En busca del sol

Etnia Han – China (y medio mundo)

 

En tiempos a los que la memoria casi no alcanza, hubo una joven pareja que vivía en una pequeña aldea. Él se llamaba Liuchun y araba la tierra, en tanto que ella, Huiniang, tejía ropa en su telar. Su vida, aunque no era fácil, les permitía subsistir con todo cuanto podían necesitar, hasta el punto que estaban esperando el nacimiento de un hijo.

         Una mañana, Liuchun unció su buey al arado y partió de casa con la intención de arar los campos para la próxima cosecha, mientras Huiniang se quedaba en casa tejiendo unas mantas para una familia de un pueblo cercano. Liuchun apenas había comenzado a arar el campo cuando el buey, súbitamente, se detuvo. Liuchun le acució para que siguiera avanzando, pero el buey no dejaba de mirar al cielo con los ojos muy abiertos. Y, entonces, de pronto, un viento frío se levantó desde el este y unas nubes negras como la noche se elevaron en el cielo para, instantes después, ocultar el Sol y hacer desaparecer su luz por completo.

         Se hizo de noche en toda la región, y la gente no entendía qué podía estar pasando.

         Casi a tientas, Liuchun volvió con su buey hasta su humilde hogar y se encontró a Huiniang verdaderamente alarmada. «¿Qué podía haber ocurrido?», se preguntaban. Poco después, se reunían con el resto de sus vecinos en la aldea. Nadie sabía lo que había acaecido ni entendía por qué había sucedido aquello, de modo que, tras compartir sus preocupaciones y esperar durante el equivalente en horas al resto del día, por ver si volvía a salir el Sol, finalmente optaron por irse a dormir a casa.

         Pasaron los días y el Sol no volvía. Todo seguía oscuro, y cada vez hacía más frío. Las hojas de los árboles comenzaron a perder el color, mientras las flores de los campos se curvaban hacia el suelo y caían muertas. La gente no podía trabajar en los campos y, aunque pudieran hacerlo, de nada les iba a servir: sin Sol, no habría cosecha alguna que recoger. Y, poco a poco, la gente empezó a sentir que su alma estaba cada vez más oscura, y que sus sueños se poblaban de demonios y monstruos.

         ¿Qué habría pasado con el Sol?

         La respuesta les llegó de un anciano de 180 años que vivía en una cueva a mitad de camino entre la aldea y el pueblo. El anciano había dicho a quien quisiera escuchar que el Sol estaba en el fondo del Mar Oriental, que un señor oscuro, que encabezaba a un ejército de demonios y monstruos, lo había arrebatado y ocultado para imponer su dominio sobre todas las tierras, dado que el Sol impedía actuar a su ejército mientras su luz cubriera la tierra.

         La noticia acabó de derrumbar la moral de los aldeanos, pero Liuchun no se daba por vencido. Todos los días iba a visitar a sus vecinos con la intención de levantarles el ánimo, pero éstos se estaban sumiendo en los negros pensamientos y expectativas que demonios y monstruos, al parecer, les transmitían en sueños.

         —Cada vez hace más frío y, sin cosechas ni comida, pronto pereceremos –le decían unos.

         —¿De verdad crees que vale la pena vivir así? Sin el Sol estamos perdidos –le decían otros.

         Liuchun sufría mucho al escucharles decir aquello, y volvía a casa con la cabeza gacha.

         —¿Qué te pasa? –le preguntaba Huiniang.

         —Que la pobreza se está extendiendo por toda la región, quizás por todo el mundo, y nuestros vecinos no parece que vayan a aguantar mucho en estas condiciones –respondió Liuchun–. Por mucho que tú y yo mantengamos viva la esperanza y no nos rindamos ante la desgracia, sin ellos difícilmente podríamos sobrevivir. Sin Sol, ¿qué será de nuestro hijo, y de los hijos de nuestro hijo?

         Y, mirando a Huiniang con una mirada de determinación, añadió:

         —Tengo que encontrar el Sol y traerlo de vuelta.

         Huiniang se acarició la tripa y bajó la mirada sobre su ya abultado vientre para, a continuación, levantar los ojos y decirle a Liuchun:

         —Haz lo que tengas que hacer. No seré yo quien te lo impida. Y no te preocupes por mí –añadió–. Nuestros vecinos me ayudarán, con la esperanza que alimentarán sabiendo que alguien ha partido en busca del Sol.

