Iya

Pueblo Sioux Yankton – EEUU y Canadá

 

Entre las altas hierbas se escuchó la voz de un bebé llorando, y los cazadores, que pasaban por allí cerca, lo oyeron y se detuvieron.

El más alto de ellos se introdujo despacio entre las hierbas, con grandes pero cautas zancadas, vadeando la espesura verde, dentro de la cual sólo le sobresalía la cabeza, hasta que, súbitamente, exclamó:

—¡Hunhe!

Y desapareció de la vista.

Un instante después, levantaba con ambas manos a un minúsculo bebé, envuelto con suaves pieles de ante marrón.

—¡Oh ho, un niño de la espesura! –exclamaron los hombres, porque estaban cazando a lo largo del cauce de un río arbolado, que es donde encontraron al bebé.

Mientras los cazadores se preguntaban si llevarse o no al niño a casa, el minúsculo indiecito lanzó al viento su pequeño aullido.

—¡Tiene una voz poderosa! –dijo uno.

—¡Hay momentos en que parece la voz de un anciano! –susurró otro, supersticioso, pues temía que un espíritu malvado se hubiera ocultado en el bebé para engañarles.

—Vamos a llevárselo a nuestro sabio jefe –dijeron al fin.

Y en el momento en que emprendieron camino hacia el campamento, el extraño niño de la espesura dejó de llorar.

Junto al tipi del jefe esperaron los cazadores, mientras el más alto entraba con el niño.

—¡Hau! ¡Hau! –asintió el jefe con rostro amable, escuchando la extraña historia.

Luego, se levantó, recibió el bebé entre sus fuertes brazos y lo depositó en el regazo de su hija.

—Éste va a ser tu hijo –dijo con una sonrisa.

—Sí, padre –respondió ella complacida con el niño, mientras le alisaba el largo cabello negro que bordeaba su redonda y morena cara.

—Di a la gente que voy a organizar un festín y una danza en el día de hoy, para imponerle un nombre al hijo de mi hija –declaró el jefe.

Mientras tanto, entre los hombres que esperaban a la entrada, uno dijo en voz baja:

—He oído decir que hay malos espíritus que adoptan la forma de un niño para meterse en los campamentos que pretenden destruir.

—¡No, no! ¡No seamos suspicaces! –respondió un hombre mayor– ¡Hubiera sido una cobardía haber dejado al bebé en la espesura, por donde pululan los lobos hambrientos!

El cazador alto salió entonces del tipi del jefe y con una sola palabra los envió de vuelta a sus moradas medio corriendo de alegría.

—¡Festín y danza por la imposición de nombre al nieto del jefe! –gritó el alto para que toda la gente de la aldea le escuchara.

—¿Qué? ¿Qué? –preguntaban desde lejos con sorpresa, poniéndose la mano junto al oído para poder entender lo que decía el pregonero.

Hubo un silencio momentáneo entre la gente mientras escuchaban la voz resonante del cazador alto, que se había situado en el centro del campamento, y después se hizo un sinuoso y risueño murmullo entre los cónicos tipis. Estaban todos encantados con la noticia del nieto del jefe, y estaban felices de poder asistir al festín y la danza por su imposición de nombre.

La gente, entusiasmada, se hicieron relucientes trenzas en el cabello con dedos trémulos y se pintaron las mejillas de un rojo brillante. De aquí para allá de apresuraban las mujeres, hermosas con sus vestidos de los días de fiesta, mientras los hombres, con pieles de ante sueltas y largos flecos con metales tintineantes, se dirigían en grupos pequeños hacia el centro del campamento.

Allí, bajo un pabellón temporal hecho con hojas verdes, iban a danzar y a comer. Niños y niñas, con pieles de ante y pinturas en los rostros, imitando a sus mayores, se comportaban como alegres hombrecitos y mujercitas, apresurándose junto a sus ávidos progenitores en dirección al verde pabellón de la danza.

