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El viejo Joe y el carpintero
Estados Unidos (Apalaches)
El viejo Joe tenía un amigo con el cual había compartido las dichas y desventuras de toda una vida. Habían ido juntos a la escuela y habían cazado ranas juntos –para luego dejarlas ir– en Hickory Creek, y cuando se hicieron adultos y pensaron en casarse compraron unas amplias tierras entre los dos y montaron sendas granjas, una al lado de la otra. Tuvieron una vida feliz con sus esposas y sus hijos, hasta que ellas fallecieron y los hijos emprendieron su propia vida en otros lugares. Ahora, sólo se tenían el uno al otro, y sus granjas.
Pero un día ocurrió lo que nunca había ocurrido: tuvieron una discusión.
Fue una discusión de lo más tonto, por un ternero que se había extraviado y había aparecido en el terreno del amigo de Joe. Éste afirmaba que el ternero era suyo, pues incluso tenía las mismas marcas que su vaca favorita, y su amigo estaba convencido de que era de su propiedad. El caso es que la discusión fue acalorándose por momentos, dado que ambos eran muy testarudos, hasta que, al final, se cruzaron algunas palabras un tanto gruesas.
Hacía siete días que no se hablaban, y Joe no podía quitarse de la cabeza aquella estúpida discusión, alimentando a cada instante sus malos sentimientos contra el que había sido su amigo de toda la vida. Fue entonces cuando alguien llamó a la puerta de su casa.
Cuando Joe abrió la puerta se encontró con un hombre joven de algo más de treinta años, con un semblante sereno y confiable.
―Hola, soy carpintero –dijo el hombre en cuanto asomó Joe–. Estoy buscando trabajo. ¿No tendrá usted algo que recomponer o que construir? Yo puedo hacerle un buen trabajo.
―Pues, mira, sí –respondió Joe de inmediato–. Puedes hacer algo por mí, hijo.
Joe hizo pasar al joven carpintero y le llevó a la cocina. Le ofreció una taza de café y un trozo de bizcocho, se sentó delante de él con los brazos cruzados sobre la mesa, y dijo:
―Si miras por la ventana, verás que hay una granja al otro lado de un arroyo. Pues bien, ese arroyo no estaba ahí hace una semana. Mi vecino lo hizo hace un par de días para darme en las narices. Enganchó el arado a su caballo, se subió colina arriba y cavó un surco desde el estanque, de manera que ahora nos separa esa birria de riachuelo.
“Pues bien, quiero que hagas una cosa por mí –continuó Joe–. Yo tengo que irme ahora al pueblo a comprar algunas provisiones y materiales que necesito para la granja, y quiero que, cuando vuelva, me hayas hecho ahí fuera una valla de madera bien alta. Lo suficientemente alta como para que no tenga que volverle a ver la cara al idiota de mi vecino nunca más.”
―Muy bien –dijo el carpintero–. Si me da usted los tablones de madera y los clavos, yo tengo unas buenas herramientas en el caballo. Creo que puedo hacerle un buen trabajo, un trabajo del que no se arrepentirá. Se lo aseguro.
Así pues, Joe llevó al carpintero al almacén, le mostró los materiales y, acto seguido, se subió a su carreta y partió hacia el pueblo.
El carpintero estuvo trabajando sin descanso durante todo el día, tomando medidas, cortando maderas, encajándolas y claveteándolas, mientras Joe hacía sus menesteres en el pueblo y, entrada ya la tarde, se iba a la taberna a tomarse una cerveza y jugar una mano de póker.
Cuando volvió, con el sol sobre el horizonte, Joe detuvo su carreta, miró en dirección a la casa de su amigo… y se le cayó la mandíbula como si se le hubiera roto un resorte entre los dientes.
¡El carpintero no había hecho una valla, sino un precioso puente de madera, con pasamanos y todo, de un lado al otro del arroyo!
Y, justo en ese momento, su viejo amigo de toda la vida estaba cruzándolo en dirección a su granja, con una sonrisa de oreja a oreja y con los brazos abiertos, como pidiendo que le diera un abrazo.
―¡Mi viejo Joe! ¿Cómo has podido tener este detalle? –le dijo su amigo terminando de cruzar el puente– Perdóname. Me he convertido en un viejo gruñón obstinado. Me da igual de quién sea el ternero. Quédatelo. Lo único que quiero es que volvamos a ser amigos.
Los dos ancianos se fundieron en un abrazo, y Joe le dijo a su amigo al oído:
―Lo siento. No ha sido idea mía, sino del carpintero. Además, ese ternero es tuyo. No sé qué me pasó por la cabeza, viejo amigo. Lo único que quiero, yo también, es que volvamos a ser amigos. Olvidemos este mal sueño.
Y cuando se volvieron para darle las gracias al carpintero por lo que había hecho, se dieron cuenta de que ya había recogido sus herramientas y se había subido a su caballo para marcharse.
―¡Eh! ¡Espera un momento! –le dijo Joe– Entre los dos, seguro que tenemos un montón de trabajo para ti. Quédate con nosotros.
Pero el carpintero se echó a reír y les dijo:
―Sería divertido pasar unos días con ustedes, créanme. Pero no puedo…
Y tirando de las bridas de su caballo para que diera la vuelta, añadió:
―Tengo muchos más puentes que construir.
Adaptación de Grian A. Cutanda (2019).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
Este relato lo registró en 1951 Manly Wade Wellman, tal como se lo contó un anciano llamado Green, un cazador de abejas que vivía cerca de Bat Cave, en el condado de Henderson, Carolina del Norte.
La caza de abejas es una especie de arte que se practicaba antaño para localizar colonias de abejas silvestres. Para ello, se capturaban y marcaban tres abejas obreras, y luego se las liberaba para establecer, desde los tres puntos de partida y por trigonometría, la dirección en la que se encontraba la colmena, así como la distancia hasta ella. En la zona de los Apalaches, la caza de abejas fue una ocupación realmente seria y valorada para obtener miel e, incluso, para capturar colmenas silvestres con el fin de domesticarlas.
Fuentes
- Beeline (beekeeping) (2018, January 6). In Wikipedia. Retrieved from https://en.wikipedia.org/wiki/Beeline_(beekeeping).
- DeSpain, P. (1993). Old Joe & the carpenter. In Thirty-Three Multicultural Tales to Tell (pp. 13-14). Little Rock, AR: August House.
- MacDonald, M. R. (2005b). Old Joe and the carpenter. In Peace Tales: World Folktales to Talk About (pp. 76-78). Little Rock: August House.
- Ramsden, A. (2011, May 12). Old Joe and the carpenter. Prodigal Kiwi(s) (Blog). Retrieved from https://prodigal.typepad.com/prodigal_kiwi/2011/05/a-story-called-old-joe-and-the-carpenter.html.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 16a: Alentar y apoyar la comprensión mutua, la solidaridad y la cooperación entre todos los pueblos tanto dentro como entre las naciones.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Principio 16b: Implementar estrategias amplias y comprensivas para prevenir los conflictos violentos y utilizar la colaboración en la resolución de problemas para gestionar y resolver conflictos ambientales y otras disputas.