         Al día siguiente, Huiniang se cortó un mechón del cabello, lo mezcló con hilo de cáñamo y con ello hizo un par de botas para Liuchun, y también le tejió un grueso abrigo de algodón para que le protegiera del frío.

         El día de la partida, al salir de casa, vieron un resplandor en el cielo, que fue tomando forma hasta convertirse en un fénix dorado. El ave, al llegar hasta ellos, se posó sobre el hombro de Liuchun.

         Éste, acariciando al fénix en el cuello, le dijo:

         —¡Mi querido fénix de oro, ven conmigo a buscar el Sol!

         El fénix pareció asentir con la cabeza y, entonces, Liuchun, tomando de la mano a Huiniang, le dijo:

         —No regresaré en tanto no encuentre el Sol. Y, si yo muriera en este empeño, háblale de mí a nuestro hijo y dile que la estrella más brillante del cielo es su padre, pues yo me convertiré en esa estrella para indicarle el camino al próximo buscador del Sol.

         Y, sin más, partió en dirección al este, con el fénix sobre su hombro y calzando las botas de cáñamo y cabellos que le había hecho Huiniang.

         Todos los días, Huiniang ascendía a la Colina de Baoshi para otear el horizonte, por ver si atinaba a ver a Liuchun de regreso. Pero pasaban las noches y Liuchun no regresaba. De vez en cuando, alguna vecina la acompañaba en su espera, hasta que al final todos pensaron que Liuchun no regresaría, y Huiniang se quedó sola en la colina.

         Finalmente, una de aquellas noches, Huiniang vio elevarse una estrella muy brillante en el cielo, por el este, y el corazón se le encogió al pensar que quizás Liuchun había muerto. Pero no fue hasta el día siguiente cuando lo confirmó, al ver llegar al fénix dorado. Éste, posándose a sus pies, bajó la cabeza con un profundo pesar, mientras Huiniang se derrumbaba desvanecida.

 

Cuando Huiniang recobró el conocimiento, su bebé había nacido ya. Le puso por nombre Baoshu, y tomó la determinación de que, con Sol o sin él, sobreviviría y cuidaría de Baoshu hasta que éste se convirtiera en un hombre digno de la memoria de su padre. Sin embargo, no tuvo que esperar mucho tiempo para eso, pues, por algún extraño y singular designio de los Cielos, Baoshu crecía de forma ostensible cada vez que soplaba el viento.

         La primera noche que sopló el viento Baoshu empezó a hablar, y a la segunda noche ya podía correr. Pocas noches y vientos después, vio a Baoshu convertirse en un hombre aguerrido y valeroso. Para entonces, Huiniang ya le había hablado de su padre y le había mostrado la estrella sobre el horizonte, en el este, de modo que, no mucho después, Baoshu le dijo a Huiniang:

         —Madre, déjame que vaya a buscar el Sol.

         Huiniang pensó que se le iba a quebrar el corazón. ¡Le quería tanto! Le miró con los ojos empañados en lágrimas y, por un momento, empezó a negar con la cabeza… pero se detuvo. Todas las aldeas y pueblos de la región se habían sumido en la pobreza. Todo el mundo estaba sufriendo en la región, e incluso había quien decía que el Sol había desaparecido en todo el país, en todo el mundo. «¡Cuánto sufrimiento, cuánto dolor!», pensó Huiniang. Quizás el extraño designio que había hecho crecer a Baoshu tan rápido era porque los Cielos le habían elegido para encontrar el Sol y traerlo de vuelta, reflexionó mientras se enjugaba las lágrimas.

         —De acuerdo, ve a buscar el Sol –se oyó a sí misma decir en un murmullo, mientras Baoshu sonreía y la abrazaba tiernamente.

         Huiniang volvió a trenzar un mechón de su cabello con hilo de cáñamo y volvió a hacer unas botas, y una vez más tejió un abrigo de algodón muy grueso para que protegiera a Baoshu del frío. Y, cuando salieron de casa para despedirse, el fénix dorado volvió a aparecer en el cielo y se posó sobre el hombro de Baoshu.

         —Querido hijo –dijo Huiniang–, cuando tu padre partió en busca del Sol, este fénix dorado vino y se posó sobre su hombro. Le acompañó en su viaje y, cuando murió, volvió aquí para darme la noticia. Ve con él, pues te indicará el camino, al igual que la estrella que es tu padre ahora. Síguela hasta el final y encontrarás el Mar Oriental, y en su fondo el Sol.

         Baoshu asintió con la cabeza y dijo:

         —Madre, por mucho tiempo que pase en mi viaje, por favor, no llores por mí nunca; pues, si aún estoy con vida, harás que mi corazón vacile y se quede sin fuerzas.

