Jack y los árboles danzantes

Escocia

 

Hace tiempo hubo un chico llamado Jack. Era un chico de buen corazón, que vivía con su madre en una casita de campo destartalada, poco más que un cuchitril. Pero no vivían en ese cuchitril por dejadez o por no esforzarse, pues ambos trabajaban duro y sacaban el máximo partido a lo poco que tenían. No, el motivo de que su casa estuviera tan deteriorada, con corrientes de aire por debajo de las puertas y goteras en el tejado, era por causa del terrateniente propietario de todas las tierras en la zona. Éste era un hombre de mal corazón, que poseía grandes extensiones de tierras en el campo y vivía en una gran mansión, pero pagaba una miseria a sus trabajadores.

Jack trabajaba como pastor para este hacendado, hiciera buen o mal tiempo, cuidando de las ovejas todo el día. Desde los seis años había estado atendiendo a las ovejas por colinas y bosques, a cielo abierto y rodeado por las bellezas naturales. Ésta era la razón por la que Jack amara tanto su trabajo, incluso en los días en que las condiciones atmosféricas eran realmente desagradables. Con el transcurso de los años, Jack se había compenetrado tanto con la naturaleza que incluso podía sentir lo que los pájaros decían cuando cantaban.

Por su parte, la madre de Jack se ganaba la vida vendiendo los huevos de unas pocas gallinas que cuidaba, así como recogiendo el vellón que encontraba enganchado en las cercas. Cardaba aquella lana, la hilaba y tejía jerseys y chales, que vendía después o cambiaba por carne y otros alimentos. Todos los días, a mediodía, la mujer le llevaba a Jack su ración: un trozo de queso y una torta de avena. La mujer sabía siempre dónde encontrar a Jack a la hora de comer: bajo su árbol favorito, un viejo y gigantesco roble conocido en la región como Auld Cruivie. Auld Cruivie asomaba por encima de las hayas y los pinos en lo alto de una colina, desde donde se podía contemplar un hermoso paisaje más abajo, con esbeltos abedules plateados, que susurraban y se mecían lánguidamente en las orillas del río.

Un día de verano, mientras Jack descansaba apoyado en el inmenso tronco de Cruivie, percibió algo extraño en el ambiente. No sabía qué nombre ponerle a aquello, pero era una energía que nunca antes había sentido. Lo siguiente que oyó fue un gran alboroto: todos los pájaros salieron disparados de entre las ramas de los árboles y se elevaron hacia el cielo, para caer después en picado haciendo remolinos ante los ojos atónitos de Jack.

―¿Qué está pasando? ‒se preguntó Jack.

Y en medio de la cacofonía de graznidos y chirridos, gorjeos y trinos, entendió:

―¡Esta noche es la noche! ¡Esta noche es la noche en la que los árboles se levantan y danzan! No podemos estar posados en nuestros nidos cuando eso ocurra, pues podríamos acabar maltrechos.

Y se fueron volando en busca de otro lugar donde pasar la noche.

Justo cuando desaparecieron de la vista llegó la madre de Jack con su torta de avena y su queso.

Jack le contó a su madre lo que había escuchado de los pájaros.

―¡Ah, entonces mi madre tenía razón! ‒exclamó la mujer‒ Ella me contó que, cada cincuenta años, en mitad del verano, los árboles abandonan el lugar en el que han nacido para divertirse y aparearse junto al río. Y yo creía que no era más que un cuento. Pero, ¡atento Jack! Ella también me dijo que hay un tesoro en las profundidades donde se asientan sus raíces, ¡pero que es muy peligroso intentar hacerse con él! Será mejor que no te acerques por aquí esta noche. No me gustaría perder a MI tesoro.

Pero Jack no era de los que dicen una cosa y luego hacen otra.

―¿Y perderme ese espectáculo? ¡Venga, madre!

―Si te quieres quedar a mirar, al menos mantente lejos de los huecos de sus raíces.

Pero la mujer conocía bien a su hijo.

―Y si, por casualidad, caes en uno de esos huecos, toma esto.

Y la mujer sacó un cordel trenzado de unos dos metros de largo y, tendiéndoselo, añadió:

―Por si acaso lo necesitas.

Jack entornó los ojos, pero tomó el hilo y se lo metió en el bolsillo. No mucho después, su madre se había ido, mientras el amor de Jack, Mary, llegaba corriendo por la colina, tropezando con las prisas. Ella también trabajaba para el terrateniente, como criada en su hermosa mansión.

