Rex quondam, rexque futurus

Tradición Celta – Gran Bretaña y Francia

 

Hubo un tiempo en que la tierra de los britanos se sumió en el caos. Fue cuando el imperio se desmoronó bajo una recua de gobernantes ineptos y corruptos, confabulados con unos cuantos grandes mercaderes igualmente enfermos de codicia, que no dejaban a los pueblos ni siquiera las migajas de su miseria.

         Así, al igual que el resto del imperio, la tierra de los britanos se convirtió en campo de asechanzas, escaramuzas y batallas entre unos cuantos señores feudales, que no buscaban tampoco el bien de sus pueblos, sino su propia medra. Todos querían ser «el rey», pero ninguno de ellos tenía el espíritu de un verdadero rey.

         Para más calamidad y miseria del pueblo britano, unas tribus bárbaras del otro lado del canal aprovecharon el caos imperante para invadir la isla. Destrucción, hambre y penurias sin cuento azotaban al pueblo, mientras los señores de la guerra y los bárbaros se entregaban a sus salvajes matanzas y saqueos, empujados por su patética codicia.

         Fue entonces cuando un verdadero rey surgió en las regiones más occidentales del país. Sacando la espada de la piedra que nadie había sido capaz de arrancar para reivindicar su soberanía, el joven rey se ganó el respeto de todos por su integridad, rectitud y nobleza. Se llamaba Arturo, y no venía sólo, sino que le acompañaba un gran mago, posiblemente el mayor mago de todos los tiempos: Merlin.

         Poco tiempo después, y con la ayuda de Merlin, el verdadero rey consiguió reunir bajo su bandera del dragón a todos los reyes y señores de Bretaña, para derrotar a los bárbaros invasores en una serie de enfrentamientos que culminarían en la Batalla de Mount Badon. De este modo, obligó a las hordas invasoras a replegarse en las costas del canal y a renunciar a ulteriores intentos de conquista. Éste fue el inicio de una época dorada, que se recordaría durante siglos en toda Europa.

         A sugerencia de Merlin, Arturo creó una hermandad de guerreros y los acomodó en una Tabla Redonda, como símbolo del mundo y del cielo sobre sus cabezas. En ella nadie tenía un lugar de privilegio, y el rey, sin dejar de serlo, departía con sus guerreros como un caballero más. Allí, ante la Tabla Redonda, se conjuraron todos para que, una vez alcanzada la paz, el pueblo britano pudiera rehacer su vida y florecer.

         Así, se comprometieron bajo juramento a proteger a los débiles de los abusos de los poderosos, a ayudar a los más desfavorecidos haciendo justicia, a defender y proteger a las mujeres de hombres maliciosos, a crear las condiciones justas para que niñas y niños pudieran crecer en un ambiente fértil y la gente anciana pudiera terminar sus días en paz.

         Y, habiendo justicia en las tierras de Bretaña, floreció la verdadera paz, aquélla que se sustenta en las correctas relaciones entre las personas, y entre las personas y la tierra de la que todos se sustentan.

         La fama del Rey Arturo y sus Caballeros de la Tabla Redonda llegó a todos los rincones del mundo conocido, y comenzaron a llegar caballeros de otras tierras, otros colores y otras fes, que anhelaban unirse a la hermandad para asumir su código de honor y acrecentar la nobleza de su alma. De este modo, la Tabla Redonda creció con guerreros de medio mundo, y no sólo se unieron a ella hombres de la nobleza, sino que Arturo nombró caballeros e incluyó en la Tabla Redonda a hijos de campesinos y artesanos, de pastores… y de hadas. Incluso integró en su egregia Tabla a hombres que, por sus diferencias y condiciones, o inclusive por sus enfermedades, ningún rey de su época habría admitido entre los suyos.

         Como Merlin le dijera desde un principio, nadie debía ser excluido si el coraje y la nobleza de su corazón atestiguaban su merecimiento.

