La guerra entre ballenas y correlimos

Islas Marshall

El correlimos llevaba ya un buen rato corriendo apresuradamente arriba y abajo por la playa, adentrándose en el lecho marino con la resaca de las olas, intentando picotear alguna pulga marina o, mejor aún, algún pececillo pequeño, para luego huir precipitadamente con la llegada de una nueva ola. Le gustaba entregarse todas las mañanas a aquel rutinario ir y venir sobre la arena, pues al final tenía la sensación de estar realizando una grácil danza con las olas.

         Su amiga la ballena, que se encontraba en la bahía frente a la playa, observó al correlimos con una mirada displicente. Estaba de mal humor pues, en su última salida a la superficie para respirar, un charrán le había dejado caer una enorme deposición justo en un ojo.

         ―¡Malditos pájaros! –había exclamado mientras cerraba el párpado– ¿Por qué no miran primero dónde dejan caer sus basuras?

         El caso es que el mal talante de la ballena lo pagó el correlimos.

         ―¡Oye, Correlimos, deja de comerte las cosas que son del océano y come sólo lo que te proporcione el aire! –le espetó desde la distancia– Desde que los humanos metieron esos barcos enormes en el mar no tenemos tanto krill ni plancton, y necesitamos de todo lo que crece en el océano para sobrevivir.

         El correlimos se sintió ofendido al oír hablar así a su amiga.

         ―¿Por qué te pones así? –respondió– El mar no es vuestro, no es de nadie, ni tuyo, ni mío ni de los humanos, y tengo tanto derecho como tú a alimentarme de lo que el mar ofrece.

         ―¡No! –gritó la ballena– ¡El mar pertenece a las ballenas!

         ―Pero, ¿qué estás diciendo? Somos más correlimos que ballenas. Si el mar le tuviera que pertenecer a alguien, nos pertenecería a nosotros más que a las ballenas.

         ―¡Que hay más correlimos que ballenas…! –respondió la ballena despreciativamente, levantando una ceja y torciendo la boca– ¿De dónde te has sacado eso? ¡Hay muchas más ballenas que correlimos!

         ―¿Siiiiii? ¡Demuéstramelo! –le respondió burlón y provocador el correlimos.

         ―¡Pues sí! ¡Te lo voy a demostrar!

         Y la ballena se sumergió en el océano golpeando con su enorme cola la superficie del mar y se puso a cantar con un canto agudo y misterioso, que recorrió los océanos en todas direcciones. Y vinieron ballenas desde todos los rincones del mundo; vinieron desde el este, vinieron desde el oeste, vinieron desde el norte y desde el sur. Y vinieron y siguieron viniendo ballenas hasta que, no mucho después, todo el océano alrededor de la isla estaba tan cubierta de ballenas que hasta se podía caminar sobre ellas cientos de kilómetros a la redonda sin hundirse en el mar.

         El correlimos abrió los ojos como platos ante tal invasión de ballenas; pero, no queriendo dar su brazo a torcer, se remontó en el cielo y comenzó a llamar a sus hermanos correlimos con su aguda voz… Chirp… Chirp…

         Poco después, el estruendo de cientos de miles de alas cubrió el cielo. Venían correlimos del este, del oeste, del norte y del sur, y la isla se cubrió de pájaros y plumas, ocultando con ellas playas y palmeras.

         Pero, ¿cómo se podría saber si había más ballenas o más correlimos? Era imposible saberlo.

         ―¿Por qué no llamamos a nuestras primas y primos en los océanos? –dijeron las ballenas, que querían imponerse en aquella discusión a toda costa.

         De modo que se sumergieron todas y se pusieron a llamar a los delfines y las orcas, a las marsopas y los tiburones, incluso a los atunes, los peces martillo, los peces espada y las mantas raya. Y vinieron del este y el oeste, del norte y del sur, desde todos los mares, y el océano se cubrió de los primos y primas de las ballenas.

         Los correlimos, impactados por la escena, incluso atemorizados muchos de ellos, decidieron hacer lo mismo, de modo que llamaron a sus primos y primas las gaviotas y los charranes, las garzas y las grullas, a pelícanos, cormoranes, fulmares, alcas, escúas y araos, incluso a los pequeños y tiernos frailecillos. Y vinieron del este y el oeste, del norte y del sur, y después de cubrir la isla y las islas cercanas, cubrieron el cielo sobre los mares, con un griterío estremecedor.

         Pero, ¿cómo saber qué había más, si mamíferos marinos y peces, o correlimos y aves? Era imposible saberlo.

         Sin embargo, la ballena no estaba dispuesta a permitir que aquellos ensordecedores pájaros, uno de los cuales le había cagado en un ojo, se impusieran sobre ella y sus familiares.

         ―¡Comámonos la tierra! –gritó para hacerse escuchar por encima del griterío de las aves– Así no tendrán donde posarse y, cuando se cansen de volar, terminarán ahogándose.

         Y las ballenas, los delfines, las orcas, los tiburones y el resto de peces comenzaron a comerse las playas, con los nidos de las aves incluidos, y después comenzaron a derribar las palmeras y a comérselas, mientras…

         ―¡Rápido! ¡Vamos a bebernos los océanos antes de que nos dejen sin tierra! –gritó el correlimos a sus hermanas y primas las aves– Así se quedarán sin agua y se ahogarán bajo el sol.

