La mujer que tuvo un oso como hijo adoptivo

Pueblo Inughuit – Groenlandia (Dinamarca)

 

Hubo una vez una anciana que vivía en una pequeña comunidad a la orilla del mar. Un poco más arriba de su casa vivían sus vecinos que, toda vez que salían de cacería, le traían carne y grasa de ballena. Sin embargo, de vez en cuando, también le traían carne de oso, cuando sucedía que daban en cazar a uno de estos peligrosos animales.

En cierta ocasión, llegaron al poblado con el cadáver de una osa, y le dieron a la buena mujer un trozo del costillar. Pero, al llegar de vuelta a casa, la esposa del hombre que había matado a la osa se asomó por la ventana y le dijo:

―Querida anciana, ¿quiere usted un osezno?

Y la anciana fue y se trajo el osezno a su casa, y lo puso sobre la lámpara,[1] porque estaba helado. Lo puso sobre el marco de secado, para que se descongelara. Pero, de repente, se percató de que el osezno se había movido ligeramente, y lo bajó del marco para darle calor. Después, asó un poco de grasa de ballena, pues había escuchado que a los osos les gustaba la grasa de las ballenas, y así lo estuvo alimentando a partir de entonces, dándole de comer las sobras de la elaboración del sebo y grasa de ballena fundida para beber, y el osezno se echaba a dormir a su lado por las noches.

Sin embargo, poco después de empezar a dormir al lado de la anciana, el osezno comenzó a crecer muy rápido, y la mujer comenzó a hablarle como lo haría con un hijo, con lo que el osezno desarrollo la mentalidad de un ser humano; y, cuando quería pedirle comida a su madre adoptiva, se lo hacía saber olfateándola.

La anciana ya no padecía carencias, y sus vecinas y vecinos le traían comida para el osezno. Los niños venían de vez en cuando a jugar con él, momento en el cual la mujer le decía a su hijo adoptivo:

―Pequeño Oso, recuerda que, cuando juegues con ellos, has de tener cuidado con tus garras.

Por las mañanas, niñas y niños venían a la ventana de la casa de la anciana y decían:

―Pequeño Oso, hemos venido a jugar. Sal a jugar con nosotros.

Y cuando se ponían a jugar juntos, el osezno hacía pedazos los arpones de juguete de los niños. Sin embargo, cuando le daba un empujón a alguno de los niños, el osezno siempre envainaba sus garras.

Con todo, al final se hizo tan fuerte que en casi todas las ocasiones hacía llorar a algún niño o alguna niña. Y entonces fue cuando los mayores empezaron a jugar con él, ayudando así a la anciana, pues el oso se hacía cada vez más fuerte. Pero, al cabo de un tiempo, ni siquiera los hombres más fuertes se atrevían a jugar con él. ¡Tanta era su fuerza!

Entonces, un día, los hombres del pueblo se dijeron:

―¿Y si nos lo llevamos con nosotros cuando salgamos de caza? Nos puede ayudar a encontrar focas.

De modo que un día, al alba, vinieron hasta la ventana de la anciana y gritaron:

―Pequeño Oso, ven y gánate tu parte de la caza. Ven a cazar con nosotros, oso.

Pero, antes de salir, el oso olfateó a la anciana, para después irse con los hombres.

De camino, uno de los hombres dijo:

―Pequeño Oso, debes mantenerte a sotavento porque, de lo contrario, las presas te van a oler y se van a asustar.

Un día en que habían estado cazando, cuando regresaron a casa, llamaron a la anciana:

―Los cazadores del norte han estado a punto de matarlo; un poco más y no conseguimos salvarlo. Póngale alguna marca por la cual lo puedan reconocer; quizás un collar ancho de tendones trenzados, que lo lleve en torno al cuello durante las cacerías.

Y así, la anciana madre adoptiva le hizo aquella marca que permitiera distinguirlo, un collar de tendones trenzados tan ancho como la línea de un arpón.

Después de aquello, el oso nunca falló a la hora de capturar focas, siendo más fuerte que el más fuerte de los cazadores, y nunca estaba en casa, ni siquiera en lo peor de las ventiscas. Por otra parte, no era más grande que cualquier otro oso. Toda la gente en el resto de los poblados lo conocía ya y, aunque en alguna ocasión habían estado a punto de cazarlo, lo dejaban ir en cuanto veían el collar.