Allí se había congregado la gente, sentados en un amplio círculo, cuando el jefe se levantó orgulloso con el bebé en brazos. El ruidoso vocerío se aplacó. Ni un solo tintineo de metal en los flecos rompió el silencio. El pregonero se adelantó para recibir al jefe, después se inclinó solícito sobre el bebé y escuchó lo que le tenía que decir el jefe. Cuando éste terminó, el pregonero habló en voz alta:

—Este niño de la espesura ha sido adoptado por la hija mayor del jefe. Su nombre es Chaske, y porta el título del hijo mayor. ¡El jefe ofrece este festín y esta danza en honor a Chaske! Éstas son sus palabras. Vedlo con el niño en brazos.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Hinnu! ¡Hau! –se oyeron gritos en el círculo.

Y, en ese preciso instante, los tambores comenzaron a sonar, suave y lentamente, mientras los cantores elegidos tarareaban en voz baja para encontrar el tono común. El batir de los tambores se hizo más intenso y más rápido, y los cantores estallaron con una animada tonada. A continuación, los golpes de tambor se calmaron y marcaron suavemente el ritmo del canto, y aquí y allí salieron del círculo hombres y mujeres, jóvenes y mayores, y se pusieron a danzar y a cantar con el corazón dichoso.

Llegada la madrugada, la vida impregnaba el aire nocturno del campamento con las voces risueñas de las mujeres y los cantos de los hombres jóvenes, mientras la hija del jefe, en el tipi de su padre, vigilaba el sueño del pequeño sobre su regazo.

Poco a poco, se hizo un profundo silencio en el campamento, a medida que, uno tras otro, todos se entregaban al más placentero de los sueños. Finalmente, la aldea estaba tranquila.

La joven y hermosa madre se había quedado sola, velando por el bebé en su regazo, que se había quedado dormido con la boquita entreabierta.

Y, entonces, en mitad del silencio de la noche, le pareció escuchar un murmullo lejano de voces. Aquel tenue sonido parecía cernerse en el aire. Miró hacia arriba, a través del agujero para el humo del tipi, y vio una brillante estrella asomándose sobre ella.

«¿Serán espíritus en el aire, arriba?», se preguntó. Pero no había señal alguna que le indicara su cercanía.

Sin embargo, aquel rumor de voces seguía creciendo, como si se acercara.

—¡Padre, levántate! Parece que otra tribu se esté acercando. No sabría decir si son hostiles o amistosos… ¡Levántate y ve a mirar! –dijo la joven en un susurro.

—¡Sí, hija mía! –respondió el jefe, poniéndose de pie de un salto.

Aunque dormido, su oído estaba siempre alerta. Salió apresuradamente del tipi y aguzó sus sentidos. Con ojo de águila exploró el campamento en busca de alguna señal. Y, luego, regresó dentro de la tienda.

—Hija mía, no oigo nada, ni veo señal alguna de ningún mal en ciernes.

—¡Oh! ¡El ruido de voces sube de la tierra, donde estoy yo! –exclamó la joven madre.

Inclinándose sobre el bebé, acercó el oído al suelo para, horrorizada, ¡descubrir que aquel sonido misterioso procedía de la boca abierta del bebé dormido!

—¿Por qué es tan diferente de otros bebés? –gritó desde el fondo de su corazón, mientras se quitaba al bebé suavemente del regazo y lo depositaba en el suelo, para añadir a continuación con un grito ahogado– ¡Madre, escucha y dime si este niño es un espíritu maligno que ha venido a destruir nuestro campamento!

Acercando el oído a la boca abierta del bebé, primero el jefe y luego su esposa, escucharon el vocerío de un gran campamento. El canto de hombres y mujeres, el batir de los tambores, el golpeteo de cascos de ciervos ensartados como campanas en una cuerda… todo eso escuchaban.

—Tenemos que alejarnos –dijo el jefe mientras las sacaba de la tienda y, ya en el exterior, le decía en un susurro a su asustada hija– Iya, el devorador de campamentos, ha venido disfrazado de bebé. Si te hubieras ido a dormir, habría tomado su verdadera forma y habría devorado todo el campamento. Es un gigante con las patas muy delgadas, de modo que no puede luchar, porque no puede correr. Sólo es poderoso durante la noche, por estos trucos que hace. Estaremos a salvo en cuanto amanezca.