         Y las aves, todas a una, se lanzaron en picado y metieron sus picos en el mar, y comenzaron a sorber los océanos. Y, dado que era más fácil sorber y tragar que masticar, las aves se bebieron todos los océanos del planeta y dejaron a las ballenas y sus familiares boqueando en el lecho seco del mar. Ya no se metían con las aves. Tan solo intentaban sobrevivir unos minutos más, asfixiándose fuera de su elemento.

         Sí, las aves habían ganado, pero…

         Las islas, con toda su vegetación, se habían reducido en tamaño enormemente, y ahora se extendía ante ellas un desierto infinito de lecho marino seco y sin vida. Por otra parte, ¿qué iba a pasar con todos aquellos seres marinos de los que se alimentaban los correlimos y todos sus familiares? También iban a morir, y entonces las aves no tendrían qué comer, y morirían también. Pero lo que más le apenaba de todo al correlimos era ver a su amiga Ballena, aplastándose por su propio peso en el fondo reseco de lo que había sido el mar, y resecándose fatalmente bajo el sol. ¡No, él no quería eso! La ballena y él habían llegado demasiado lejos en su orgullosa pugna.

         ―¡Hemos cometido un error! –gritó de repente al tomar conciencia finalmente de lo que habían hecho– Si no devolvemos pronto el agua al océano, moriremos también nosotros, porque no tendremos de qué alimentarnos. ¡Rápido! –ordenó– ¡Regurgitad toda el agua que os habéis bebido! ¡Tenemos que conseguir que vivan todos los seres del océano!

         Y los correlimos, las gaviotas y los charranes, garzas y grullas, pelícanos, cormoranes y demás, incluso los pequeños frailecillos, se pusieron a regurgitar las saladas aguas del océano hasta que, poco después, las ballenas y sus primas, y todos los seres marinos, volvían a corretear bajo las olas.

         ―Devolved la tierra de las islas a los pájaros –transmitió mansamente la ballena bajo las olas al resto de sus hermanas y primas–. No teníamos que habernos dejado llevar de esta manera.

         Y todo en el océano y en las islas volvió a su estado original, mientras la brisa volvía a soplar en las orillas, y el sol brillaba de nuevo sobre las crestas de las olas y en los filos de las hojas de las palmeras.

         ―Lo siento –le dijo el correlimos a la ballena al oído, pues había aterrizado sobre su lomo para asegurarse de que se encontraba bien– No tenía que haber ido tan lejos en esta estúpida pelea.

         ―Más lo siento yo –le contestó la ballena–, que me he cebado en ti y en todos los pájaros por lo que ha sido una simple broma del destino. No sólo nos hemos puesto en peligro vosotras las aves y nosotros los seres del mar, sino que hemos puesto en peligro a todo el planeta, y a las generaciones actuales y futuras de todos los seres que lo pueblan.

         »Y el caso –añadió con media sonrisa– es que nunca sabremos si hay más ballenas o más correlimos, si hay más aves o más peces. Lo importante es que sepamos que hay los suficientes de unos y otras para asegurar el equilibrio de océanos y tierras, y el bienestar de todas las especies que compartimos la Tierra.»

         ―Así sea –contestó el correlimos para, tras una pausa, añadir rápidamente con una mirada pícara– ¡Pero hay más correlimos que ballenas!

         Y la ballena y el correlimos estallaron en una sonora, y aguda, carcajada.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda (2019).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Es éste un relato que no puede ni debe faltar en ningún esfuerzo educativo que pretenda transmitir el concepto de interdependencia entre los elementos de los sistemas, ni tampoco en todo intento por ilustrar el proceso de escalada de los conflictos, con sus consiguientes consecuencias no previstas.

Por desgracia, las Islas Marshall, denominadas por los españoles en el siglo xvi Islas de los Pintados (debido a la costumbre de los nativos originarios de tatuar sus cuerpos), estuvieron dominadas por potencias extranjeras –españoles, británicos y alemanes, japoneses, estadounidenses– hasta su independencia en 1990. No sólo eso: entre 1946 y 1958, los Estados Unidos de América realizaron en sus atolones 67 pruebas con bombas nucleares. Nos encontramos así con un relato para el cultivo de la interdependencia y la paz que tuvo sus orígenes en una tierra y entre unas gentes maltratadas por potencias imperiales y marcadas a fuego por la contemplación del infernal horror nuclear.

 

Fuentes

  • Downing, J. (1992). The Whale and the Sandpiper: An Oral Tradition of the Marshall Islands. Majuro Atoll: Ministry of Education.
  • MacDonald, M. R. (2005). The war between the sandpipers and the whales. In Peace Tales: World Folktales to Talk About (pp. 39-47). Arkansas: August House.
  • Renshaw, A. (2011). War of the whales and the sandpipers. Brilliant Star (May-June 2011), 6-7. Retrieved from https://brilliantstarmagazine.org/uploads/play/War_of_the_Whales_MJ11.compressed.pdf.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Somos ciudadanos de diferentes naciones y de un solo mundo al mismo tiempo, en donde los ámbitos local y global, se encuentran estrechamente vinculados.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Los retos venideros.- La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida.

 

Principio 6c: Asegurar que la toma de decisiones contemple las consecuencias acumulativas, a largo término, indirectas, de larga distancia y globales de las actividades humanas.

 

El camino hacia adelante: El proceso requerirá un cambio de mentalidad y de corazón; requiere también de un nuevo sentido de interdependencia global y responsabilidad universal. Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global.