La diosa de la caza

Pueblo Nu – China y Myanmar

 

Un joven cazador recorría los Montes Gaoligong en busca de alguna presa que llevar a su aldea. Pero no había parado de llover desde que amaneciera, estaba empapado y las posibles presas parecían detectarlo a distancia aquel día. No quedaban ya horas de luz, y menos en las profundidades del bosque, de modo que emprendió el camino hacia la Cueva Miluyan, que se hallaba en las cercanías, con la intención de pasar allí la noche y volver a intentar la caza al día siguiente. Sin embargo, antes de acomodarse en la caverna, decidió poner una trampa no muy lejos de la entrada de la cueva, por ver si el dios de la caza le era propicio finalmente y podía tener, al menos, una buena cena aquella noche.

Encendió un fuego para calentarse y secar la ropa y, de vez en cuando, salía en silencio a la entrada de la cueva para ver desde la distancia si, finalmente, algún animal caía en la trampa.

En una de aquellas salidas, al mirar en dirección al sitio donde había puesto la trampa, le pareció ver que los matorrales cercanos se movían, de modo que aguzó la vista. Y, súbitamente, vio saltar por encima de los matorrales a un muntíaco pardo, que fue a caer directamente sobre la trampa.

Sacando su largo machete del cinto, el joven cazador salió corriendo como una exhalación en dirección al lugar donde había puesto la trampa.

—El dios de la caza me ha sido propicio finalmente –iba musitando entre dientes mientras esquivaba árboles y saltaba por encima de matorrales con el machete en alto.

Pero, cuando llegó a la trampa, no había ni rastro del muntíaco.

—¿Qué ha podido pasar? –dijo en voz alta, mientras miraba a su alrededor buscando al animal.

¡Lo había visto con sus propios ojos! ¡Y había caído sobre la trampa! ¡De eso estaba seguro! ¿Qué podría haber pasado?

—Se ha debido soltar de algún modo –se dijo finalmente, decepcionado.

Agachándose sobre el artilugio, volvió a montar la trampa y, en esta ocasión, se aseguró de que todo estaba en orden para que, si el muntíaco volvía, no pudiera escapar esta vez.

Cuando terminó, ya era casi de noche, de modo que volvió a la cueva, cenó las pocas provisiones que se había traído y durmió junto al fuego toda la noche.

Se despertó antes de la salida del Sol, en cuanto la boca de la caverna se convirtió en un portal de luz; y, en cuanto tomó conciencia de dónde se encontraba, se levantó de un salto y se fue a mirar si el muntíaco había vuelto y, esta vez, estaba aprisionado en la trampa. Pero, cuando miró en dirección al lugar, no se podía creer lo que sus ojos le mostraban: ¡en la trampa había caído nada menos que un takín con unos enormes cuernos!

Sacando el machete del cinto de nuevo, esta vez no salió corriendo en dirección a su presa.

«Ese takín debe pesar como cinco hombres juntos», pensó, valorando cómo aproximarse a él y darle muerte.

Finalmente, sin tener aún claro cómo iba a acercarse al takín, emprendió la marcha a paso ligero en dirección a la trampa.

—Va a haber comida para toda la aldea –se dijo–, pero tendrá que venir alguien a ayudarme a llevar la carne.

Sin embargo, sus sueños de héroe local se desvanecieron cuando llegó al lugar de la trampa.

—¿Dónde se ha metido el takín? –dijo balbuceando por la sorpresa– ¡Pero si estaba aquí! ¡Yo lo he visto!

El joven cazador llegó a pensar que estaba perdiendo el juicio, que estaba viendo cosas que no eran reales. Sin embargo, se dio cuenta de que, junto a la trampa, había ciertamente huellas de takín.

«¿Será que el dios de la caza me está tomando el pelo?», pensó frunciendo el ceño.

Sin perder más tiempo, volvió a montar la trampa y, esta vez, decidió ocultarse entre los matorrales para ver quién era, si humano o espíritu, quien le estaba cicateando las presas.

