La moneda

Etiopía

 

Un viejo maestro se sentó bajo la copa de un enorme baobab y miró a sus estudiantes en silencio mientras se acariciaba la blanca barba.

         ―Niñas, niños… ‒dijo‒ Mirad a vuestro alrededor. El cielo es azul, el sol brilla todos los días, pero la tierra está reseca. Mirad cómo se agrieta por la sed que sufre.

         Los pequeños no necesitaban mirar a su alrededor, pues ya lo sabían. El anciano se encorvó para recoger un plantón que tenía a sus pies, un arbolito que había sembrado en la cáscara seca de una calabaza pequeña.

         ―Este arbolito crecerá y, un día, nos dará todo lo que necesitemos. Tenemos que cuidar de él. Tenemos que ayudarle a crecer. Es bueno plantar árboles, de modo que vamos a hacer una ceremonia de plantación de árboles y vamos a crear un bosque.

         Y los pequeños, anhelando complacer a su profesor, a quien habían escuchado atentamente, se pusieron en pie y partieron charlando animadamente en dirección al lugar donde, tal como les había informado, plantarían los arbolitos.

         Pero había un chico, un buen chico, cuya vida no era tan fácil como la de algunos de los estudiantes del maestro. Había perdido a su padre y a su madre, de modo que todas las mañanas, en su soledad, salía de entre los cartones que le protegían del frío por la noche para intentar encontrar algo que comer. Había un pequeño kiosko en las cercanías, y por el olfato supo que acababan de hornear pan fresco. Se encaminó hacia el kiosko y estuvo por allí dando vueltas con la esperanza de que alguien se compadeciera de él y le ofreciera un pedazo de pan.

         Pero los harapos que vestía y el mal olor que emanaba por no poder lavarse incomodó a la dueña del kiosko, que salió a espantarlo por miedo a que le restara clientela. El chico se sentó en la acera y se puso a valorar sus opciones. Las tripas le crujían sin cesar, y no hacía más que dirigir la mirada a aquellas hogazas de pan fresco que tanto anhelaba.

         Justo en aquel momento, el viejo maestro pasó por allí y se percató de la presencia del muchacho, al tiempo que el chico le reconocía.

         ―Hoy no has venido a la escuela… ni ayer tampoco… ni anteayer.

         El niño bajó la mirada hacia el suelo.

         ―Y me gustaría que vinieras a las clases ‒añadió el anciano.

         El niño no dijo nada.

         El anciano comprendió y esbozó una sonrisa. Se llevó la mano al bolsillo y sacó una moneda.

         ―Veo que necesitas pan ‒dijo.

         El chico asintió con la cabeza.

         El anciano hizo una pausa.

         ―Te voy a dar una moneda, pero conviene que te integres en nuestra comunidad, por lo que te voy a pedir algo. ¿Vendrás primero con nosotros y nos ayudarás a plantar árboles?

         El niño asintió.

         El anciano le dio la moneda. El niño sonrió, la agarró y se la guardó en el bolsillo. Y, levantándose, siguió al anciano allí donde le esperaba el trabajo.

         Cuando llegaron, había ya una multitud bulliciosa. Estudiantes y adultos trabajando juntos, unos cavando hoyos y otros sembrando plantones y regándolos. Había una atmósfera de unión y alegría. El niño se dio cuenta de que casi nadie prestaba atención a su desagradable olor ni a los harapos con los que se cubría. De hecho, le sonreían, y él les devolvía la sonrisa mientras trabajaban codo con codo. Había buen ambiente.

         A lo largo de toda la jornada, el anciano no hacía más que recordar a sus estudiantes la misión que tenían encomendada.

         ―Cuidad de estos pequeños arbolitos, pues crecerán y, en un futuro, ellos cuidarán de nosotros. Alimentadlos, queredlos, y ellos nos alimentarán y nos querrán.