Y luego, acercándose a su mujer, le dijo en un susurro:

—¡Si se despierta ahora, se tragará a toda la tribu de un solo bocado! Ven, tenemos que huir con nuestro pueblo.

Y así, arrastrándose de tipi en tipi, se dio la señal de alarma en el más absoluto silencio. En mitad de la madrugada, los tipis desaparecieron y la única señal que quedó de la aldea fueron los montones de brasas apagadas y cenizas. La gente plegó sus tipis y recogió los palos de las tiendas con tanto silencio, que se escabulleron sin que el bebé Iya se despertara.

Iya se despertó al amanecer y, al verse abandonado, se desprendió de su forma de bebé en un ataque de furia.

Adoptando su horrible aspecto, su enorme corpachón parecía que iba a derrumbarse, cabeceando de un lado a otro sobre un par de piernas delgadas, demasiado pequeñas para tanto peso. Y, aunque a cada paso que daba parecía que iba a caer, no dudó en seguir el rastro del pueblo en su huida.

—Os devoraré a la vista del sol del mediodía –gritó Iya en su vana cólera, cuando encontró el poblado acampado al otro lado del río.

Mediante alguna astucia desconocida, Iya consiguió atravesar el río y se abrió camino hacia los tipis.

—¡Hin! ¡Hin! –gruñía y refunfuñaba.

Con el sudor cubriéndole la frente, se esforzaba por mover sus frágiles piernas bajo tan inmensa figura.

—¡Ja! ¡Ja! –se reía la gente en la aldea al ver a Iya loco de furia.

—¡Con esas piernas tan delgadas no va a poder luchar a la luz del día! –gritaron los valientes, que se habían sentido atenazados de terror la noche anterior al escuchar el nombre de «Iya».

Y los guerreros, con sus cuchillos más largos, se precipitaron sobre Iya, el devorador de campamentos, y le dieron muerte.

¡Y hete aquí que de dentro del gigante salió toda una tribu indígena, todo un campamento, con tipis en un gran círculo, y la gente riendo y danzando!

—¡Qué felicidad volver a ser libres! –decían aquellas extrañas gentes.

Así se terminó con la maldición de Iya, y ya ningún campamento corre peligro de ser tragado en una noche.

 

Adaptación de Zitkala-Ša, escritora sioux yankton (1901).

Dominio Público.

 

 

Comentarios

Intentando ser fieles a nuestro compromiso de no hacer adaptaciones de pueblos que hayan sido oprimidos por los colonizadores europeos y sus descendientes, hemos querido compartir este relato escrito por Zitkala-Ša, miembro del Pueblo Sioux Dakota Yankton, un relato que nos sirve como metáfora para ilustrar el Principio 5d de la Carta de la Tierra (véase abajo).

Zitkala-Ša (1876-1938), que en lakota significa «Pájaro Rojo», nació en la Reserva India Yankton, en Dakota del Sur, hija de madre dakota y padre francés, que las abandonó siendo ella niña. A los ocho años fue obligada a abandonar la libertad y la felicidad de la vida entre su pueblo –según sus propias palabras– para ser educada en las costumbres y las creencias europeas en un internado de misioneros cuáqueros. Allí le darían el nombre de Gertrude Simmons, allí le cortaron su largo cabello, la obligaron a reprimir todos los signos y costumbres de su cultura y a rezar como una cuáquera. Lo único bueno de todo aquello fue, para ella, que aprendió a leer y a escribir, así como a tocar el violín.

Tres años después regresó a la reserva Yankton, para darse cuenta, consternada, que la gente en la reserva estaba comenzando a asumir las costumbres y la forma de pensar de los blancos, y que incluso ella tenía un pie en cada mundo. Tras otros tres años en la reserva, regresó al mundo de los blancos con la intención de proseguir su formación musical. Aprendió piano y violín, y terminó dando clases de música y cursando estudios universitarios en el Earlham College de Richmond, donde exhibiría públicamente su magnífica oratoria.