Estuvo esperando largo rato hasta que, en torno al mediodía, un ciervo almizclero enano dio en caer en la trampa. Y, un instante después, como si apareciera de la nada, una joven se inclinó sobre el ciervo, lo liberó de la trampa y, tomándolo en brazos, se escabulló de nuevo entre los matorrales.

El joven cazador no daba crédito a lo que había visto, pero no tardó en reaccionar. Saliendo de su escondrijo emprendió veloz la persecución de la joven con el ciervo en brazos. Pero, por rápido que fuera en su carrera, no conseguía dar alcance a la joven, que, con una agilidad pasmosa, esquivaba árboles y arbustos, y saltaba por encima de los matorrales como si tuviera alas en los pies.

La joven salió del bosque de árboles y se introdujo en el bosque de bambú, y el cazador salió del bosque de árboles y se sumergió en el bosque de bambú. La joven salió del bosque de bambú y cruzó el valle, y el cazador salió del bosque de bambú y cruzó el valle. Pero no conseguía darle alcance, cosa que le extrañaba enormemente.

Finalmente, la joven ascendió a toda prisa por la ladera de una montaña, en cuya cima había un antiquísimo árbol con un agujero grande en sus raíces; y, viendo que no podía dejar atrás al cazador, se metió apresuradamente por el agujero.

Pero el joven cazador aún llegó a tiempo de ver uno de los pies de la joven entrando por aquel agujero en el inmenso árbol, de modo que, sin pensárselo dos veces, se metió él también por el agujero, para encontrarse de pronto con un lugar espacioso.

«La chica debe vivir aquí», pensó el cazador.

La joven, con el ciervo enano entre sus brazos, le observaba en silencio desde el fondo de aquella especie de cueva viviente. Él hizo un gesto con la mano como para indicarle que no temiera, que no iba a hacerle daño, pero ella no parecía mostrar signo alguno de temor en la mirada.

El cazador, asombrado por el lugar en el que se hallaba, se puso a contemplar lo que la tenue luz que entraba por los huecos de las raíces le dejaba observar. En las paredes y el suelo había esteras de cáñamo, y también había cuerdas de cáñamo colgadas por aquí y por allí, de las cuales colgaban utensilios de todo tipo. Vio una especie de camastro y, sobre él, algo parecido a una manta de plumas. De todas partes colgaban plumas de colores vivos y formas exóticas.

Tras observar el lugar, el joven cazador contempló a la joven que, impasible, parecía esperar a que él dejara claras sus intenciones. Era una mujer delgada, pero de aspecto fibroso, con el cabello largo y brillante, y llevaba una blusa y una corta falda de cáñamo tejido. Iba aderezada con un fino collar y unas pulseras de pequeñas cuentas de topacio. Viéndola de cerca, el joven cazador se sintió aturdido por su belleza.

Sin embargo, la atracción era mutua. Al sentir que no había nada que temer del joven cazador, la joven se relajó y dejó en el suelo al ciervo enano, dándole unas palmaditas para que saliera de allí y volviera al bosque. Claro está que el joven cazador no hizo nada por evitarlo.

—No está bien que pongas esas terribles trampas en el bosque –dijo la joven una vez el ciervo hubo salido–. ¿No te das cuenta del sufrimiento que provocas a los animales hasta que los encuentras y les das muerte?

—¡Necesito comer! –respondió él justificándose– Y también tengo que llevar comida a la gente que quiero y me espera en la aldea.

—¡Entiendo que necesites comer! –replicó ella categóricamente– ¡Pero, para comer, no necesitas causar tantos sufrimientos! Puedes hacer las cosas de otras maneras.

—¿Sí? ¿Cómo? –respondió él sinceramente interesado.

Así comenzó una amistad que terminaría en boda.