         Y Huiniang asintió también con la cabeza, prometiéndole que respetaría su deseo.

 

Baoshu partió en dirección al este, con el fénix dorado sobre su hombro y el convencimiento de que encontraría el Sol y lo devolvería al mundo. Escaló y descendió montañas, atravesó ríos y bosques, hasta que los espinos comenzaron a desgarrar el abrigo de algodón que su madre le había hecho. Cada vez hacía más frío, y cada vez el frío encontraba más huecos en su abrigo por donde escurrirse y helar su piel.

         Una noche, Baoshu llegó a una aldea, y la gente, extrañada, le preguntó adónde iba.

         —Voy en busca del Sol –les contestó.

         Los aldeanos se llenaron de gozo y esperanza, y viendo que su abrigo estaba hecho jirones y que en la pobreza en la que ahora vivían no podían darle nada, le hicieron un abrigo nuevo juntando las esquinas de los abrigos de todos los vecinos de la aldea.

         —Éste es el abrigo de las cien familias –le dijeron cuando lo terminaron–. No sólo te calentará el tejido, sino también nuestros corazones, que irán contigo en este viaje.

         Baoshu prosiguió su viaje con aquel entrañable abrigo, hasta que llegó a las orillas de un río tan ancho que ni siquiera el fénix podía cruzar volando. Pero aquello no arredró a Baoshu que, sin pensárselo dos veces, se arrojó al agua y nadó y nadó, luchando contra la corriente. Pero, cuando estaba a punto de alcanzar la otra ribera, un viento gélido sopló desde el este y el río se congeló, dejando a Baoshu atrapado en el hielo, mientras el fénix caía de su hombro al perder el sentido a causa del frío.

         Fue entonces cuando el abrigo de las cien familias mostró su amoroso poder, al mantener el calor corporal de Baoshu que, poco a poco, fue derritiendo el hielo a su alrededor. En cuanto liberó sus brazos, agarró al fénix y lo metió también en el abrigo, para finalmente quebrar el hielo de todo el río y alcanzar la orilla a salvo con el fénix.

         Algunas noches después, Baoshu llegó a otra aldea, y los aldeanos se congregaron a su alrededor. Una luz de esperanza se encendió en sus corazones cuando escucharon al joven decir que iba en busca del Sol. Sí, quizás él pudiera conseguirlo, pensaron al verle tan aguerrido y decidido. Antes de partir, un anciano de la aldea se le acercó y le dijo:

         —Hijo, nos hubiera gustado darte provisiones para tu viaje, dado que estás haciendo tan gran esfuerzo por tanta gente, incluidos nosotros, pero desde que el Sol desapareció estamos sobreviviendo a duras penas, y tenemos niños pequeños que alimentar. No obstante, hemos pensado que cada uno de nosotros podríamos darte un puñado de nuestra tierra. En ella cayeron las gotas de sudor de nuestros antepasados. Quizás ellos te puedan ayudar en un momento dado.

         El anciano tomó una bolsa y cada uno de los aldeanos introdujo en ella un puñado de tierra de la aldea. Finalmente, el anciano cerró la bolsa y se la entregó a Baoshu, que, tras juntar las manos e inclinar la cabeza en señal de agradecimiento, partió de nuevo en dirección a la estrella brillante de su padre.

         Y Baoshu escaló 99 montañas y atravesó 99 ríos más, hasta que llegó a una encrucijada y no supo qué camino tomar. Dos de los caminos se dirigían hacia el este, pero ¿cuál de ellos le llevaría antes al Mar Oriental? Por otra parte, el fénix dorado se había entretenido con otros pájaros en un bosque cercano, y no estaba allí para indicarle el camino que había tomado su padre. Pero, en ese momento, apareció un hombre de aspecto severo que le preguntó:

         —¿Dónde vas, hijo?

         —Voy en busca del Sol –contestó él.

         —Está muy lejos todavía –dijo el hombre negando con la cabeza–. Yo de ti me volvería a casa, pues tu aventura puede costarte la vida.

         Pero Baoshu sonrió y rechazó el consejo.

         —No me importa lo lejos que esté ni lo difícil que sea conseguirlo –respondió–. Encontraré el Sol, y no volveré a casa en tanto no esté brillando en el cielo de nuevo.

         —Pues, entonces, sigue este camino –dijo el hombre señalando el camino de la derecha–. Te encontrarás con una aldea un poco más adelante, donde podrás descansar antes de continuar.

