La leyenda de Ali y las hadas doncellas

Pueblos Gaoshan – Isla de Taiwán, China

 

Hace mucho, mucho tiempo, en la Isla de Taiwán había una montaña a la que llamaban Tushan, que significa el Monte Pelado; y es que la montaña se elevaba en medio de la isla como una calva, sin árboles que levantaran al cielo sus brazos, sin arbustos siquiera que cubrieran su tierra y sus rocas desnudas con el verde amable de sus hojas.

         En un pequeño valle de la ladera norte, vivía un joven al que habían puesto por nombre Ali y que había quedado huérfano no mucho después de haber entrado en la adolescencia. Al menos, cuando su madre y su padre murieron, en un accidente en la montaña, años atrás, el muchacho había aprendido ya lo suficiente como para sobrevivir por sí solo con lo que los bosques, a los pies de la montaña pelada, le daban. De hecho, se había convertido en un consumado cazador, con un tino difícil de superar cuando disparaba a una presa con el arco.

         Ocurrió un día que, estando de caza en busca de alguna presa pequeña con la que saciar su apetito, vio en la distancia a dos jóvenes doncellas que estaban recogiendo flores en un claro del bosque. No habiendo visto nunca a unas jóvenes tan hermosamente ataviadas, se encaminó hacia ellas con la intención de entablar conversación cuando, de pronto, agazapado bajo los árboles de la linde del claro, vio a un enorme tigre acechando a las jóvenes para caer sobre ellas.

         Con los reflejos propios de un cazador experimentado, Ali se encorvó para no dejarse ver por el animal e inició una endiablada carrera en dirección al tigre, con una flecha montada en el arco y lista para ser disparada en una fracción de segundo.

         Se hallaba a la distancia de un tiro de flecha del felino cuando éste, sin percatarse de la presencia de Ali, comenzó a avanzar lentamente en dirección a las doncellas.

         «Un poco más, un poco más sin que me vea», pensó Ali y, cuando consideró que se hallaba a la distancia adecuada para no errar el tiro, se irguió, abrió el pecho mientras tensaba el arco y disparó su flecha sin que el tigre se hubiera apercibido de él.

         La flecha surcó el aire, directa a su objetivo, y ¡ZAS!, se clavó en el tocón de un árbol caído, justo delante del hocico del tigre. Éste, sobresaltado por la flecha, que se había llevado por delante uno de sus bigotes, volvió la cabeza y al ver a Ali con el arco nuevamente dispuesto, salió corriendo despavorido en dirección al bosque.

         Las jóvenes, al escuchar el revuelo, se volvieron asustadas en dirección a ellos, justo a tiempo de ver cómo el tigre salía del claro y se adentraba en las profundidades del bosque en busca de refugio, mientras Ali seguía apuntando su arco en dirección al punto por donde había desaparecido el tigre. Entonces lo entendieron todo.

         —¡Nos has salvado la vida! –exclamó una de las jóvenes.

         Lo dijo con voz temblorosa por el miedo, ese miedo que le asalta a uno cuando ya ha pasado el peligro, pero se percata de lo cerca que estuvo de morir.

         —No es nada –dijo Ali quitándole importancia, mientras extraía la flecha del tocón del árbol con la intención de volverla a utilizar.

         —¿Cómo lo asustaste? –preguntó la otra doncella sorprendida– No parecía herido.

         —Le rocé los bigotes con la flecha y se asustó. No quería hacerle daño –respondió Ali bajando los ojos–. Sólo quería ahuyentarle. Nunca mato a ningún animal si no es por necesidad, para alimentarme o por evitar que me mate.

         Las dos jóvenes se acercaron a él y, durante unos instantes, estuvieron hablando. Ellas no hacían otra cosa que hacerle preguntas sobre su vida, pero en ningún momento desvelaron de dónde venían ni qué hacían allí.

         Finalmente, mirando preocupadas a su alrededor, le preguntaron a Ali cuál podría ser el camino más seguro para salir del bosque. Él les dio las indicaciones precisas y se despidieron.