         Y, siendo éstas las condiciones para formar parte de la hermandad, ¿cómo no iba a haber mujeres?

         Dejándose aconsejar por Merlin, pero también por su hermana, Morgan le Fay, sacerdotisa de la sagrada Isla de Avalon, el rey abrió la puerta de la hermandad a mujeres sabias y sagaces, de carácter, instruidas en las más distintas ciencias y artes, mujeres asimismo de gran coraje y valor, capaces de enfrentarse a cualquier guerrero con el poder de su mera presencia.

         Sobre las espaldas de esta hermandad de hombres y mujeres de toda raza y condición, de esta élite obradora de justicia y cuidados, las gentes y las tierras de Britannia vivieron un tiempo prodigioso, como nunca antes, ni después, hayan vivido.

         Pero las asechanzas de los necios, los ruines y los codiciosos tuvieron que llevar al traste aquella magnífica era dorada, y la traición abrió las puertas al desastre. En uno de los momentos más difíciles del devenir de la hermandad, tras sucumbir la flor de la caballería en la Demanda del Santo Grial, el maldito Mordred, hijo incestuoso de Arturo, reunió en torno a sí a los más taimados y miserables de los señores feudales de Britannia. Éstos, resentidos porque Arturo jamás les había dado entrada en su Tabla Redonda, se unieron a las hordas bárbaras, que habían estado esperando durante décadas para vengar la derrota que les había infligido Arturo.

         Y así llegó el aciago día en que el Rey, con los exiguos restos de su hermandad y de su ejército, y ya sin la ayuda de Merlin, desaparecido tiempo ha, se enfrentó al magnífico ejército de Mordred en la desventurada Batalla de Camlann. La superioridad numérica del poderoso ejército de Mordred quedó compensada por el valor y el denuedo de los guerreros de Arturo, pero la batalla fue una horrenda carnicería. Al final, sólo Arturo, Mordred y el buen Bedivere, herido, quedaron con vida, dando Arturo muerte a Mordred, pero quedando el rey fatalmente herido.

         Arturo, viendo aproximarse las sombras de la muerte, le entregó a Bedivere la espada de su realeza, Excalibur, y le encomendó devolvérsela a su auténtica dueña, la Dama del Lago.

         Y, poco después, un pequeño velero procedente de la Isla de Avalon, con Morgan le Fay y tres sacerdotisas más de la Diosa, recogieron al malherido Arturo y se lo llevaron consigo.

         Dicen que en la Isla de Avalon lo curaron de sus heridas, y muchos son los que aseguran que Arturo sigue allí con vida. Pues afirman que habrá un día en que el mundo se hallará ante un grave peligro, y que Arturo volverá, al frente de su hermandad de la Tabla Redonda y de su ejército de guerreros, para evitar el desastre y traer una nueva era dorada a los pueblos del mundo y a la Tierra.

         Por eso dicen de Arturo que es el una vez y futuro rey: Rex Quondam, Rexque Futurus.

 

En el condado de Somerset, sur de Inglaterra, al suroeste del pueblo de South Cadbury, hay una colina de algo más de 150 metros de altura coronada por una inmensa planicie. Se dice que es allí donde, en otro tiempo, estuvo situado el castillo de Camelot, sede de gobierno de Arturo y en cuyo gran salón estuvo dispuesta la Tabla Redonda.