Pero, entonces, la gente de más allá de Angmagssalik se enteró de que había un oso al que no se podía cazar, y uno de los hombres dijo:

―Si lo veo, yo mismo lo he de matar.

Pero los otros le dijeron:

―No lo hagas. La madre adoptiva del oso no podría salir adelante sin su ayuda. Si lo ves, no le hagas daño. Déjalo ir si ves su marca.

Un día, cuando el oso llegó a casa tras la cacería, su madre adoptiva le dijo:

―Siempre que te encuentres con hombres, trátalos como si fueran de la familia. No intentes hacerles daño a menos que te ataquen primero.

El oso escuchó las palabras de su madre adoptiva e hizo tal como ella le había dicho.

Y así cuidó la vieja madre adoptiva de su querido oso. Durante el verano, el animal se iba de caza al mar, y en invierno cazaba sobre el hielo, y los demás cazadores aprendieron a reconocer sus maneras, y se llevaban su parte en las capturas del oso.

En cierta ocasión, durante una tormenta, el oso se alejó mucho en su cacería, cosa que no dejaba de ser habitual en él, de modo que no volvió a casa hasta llegada la noche. Cuando llegó, olisqueó a su madre adoptiva y se subió de un salto al banco para situarse en su lugar, en el lado sur. Pero, entonces, la madre adoptiva salió de casa y se encontró en el exterior con el cadáver de un hombre, que el oso había traído hasta la casa. La anciana no volvió a entrar en su hogar, sino que se fue lo más rápido que pudo hasta la casa más cercana, y gritó en la ventana:

―¿Estáis todos dentro?

―¿Por qué?

―Pequeño Oso ha llegado a casa con un hombre muerto, alguien a quien no conozco.

Con las primeras luces fueron a verlo y reconocieron al hombre del norte, y se dieron cuenta de que había estado corriendo mucho, pues se había quitado las pieles e iba en calzones. Más tarde, se enteraron de que habían sido los propios compañeros del cazador los que habían animado al oso a resistirse, porque aquel hombre no lo dejaba en paz.

Bastante tiempo después de sucedido esto, la anciana madre adoptiva le dijo al oso:

―Será mejor que no sigas viviendo aquí conmigo, pues algún día te encontrarán y te matarán, y yo sentiría mucha pena. Será mejor que me abandones.

Y la mujer lloraba mientras decía esto. Y el oso bajó el hocico hasta el suelo y lloró, de tanto dolor que sentía por tener que alejarse de ella.

Después de aquel suceso, la madre adoptiva salía de casa todas las mañanas, al alba, a comprobar el tiempo que iba a hacer; y si había al menos una nube tan grande como la mano en el cielo, no decía nada.

Pero, una mañana, al salir, no había ni una sola nube tan grande como una mano, de modo que entró y dijo:

―Pequeño Oso, ha llegado el momento de que te vayas y busques a los de tu propia especie, lejos de aquí.

Pero, cuando el oso estuvo preparado para partir, la anciana madre adoptiva, con los ojos inundados en lágrimas, sumergió las manos en aceite y las untó con hollín, y acarició el costado del oso cuando éste se despidió de ella. Pero lo hizo de tal manera que el oso no se dio cuenta de lo que estaba haciendo. El dócil animal la olisqueó y se fue. La anciana madre adoptiva estuvo sollozando todo el día, y todos los vecinos se lamentaron tristemente también por su pérdida.

Sin embargo, los hombres dicen que, en el lejano norte, donde hay muchos osos por ahí desperdigados, de vez en cuando aparece un oso tan grande como un iceberg, con una mancha negra en el costado.

Y aquí termina esta historia.

[1] El qulleq o lámpara de los pueblos inuit era un cuenco de esteatita donde se mantenía permanentemente encendida una mecha de musgo o algodón ártico alimentada por aceite de grasa animal. La lámpara se utilizaba para secar las pieles de los animales y cocinar, así como para calentar e iluminar el hogar. Era un elemento fundamental para la supervivencia de estos pueblos. (Nota del editor de la Colección)

.

Relato recogido por Knud Rasmussen, editado y traducido al inglés por W. Worster (1921).

Domino Público.