         Pero, mientras se hallaba en el linde del claro viendo cómo se alejaban, vio descender del cielo a un anciano con una larga barba. Llevaba un bastón largo, con un dragón en la parte superior, y se dirigía hacia ellas.

         Algo en su interior le dijo que quizás las jóvenes fueran a necesitar otra vez su ayuda, de modo que comenzó a correr en dirección a ellas sin perder de vista al anciano. Poco después confirmaba su intuición, cuando vio que el anciano alcanzaba por detrás a las dos doncellas, las agarraba fuertemente por el talle y se elevaba de nuevo hacia el cielo con ellas como un ave rapaz con dos presas.

         —¡Eh, anciano! ¡Detente! –gritó Ali intentando desconcertarle con la sorpresa y obtener las décimas de segundo que necesitaba para alcanzarles.

         ¡Y lo consiguió! Con un último esfuerzo, Ali se lanzó por el aire justo a tiempo de atrapar los pies del anciano y derribarlo junto con su preciada carga. El anciano se levantó dispuesto a combatir con Ali, pero el joven no le dio tiempo siquiera a ponerse en guardia. Con dos rápidos pasos, se puso delante de él y le golpeó fuertemente en la frente con el talón de la mano.

         El anciano se derrumbó en el suelo, para incorporarse luego poco a poco, aturdido, mientras Ali le daba tiempo por ver si desistía de luchar con él.

         Y así fue, pues el anciano, al recuperar plenamente la conciencia, lanzó una mirada furiosa contra Ali y, con gesto altivo, elevó sus amplias mangas y se remontó por los aires para desaparecer entre las nubes como una exhalación.

         —¡Oh no! –exclamaron las doncellas– ¡No debías de haber hecho eso!

         Ali no entendía lo que estaba sucediendo. ¡Les acababa de salvar la vida ante un tigre, y ahora había evitado que un anciano mago las raptara! ¿Qué había podido hacer mal?

         —Perdona, no es culpa tuya, sino nuestra –le dijo finalmente una de las jóvenes.

         —Somos dos hadas doncellas del Templo del Cielo –le explicó la otra–, y, habiendo oído hablar de las bellezas de esta isla, decidimos escabullirnos esta mañana para bajar a contemplar sus paisajes y recoger flores silvestres en los claros de los bosques. Pero, por desgracia, absortas con tanta belleza, no nos hemos dado cuenta de que el tiempo estaba pasando más rápido que en el Cielo, y alguien ha debido informar al Emperador de Jade de nuestra transgresión.

         —El hombre al que has golpeado es el Anciano del Polo Sur –continuó la otra doncella–, al cual el Emperador de Jade ha debido enviar para llevarnos de vuelta al Templo del Cielo… para recibir nuestro castigo.

         —Bueno… yo no sabía… –comenzó a decir Ali, pero en ese momento, se escuchó un rumor lejano de truenos.

         —¡El Anciano del Polo Sur debe haberle contado lo sucedido al Emperador de Jade! –exclamó una de las jóvenes, asustada.

         —Y el emperador envía ahora al Dios del Trueno para arrasar toda la isla y dar muerte a todos los seres que viven en ella –añadió la otra con tristeza, como aceptando su destino.

         —¿Y no se puede hacer nada para salvar a todos los seres de la isla? –preguntó Ali sobrecogido por la noticia, mientras los truenos sonaban cada vez más cerca.

         —Sólo si alguien se sube al pico sur del Monte Pelado y atrae hacia sí el rayo del Dios del Trueno –dijo la doncella triste bajando los ojos–, quizás evitemos que el incendio provocado por el rayo arrase toda la isla y la vida que hay en ella.

         Y, levantando de nuevo la cabeza, miró a Ali a los ojos y añadió con urgencia:

         —¡De prisa! ¡Huye hacia las planicies! Esto lo hemos provocado nosotras, y somos nosotras quienes tenemos que resolverlo. Iremos a la cima sur del Tushan y atraeremos el rayo hacia nosotras.

         —¡No! –gritó Ali sacudiendo la cabeza– Fui yo quien golpeó al Anciano del Polo Sur, y soy yo quien ha traído la perdición sobre todos en la isla.

