La constelación de los hermanos
Pueblo Hlai – Isla de Hainan (China)
Antiguamente, en las montañas de la Isla de Hainan, en el Mar de la China Meridional, hubo siete hermanas y hermanos que, habiendo quedado huérfanos a temprana edad, cuidaban unos de otros con gran cariño y diligencia. Cada uno se encargaba de aquellas tareas y actividades que mejor podía realizar, y ninguno se molestaba con otro acusándole de hacer menos de lo que podría hacer, pues todos confiaban en la honestidad y buena voluntad de los demás.
Llegada la temporada de siembra, los siete hermanos eligieron un pedazo de selva para aclararlo, pensando en plantar arroz shanlan (山兰稻). Se pasaron toda la jornada arrancando arbustos y talando árboles, pero sólo los árboles precisos para poder obtener la cosecha de arroz suficiente para alimentarse todo el año. Cuando echaron abajo el árbol Taro Celestial, consideraron que habían aclarado el espacio suficientemente y volvieron a casa con la idea de regresar al día siguiente para preparar el terreno para la siembra.
Sin embargo, cuando llegaron al campo poco después del amanecer, descubrieron sorprendidos que todos los árboles y arbustos que habían cortado el día anterior habían vuelto a crecer hasta su tamaño original. Preocupados y profundamente intrigados con lo sucedido, se pusieron de nuevo manos a la obra y se pasaron otra vez todo el día aclarando el terreno elegido. Justo cuando volvieron a cortar el árbol Taro Celestial, dejaron el trabajo y regresaron a casa a descansar.
Al día siguiente, los hermanos y hermanas no podían dar crédito a sus ojos cuando llegaron al campo y vieron que, de nuevo, los arbustos y los árboles habían vuelto a crecer hasta su tamaño original.
¿Qué enigma se ocultaba tras aquel suceso?
Tras un buen rato discutiendo qué podrían hacer para no tener que estar aclarando el mismo terreno hasta la eternidad, decidieron que, una vez volvieran a limpiarlo todo y talaran el árbol Taro Celestial como en los días anteriores, se quedarían a pasar la noche en la zona, con el fin de descubrir qué podía estar haciendo crecer de nuevo a los árboles y los arbustos.
Así, cuando llegó la noche, aunque agotados, los hermanos se esparcieron por los alrededores del terreno y se ocultaron tras los arbustos para vigilar la zona desde distintos puntos.
De pronto, en mitad de la noche, una luz iluminó el cielo sobre ellos, y de la luz emergió un horrible Cerdo Celeste, que descendía a lo largo del árbol Taro Celestial. Cuando llegó abajo, escupió una especie de humo blanco y entonó un ensalmo que decía:
—Sai ya sai, yun yay un, he dong ling dong ling.
Que quería decir «Árboles, oh árboles; arbustos, oh arbustos; regresad a vuestro estado original». Tras lo cual, todos los árboles y los arbustos que los hermanos habían talado y arrancado por tercer día consecutivo volvieron a crecer hasta su tamaño original.
Finalmente, el Cerdo Celeste emprendió el camino de regreso al Cielo trepando por el Taro Celestial.
Cuando la oscuridad volvió a cubrir la zona, los hermanos salieron de sus escondrijos y se reunieron para hablar de lo que habían visto y compartir posibles soluciones. Al cabo de un buen rato de propuestas y debate, decidieron que iban a construir una ballesta y una flecha gigantes para acabar con el Cerdo Celeste y sus inoportunas visitas nocturnas, y que después subirían al Cielo por el Taro y le contarían al Emperador Celestial lo sucedido para que juzgara el caso.
Al día siguiente, por cuarta vez, hermanos y hermanas aclararon el terreno en la selva y, cuando terminaron, montaron la ballesta gigante y armaron la saeta justo debajo del Taro Celestial; y, cuando llegó el crepúsculo, se ocultaron todos debajo de las grandes hojas del árbol con su arma lista para el disparo.
En mitad de la noche, un resplandor en las alturas les advirtió que el Cerdo Celeste bajaba de nuevo. Pero, antes incluso de que pudiera escupir aquel humo blanco, los hermanos dispararon su ballesta y la flecha fue a clavarse en el vientre del enorme animal.
El Cerdo Celeste, herido de muerte, dio un salto y escapó corriendo por el árbol Taro en dirección al Cielo, y los siete hermanos se pusieron a trepar por el enorme árbol siguiendo el rastro de sangre del animal.