         Estuvieron trabajando durante varias horas, hasta que se quedaron sin plantones. Ante todos ellos se extendía ahora un gran campo lleno de arbolitos de pocos centímetros de altura. Estaban orgullosos del esfuerzo realizado, felices de pensar lo que habían hecho con sus propias manos. Y, después de dar las gracias, todo el mundo regresó a sus quehaceres cotidianos, mientras el chico sentía que sus tripas le reclamaban de nuevo, de modo que salió corriendo en dirección a la aldea, directo al kiosko, y se plantó delante de las hogazas de pan, con una mirada anhelante.

         La panadera le miró de arriba abajo y le fulminó con la mirada. El chico se metió la mano en el bolsillo con la intención de sacar la moneda… para comprobar horrorizado que la moneda ya no estaba allí. Se le cubrieron los ojos de lágrimas mientras buscaba frenéticamente entre sus harapos, pero fue en vano. ¿Dónde estaba la moneda? Sólo podía estar en un lugar. Volvió corriendo al campo y escudriñó con la mirada la superficie de la tierra, pero no percibió ningún destello, ningún brillo que delatara la presencia de un metal. El muchacho cayó de rodillas, y empezó a desenterrar los arbolitos, intentando encontrar la moneda desesperadamente. Buscó hilera tras hilera, cavando profundamente la tierra, arrancando plantón tras plantón. Hasta que, de pronto, sus dedos toparon con algo duro, algo redondo, liso. Lo sacó del suelo… ¡Era su moneda! Sonrió triunfante mientras la levantaba al sol… mientras a su alrededor yacían cientos de arbolitos moribundos, arrancados de raíz, esparcidos por aquí y por allá, marchitándose bajo el ardiente sol.

         No lejos de allí, bajo un enorme baobab, un viejo maestro pronunciaba palabras de sabiduría:

         ―Cuidad de los pequeños, pues crecerán y, en el futuro, cuidarán de nosotros.

 

Adaptación de Mara Menzies (2022).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Este relato, adaptado por Mara Menzies y ofrecido generosamente a The Earth Stories Collection, es, con toda la tristeza y la amargura que pueda generarnos, una metáfora magistral de una grandísima injusticia social y ecológica sobre la que deberíamos reflexionar, sobre todo en los países ricos del Norte Global.

         En una investigación del Departamento de Sociología de la Universidad Estatal de Nueva York realizado en 2008, donde se examinaron los determinantes de deforestación entre 1990 y 2005 sobre una muestra de 62 países pobres, en su relación con la deuda contraída por estos países con los países ricos y los ajustes estructurales que se les exigieron, se concluyó que «tanto los intereses de la deuda como los ajustes estructurales aumentan significativamente la pérdida de bosques» (Shandra, Shor, Maynard and London, 2008, p. 16).

         Ésta es una de tantas evidencias que explican por qué no se puede hablar de justicia social por una parte y de defensa de la naturaleza por la otra, como si se tratase de dos temas distintos que nada tienen que ver uno con otro. Esto explica por qué en los últimos años se ha ido aceptando cada vez más el término de «justicia social y ecológica» como un todo en el cual no puedes abordar un problema si no abordas al mismo tiempo el otro. Y es que difícilmente se le puede exigir a los habitantes de los países pobres que no destruyan su medio ambiente cuando las injustas relaciones económicas internacionales entre los países ricos y los pobres sumen a esas poblaciones en una pobreza tal que lo prioritario para estas personas, en el día a día, es comer y dar de comer a los hijos, con independencia de si eso supone un daño para su propio entorno inmediato.

         Mientras tanto, esta situación está entrando en una dinámica catastrófica, de proporciones apocalípticas, para los países pobres del Sur Global debido al cambio climático, una perturbación planetaria que, encima, están propiciando principalmente los países ricos del Norte Global. Téngase en cuenta que el 71% de las emisiones industriales globales que provocan el cambio climático lo generan sólo 100 grandes multinacionales de los países del Norte Global (Riley, 2017).