         Y añadió con una mirada de determinación:

         —¡Soy yo quien tiene que subir al Tushan para atraer el rayo!

         Y, sin darles tiempo a reaccionar, Ali tomó del suelo el bastón con la empuñadura de dragón que el Anciano del Polo Sur había dejado abandonado y partió corriendo a toda velocidad en dirección al pico sur del Monte Pelado.

         Mientras tanto, los truenos se iban escuchando cada vez más cerca.

         Para cuando la tormenta se cernió con sus negras nubes sobre la isla, Ali ya había alcanzado la cima del Tushan.

         Empapado por la lluvia, enfrentándose a los vientos furiosos, Ali levantó el bastón del anciano y gritó a los cielos:

         —¡Dios del Trueno! ‒gritó Ali con todas sus fuerzas, llamando la atención del dios‒ ¡Fui yo quien golpeó al Anciano del Polo Sur! ¡Mira, aquí tengo su bastón! Fui yo quien dejó en libertad a las dos hadas doncellas… y soy yo ahora el que os recrimino a ti, al Anciano del Polo Sur y al Emperador de Jade por vuestro innoble comportamiento, y por imponer unas leyes injustas tanto a los habitantes del Cielo como a los de la Tierra. ¡Esto no tiene que ver con nadie más en esta isla, de modo que lanza tu rayo sobre mí y acabemos con esta farsa!

         Y aún no había terminado de pronunciar la última palabra cuando un horrible y gigantesco rayo descendió del cielo y golpeó en el pecho de Ali, destrozándolo en miles de pedazos, calcinando con su fuego abrasador la tierra y las rocas de todo el Monte Pelado, pero sin llegar a alcanzar los bosques de los pies del Tushan ni las selvas de las planicies donde se albergaba toda la vida de la isla, incluidos los humanos.

         Poco después, la tempestad se desvaneció y el Dios del Trueno volvió al Templo del Cielo a dar cuenta ante el Emperador de Jade de las palabras de Ali y de su brutal castigo. Y dicen que el Emperador de Jade estuvo cabizbajo y pensativo durante muchos días después de aquello, y que ni siquiera hizo traer a las dos hadas doncellas que habían transgredido las leyes que él mismo había impuesto en el cielo.

         Y no se sabe cómo, ni por qué, de los miles de pedazos en que quedó convertido el cuerpo de Ali comenzaron a crecer árboles y arbustos sobre la tierra y las rocas calcinadas. Y se dice que las dos hadas doncellas, al ver lo que estaba sucediendo en la montaña, se conmovieron hasta tal punto, que decidieron dar también sus vidas para generar mucha más vida en la montaña.

         —Ali murió por nosotras y por toda la vida en la isla –se dijeron entre lágrimas–, y, con su muerte, ha cubierto de bosques el Monte Pelado. Ahora, nosotras nos convertiremos en flores y hierba, que cubrirán de belleza los claros de estos bosques, para hacerle compañía a Ali y para recordar a los cielos que el anhelo de belleza no puede volver a tratarse jamás como un delito.

         Y la gente, al enterarse de lo sucedido, comenzaron a decir que el verdor que ahora cubría Tushan, el Monte Pelado, eran los cabellos y la carne de Ali, que se había hecho inmortal a través de su sacrificio; y que la hierba y las flores de los claros de los bosques eran los cuerpos feéricos de las doncellas, que ahora eran sus amigas.

         Hasta el día de hoy, el que fuera Monte Pelado, Tushan, está cubierto de árboles y matorrales. Pero, si vas a la Isla de Taiwán, no preguntes por el monte de la leyenda llamándole Tushan, porque a ese monte comenzaron a llamarle desde entonces Alishan, el Monte de Ali, para su recuerdo inmortal.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda y Xueping Luo (2022).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Entre los más de veinte pueblos o tribus que componen lo que denominamos ahora como Pueblo Gaoshan, la tribu Tsou es la que tradicionalmente pobló el Alishan, el Monte de Ali (Alishan, 2021), por lo que quizás haya que atribuir esta leyenda a esta etnia. Sin embargo, en la forma en que hemos encontrado este relato actualmente, aparecen elementos pertenecientes a la mitología china (mitología han), como son el Emperador de Jade, el Anciano del Polo Sur, el Dios del Trueno o, incluso las xiannü (仙女), las «mujeres inmortales», textualmente, palabra que suele traducirse como «hadas» (Stone, 2019).