―¡Oh, Jack! ‒exclamó jadeando‒ ¡El hacendado está del humor más raro que he visto en mi vida! Ha estado en su torre, hojeando almanaques y libros viejos, de esos encuadernados en cuero, y no hacía otra cosa que murmurar algo sobre la Noche de San Juan y un tesoro enterrado. Él sabe que me has estado cortejando, y me ha ordenado que viniera a advertirte. Me ha dicho que te alejes de los árboles esta noche, ¡o de lo contrario lo pagarás caro! ¡Dice que, si te ve por aquí, os echará a ti y a tu madre de vuestra casa!

―¡Bah! Se me da bien esconderme ‒dijo Jack‒. ¡No me voy a perder este espectáculo por nada del mundo!

―No tengo tiempo para discutir contigo, Jack ‒dijo ella con un suspiro impaciente, sabiendo que malgastaba el aliento con él‒. Me quieren de vuelta en la mansión ya.

Y Mary se fue resoplando.

Jack se quedó con las ovejas y más tarde, cuando la luz comenzó a menguar, las llevó al redil. Finalmente, se buscó un hueco en el suelo desde donde pudiera ver los árboles, se echó sobre la tripa y esperó.

Lentamente, el cielo se tornó rosado, y luego se oscureció hasta volverse púrpura, y Jack sintió un gran temblor en la tierra. Se le cayó la mandíbula y se le abrieron los ojos como platos cuando vio a Auld Cruivie temblar y sacudirse, hasta levantarse finalmente del suelo. Agitando sus grandes ramas, el gigantesco roble descendió pesadamente hacia el río. Y, tras él, los demás árboles se sacudieron, se agitaron y, saliendo de sus lugares de nacimiento, le siguieron.

Abajo, junto al río, los abedules los estaban esperando. Sus hojas, esbeltas y plateadas, brillaban y se agitaban mientras salían también de su lugar de nacimiento y se adentraban en el río para unirse a los robles, los pinos y las hayas en una danza sinuosa y circular.

Tras observar atónito a los árboles durante un rato, Jack recordó las palabras de su madre. ¿Habría un tesoro en las profundidades de los huecos que habían dejado los árboles en la tierra? Sigilosamente, Jack se arrastró por el suelo sobre la tripa, intentando no ser visto, por si el terrateniente estuviera observando, y se dirigió lentamente hasta el hueco más cercano, el de un hermoso pino silvestre. Se asomó al agujero y, efectivamente, allí estaba, brillando en medio de la negra tierra. ¡Qué gemas! Rubíes y esmeraldas, diamantes y perlas, bandejas de plata y copas de oro. JUSTO fuera de su alcance.

Tendría que bajar allí.

Y así lo hizo. Tomó un anillo.

―¡Oh, mira, me podría llevar esto para ponérselo a Mary en un dedo!

Se lo guardó en el bolsillo y tuvo una extraña sensación, como si la tierra hubiera cedido mínimamente bajo sus pies. Pero no hizo caso. ¡La bandeja de plata!

―¡Ah, mira eso! Me la llevaré para que la venda mamá. Podríamos reparar el tejado y arreglar la casa con lo que nos den por esto.

Y una vez más, el suelo cedió, demasiado en esta ocasión como para no prestar atención. Jack miró hacia arriba. El hoyo era ahora más profundo. ¡Se había hundido! Bueno, tenía todo lo que necesitaba. Mejor salir de allí. Estiró la mano y, para su consternación, constató que no alcanzaba al borde superior del hueco. ¡No podía salir! Sintió que el pánico se apoderaba de él. ¿Y si el pino volvía y él se quedaba atrapado entre sus raíces?

―¡Socorro! ‒gritó.

Y a quien vio aparecer, recortada su silueta contra el cielo por encima de él, fue a su amada Mary.

―¡Oh, Jack! ¿Qué te dije?

Mary le tendió la mano, pero, por mucho que se estiraban, no llegaban siquiera a tocarse las yemas de los dedos.

De pronto, una imagen relampagueó en la cabeza de Jack: ¡el cordel que le había dado su madre! Lo sacó del bolsillo y se lo lanzó a Mary.

―¡Tira!

El cordel era fuerte, y Mary también. Y, con un potente tirón de ella, Jack se levantó lo suficiente como para alcanzar un punto de apoyo y salir del agujero. ¡Estaba a salvo!

Pero el alivio duró poco, porque, súbitamente, vio aparecer al hacendado por detrás de Mary.

―¿Qué te dije? ¡Te dije que te mantuvieras alejado! Te ajustaré las cuentas más tarde…

Dijo eso porque, en aquel momento, la codicia del hacendado era más grande que su rencor, y se dirigió al hueco más grande de todos, el de Auld Cruivie.

Si el tesoro que Jack había visto era grande, el de Auld Cruivie era cien veces más grande. Sin pensárselo dos veces, el hacendado se metió en el agujero y se puso a meterlo todo febrilmente en un enorme saco que había traído consigo. Y con cada objeto que tomaba, la tierra cedía bajo sus pies, pero no se daba cuenta, pues estaba borracho de avaricia.