         Según el Banco Mundial, más de la mitad de los países más pobres se hallan al borde del impago de la deuda «contraída» con los países ricos, o bien se están aproximando peligrosamente a esta situación, al tiempo que los estudios indican que esos mismos países van a ser los más afectados por el desastre climático que han provocado sus acreedores. De hecho, estos países dedican cinco veces más al pago de la deuda del presupuesto que dedican a prepararse frente al cambio climático, cosa que está llevando a un círculo vicioso del que muy pocos podrían salir (Rawnsley, 2022).

         Esto ha llevado a muchos colectivos climáticos y de justicia social a denunciar la diplomacia de la trampa de la deuda que los países ricos imponen sobre los países del Sur Global, y a exigir la cancelación de estas deudas, en su mayor parte totalmente injustas, para que los países pobres dispongan de medios con los cuales enfrentarse a los desafíos que está suponiendo ya para ellos el cambio climático.

         La plataforma Debt for Climate, que engloba a miles de activistas del Norte y del Sur Global de todo el mundo ‒plataforma en la que ha estado integrado Avalon Project, organización que gestiona The Earth Stories Collection‒ señala de este modo la enorme injusticia social y ecológica que se está perpetrando:

Los países desarrollados del Norte Global tienen una deuda ecológica con los países del Sur Global. Además de ser responsables de las mayores emisiones de gases de efecto invernadero de toda la historia, siguen explotando y colonizando la mayor parte de los países del Sur Global a través de sus corporaciones multinacionales mediante el saqueo sistemático de sus recursos naturales. (…) Una gran parte de estas emisiones son una consecuencia de la explotación del Sur, que alimenta un sistema de consumo y desperdicios insostenibles entre las clases privilegiadas de los países ricos a costa de la creciente destrucción y el sacrificio de las poblaciones de los países del Sur Global. (DebtforClimate, 2022)

         Es por ello que exigen la cancelación de la deuda de los países pobres, a cambio de dejar bajo tierra los combustibles fósiles que los países ricos siguen extrayendo del Sur Global. De este modo, se estarían abordando dos problemas con un único movimiento.

         Si el niño que anhelaba una hogaza de pan hubiera dispuesto de suficientes monedas para comer, jamás habría desarraigado los retoños de árbol que todos juntos habían plantado unas horas antes.

 

Fuentes

  • DebtforClimate (2022 Apr.). Debt for Climate website. Available on https://debtforclimate.org/
  • Rawnsley, J. (2022 Nov. 8). Debt burden traps global south in a vicious circle. Financial Times. Available on https://www.ft.com/content/f4b04f39-8b9d-463d-8e95-ebb0d1514e21
  • Riley, T. (2017 Jul. 10). Just 100 companies responsible for 71% of global emissions, study says. The Guardian. Available on https://www.theguardian.com/sustainable-business/2017/jul/10/100-fossil-fuel-companies-investors-responsible-71-global-emissions-cdp-study-climate-change
  • Shandra, J. M.; Shor, E.; Maynard, G. & London, B. (2008). Debt, structural adjustment, and deforestation: A cross-national study. Journal of World-Systems Rsearch, 14(1), 1-21.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 10b: Intensificar los recursos intelectuales, financieros, técnicos y sociales de las naciones en desarrollo y liberarlas de onerosas deudas internacionales.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Los retos venideros.- Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales, están interrelacionados y juntos podemos proponer y concretar soluciones comprensivas.

Principio 4a: Reconocer que la libertad de acción de cada generación se encuentra condicionada por las necesidades de las generaciones futuras.

Principio 5c: Promover la recuperación de especies y ecosistemas en peligro.

Principio 8a: Apoyar la cooperación internacional científica y técnica sobre sostenibilidad, con especial atención a las necesidades de las naciones en desarrollo.

Principio 9: Erradicar la pobreza como un imperativo ético, social y ambiental.

Principio 9b: Habilitar a todos los seres humanos con la educación y con los recursos requeridos para que alcancen un modo de vida sostenible y proveer la seguridad social y las redes de apoyo requeridos para quienes no puedan mantenerse por sí mismos.

Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.

Principio 14a: Brindar a todos, especialmente a los niños y los jóvenes, oportunidades educativas que les capaciten para contribuir activamente al desarrollo sostenible.

El camino hacia adelante: La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.