         Es muy posible que al relato original tsou se le añadieran posteriormente elementos de la mitología del Pueblo Han, mayoritario en China, que, aunque instalados en las planicies de Taiwán desde mediados del siglo XVII, no comenzaron a colonizar las montañas de la isla hasta finales del siglo XVIII. Así, las xiannü del Templo del Cielo han, es muy posible que, en el relato original gaoshan, fueran verdaderamente «hadas», en el sentido de espíritus de la naturaleza, dado que los Pueblos Gaoshan tienen creencias animistas, según las cuales todo en la naturaleza tiene un espíritu (Guo, 2015; LeBlanc, 2019).

         Durante la ocupación japonesa (1895-1945), se comenzó la tala de los bosques de Alishan con fines industriales. Esto llevó a que, en 1906, se descubriera en esta montaña un ciprés rojo (Chamaecyparis formosensis) de más de 3.000 años de antigüedad. Los japoneses lo dejaron vivir y le llamaron el Árbol Sagrado, mientras que la cultura popular lo transformaba en el bastón del Anciano del Polo Sur, que había portado consigo Ali al atraer sobre sí el rayo del Dios del Trueno. Según la nueva leyenda, cuando los pedazos del cuerpo de Ali se convirtieron en árboles y arbustos, el bastón del Anciano del Polo Sur se transformó en el viejísimo Árbol Sagrado de Alishan.

         Por desgracia, este magnífico ejemplar de ciprés, con 53 metros de altura, 4,66 metros de diámetro de tronco y 23 metros de circunferencia de copa, fue alcanzado por un rayo en 1956, ardiendo lentamente después por el interior del tronco hasta morir. Se taló en 1998 para evitar accidentes con los turistas, si bien se puede contemplar su tronco todavía extendido sobre la tierra en toda su longitud.

         En cualquier caso, sobre el Alishan sigue habiendo un buen número de árboles muy longevos y de gran tamaño, como el Xianglin, un ciprés rojo de 45 metros de altura y 2.300 años de antigüedad, árboles que siguen haciendo honor al sacrificio de Ali en los reinos del inconsciente colectivo que interpenetran el paisaje físico del Alishan.

         Para más información acerca del Pueblo Gaoshan y sus vicisitudes históricas, véase el relato “El Pájaro de Fuego”, en esta misma Colección.

 

Fuentes

  • Alishan (2021). En Wikipedia, https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Alishan&oldid=135264522
  • Guo, R. et al. (eds.) (2015). Multicultural China: A Statistical Yearbook (2014). Berlín: Springer.
  • LeBlanc, C. (2019). Gaoshan. Encyclopedia.com. Disponible en https://www.encyclopedia.com/humanities/encyclopedias-almanacs-transcripts-and-maps/gaoshan
  • Stone, E. (trad.) (2019). The legend of Alishan. Sobre una adaptación de Song Buping. Eric Stone Chinese Translations. Disponible en https://estonechinesetranslations.wordpress.com/2019/03/06/legendofalishan/

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 1b: Afirmar la fe en la dignidad inherente a todos los seres humanos y en el potencial intelectual, artístico, ético y espiritual de la humanidad.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Principio 3b: Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable.

Principio 4: Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras.

Principio 6a: Tomar medidas para evitar la posibilidad de daños ambientales graves o irreversibles, aun cuando el conocimiento científico sea incompleto o inconcluso.

Principio 12: Defender el derecho de todos, sin discriminación, a un entorno natural y social que apoye la dignidad humana, la salud física y el bienestar espiritual, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y las minorías.

Principio 12d: Proteger y restaurar lugares de importancia que tengan un significado cultural y espiritual.

Principio 13c: Proteger los derechos a la libertad de opinión, expresión, reunión pacífica, asociación y disensión.

Principio 15c: Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la toma o destrucción de especies por simple diversión, negligencia o desconocimiento.