         Pero en ese preciso instante apareció volando el fénix y, extrañamente, se abalanzó sobre el hombre, agarrándolo por los cabellos, picoteándole y golpeándole con las alas.

         Baoshu, con un movimiento súbito, apartó al fénix de un manotazo, pensando que quizás el ave había creído que le atacaban. A continuación, pidió disculpas al hombre y, dándole las gracias, continuó su camino por donde él le había indicado.

         El fénix, olvidándose del hombre de la encrucijada, se puso a volar delante de Baoshu, como intentando detenerlo, pero éste pensó que el fénix estaba molesto con él por haberle apartado tan bruscamente de aquel hombre, y no le prestó más atención.

         Súbitamente, el camino se hizo más llevadero; el sendero comenzó a llanear, ya no había despeñaderos ni ríos torrenciales que atravesar, y tampoco crecían ahora los espinos. Resultaba todo un tanto extraño, pero Baoshu continuó caminando hasta llegar a la aldea de la que le había hablado el hombre de la encrucijada.

         Le llamó la atención la extraordinaria altura de las casas, y también que los hombres fueran todos gordos, en tanto que las mujeres estaban todas muy delgadas.

         Cuando dijo que iba en busca del Sol, todos en la aldea parecieron estallar en júbilo, mientras lo llevaban a la plaza central y disponían una gran mesa y viandas, que todos los vecinos se apresuraban a traer desde sus casas para agasajarle.

         A Baoshu le resultó extraño que, mientras el resto de aldeas vivían en la escasez y la penuria, en aquella aldea tuvieran alimentos y bebidas como las que le habían servido para agasajarle. Pero estaba sediento, y lo primero que hizo fue tomar un cuenco de agua que le servían con la intención de beber hasta saciarse. Pero, cuando sus labios estaban a punto de entrar en contacto con el agua, el fénix pasó volando sobre él y lanzó una bota sobre el cuenco, que de inmediato comenzó a arder con lo que le había parecido agua.

         Al principio, Baoshu no comprendió lo que estaba pasando, pero de pronto se percató de que la bota era exactamente igual a las que su madre le había hecho antes de partir.

         «¡Es una de las botas de mi padre!», comprendió al fin.

         Con un gesto de furia, Baoshu arrojó el cuenco al rostro de los falsos campesinos y, abriéndose paso a empujones, huyó de la aldea por el mismo camino que le había traído allí. Al llegar nuevamente a la encrucijada, tomó el sendero que el hombre severo no le había indicado.

         Pero el camino se complicó de nuevo, y Baoshu tomó conciencia de que todos los contratiempos que había tenido a lo largo de su viaje habían sido provocados por los monstruos y los demonios de aquel señor malvado del Mar Oriental. Al saber que Baoshu había partido en busca del Sol, monstruos y demonios se habían transformado en montañas y ríos para entorpecer su camino, habían intentado congelarlo en aquel caudaloso río y habían intentado tenderle una trampa en aquella aldea, de la que había salido vivo gracias a la intervención del fénix dorado.

         «¡Oh, pobre fénix! –se dijo en su interior mientras le acariciaba el pecho sobre su hombro– ¡Y yo que pensaba que se había enfadado conmigo, cuando lo que intentaba era advertirme!»

         Pero, mientras tanto, los demonios y los monstruos no se habían quedado de brazos cruzados. Temiendo ahora más que nunca al joven Baoshu, se fueron en busca de Huiniang para, haciéndose pasar por vecinos de una aldea lejana, decirle que Baoshu había muerto al caer por un despeñadero. Pero Huiniang, recordando las palabras de su hijo, apretó los puños y las mandíbulas y se negó a llorar. Los malvados hicieron todo lo posible para que Huiniang llorará, pues sabían que, si lo hacía, Baoshu perdería su prodigiosa fuerza, pero Huiniang se mantuvo firme, sin soltar ni una sola lágrima, hasta que comenzó a sospechar que aquellos supuestos aldeanos forasteros eran en verdad demonios.

         Cuando, vencidos, al fin la dejaron en paz, Huiniang se subió a la terraza que había construido en la cima de la colina para otear el horizonte y ver si había alguna señal de que la luz del Sol estaba de vuelta, pues ésa sería la señal de que Baoshu estaría emprendiendo el camino de regreso. Con el paso de las semanas y los meses desde que Baoshu había partido, Huiniang había ido acumulando grandes piedras día tras día con el fin de elevarse cada vez un poco más y alcanzar a ver más lejos en el horizonte; de tal manera que, finalmente, había hecho lo que parecía casi una terraza artificial de rocas.