         En el pueblo, situado a menos de 300 metros del camino que sube a la colina, se cuenta una leyenda antiquísima, que asegura que la colina de Cadbury está hueca por dentro. Dicen que, en su interior, en sus cavernas, se hallan los miembros de la hermandad de la Tabla Redonda y todos los guerreros que alguna vez pertenecieron al ejército de Arturo. Y dicen que se hallan todos en un estado de letargo, a la espera de que Arturo venga desde Avalon a despertarles para la gran «batalla», cuando el mundo esté en peligro.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda (2020).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

En este relato he intentado reunir información relevante sobre este mito del futuro, si bien esa información se halla dispersa en distintas versiones medievales del Ciclo Artúrico y en tradiciones orales de toda Gran Bretaña. Lo único que no aparece en las versiones medievales que conozco es lo relativo a las sacerdotisas de la Diosa en Avalon, si bien tampoco es un invento mío, dado que he tomado las ideas de una versión contemporánea del mito que, por reciente que sea, no desmerece en modo alguno; me refiero a Las nieblas de Avalon, de Marion Zimmer-Bradley.

         Por lo demás, no hay nada que esté fuera de su sitio en el mito, ni siquiera lo relativo a la inclusión en la Tabla Redonda no sólo de mujeres, sino también de «plebeyos», gentes de otras razas, musulmanes y demás «paganos», personas con rasgos diferenciales –como Sir Dinadan– o con enfermedades mal comprendidas en la Edad Media, como un epiléptico. Para ver este tema, sugiero la lectura de «La Comunidad de la Tabla Redonda», también incluida en esta Colección, entre los relatos del epílogo de la Carta de la Tierra.

         En este sentido, resulta sorprendente que, en medio del oscurantismo religioso de la Europa medieval, se creara una mitología con valores y actitudes morales muy por delante de los de su época. No obstante, muchos de ellos –como, por ejemplo, la elevada valoración de las mujeres– procedían probablemente de la cultura celta en la que tuvo su origen la semilla de estos relatos, y que daría lugar, con el tiempo, a la devoción femenina del amor cortés y a los Fieles de Amor de Dante.

         En cuanto a la tradición del regreso de Arturo y sus guerreros desde Avalon, encontramos la raíz erudita y literaria en el clásico de Geoffrey de Monmouth, Historia Regum Britanniae (c. 1138), donde se afirma que, aunque Arturo fue mortalmente herido en Camlann, no murió por ello, sino que fue llevado a la Isla de Avalon para ser milagrosamente curado. Posteriormente, el mismo Geoffrey le daría una vuelta de tuerca a la leyenda en su Vita Merlini (c. 1151), donde decía que Arturo seguía vivo y podría volver desde Avalon para gobernar de nuevo (Green, 2009).

         Sin embargo, la fuente escrita más antigua no es la de Geoffrey de Monmouth, sino que parece hallarse en William of Malmesbury (1125), que dice: «Pero la tumba de Arturo no aparece, de ahí la antigüedad de las fábulas que siguen afirmando que volverá» (Padel, 1994). Además, son muchos los autores que, durante el siglo xii, hablan de la «esperanza de los britanos», una leyenda al parecer muy difundida en la tradición popular. De ella se habla incluso en otros lugares de Europa, como lo atestiguan el francés Peter de Blois (c. 1190) o el italiano Boncampagno da Signa (c. 1200) (Green, 2009).

         De hecho, la creencia en la supervivencia de Arturo era lo suficientemente poderosa entre el pueblo como para que el monje belga Hériman de Tournai (c. 1146) contará que en 1113 hubiera un estallido violento en Gales, en una reunión religiosa, cuando un clérigo comento que Arturo estaba muerto (Green, 2009).

         Tres siglos después, la leyenda seguía viva. Incidiendo en el carácter de la Isla de Avalon como isla de hadas, John Lydgate, en su Fall of Princes (1431-1438) se hacía eco de la creencia de que Arturo «volverá como señor y soberano desde el reino feérico y reinará en Britannia». Y, poco después, el último de los grandes creadores medievales del Ciclo Artúrico, Thomas Malory, en su Le Morte d’Arthur (1485), registraría la leyenda bajo el epígrafe Rex quondam Rexque futurus. Malory introduciría la leyenda en el relato, comenzando con las propias palabras de Arturo a Bedivere:

Ten ánimo –dijo el rey–, y haz lo mejor que puedas, pues en mí no queda confianza en que fiar; pues voy al valle de Avalon a sanarme de mi grave herida; y si no oyes nunca más de mí, reza por mi alma. (Malory, 1969, p. 517)

         Para, luego, añadir Malory como narrador:

Aunque dicen algunos en muchas partes de Inglaterra que el rey Arturo no ha muerto, sino que por voluntad de Nuestro Señor Jesú fue a otro lugar; y dicen que vendrá otra vez, y ganará la santa cruz. Sin embargo, no quiero decir que será así, sino más bien digo que aquí en este mundo cambió de vida. Pero muchos dicen que sobre su tumba está escrito este verso: HIC IACET ARTHURUS, REX QUONDAM REXQUE FUTURUS. (Malory, 1969, p. 519)

         Es decir, «Aquí yace Arturo, el una vez y futuro rey».

         También es elocuente de la prevalencia y difusión de la leyenda del regreso de Arturo el hecho de que un cronista español contara, a finales del siglo xvi, que el rey español Felipe ii juró, cuando se casó con María Tudor en 1554, que renunciaría al reino de Inglaterra si Arturo regresaba (Padel, 1994).

         En cuanto a la supuesta tumba de Arturo a la que hace referencia Malory, ésta fue encontrada en la Abadía de Glastonbury en 1190, sospechosamente, siete años después de que un incendio destruyera la abadía, junto con todos los tesoros que acumulaban los monjes. Al parecer, éstos necesitaban dinero para la reconstrucción, y no se les ocurrió nada mejor que inventarse el descubrimiento de la tumba del gran rey para fomentar la llegada de peregrinos a Glastonbury. Por otra parte, Malory erró en el texto que, según los monjes, había aparecido en la supuesta tumba de Arturo, ya que en realidad rezaba: Hic iacet sepultus inclitus rex Arturius in Insula Avalonia, es decir, «Aquí yace enterrado el ínclito rey Arturo, en la Isla de Avalon». Es decir, no decía nada del Rex Quondam, Rexque Futurus. Evidentemente, para los monjes era mejor que estuviera muerto y bien muerto, y que la gente creyera que estaba enterrado en su abadía.

         En realidad, conviene ver al rey Arturo como lo que es, un personaje mítico, un arquetipo del inconsciente colectivo, probablemente surgido a partir de un líder guerrero auténtico que habría vivido entre los siglos v y vi e.c., y para el cual se proponen distintas figuras históricas. Sin embargo, los personajes, las historias y los símbolos asociados al Ciclo Artúrico tienen unas claras raíces en la mitología celta.

         Finalmente, nos queda hablar de Cadbury Hill, a la que, según una antigua referencia (Phelps, 1839, Ch. VI, §1, p. 118), denominaban antiguamente Camelet, con una clara resonancia al Camelot del mito. Se trata de los restos de un hillfort, una fortificación de madera (la piedra vino con el mito), si bien de grandes dimensiones y con cuatro niveles de murallas con fosos. Según los estudios arqueológicos, albergó un número importante de tropas entre los siglos v y vi, la misma época de una de las figuras históricas aspirante al Arturo real. Según arqueólogos e historiadoras, hubiera sido el mejor lugar y el más estratégico en las luchas que enfrentaron a los britanos con los invasores sajones (Alcock, 1972; Radford y Swanton, 1975; Tabor, 2008).

         De ahí que no sea extraña la pervivencia de la leyenda de Cadbury, de la cual hay registros de un anticuario galés, Elis Gruffudd, fallecido en 1552, que anotó dos versiones de la leyenda, en una de las cuales Arturo estaba en las cuevas de Cadbury Hill junto con sus guerreros. Posteriormente, en el siglo xix, vuelve a aparecer un registro de la leyenda, cuando un anciano de South Cadbury preguntó a un grupo de anticuarios de visita en el pueblo, «¿Han venido a sacar al rey?» (Green, 2009).