 

Comentarios

Knud Rasmussen (1879-1933) fue el explorador polar y etnógrafo que recopiló esta y otras muchas historias de los pueblos inuit. Nacido en Groenlandia, de padre danés y madre inuit –el nombre nativo de Rasmussen era Kunúnguaq–, creció entre otros niños del pueblo kalaallit, aprendiendo las técnicas de caza de las regiones polares, a llevar trineos de perros y a soportar las durísimas condiciones climatológicas del Ártico.

Rasmussen es bien conocido por las Expediciones Thule, que llevó a cabo entre 1912 y 1933, de las cuales hay que destacar la Quinta Expedición (1921-1924), en la que intentó desentrañar el origen de la etnia Inuit, y en la que recogió multitud de datos arqueológicos, etnográficos, meteorológicos, geológicos, botánicos y zoológicos (Rasmussen, 1927). En este viaje, recorrió 29.000 kilómetros en trineo de perros, desde Groenlandia hasta el Pacífico, recorriendo el casquete polar al norte de Canadá y Alaska, y siendo el primer europeo en cruzar de este modo el Paso del Noroeste.

Respecto al relato «La mujer que tuvo un oso como hijo adoptivo», Rasmussen afirma que lo recogió de entre los inughuit, los «Eskimo Polares», que habitan en la zona del Estrecho de Smith. Éste es el pueblo inuit que más al norte vive en Groenlandia. Este pueblo se diferencia del resto de grupos inuit debido a que las alteraciones climáticas que tuvieron lugar durante el siglo xvii congelaron las regiones noroccidentales de Groenlandia, aislándoles del resto de grupos inuit. Esto les llevó a desarrollar un lenguaje y una cultura diferenciados, pero también a perder la habilidad en la construcción de kayaks y umiaks, lo cual les aisló aún más de otros grupos. De hecho, cuando los europeos entraron en contacto con ellos en 1818, descubrieron que los inughuit pensaban que eran los únicos seres humanos existentes en el mundo (Advameg, 2020).

En aquel momento, a principios del siglo xix, su población se estimó entre 100 y 200 personas, y no aumentó mucho más hasta la llegada de Rasmussen en la década de 1930, cuando se contabilizaron 250 inughuit. En el último censo de población, realizado en 2010, esta etnia había alcanzado los 800 individuos.

Pero el hecho de vivir en un lugar tan remoto del planeta y de haber sido descubiertos ya en el siglo xix no les libró de las injusticias que padecieron otras muchas culturas originarias a manos de las potencias imperialistas occidentales. A principios de la década de 1950, durante la Guerra Fría, los Estados Unidos ampliaron las infraestructuras de la Base Thule de las Fuerzas Aéreas, en las cercanías de Pituffik, obligando a 27 familias inughuit a desplazarse hasta Qaanaaq, algo más de cien kilómetros al norte. Esto resultó desastroso para la vida cultural y social de los inughuit, y la única compensación por la invasión de su tierra fue de carácter económico, y tuvo lugar en 1999, casi cincuenta años después de que sus padres y madres, abuelos y abuelas fueran desahuciados de su propio territorio (Stern, 2009, 2010).

 

Fuentes

  • Advameg, Inc. (2020). Inughuit – Orientation. Countries and Their Cultures. Disponible en https://www.everyculture.com/North-America/Inughuit-Orientation.html.
  • Rasmussen, K. (1921). Eskimo Folk-Tales. London: Gyldendal.
  • Rasmussen, K. (1927). Across Arctic America: Narrative of the Fifth Thule Expedition. New York: G. P. Putnam’s Sons.
  • Stern, P. (2009). The A to Z of the Inuit. Lanham: Scarecrow Press.
  • Stern, P. (2010). Daily Life of the Inuit. Santa Barbara, CA: Greenwood.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 15b: Proteger a los animales salvajes de métodos de caza, trampa y pesca, que les causen un sufrimiento extremo, prolongado o evitable.

 

Otros pasajes de la Carta que puede ilustrar

Principio 1: Respetar la Tierra y la vida en toda su diversidad

 

Principio 1a: Reconocer que todos los seres son interdependientes y que toda forma de vida tiene valor, independientemente de su utilidad para los seres humanos.

 

Principio 15: Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración.

 

Principio 15a: Prevenir la crueldad contra los animales que se mantengan en las sociedades humanas y protegerlos del sufrimiento.