         Así pues, Huiniang oteó de nuevo el horizonte desde su atalaya, pero, por el momento, no había señal alguna de que el Sol estuviese de vuelta.

         Sin embargo, Baoshu ya no estaba lejos de alcanzar su objetivo. Después de escalar otras 99 montañas y atravesar otros 99 ríos, había llegado finalmente a una playa del Mar Oriental, sobre el cual brillaba la estrella de su padre. Pero, ¿dónde podría hallarse el Sol en tan inmenso y oscuro océano? Y, lo que se le antojaba más difícil aún: ¿cómo llegar hasta él?

         Y entonces se acordó de la bolsa de tierra que aquellos bondadosos aldeanos le habían entregado. Abrió la bolsa con la tierra de aquel pueblo y el sudor de sus antepasados y la vació en la orilla del mar. Y, de pronto, sopló un portentoso vendaval, al tiempo que una cadena de islas e islotes emergía del océano.

         Con los ojos muy abiertos, abrumado por lo que acababa de contemplar, Baoshu se echó a nadar de isla en isla, mientras el fénix le seguía desde el cielo. Al llegar a la última de las islas, supuso que el Sol debía encontrarse allí mismo, en las profundidades del mar, de modo que se zambulló y, a poco de sumergirse, encontró la entrada a una gran cueva de la que salía un intenso resplandor. ¡Había encontrado al Sol!

         Pero el señor oscuro y sus huestes de demonios y monstruos le estaban esperando, y pronto se entabló una feroz batalla que, desde el fondo del océano, ascendió hasta lidiarse en la playa de la última isla. El océano, quizás influido por el fragor de la batalla, se levantó como nunca antes lo había hecho, elevando olas que arrastraban a muchos de los demonios o se tragaban hasta el fondo a los monstruos. Todos, además de luchar entre ellos, se veían obligados a luchar contra las olas, que iban diezmando las huestes del señor oscuro con cada nueva arremetida.

         Finalmente, y viendo que el señor oscuro se estaba quedando sin aliento, el fénix dorado se abalanzó en picado sobre él y comenzó a picotearle la cara con dureza, hasta que una ola, pillándole desprevenido, se lo llevó al fondo del mar para siempre.

         En un principio, Baoshu pensó que había perdido a su amigo, pero, poco después, le vio emerger por detrás de una ola con las plumas goteando, pero listo para elevarse de nuevo en el cielo. Mientras tanto, los pocos demonios y monstruos que aún quedaban, al ver que su líder había caído definitivamente, emprendieron la huida, dejando a Baoshu y al fénix la victoria.

         En ese momento, el océano se calmó, y Baoshu decidió que no debía perder ni un segundo, a pesar de hallarse terriblemente herido y maltrecho por el combate. Se zambulló de nuevo en el Mar Oriental, entró en la cueva en la que se hallaba el Sol y tiró de él para sacarlo del océano. Y, una vez fuera, empujó con todas las fuerzas que aún le quedaban hasta hacerlo sobresalir por encima de la superficie del mar. Sin embargo, en ese momento, las fuerzas le abandonaron definitivamente, y Baoshu se hundió irremisiblemente en lo más profundo del Mar Oriental.

         El fénix al ver que Baoshu había muerto, se apresuró a situarse por debajo del Sol para sostenerlo sobre su espalda y, a continuación, con toda la fuerza de sus alas y de su corazón, consiguió elevarlo por encima del océano, poco a poco, hasta situarlo en lo más alto del cielo.

         Aquel día, Huiniang había subido como de costumbre a la cima de la colina, aunque esta vez no estaba sola. Sus vecinos, desde que supieron que los demonios y los monstruos habían intentado vencer a Baoshu haciéndola llorar, habían venido a acompañarla para defenderla de éstos. Y, mientras estaban allí, sobre las rocas de la terraza que había ido construyendo Huiniang con el paso de los meses, un rayo de luz abrió el cielo desde el este y, un segundo después, un resplandor cegador iluminó toda la bóveda celeste, arrancando brillos dorados en las nubes y devolviéndole el azul al espacio infinito tras ellas.

         ¡El Sol había aparecido!