Durante un tiempo estuvieron viviendo en el agujero del árbol, hasta que, un día, el joven cazador le pidió a la joven del bosque que viviera con él en la aldea, pues tenía que ocuparse de las necesidades de su madre y su padre. De modo que fueron a la aldea, limpiaron una zona de bosque y se construyeron una casa con bambú, para luego cultivar un trozo de terreno y cuidar de unas cuantas gallinas. Vivían con lo justo, pero eran felices.

Un día recibieron la noticia de la visita de un huésped con el que el joven cazador quería quedar bien. Las costumbres de su pueblo exigían que se matara un cerdo, una oveja o un ternero –un pollo no era suficiente– para honrar a un huésped importante.

—¿Qué podemos hacer? –le dijo el cazador a su mujer– Quizás debería salir de caza.

—Espera –le dijo ella.

Salió de la casa y, pocos instantes después, regresó.

—Toma esto –le dijo entregándole un tallo de cáñamo pelado– y plántalo en el suelo detrás de la casa.

Y eso hizo el cazador.

Al día siguiente, cuando el gallo cantó por segunda vez, la joven de la montaña despertó al cazador y le dijo:

—¡Corre, ve a por la presa! ¡Tienes un muntíaco junto al tallo de cáñamo!

El cazador, sin entender lo que podría haber ocurrido mientras dormían, hizo lo que le indicó su mujer y volvió con un muntíaco perfecto para homenajear a su huésped. Ella preparó arroz para acompañar, y ambos agasajaron al visitante como exigían las normas sociales de su comunidad.

Al cabo de un tiempo, les anunciaron una nueva visita y el cazador le preguntó a su mujer si no tendría otro tallo de cáñamo pelado como el de la otra vez.

—No te preocupes –respondió ella–. Mañana por la mañana, quédate en casa y prepara el arroz. Yo traeré la carne para el invitado.

Al día siguiente, la mujer salió de casa antes del amanecer y se introdujo en los bosques. Para cuando el gallo cantó por segunda vez, el cazador escuchó un golpe seco en la tarima del patio trasero de la casa. Dirigiéndose allí a ver qué sucedía, se encontró con que la joven de la montaña acababa de dejar caer el cadáver de un jabalí.

—Aquí tienes la carne para el invitado –le dijo, para añadir impaciente a continuación–. Pero, ¿has puesto ya el arroz al vapor?

Claro está que el invitado salió aquel día de su casa profundamente satisfecho.

Y así vivieron felices durante varios años, e incluso tuvieron un hijo. Cuando el niño empezó a caminar y a hablar, la mujer de la montaña le dijo a su marido:

—Nuestro hijo ya camina, ya come solo y ya habla. Ahora ya tienes gallinas, cerdos, ovejas y vacas. De modo que podréis tener una vida digna sin mí.

El cazador no podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Es que nos vas a abandonar a tu hijo y a mí? –le preguntó con el corazón lleno de ansiedad.

—Tengo que volver a la montaña, al bosque –dijo ella mientras le acariciaba la mejilla–. Vosotros ya podéis sobrevivir, pero los animales del bosque no tienen quien les cuide. Tengo que volver con ellos.

El cazador bajó la cabeza tristemente, comprendiendo a su esposa. Los años vividos con ella le habían permitido entender su visión de las cosas, de la vida; le habían hecho comprender que los seres humanos no son más importantes que el resto de los animales, y que, aunque a veces hay que matar algún animal para comer y preservar la propia vida, los animales salvajes también merecen cuidados, atenciones y cariño.

—Por favor, cuida bien del niño –continuó ella con los ojos empañados en lágrimas– Vendré a visitaros varias veces al año, y os traeré algunas presas.

Y, tras abrazar al niño y besarlo, abrazó a su marido, le besó tiernamente y salió de la casa en dirección a la montaña.