         No obstante, leyendas similares, en las que se habla de Arturo, su hermandad de la Tabla Redonda y sus guerreros, todos ellos dormidos o aletargados en cuevas, se pueden encontrar también en otros lugares de Gran Bretaña.

 

Fuentes

  • Alcock, L. (1972). Was that Camelot? Excavations at Cadbury Castle 1966-70. Londres: Thames and Hudson.
  • Green, C. R. (2009). «But Arthur’s grave is nowhere seen»: Twelfth-century and later solutions to Arthur’s current whereabouts. Arthuriana. http://www.arthuriana.co.uk/n&q/return.htm
  • Malory, T. (1969). Le Morte d’Arthur, Vol. ii. Harmondworth, UK: Penguin Books.
  • Padel, O. J. (1994). The Nature of Arthur. Cambrian Medieval Celtic Studies, 27(1994),1-31.
  • Phelps, W. (1839). The History and Antiquities of Somersetshire; Being a General and Parochial Survey of That Interesting County, to which is Prefixed an Historical Introduction, with a Brief View of Ecclesiastical History; and an Account of the Druidical, Belgic-British, Roman, Saxon, Danish, and Norman Antiquities, Now Extant, Vol. II. Londres: J. B. Nichols & Son.
  • Radford, C. A. R. y Swanton, M. J. (1975). Arthurian Sites in the West. Exeter, UK: University of Exeter Press.
  • Tabor, R. (2008). Cadbury Castle: The Hillfort and Landscapes. Stroud, UK: The History Press.
  • Zimmer-Bradley, M. (2000). Las nieblas de Avalon. Barcelona: Emecé Editores.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

El Camino Hacia Adelante: Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz…

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común.

Preámbulo: La situación global.- Las comunidades están siendo destruidas. Los beneficios del desarrollo no se comparten equitativamente y la brecha entre ricos y pobres se está ensanchando. La injusticia, la pobreza, la ignorancia y los conflictos violentos se manifiestan por doquier y son la causa de grandes sufrimientos. Un aumento sin precedentes de la población humana ha sobrecargado los sistemas ecológicos y sociales. Los fundamentos de la seguridad global están siendo amenazados. Estas tendencias son peligrosas, pero no inevitables.

Principio 3b: Promover la justicia social y económica, posibilitando que todos alcancen un modo de vida seguro y digno, pero ecológicamente responsable.

Principio 9c: Reconocer a los ignorados, proteger a los vulnerables, servir a aquellos que sufren y posibilitar el desarrollo de sus capacidades y perseguir sus aspiraciones.

Principio 11a: Asegurar los derechos humanos de las mujeres y las niñas y terminar con toda la violencia contra ellas.

Principio 11b: Promover la participación activa de las mujeres en todos los aspectos de la vida económica, política, cívica, social y cultural, como socias plenas e iguales en la toma de decisiones, como líderes y como beneficiarias.

Principio 12a: Eliminar la discriminación en todas sus formas, tales como aquellas basadas en la raza, el color, el género, la orientación sexual, la religión, el idioma y el origen nacional, étnico o social.

Principio 13e: Eliminar la corrupción en todas las instituciones públicas y privadas.

Principio 16f: Reconocer que la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte.

El Camino Hacia Adelante: Nuestra diversidad cultural es una herencia preciosa y las diferentes culturas encontrarán sus propias formas para concretar lo establecido. Debemos profundizar y ampliar el diálogo global que generó la Carta de la Tierra, puesto que tenemos mucho que aprender en la búsqueda colaboradora de la verdad y la sabiduría.

El Camino Hacia Adelante: La vida a menudo conduce a tensiones entre valores importantes. Ello puede implicar decisiones difíciles; sin embargo, se debe buscar la manera de armonizar la diversidad con la unidad; el ejercicio de la libertad con el bien común; los objetivos de corto plazo con las metas a largo plazo.