Las hormigas y el tesoro

Pueblo Yoruba – Nigeria / Benín / Ghana / Togo

 

Había una vez un hombre pobre que era muy amable con los animales y las aves. Sin embargo, por poca comida que tuviera, siempre apartaba unos cuantos granos de trigo o unas cuantas judías para su loro, y tenía la costumbre de esparcir por el suelo, cada mañana, algunas migajas para las laboriosas hormigas, con la esperanza de que se dieran por satisfechas con el trigo y dejaran intactas sus pocas posesiones.

Y las hormigas estaban agradecidas por ello.

En la misma aldea vivía un avaro que, por métodos astutos y deshonestos, había acumulado una gran cantidad de oro; oro que guardaba a buen recaudo en un rincón de su pequeña choza. Se pasaba el día y las noches sentado a la puerta de su choza, para que nadie pudiera robarle el tesoro.

Cuando se acercaba algún pájaro, el avaro le arrojaba una piedra, y aplastaba a cualquier hormiga que pudiera pasearse por las inmediaciones, pues detestaba a todas las criaturas vivas, y no amaba otra cosa salvo su oro.

Como sería de esperar, las hormigas no sentían ningún cariño por el avaro; y, después de que éste matara a un gran número de ellas, comenzaron a pensar en el modo de castigarle por su crueldad.

—Es una verdadera pena –dijo el rey de las hormigas– que nuestro amigo sea tan pobre, mientras que nuestro enemigo es muy rico.

Esto les dio a las hormigas una idea. Decidieron trasladar el tesoro del avaro hasta la choza del hombre pobre. Para ello, excavaron un gran túnel. Un extremo del túnel estaba en la casa del hombre pobre, y el otro extremo estaba en la choza del avaro.

La noche en que el túnel estuvo terminado, una multitud de hormigas se puso manos a la obra para transportar el tesoro del avaro hasta la casa del hombre pobre; y, cuando llegó la mañana y el hombre pobre vio el oro amontonado en el suelo, se volvió loco de contento, pensando que los dioses le habían enviado una recompensa por tantos años de humilde trabajo.

El hombre colocó todo el oro en un rincón de su choza y lo cubrió con vestiduras nativas.

Mientras tanto, el avaro había descubierto que su tesoro se había reducido en gran medida. Alarmado, no se le ocurría cómo podría haber desaparecido todo aquello, pues había estado vigilando la puerta de la choza en todo momento.

A la noche siguiente, las hormigas transportaron una gran porción de oro a través del túnel, y una vez más el hombre pobre saltó de alborozo, en tanto que el avaro se encolerizaba al descubrir sus pérdidas.

Durante la tercera noche, las hormigas trabajaron toda la noche y consiguieron, finalmente, llevarse el resto del tesoro.

—¡Los dioses me han mandado mucho oro! –gritaba el hombre pobre, mientras escondía su tesoro.

Pero el avaro convocó a sus vecinos y les contó que, a lo largo de tres noches, su trabajosamente ganado tesoro se había desvanecido. Insistía en que nadie había entrado en la choza, salvo él mismo, y que, por tanto, debían de haberle robado el oro mediante brujerías.

Sin embargo, cuando registraron la choza, encontraron un agujero en el suelo, y descubrieron que aquel agujero era la entrada a un túnel. Era evidente que el tesoro había sido transportado por el túnel, y todo el mundo comenzó a buscar el otro extremo de éste. Finalmente, lo descubrieron en la choza del hombre pobre. Bajo las vestiduras nativas, en un rincón, encontraron el tesoro perdido.

El hombre pobre protestó en vano, diciendo que él no podía haberse metido por tan estrecho túnel, y declaró no tener ni idea de cómo el oro había ido a parar a su choza. Pero el resto dijo que debía haber algún hechizo mediante el cual había conseguido hacerse tan pequeño como para meterse a través del túnel por la noche hasta la choza del avaro.

Por su delito lo encerraron en una choza y atrancaron fuertemente la entrada, con la intención de quemarlo vivo al día siguiente.

Cuando las hormigas vieron lo que había ocurrido con su plan para ayudarle, se quedaron tremendamente perplejas y comenzaron a preguntarse qué podrían hacer para salvar a su pobre amigo de tan terrible muerte.

No se les ocurrió otra cosa que comerse la choza entera en la que el prisionero estaba confinado. Lograron hacerlo en unas cuantas horas, y el hombre pobre se quedó atónito cuando se descubrió a sí mismo en un espacio abierto. Huyo corriendo a la selva y nunca más le volvieron a ver.

Cuando llegó la mañana y la gente vio que las hormigas habían estado trabajando, pues de la choza no quedaban más que algunos palos, dijeron:

—¡Los dioses han tomado el castigo en sus propias manos! Las hormigas han devorado tanto la choza como al prisionero.

Y sólo las hormigas sabían que aquello no era cierto.

 

Adaptación de M. I. Ogumefu (1929).

Domino Público.

 

Comentarios

No disponemos de información sobre el adaptador de esta historia yoruba, M. I. Ogumefu, si bien el apellido Ogumefu sabemos que procede de Nigeria, donde los yorubas constituyen el 30% de la población, ocupando la región sudoccidental del país, donde se encuentra la capital, Lagos. Sin embargo, los yorubas se encuentran también en países vecinos a Nigeria, como Benín y Togo; y, tristemente, en otros muchos países de América, a los que fueron llevados en la tenebrosa época de la esclavitud transatlántica.

En muchas zonas de América, las epidemias traídas por los europeos y la brutalidad de los invasores coloniales provocó una inmensa mortandad entre la población originaria. Esto llevó a las potencias europeas a buscar nueva mano de obra esclava, aprovechando los progresivos desarrollos tecnológicos en navegación para traerla desde África. Aunque debe decirse también que, para ello, contaron con la inestimable colaboración de muchos reyes y comerciantes africanos, que se hicieron ricos con el dinero y las mercancías con que se les pagó su contribución.

Así, miembros de la etnia yoruba terminarían entrando en gran número en lo que ahora son Cuba, Brasil, Puerto Rico, República Dominicana, Trinidad y Tobago, Guadalupe, Colombia, Venezuela, Panamá, Honduras y Estados Unidos (Carolina del Norte). Su huella cultural en muchos de estos países es profunda, no sólo en lo relativo al arte, las danzas, la gastronomía y las expresiones lingüísticas, sino también en sus prácticas espirituales, con el culto a los orisha y sistemas como el Candomblé, el Sango y el Umbanda en Brasil.

 

Fuentes

  • Ogumefu, M. J. (2007). Yoruba Legends. Forgotten Books, pp. 19-21. Disponible en http://www.forgottenbooks.org/ebooks/Yoruba_Legends_-_9781605060170.pdf.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 15c: Evitar o eliminar, hasta donde sea posible, la toma o destrucción de especies por simple diversión, negligencia o desconocimiento.

 

Otros pasajes de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.

 

Principio 2: Cuidar de la comunidad de vida con entendimiento, compasión y amor.

 

Principio 2b: Afirmar, que a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

 

Principio 15: Tratar a todos los seres vivientes con respeto y moderación.

 

Principio 15a: Prevenir la crueldad contra los animales que se mantengan en las sociedades humanas y protegerlos del sufrimiento.