Pasaron los días y el cazador se sumió en una profunda tristeza. Echaba de menos a la mujer que amaba, y sólo ver al niño le proporcionaba algún consuelo, pues veía en sus ojos los ojos de su madre. Un día tras otro vivía con la esperanza de verla regresar de la montaña, para pedirle que no se volviera a marchar o, en el peor de los casos, llegar a algún tipo de acuerdo con ella. Estaba incluso dispuesto a volver al hueco del árbol. ¡La echaba tanto de menos!

Pero pasaron los meses y la mujer del bosque no volvía. El hombre la buscaba en las montañas, en los bosques, incluso fue a la casa en el hueco del árbol por ver si se refugiaba allí de las inclemencias del tiempo, pero todo fue en vano.

El hombre nunca se rindió en su búsqueda, mientras cuidaba del niño y le daba todo el cariño del que era capaz. Todos los años, entre el verano y el otoño, que fue la época en la que ella desapareció, el cazador se adentraba en las montañas para buscarla, pasando así días, incluso semanas; y, curiosamente, se encontraba siempre con un rebaño de takines junto a un manantial que le había mostrado una vez su mujer. De allí volvía siempre a casa con uno o dos takines.

Con el tiempo, se llegó a decir en la aldea que la mujer del cazador había sido una encarnación de la Diosa de la Caza, que había venido a este mundo para enseñar a su marido y al resto de la sociedad cómo capturar animales salvajes con el menor sufrimiento posible, cómo domesticar y criar aves de corral y ganado de granja. Dicen que también les enseñó a utilizar el cáñamo, a hilar y tejer lino.

Y dice la leyenda que, aunque tuvo que dejar a su marido, la Diosa de la Caza nunca dejó de amarle, y nunca dejó de protegerle toda vez que se adentraba en los bosques. Dicen que todos los takines que el cazador capturaba en la montaña eran regalos de ella, pues él siempre veía las huellas de una mujer junto a las huellas del rebaño, y dicen que tanto el cazador como su hijo sentían su presencia cuando ella iba a verles, aunque ellos no pudieran verla a ella. De hecho, les visitaba con frecuencia, pues veían las huellas de sus pies repetidamente en el patio trasero de la casa.

En el Pueblo Nu se tiene por cierto que ellos son los descendientes de aquel cazador y de la Diosa de la Caza, y dicen que, aún hoy, cuando los cazadores suben a la montaña y capturan algún takín, siempre ven las huellas de una mujer entre las huellas del rebaño… pero saben que, por nada del mundo, pueden hacer sufrir más de lo estrictamente necesario a los animales que cazan, tal como les enseñó la Diosa de la Caza.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2022).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

El Pueblo Nu, cuyo número, según las más recientes estimaciones, no excede las 30.000 personas, se distribuye principalmente entre la provincia de Yunnan, en China, y el estado de Kachin, en Birmania. Habitan una región de elevadas montañas, profundas cañadas y estrechas gargantas, con bosques templados de pinos y abetos en las zonas más altas, y bosques húmedos subtropicales primarios en las zonas bajas. Esto convierte la región en un paraíso de la biodiversidad, un paraíso único en el mundo, en el que habitan leopardos, tigres y osos, ciervos de distintos tipos, gibones, macacos, loris, halcones gigantes, faisanes y, tal como cuenta el relato, muntíacos y takines. Sólo en la Reserva Mundial de la Biosfera de las Montañas Gaoligong se estima que hay unas 205 especies de animales salvajes, 525 especies de aves y 2.514 especies de vegetales, 318 de ellas endémicas (Gaoligongshan National Nature Reserve, 2022).

Sin embargo, la región se enfrenta a desafíos importantes debido a la creciente actividad humana. Entre las amenazas a la biodiversidad habría que destacar el creciente uso de fertilizantes químicos, la expansión de las tierras agrícolas y de pastoreo, la tala de árboles y los incendios forestales.