Cuando llegaron al Cielo, se sorprendieron al ver toda una ciudad celeste con palacios y torres elevándose entre las nubes, pero no se entretuvieron con eso, y siguieron el rastro del animal hasta llegar a las pocilgas del Emperador Celestial, encontrando al gigantesco cerdo desangrado y muerto en el suelo.
Gritando de alegría por haber dado muerte al horrible animal, se dirigieron todos juntos hasta el palacio del Emperador, el cual se había despertado con la algarabía.
—¿A qué viene tanto griterío? –inquirió el soberano del Cielo con el ceño fruncido.
—Majestad –se adelantó la mayor de los hermanos–, vuestro cerdo bajó a la Tierra y arruinó por tres veces el trabajo que habíamos hecho aclarando un terreno en la selva para sembrar nuestro arroz de todo el año. Y, para que no arruinara nuestro trabajo por cuarta vez, le hemos clavado una saeta y lo hemos matado, por lo que os pedimos que juzguéis el caso y seáis justo con nosotros.
El Emperador Celeste levantó una ceja sorprendido.
«En verdad que estos campesinos son osados –dijo para sí– ¡Me gustan!»
Pero, echando la cabeza hacia atrás, siguió razonando:
«Sin embargo, no pueden ir por ahí matando a los animales, cuando podrían haber resuelto las cosas de otra manera; por ejemplo, subiendo hasta aquí para contarme lo ocurrido. Yo me habría encargado de todo.»
—Bueno –dijo finalmente el Emperador Celestial en voz alta–. Si bien es cierto que ese cerdo violó las normas celestiales al bajar a la Tierra, también es cierto que no teníais ninguna necesidad de matarlo para resolver el problema. Podríais haber venido aquí, al igual que habéis hecho ahora, para contármelo, y yo habría enderezado las cosas.
Al escuchar al soberano del Cielo decir aquello, los hermanos se miraron entre sí entre perplejos y preocupados.
—Así pues –prosiguió el Emperador del Cielo–, y para que aprendáis que no podéis arrebatar una vida si no tenéis verdadera necesidad de ello, os condeno a que os comáis el Cerdo Celeste entero, sin dejar ni rastro de carne, hueso o caldo.
Los hermanos no supieron si respirar aliviados o preocuparse aún más, pues comerse entero aquel gigantesco cerdo suponía toda una hazaña. Pero, acostumbrados como estaban a resolverse los problemas solos y como un grupo unido, se pusieron manos a la obra para cumplir con la condena del emperador.
Y así, despedazaron al Cerdo Celeste, lo cocinaron con diversos condimentos para crear distintos platos y se lo comieron poco a poco hasta no quedar más que un cuenco de caldo. Todos los hermanos se miraron entre sí y, finalmente, los seis mayores se quedaron mirando a la hermana más pequeña, a la que, con una sonrisa, entregaron el cuenco. Pero ésta, en vez de tomárselo, no se le ocurrió otra cosa que derramarlo en el corazón del Taro Celestial.
Súbitamente, y sin darles tiempo a reaccionar, el árbol se encogió y empequeñeció hasta el tamaño que tiene hoy en día, y los hermanos se miraron estupefactos, pensando que ya no podrían regresar a su hogar en las montañas. ¡Tendrían que quedarse en el Cielo!
Cuando el Emperador Celeste se enteró de lo sucedido, esbozó una sonrisa de satisfacción y pronunció una nueva sentencia a cuenta del hecho de no haberse terminado el último cuenco y de haber encogido al Taro:
—Os condeno a arar las nubes y cultivarlas durante el día, y por las noches os condeno a brillar en el Cielo transformados en estrellas –dijo–. Sin embargo, tú, la más pequeña, por haber arrojado el caldo sobre el Taro Celestial, te condeno a que acompañes a la Luna en sus viajes por el firmamento.
Y, levantando la barbilla como gesto de autoridad, añadió:
—Éste es mi dictamen.
Y así, como siempre, muy unidos, los hermanos se entregaron desde entonces a arar y cultivar las nubes durante el día, y ése es el motivo por el cual muchas veces vemos que las nubes se alinean en hileras como en un sembrado. Y por las noches, tras dejar el Arado, todos los hermanos, menos el pequeño, se juntan para contarse historias en un rincón del Cielo, mientras la más joven acompaña a la Luna y la asiste con un fulgor incomparable.
