Payahadu el incapacitado
Pueblo Dai – China, Myanmar, Vietnam, Laos y Tailandia
Yanhadu era un joven bajito, deforme y ciertamente poco agraciado, que vivía en la cuenca del Menghun hace mucho, mucho tiempo. Sin embargo, siendo excepcionalmente sagaz, se había esforzado mucho desde la infancia para desarrollar siempre nuevas habilidades, con el fin de vencer los obstáculos que sus condiciones físicas le generaban. Así, entre otras cosas, terminó convirtiéndose, en un consumado artista marcial.
La cuenca del Menghun, donde vivía Yanhadu, disponía de una tierra fértil y de agua en abundancia, lo cual hacía la vida más fácil para sus pobladores, que rara vez perdían sus cosechas y pasaban necesidades alimentarias. Esto había provocado siempre las envidias de pueblos de regiones cercanas, que de vez en cuando intentaban apropiarse de la cuenca del Menghun y expulsar de allí a sus pobladores tradicionales dais.
Sin embargo, una primavera, un inmenso ejército de invasión se adentró por la cuenca del Menghun sin encontrar resistencia. El jefe de los dais en la región no sabía qué hacer, pues no disponían de jóvenes suficientes ni de armamento para enfrentarse a tan formidable fuerza invasora, de modo que veía cernerse sobre ellos los fantasmas del saqueo, de la opresión e, incluso, de la muerte, si alguien se atrevía a oponerse al invasor.
Finalmente, sin saber qué hacer, convocó una asamblea de habitantes de Menghun en la población más grande del valle, con la intención de ver si a alguien se le ocurría alguna idea ante el avance de los conquistadores. Durante horas estuvieron discutiendo, pero la gente, en su angustia y desesperación, no era capaz de acordar ninguna medida. Al fin y a la postre, ¿qué se podía hacer frente a un ejército invasor cuando no se disponía de fuerza alguna que oponerle?
Fue entonces cuando Yanhadu, subiéndose a un carro de bueyes para que todos lo vieran, gritó con todas sus fuerzas diciendo:
—¡Quizás yo pueda detenerlos! ¡Dejadme que lo intente!
Tras el silencio inicial que se difundió entre la multitud, siguió un rumor de desaliento, al constatar que quien había hablado era el «pobre» Yanhadu.
—Pero, ¿cómo vas a enfrentarte tú a todo un ejército? –gritó un vecino suyo entre la muchedumbre– Eres pequeño y deforme. ¿Has perdido el juicio? No estás capacitado siquiera para ir a parlamentar con ellos.
Los comentarios de su vecino habían sido ciertamente crueles, pero Yanhadu se había pasado toda la vida soportando comentarios como aquéllos, de modo que no se dejó vencer por el desaliento. «Al fin y al cabo, ¿qué otra opción tienen?», se dijo a sí mismo.
—Dejadme ir –gritó Yanhadu con una determinación que sorprendió a muchos–. Si tan incapacitado estoy, no vais a echar de menos mi presencia entre vosotros. ¿Quién necesita a un «inútil»?
Mucha gente, sobre todo las mujeres, sintieron una punzada de culpabilidad al reconocer que nunca se había tenido en cuenta a Yanhadu para poco más que verle pasar.
—Yo no temo a la muerte –continuó el joven intentando convencer a sus vecinos–, y quizás se me ocurra alguna buena idea para detener el avance del enemigo.
Y algunos entre la multitud, entre ellos el jefe, tuvieron que admitir que Yanhadu había dado muestras de ser listo, pues le habían visto superar durante años los contratiempos que sus discapacidades le causaban.
—Por mi parte, estoy de acuerdo –dijo finalmente el jefe–. Es evidente que no disponemos de otra opción y, en cualquier caso, necesitamos ganar tiempo.
Fueron muchos los que asintieron con la cabeza a las palabras del jefe, mientras, en el silencio que le siguió, se escuchó una voz decir:
—Quizás necesitemos un héroe… o un mártir.
Nadie más dijo nada.
