –le dijo en un susurro–. No lejos de aquí hay un campamento de chukchis. Ellos nos acogerán y podremos descansar unos días. Estoy muy cansada, pues he venido andando desde Kichiga.»

         Y Ralinavut aceptó la invitación de Kytna.

         No lejos del campamento de los chukchis, ambas adoptaron la forma humana y, cuando llegaron, el líder del grupo dijo:

         ―¡Oho, qué anciana más valiente! ¡No sólo ha vuelto, sino que ha sacado a su hija de la manada de lobos!

         Kytna le miró con la complicidad que da el compartir un secreto.

         Descansaron varios días, al cabo de los cuales Kytna decidió que había llegado el momento de partir y emprender el regreso a Kichiga. El chukchi se ofreció a llevarlas con los renos, pero Kytna declinó su ofrecimiento.

         ―Iremos andando –dijo–. Saldremos mañana muy temprano.

         Al día siguiente, poco antes del amanecer, partieron del campamento, bajo la atenta mirada de los chukchis, que exhalaron un suspiro de asombro cuando, a los cien pasos, Kytna y Ralinavut se transformaron de repente en dos lobas, escabulléndose rápidamente por el paisaje nevado.

         ―Por eso no querían ir en reno –dijo el líder de los chukchis–. Los lobos son mucho más rápidos.

         Días después, el marido de Kytna se sobresaltó al escuchar voces de alarma en Kichiga. Cuando salió de la cabaña vio cómo dos lobas se acercaban a la aldea, y pensó «Deben ser Kytna y Ralinavut». Pero la gente en la aldea estaba asustada:

         ―¡Rápido, esconded a los niños! –gritaban– ¡Vienen lobos! ¡Hay lobos entrando en la aldea!

         ―¡Dejad el alboroto! ¡No son lobos! –gritó el marido de Kytna– Son mi mujer y mi hija.

         Y, ante la sorpresa de la gente, añadió:

         ―Pensad un poco. ¿Acaso un lobo estaría tan loco como para entrar en la aldea a plena luz del día?

         Y, cuando volvieron a mirar en dirección a las lobas, se encontraron con Kytna y su hija, que entraban sonrientes en la aldea.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda (2020).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

En esta adaptación hemos seguido el recorrido de la versión de Kira Van Deusen, la única versión que conocemos de un relato perteneciente a un pueblo tan remoto como el koriák. Y, como es evidente, nos encontramos con un relato relacionado con la tradición chamánica siberiana, donde sus más elevadas practicantes, en su mayoría mujeres, dicen ser capaces de transformarse en distintos animales.

         Desde la mentalidad occidental podremos aceptar o no afirmaciones tan espectaculares como éstas, pero haremos bien en dejar a un lado nuestro arraigado etnocentrismo para aceptar, al menos, que la cultura y las tradiciones de estos pueblos siberianos no sólo les han permitido sobrevivir en un entorno extraordinariamente hostil, sino también conectar profundamente con ese entorno y los seres que lo pueblan. En este sentido, y tal como pide la Carta de la Tierra en su Principio 8b, los koryáks han preservado unos conocimientos ancestrales que les han permitido sobrevivir en armonía con su medio ambiente, cosa que no hemos sabido hacer en Occidente.

         Como señala Van Deusen (2017),

Tanto mujeres como hombres son seleccionados por los espíritus de la naturaleza y por los antepasados para ser chamanes, como Kytna –sanadores, adivinos y líderes ceremoniales. (…) Celebran rituales que mantienen al pueblo en armonía con la naturaleza, comunicándose con los espíritus de sus antepasados y con seres o elementos de la naturaleza como los árboles, el cielo, las piedras, las montañas, los manantiales sagrados, los lagos y los ríos.

         Sin embargo, el chamanismo siberiano fue duramente perseguido por el régimen de la Unión Soviética, por lo que sus practicantes tuvieron que preservar su saber en secreto. Sólo tras la caída de la Unión Soviética, comenzaron de nuevo a hacerse celebraciones en público y, en estos momentos, muchos chamanes y chamanas ha recibido educación en universidades de Occidente y han tenido ocasión de difundir su legado (Van Deusen, 2017).

 

Fuentes

  • Van Deusen, K. (2003). How Old Woman Kytna Brought Her Daughter Home. En Cox, A. & Albert, D. (eds.), The Healing Heart: Communities Storytelling to Build Strong and Healthy Communities (pp. 35-37). Gabriola Island, BC: New Society Publishers.

  • Van Deusen, K. (2017). How Old Woman Kytna Brought Her Daughter Home. Healing Story Alliance. Recuperado de https://healingstory.org/how-old-woman-kytna-brought-her-daughter-home/Why Monkeys Live in Trees and Other Stories from Benin. Evanston, IL: Curbstone Books.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 8b: Reconocer y preservar el conocimiento tradicional y la sabiduría espiritual en todas las culturas que contribuyen a la protección ambiental y al bienestar humano.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Responsabilidad Universal.- El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.

Principio 12b: Afirmar el derecho de los pueblos indígenas a su espiritualidad, conocimientos, tierras y recursos y a sus prácticas vinculadas a un modo de vida sostenible.