Con los años, y cruzando una y otra vez el puente entre su cultura y la cultura europea, entre la reserva y el mundo de los blancos, Zitkala-Ša terminaría convirtiéndose en escritora, editora, traductora y activista política, además de música y educadora. Incluso llegaría a componer una ópera junto con el compositor William F. Hanson, titulada The Sun Dance Opera, basada en la Danza del Sol lakota, que el gobierno federal había prohibido celebrar al Pueblo Ute en su reserva.

En 1916, con 30 años, inició su activismo indigenista, al ser designada secretaria de la Society of American Indians, una asociación consagrada a preservar el modo de vida nativo americano y a presionar en círculos políticos por su derecho a la plena ciudadanía americana. Desde Washington D.C., Zitkala-Ša criticó duramente a la Oficina de Asuntos Indios, llegando a pedir incluso su disolución por sus políticas en los internados, para que se levantara la prohibición a los niños indígenas de hablar en su propia lengua y conservar sus costumbres culturales, y denunció los abusos que tenían lugar en estos internados toda vez que un niño o una niña nativa se negaba a rezar al modo cristiano.

También desde Washington comenzó a impartir conferencias por todo Estados Unidos, y durante la década de 1920 comenzó a promover la idea de crear un movimiento pan-indígena que uniera a todas las tribus de Norteamérica para hacer un lobby en defensa de los pueblos originarios. En 1924, gracias en parte a sus esfuerzos, se promulgó la Indian Citizenship Act, por la cual se concedían los derechos de ciudadanía americana a la mayor parte de los pueblos indígenas que aún no la tenían.

En 1926, ella y su marido fundaron el National Council of American Indians (NCAI) (Consejo Nacional de Indios Americanos), con el objetivo de unir a las tribus por todo Estados Unidos en la lucha por los derechos de los indígenas.

Sin embargo, Zitkala-Ša no sólo fue una activista por los derechos de los pueblos originarios de Norteamérica, pues también estuvo involucrada en el activismo por los derechos de las mujeres en la década de 1920, cuando se unió a la General Federation of Women’s Clubs (Federación General de Clubs de Mujeres).

Zitkala-Ša falleció en 1938, a la edad de 61 años, y está enterrada en el Cementerio Nacional de Arlington, en Washington. Para honrarla, la Unión Astronómica Internacional le puso a un cráter de Venus el nombre de «Bonnin», por su apellido de casada, Gertrude Simmons Bonnin.

En resumen, nos encontramos aquí ante una mujer de una talla excepcional. Como señala el profesor Tadeusz Lewandowski en su biografía:

Su trabajo supuso una compleja negociación, dadas las limitaciones de sus circunstancias históricas. En tanto que una mujer indígena en los Estados Unidos de principios del siglo XX, Zitkala-Ša sufrió restricciones políticas, raciales, de género, ideológicas y discursivas que, en muchos sentidos, consiguió superar. Se enfrentó a la cosificación de una sociedad blanca que la consideraba un espécimen femenino exótico perteneciente a una raza supuestamente en extinción, idea preconcebida que ella utilizó en ocasiones en su propio beneficio. (Lewandowski, 2016, p. 13).

 

 

Fuentes

  • Bonnin, G. S. (1901). Iya, the camp-eater. En Old Indian Legends, pp. 59-64. Forgotten Books (2010)
  • Lewandowski, T. (2016). Red Bird, Red Power: The Life and Legacy of Zitkala-Ša. Norman: University of Oklahoma Press.
  • Zitkala-Ša (2022, Julio 26). En Wikipedia. https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Zitkala-Sa&oldid=1100607186

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 5d: Controlar y erradicar los organismos exógenos o genéticamente modificados, que sean dañinos para las especies autóctonas y el medio ambiente; y además, prevenir la introducción de tales organismos dañinos.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Principio 8b: Reconocer y preservar el conocimiento tradicional y la sabiduría espiritual en todas las culturas que contribuyen a la protección ambiental y al bienestar humano.

Principio 8c: Asegurar que la información de vital importancia para la salud humana y la protección ambiental, incluyendo la información genética, esté disponible en el dominio público.

Principio 16d: Eliminar las armas nucleares, biológicas y tóxicas y otras armas de destrucción masiva.