Cuando los mayores y los ancianos del Pueblo Hlai contemplan en las noches el cielo estrellado, les dicen a sus hijos y nietos:
—No importa dónde os encontréis, tenéis que estar unidos como los Seis Hermanos y Hermanas –dicen, mientras señalan a la constelación de las Pléyades–. Así podréis vencer cualquier dificultad.
Y, a continuación, señalando al Arado, la Osa Mayor, añaden:
—Aprended de los hermanos y hermanas, que, con ese arado, labran los cielos todos los días, para luego sentarse juntos a contar historias y descansar en aquel rincón del Cielo.
Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2022).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
Según los expertos, el Pueblo Hlai parece tener su origen en la Península de Leizhou, si bien comenzó a trasladarse a la cercana Isla de Hainan hace alrededor de 4.000 años, quedando establecida la totalidad de su población en la isla hacia el siglo XI (Hlai People, 2022).
Se les considera desde antiguo como un pueblo agreste y fiero, y a lo largo del tiempo han mantenido múltiples tensiones y enfrentamientos con la mayoría étnica Han, que comenzó a introducirse en la isla desde el continente hace alrededor de dos mil años. No obstante, los hlai nunca llegaron a crear un movimiento político o militar que buscara la independencia de China (Murray, 2017).
En tiempos más recientes, su enfrentamiento con el nacionalismo chino del Kuomintang y su adscripción al comunismo desde casi la llegada de éste al país les supuso no sólo la represión brutal por parte del gobierno nacionalista de Beijing, sino también por parte de las fuerzas japonesas durante la Segunda Guerra Chino-Japonesa (1937-1945). Ambos, ante la fiera resistencia de los hlai, se entregaron a la violación de sus mujeres y al exterminio de aldeas enteras. Los soldados japoneses, sólo en cuatro poblaciones, asesinaron a más de 10.000 hlais, en tanto que los nacionalistas chinos del Kuomintang masacraban a otros 7.000 hlais en un solo pueblo (Hlai People, 2022).
Un detalle significativo de su historia que puede resultar sorprendente lo constituye la historia de Wang Erniang, una mujer que, en 1171 e.c., durante la Dinastía Song, recibió de la corte imperial el título de Dama de Idoneidad, asumiendo el puesto de comandante general de 36 grupos étnicos en el sur de la isla (Bangwei, 2016). De hecho, se dice de ella que «tenía marido, pero nadie sabía su nombre… y podía mantener bajo control al Pueblo Li [Hlai]» (idíd., p. 218). Y no sólo eso, sino que su título y su cargo lo heredarían su hija y posteriormente su nieta, en 1181 y 1216 respectivamente.
Fuentes
- Bangwei, Z. (2016). Women: Ethnic Women Living in the Territories of Liao, Western Xia, Jin and Dali, and Ethnic Settlements under the Jurisdiction of Song. En Ruixin, Z.; Bangwei, Z.; Fusheng, L.; Chongbang, C. y Zengyu, W. A Social History of Middle-Period China, pp. 204-218. Cambridge: Cambridge University Press.
- Hlai People (2022). En Wikipedia https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Hlai_people&oldid=1096283083
- Murray, J. A. (2017). China’s Lonely Revolution: The Local Communist Movement of Hainan Island, 1926-1956. Nueva York: SUNY Press.
- Yao, B. (ed.). (2014). 中国各民族神话 (Mitos de grupos étnicos de China). Shuhai Publishing House.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 3b: Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Preámbulo: Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible fundada en el respeto hacia la naturaleza, los derechos humanos universales, la justicia económica y una cultura de paz.
Preámbulo: Los retos venideros.- La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida.
Principio 1a: Reconocer que todos los seres son interdependientes y que toda forma de vida tiene valor, independientemente de su utilidad para los seres humanos.
Principio 12c: Honrar y apoyar a los jóvenes de nuestras comunidades, habilitándolos para que ejerzan su papel esencial en la creación de sociedades sostenibles.
Principio 15c: Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la toma o destrucción de especies por simple diversión, negligencia o desconocimiento.
Principio 16a: Alentar y apoyar la comprensión mutua, la solidaridad y la cooperación entre todos los pueblos tanto dentro como entre las naciones.
El camino hacia adelante: La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.