Entonces, los árboles comenzaron a regresar. Desde la colina, Jack y Mary los vieron venir. Y, justo delante de todos, avanzando poderosamente, iba Auld Cruivie.

―¡Tenemos que advertir al terrateniente! ¡Por malvado que sea, no podemos dejarle morir!

Se precipitaron a trompicones sobre el borde del hueco de Auld Cruivie y advirtieron a voz en grito al terrateniente de la llegada de los árboles. ¡Pero el hombre estaba ya muy hondo! ¡Y parecía estar poseído! Echaba espumarajos por la boca y tenía los ojos brillantes, encendidos por la codicia. Les hizo señas para que le dejaran en paz y siguió metiendo objetos y más objetos en el saco… Hasta que una gran sombra se cernió sobre todos ellos, tapando la luz de la luna. Auld Cruivie estaba de vuelta

Jack y Mary se apartaron de un salto, mientras el viejo roble llevaba su enorme mole de forma lenta y segura hasta su lugar de nacimiento. Y los huesos del terrateniente se quebraron y su negro corazón se detuvo cuando el enorme roble se posó sobre él.

 

Adaptación de Fiona Herbert (2022).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

 

Comentarios

Fiona Herbert, autora de esta adaptación, dice que es un viejo cuento popular escocés que combina un mito y una leyenda local con un potente mensaje medioambiental: cuando la codicia se ceba con la naturaleza, ésta acaba por imponerse y nos lleva al desastre.

El árbol del que se habla en este cuento, Auld Cruivie, existe realmente, o quizás sea uno de sus descendientes el que podemos ver hoy en día. Se encuentra en el antiguo camino de Lumphanan, en Aberdeenshire, y está rodeado por otros árboles más pequeños. El camino, recorrido por los viajeros y nómadas de antaño, todavía es visible como una pista cubierta de hierba.

Fiona dice que su adaptación está basada en una versión del fallecido Stanley Robertson. En correspondencia personal, señala:

Sólo estuve una vez con Stanley, en torno a 2007, cuando comenzaba como narradora de historias, pero el recuerdo es intenso. Además de la historia de Auld Cruivie ‒Jack y los árboles danzantes‒, Stanley era muy bueno contando relatos de horror. Él había nacido en Aberdeen en 1940, y murió en Aberdeen en 2009. Era muy conocido en el entorno folklórico escocés como storyteller y como cantante de baladas. Siendo el duodécimo de trece hermanos, dejó la escuela con 14 años y tuvo muchos empleos, principalmente en las «pescaderías» de Aberdeen, eviscerando pescado en el puerto y preparándolo para su venta. Pertenecía a una familia de nómadas que se habían instalado finalmente, pero salían a recorrer los caminos en verano, y la narración de historias era un elemento importante de la comunidad itinerante.

Fiona Herbert es una storyteller escocesa interesada en los relatos medioambientales. Además de contar cuentos tradicionales, escribe sus propios relatos y los escenifica, relatos que suelen estar basados en el folklore y el mito. Entre sus obras más recientes figuran «The Selkie Wife» (La esposa selkie), «Eejits and Hissy Fits» (Los bobos y los ataques de histeria) y «Corryvreckan: Inspiralled Tales» (El Corryvreckan: Cuentos inspiralados), basado en la antigua creadora escocesa, la Cailleach, que se filmó para el Scottish International Storytelling Festival en 2020.

Fiona creó recientemente otro espectáculo titulado «Shapeshifters» (Cambiadores de forma) para el Scottish International Storytelling Festival 2022.

 

Fuentes

  • McNicol, C. (2013). Auld Cruivie or Jack and the Dancing Trees. Nice little blog! Disponible en http://nicerailittleblog.blogspot.com/2013/05/auld-cruivie-or-jack-and-dancing.html
  • Robertson, S. (2016). Auld Cruivie. Traditional Arts-Culture Scotland website. Disponible en https://tracscotland.org/wp-content/uploads/2016/01/Auld%20Cruivie%20Stanley%20Robertson.pdf
  • Wolf of Alba (11 April 2021). A Scottish Folktale: Auld Cruivie (Vídeo). YouTube. https://youtu.be/dhxOgXyfijE.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 2a: Aceptar que el derecho a poseer, administrar y utilizar los recursos naturales conduce hacia el deber de prevenir daños ambientales y proteger los derechos de las personas.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: La situación global.- Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables.

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.

Principio 2b: Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

Principio 3b: Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable.

Principio 8b: Reconocer y preservar el conocimiento tradicional y la sabiduría espiritual en todas las culturas que contribuyen a la protección ambiental y al bienestar humano.

Principio 9: Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental.

Principio 9a: Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.

Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.