La edad del ser humano

Pueblo Isán (Tai-Lao) – Tailandia

 

Hace mucho, mucho tiempo, cuando Phya Thaen, dios de los cielos y creador, envió a todas las criaturas a la tierra, les fue indicando, conforme pasaban, cuántos años podrían vivir en aquel mundo material.

Pero sucedió que, cuando todos los seres hubieron bajado, se percató de que se le habían pasado por alto cuatro criaturas: el ser humano, el búfalo, el perro y el mono. Siendo consciente de los trastornos y contratiempos que aquel descuido podría ocasionar a su creación, los hizo llamar a su presencia para resolver el inconveniente.

―No sé lo que ha podido ocurrir –les dijo cuando los tuvo a todos delante–, pero acabo de darme cuenta de que no os dije los años que tendríais de vida en la tierra, de modo que os lo voy a decir ahora.

Ante la trascendencia del momento, las cuatro criaturas de Phya Thaen guardaron silencio y levantaron respetuosamente la cabeza, a la espera del dictamen del dios del cielo.

―Tú, humano –dijo señalándole pensativo–, podrás vivir en la tierra durante treinta años.

El humano bajó la cabeza con desilusión, pero no dijo nada por no ofender a su creador.

―Tú, búfalo –prosiguió el dios–, vas a tener que vivir en estrecho contacto con el humano, y creo que la fuerza que te di va a jugar en tu contra en última instancia, pues el humano te va a hacer trabajar de sol a sol. Con tanta fuerza, podrías vivir muchos años, pero, para no alargarte el sufrimiento, dejaremos el tiempo de tu vida en treinta años, como el humano.

El búfalo bajó la cabeza sintiéndose desdichado.

―Mi Señor –dijo el búfalo sin levantar la cabeza–, ¿y no podría yo vivir sólo diez años, siendo que mi vida no va a ser fácil? Yo, a cambio, me comprometo a dejar descendientes para que el humano pueda ganarse la comida, ¡pero no me pidáis tanto sacrificio!

Phya Thaen echó la cabeza atrás y levantó una ceja sorprendido. ¡Nadie se había atrevido nunca a responderle cuando él pronunciaba sus decretos!

―Ejem… Bueno… –vaciló el dios, reconociendo que todos los seres, por muy criaturas suyas que fueran, tenían derecho a opinar y a disentir– ¿Estás seguro de que quieres vivir sólo diez años?

―Sí, mi Señor –respondió mansamente el búfalo, levantando los ojos por fin–. Con diez años tendré suficiente.

―Bien, pues sea como tú deseas –concluyó el dios en un murmullo, conmovido.

Y, entonces, el humano vio la oportunidad de poder vivir en la tierra un poco más.

―Señor –se atrevió finalmente a hablar–, ¿no podría yo quedarme con los veinte años que no ha querido el búfalo?

Phya Thien volvió a levantar la ceja extrañado.

―¿Estás seguro de querer vivir más tiempo en la tierra? La vida en la tierra no va a ser fácil y…

―Sí, Señor, estoy seguro –interrumpió el humano a su dios para, de inmediato, taparse la boca, al darse cuenta de lo que había hecho.

Pero Phya Thien no le dio importancia a su interrupción.

―Bien, pues sea como quieres, humano –respondió con gesto severo–. Tu vida será de cincuenta años en la tierra.

A continuación, se dirigió al perro.

―Tú, perro, me temo que también vas a tener que sufrir mucho al humano –dijo el dios mirando al hombre de soslayo–, aunque el buen corazón que te di te llevará a quererle tiernamente, y terminarás haciéndote amigo de él. Con todo, él te dejará al cuidado de sus cosas cuando esté durmiendo, y tus noches serán de temor y desvelo. Te concedo que vivas el mismo tiempo que le di a él en un principio: treinta años.

―Pero, Señor –se atrevió a responder el perro–. Eso es mucho tiempo para mí, pues significa que no voy a ser libre ni voy a poder disfrutar de los bosques, las montañas ni los ríos, como lo van a hacer otros de mis hermanos que tú has creado. ¡Y, encima, tendré que estar en vela todas las noches! ¿No podría yo vivir sólo diez años?

Phya Thien miró al perro, apiadándose de él; e, intentando mitigar sus futuros sufrimientos, le dijo en un murmullo:

―Sí, tienes razón. Vivirás diez años; no más.

―Gracias, Señor –respondió el perro con un suspiro de alivio.

―¿Y no podría yo quedarme con los veinte años que el perro no ha querido, Señor? –intervino súbitamente el humano sin poder contenerse.