Pero quizás lo que más preocupa desde hace unos años es el proyecto de construcción de 13 grandes represas por parte de la compañía hidroeléctrica Huadian a lo largo del curso medio e inferior del Río Nu o Salween, un río que es el hábitat de más de 80 especies en peligro de extinción (Hays, 2015). En 2004, las presiones de Birmania (Myanmar) y Tailandia, hasta donde llegan las aguas del Río Nu, unidas a las denuncias de diversos colectivos medioambientales y de medios de comunicación internacionales, consiguió que el gobierno de Pekín estableciera una moratoria en este proyecto. Pero el cambio climático y las políticas de descarbonización en China han proporcionado la excusa perfecta para reactivar el plan inicial para la generación de energía hidroeléctrica (Si, 2011). En esta ocasión, sin embargo, va a ser más difícil que los colectivos medioambientales chinos, y también los internacionales, puedan detener el desastre. Como señalaba en 2020 el periodista Michael Standaert, desde una página web de la Universidad de Yale,

Muchas ONG medioambientales están siendo marginadas debido a las políticas que exigen que sean patrocinadas por las instituciones gubernamentales. Y las ONG internacionales, que eran útiles para ampliar el trabajo de esas organizaciones nacionales, han sido silenciadas de hecho en virtud de la Ley de ONG Extranjeras del país. Promulgada en 2017, la ley exige a las organizaciones internacionales que se registren en las oficinas de seguridad provinciales o nacionales y que estén afiliadas a una institución nacional. (Standaert, 2020)

Así las cosas, tememos que las maravillosas regiones donde vive el Pueblo Nu en China, a lo largo de las Montañas Gaoligong y de la cuenca del Río Nu, terminen perdiendo su gran riqueza de biodiversidad, extinguiéndose en el proceso decenas de especies únicas en el mundo… salvo que el gobierno de Pekin y los gobiernos regionales hagan gala del extraordinario sentido común y de la ancestral sabiduría del pueblo chino, y tomen las medidas oportunas para evitar esta catástrofe.

 

Desde The Earth Stories Collection, queremos agradecer profundamente a Xueping Luo, estudiante de máster de la Universidad para la Paz de las Naciones Unidas, por su abnegada labor de búsqueda y selección de historias que, para la Colección, lleva a cabo desde el año 2020. Este relato es uno de los muchos que encontró en el rico acervo de las 56 culturas de China.

 

Fuentes

  • Gaoligongshan National Nature Reserve (2022). En Wikipedia https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Gaoligongshan_National_Nature_Reserve&oldid=1098103876
  • Hays, J. (2015). Nu minority. Facts and Details. Disponible en https://factsanddetails.com/china/cat5/sub87/entry-4387.html
  • Si, M. (2011 Febrero 10). Is hydropower exploitation of the Nu River in China ‘a must’? The Guardian. Disponible en https://www.theguardian.com/environment/blog/2011/feb/10/hydropower-exploitation-china
  • Standaert, M. (2020 Oct. 5). With activists silenced, China moves ahead on big dam project. Yale Environment 360. Disponible en https://e360.yale.edu/features/with-activists-silenced-china-moves-ahead-on-big-dam-project
  • Yao, B. (Ed.). (2014). 中国各民族神话 (Mitos de grupos étnicos chinos). Shuhai Publishing House.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 15b: Proteger a los animales salvajes de métodos de caza, trampa y pesca, que les causen un sufrimiento extremo, prolongado o evitable.

 

Otros pasajes de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común.

Preámbulo: Los retos venideros.- Poseemos el conocimiento y la tecnología necesarios para proveer a todos y para reducir nuestros impactos sobre el medio ambiente.

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.

Preámbulo: Responsabilidad universal.- El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.

Principio 1a: Reconocer que todos los seres son interdependientes y que toda forma de vida tiene valor, independientemente de su utilidad para los seres humanos.

Principio 2: Cuidar la comunidad de la vida con entendimiento, compasión y amor.

Principio 14: Integrar en la educación formal y en el aprendizaje a lo largo de la vida, las habilidades, el conocimiento y los valores necesarios para un modo de vida sostenible.

Principio 15: Tratar a todos los seres vivientes con respeto y consideración.