         El fénix, aunque exhausto, no tardó en llegar, y se puso a danzar sobre la colina en su vuelo, en señal de júbilo por el bien de todos los seres en el mundo, pero con lágrimas en los ojos por la muerte de Baoshu. Cuando el fénix terminó su danza, descendió hasta posarse sobre el hombro de Huiniang. Fue entonces cuando ésta vio las lágrimas en sus ojos y comprendió que nunca volvería a ver a su hijo. No obstante, haciendo honor a la palabra dada, decidió contener sus lágrimas una vez más en su memoria.

         Desde entonces, el Sol se eleva por el este y se pone por el oeste todos los días, y tanto los seres humanos como el resto de la comunidad de vida que puebla el mundo viven con la certeza de que el Sol les dará luz, vida y calor cada día.

         Y hasta el día de hoy, cuando el Sol sale por el este, se puede ver una estrella muy brillante en el cielo, la estrella en la que se convirtió Liuchun, la estrella que anuncia la mañana. Y el dorado resplandor que rodea al Sol al emerger del mar no es otra cosa que el fénix dorado que, con las alas extendidas, lo envuelve y lo sustenta.

         Para conmemorar la hazaña de Baoshu, todas las gentes de la región unieron sus fuerzas para construir una pagoda en la colina donde Huiniang esperaba el regreso de su hijo, la colina de Baoshi Shan, y construyeron también un pabellón en el lugar donde el fénix había danzado en su triunfo y su pesar.

         En la actualidad aún se puede visitar la Pagoda de Baoshu (Baoshu Ta), así como el Pabellón del Regreso del Fénix (Laifeng Ting), en tanto que la plataforma que construyó Huiniang en la cima de la colina sigue siendo el lugar desde el cual se puede ver la salida del Sol, y recibe el nombre de la Plataforma del Primer Sol (Chuyang Tai).

 

Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2022).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Este relato procede de la etnia han, que comprende aproximadamente el 18% de la población mundial, por lo que se puede decir que es el grupo étnico más numeroso del mundo. De hecho, suponen el 92% de la población de la República Popular China y el 75% de la República de Singapur y, dentro de la República Popular China, constituyen la población mayoritaria en todas las provincias salvo en dos: Sinkiang, donde la mayoría es de etnia uigur en un 61%, en 2010, y Tíbet, donde la mayoría es de etnia tibetana en un 92%, en 2014 (Han Chinese, 2022).

         La denominación Han procede de la dinastía Han, segunda dinastía imperial china, que se desarrolló entre el 206 a.e.c. y el 220 e.c., y que constituyó la edad dorada de la historia china, legando una herencia cultural que aún perdura. Sin embargo, el origen de la etnia han se remonta mucho más atrás, hasta el Neolítico, a la confederación Huaxia, una alianza de tribus agrícolas que se formó en torno a las riberas del Río Amarillo, en el norte de China.

         A lo largo de dos milenios, estas tribus, que con el tiempo serían conocidas como la etnia han, se expandieron hacia el sur de China, absorbiendo en su camino a otras muchas etnias.

         En última instancia, el hecho de que la mayoría de la población en la República Popular de China sea de origen han ha llevado a que la identidad china se haya equiparado con la identidad y la cultura de la mayoría han, algo que suele ocurrir en los países donde hay una mayoría étnica abrumadora. Sin embargo, esta narrativa hegemónica ha estado propiciada desde el propio estado durante mucho tiempo. Esto ha generado problemas y tensiones interétnicas durante mucho tiempo; problemas que, de no abordarse a través de la adopción de una identidad nacional más inclusiva, podría dar lugar a una importante inestabilidad étnica a largo plazo (Irgengioro, 2018).

 

Agradecemos encarecidamente a Xueping Luo, estudiante de máster de la Universidad para la Paz de las Naciones Unidas, el impresionante trabajo realizado en la recopilación y traducción al inglés de esta y otras muchas historias de las 56 etnias existentes en la República Popular de China.

 

Fuentes

  • Han Chinese (12 Julio 2022). En Wikipedia. https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Han_Chinese&oldid=1097802516
  • Irgengioro, J. (2018). China’s national identity and the root causes of China’s ethnic tensions. East Asia, 35: 317-346.
  • Yao, B. (ed.). (2014). 中国各民族神话 (Mitos de grupos étnicos chinos). Editorial Shuhai.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 9: Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común.

Preámbulo: La Tierra, nuestro hogar.- La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras fértiles, aguas puras y aire limpio.

Preámbulo: Los retos venideros.- La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida.

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud.

Principio 3b: Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable.

Principio 4: Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras.

Principio 5: Proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos de la Tierra, con especial preocupación por la diversidad biológica y los procesos naturales que sustentan la vida.

Principio 9a: Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.

Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.