El dios volvió a levantar la ceja, aunque esta vez no por verse sorprendido.

―¿Estás seguro de que quieres vivir setenta años, humano?

―Sí, Señor. Es lo que más deseo.

Phya Thien miró a los otros animales, sin acabar de entender la situación, para, finalmente, decir:

―Pues, sea como quieres… pero luego no te lamentes si, con tantas contrariedades como encontrarás en la tierra, se te hace largo.

―No os preocupéis de eso, Señor. Os doy mi palabra de que no me lamentaré.

Pero el dios, conociendo su corazón como sólo él podía conocerlo, supo que el humano no iba a cumplir su palabra.

Por último, Phya Thien se dirigió al mono.

―Y a ti, mono, te daré treinta años de vida, los mismos que tenía previstos para todos vosotros. Eres muy parecido al humano, de modo que congeniaréis bien. Y, como te hice tan divertido, el humano se reirá contigo e inventará cuentos e historias para hablar de ti.

―Mi Señor –respondió el mono con desparpajo–, es posible que me lleve bien con él y que le resulte divertido, pero… no sé por qué… intuyo que el humano me va a utilizar de múltiples maneras, algunas, incluso, un poco crueles. ¿Por qué no hacéis conmigo como con el perro y el búfalo, y me dejáis los años de vida en la tierra en sólo diez?

―¡Pues yo me quedo con los veinte que el mono no quiere! –saltó de repente el humano sin pensárselo dos veces.

En esta ocasión, la ceja de Phya Thien casi alcanzó la raíz de su cabello.

―Humano, me temo que la ambición que te di la has transformado en codicia, y te advierto que la codicia no te va a traer nada bueno –le reconvino el dios.

El humano bajó la cabeza, avergonzado, y dio un paso atrás, en silencio.

―Sea como deseáis los dos –concluyó el dios severamente–. Mono, tú vivirás diez años en la tierra. Y tú, humano, vivirás noventa años, pero tu vida se amoldará a la vida de estas otras criaturas a las que vas a hacer sufrir. Hasta los treinta años, que son los que te correspondían desde un principio, vivirás como lo que eres, un humano. De los treinta a los cincuenta, vivirás como un búfalo, trabajando de sol a sol para sustento de los demás. De los cincuenta a los setenta, vivirás como el perro, despertándote por las noches, temeroso de tu futuro y de los acontecimientos de tu vida. Y de los setenta a los noventa, vivirás como el mono, divirtiendo a tus nietos y contando cuentos e historias a todo aquel que se acerque, y sufriendo las penalidades de la vejez, para que aprendas que la codicia, el querer acumular tanto, deviene finalmente en sufrimiento.

Y, tras el dictamen final, las cuatro criaturas volvieron a la tierra, quedando así sellado su tiempo en el mundo material.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda (2021).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Este relato del Pueblo Isán, originario de la Meseta de Khorat, en Tailandia, es un buen ejemplo de cómo la misma historia, contada por storytellers diferentes, puede transmitir valores que pueden llegar a ser, incluso, antagónicos.

Tal como nos la encontramos, esta historia tenía un enfoque claramente antropocéntrico, pues daba por sentado que el búfalo, el perro y el mono debían estar al servicio del humano, y en modo alguno se planteaba el sufrimiento de estas especies en el proceso. Sin embargo, no dudamos que cualquier storyteller de la cultura isán consciente del verdadero papel del ser humano en la trama de la vida habría adaptado el relato de un modo similar a como lo hemos hecho aquí, intentando dejar en evidencia que la utilización de otras especies por parte de los seres humanos provoca sufrimiento a esos seres, y que esto tiene consecuencias de un modo u otro. En cuanto a la división de la vida humana en cuatro fases, tres de ellas comparadas metafóricamente con los otros animales, es parte del relato original isán.

 

Fuentes

  • APCEIU, SEAMEO, SEAMEO INNOTECH, SEAMEO SPAFA (2010). Telling Tales from Southeast Asia and Korea: Teacher’s Guide. Bangkok: Advanced Printing Service.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 1a: Reconocer que todos los seres son interdependientes y que toda forma de vida tiene valor, independientemente de su utilidad para los seres humanos.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común.

Preámbulo: Los retos venideros.- Se necesitan cambios fundamentales en nuestros valores, instituciones y formas de vida. Debemos darnos cuenta de que, una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más.

Principio 15a: Prevenir la crueldad contra los animales que se mantengan en las sociedades humanas y protegerlos del sufrimiento.

El camino hacia delante: La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.