De modo que Yanhadu abandonó la asamblea y se fue a su casa, se atavió con la ropa más impresionante que pudo encontrar en sus baúles y partió en la dirección por donde avanzaba el ejército de ocupación. Poco después, se plantó ante el formidable ejército enemigo, con su escasa estatura, su cuerpo deforme y su poco agraciado aspecto, sin siquiera un cuchillo al cinto para defenderse, y pidió que quería ver al jefe, ¡que quería desafiarle a un combate singular!
Los invasores que escucharon sus palabras, soldados fieros y aguerridos, se echaron a reír a carcajadas.
—¿Acaso los dais de Menghun son tan estúpidos que nos mandan a un inútil para hacernos perder el tiempo? –dijo uno de ellos, que parecía un oficial.
Pero, Yanhadu no se arredró ante el arrogante oficial.
—Nosotros los de Menghun somos fuertes, disponemos de los mejores caballos, y hemos pensado que, para evitar un baño de sangre, bastaría con que viniera yo a combatir con vuestro jefe.
Y añadió con tono de suficiencia:
—Además, sois vosotros los que nos estáis haciendo perder el tiempo, pues hasta que no os vayáis no vamos a poder sembrar tranquilos los campos para la nueva cosecha.
La ausencia de miedo en su semblante y tanta convicción en un héroe tan improbable como aquél sumió en la confusión al oficial y a todos los soldados que alcanzaron a escuchar a Yanhadu, de manera que se apresuraron en ir a contarle a su jefe, en los pabellones de retaguardia, lo sucedido con aquel joven bajito y deforme.
Poco después, llegó el jefe del ejército invasor aderezado con sus mejores aparejos de guerra; y, sin mediar palabra, con el fin de amedrentar a Yanhadu antes de comenzar, sacó una enorme espada y, de un solo tajo, abrió hasta la mitad un peñasco de la altura aproximada de un hombre que se encontraba al borde del camino. A continuación, enfundando la espada, se quedó mirando a Yanhadu impasible, sin abrir la boca, como diciendo: «Supera eso».
Y, entonces, Yanhadu, se aproximó renqueando hasta el mismo peñasco que el bárbaro había abierto en canal y, tomando las dos mitades con sus garras, las reventó y las convirtió con sus dedos en polvo y piedrecillas.
Cuando Yanhadu se volvió a mirar al ejército invasor, se encontró con una imagen inenarrable: el jefe bárbaro y los cientos de soldados que había detrás de él tenían los ojos abiertos como escudillas blancas donde se hubiera dejado caer una yema de huevo, y algunos incluso tenían la boca abierta como si se les hubiera desencajado la mandíbula.
—Pues bien –dijo Yanhadu con toda la convicción que pudo poner en su voz–, yo soy el más tonto y el más torpe de Menghun. ¿De verdad creéis que vais a poder resistir nuestra embestida?
Y, tras dejar un silencio para que todos asimilaran sus palabras, añadió:
—Volved a vuestras tierras y compartamos las cosas buenas de la vida en paz y como buenos hermanos. Y si, en algún momento tenéis problemas con vuestras cosechas o cae sobre vosotros alguna desgracia, os damos nuestra palabra de que os trataremos bien, os ayudaremos y seremos generosos con vosotros.
El jefe del ejército invasor, sumido en la confusión por lo que había visto, dio orden a sus tropas de volver a casa.
Y la gente de Menghun, cuando supo lo que había ocurrido, nombraron a Yanhadu su jefe y le pusieron por nombre Payahadu, para honrar su sabiduría y su bravura. Y, tras su muerte, convirtieron a Payahadu en un dios.
Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2022).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
El Pueblo Dai o Tai Lue hace referencia principalmente a diversos grupos étnicos de lengua tai que viven en la Prefectura Autónoma Dai de Xishuangbanna, en el sur de China, si bien existen numerosas poblaciones dai en Myanmar, Vietnam, Laos y Tailandia.
El entorno natural de esta prefectura, reconocido por la UNESCO como Reserva del Hombre y la Biosfera, constituye sólo el 0,2% del total de la superficie de China y, sin embargo, alberga el 20% de las especies del país, en unos ecosistemas tropicales y subtropicales que, en años recientes, se están teniendo que proteger ante el crecimiento económico y demográfico en la región (Sacred Natural Sites, 2017).
Una buena parte del motivo por el cual las tierras del Pueblo Dai constituyen verdaderas joyas ecológicas radica en el hecho de que sus creencias ancestrales les llevan a considerar Colinas Sagradas (Nong) aquellas elevaciones cuyos bosques son considerados las residencias de los dioses. Desde estas creencias –que son una forma sincrética de budismo Theravada combinado con el ancestral politeísmo animista dai (Zeng, 2019)–, se considera que las plantas y los animales de estos bosques son los compañeros de los dioses. Por otro lado, los dais tienen por cierto que sus antepasados viven también en estos lugares. Desde su visión del mundo, creen que los bosques no sólo son una esfera sobrenatural, sino que son la cuna de la humanidad. Creen que de los bosques proviene el agua que alimenta sus campos y les proporciona alimento, por lo que los bosques constituyen para ellos el origen de todo su bienestar. No en vano, en una canción popular dai, se dice:
Si talas todos los árboles, sólo dispondrás de sus cortezas para comer; si destruyes el bosque, destruirás el sendero hacia tu futuro. (Sacred Natural Sites, 2017).
Sin embargo, quienes no albergan estas creencias animistas llevan poniendo en peligro las Colinas Sagradas de los dai desde agosto de 1951, cuando el gobierno chino estableció un plan para la creación de 133.000 Ha de plantaciones de caucho en Xishuangbanna (Zeng, 2019). En los últimos 50 años, el 90% de las 750 Colinas Sagradas dai ha sido destruido o gravemente dañado, al ser talados sus bosques para crear plantaciones de caucho, todo ello agravado a partir del 2000 como consecuencia del paso de la gestión comunitaria de los bosques a la gestión individual (Sacred Natural Sites, 2017). Es por ello que se han hecho esfuerzos para recuperar la gestión comunitaria de los bosques y su resacralización como lo que fueron las Colinas Sagradas. De hecho, la gestión comunitaria se incluyó en la enmienda de 2019 a la Regulación sobre la Reserva Natural de la Prefectura Autónoma Dai de Xishuangbanna de la Provincia de Yunnan.
En última instancia, sería deseable que las leyes chinas reconocieran cuanto antes la figura de las Colinas Sagradas y devolvieran la gestión de su protección a las propias comunidades rurales con el fin de proteger esos paraísos de diversidad únicos en el mundo.
Desde The Earth Stories Collection queremos expresar nuestro agradecimiento más profundo a Xueping Luo, estudiante de máster en la Universidad para la Paz de las Naciones Unidas, por su increíble trabajo de búsqueda, recopilación y selección de relatos tradicionales de las culturas de China que realizó para enriquecer los fondos de nuestra Colección.
Fuentes
- Sacred Natural Sites (2017). The Holy Hills of the Dai: Autonomous Prefecture in Yunnan Province, China. Disponible en https://sacrednaturalsites.org/items/the-holy-hills-of-the-dai-autonomous-prefecture-in-yunnan-province-china/
- Yao, B. (ed.). (2014). 中国各民族神话 (Mitos de grupos étnicos chinos). Shuhai Publishing House.
- Zeng, L. (2019). Dai identity in the Chinese ecological civilization: Negotiating culture, environment, and development in Xishuangbanna, Southwest China. Religions, 10(12), 646.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Principio 16: Promover una cultura de tolerancia, no violencia y paz.
Principio 16a: Alentar y apoyar la comprensión mutua, la solidaridad y la cooperación entre todos los pueblos tanto dentro como entre las naciones.
Principio 16b: Implementar estrategias amplias y comprensivas para prevenir los conflictos violentos y utilizar la colaboración en la resolución de problemas para gestionar y resolver conflictos ambientales y otras disputas.