Tagori-hime, la diosa de todo lo verde que crece

Sintoísmo –  Japón

 

Amaterasu, la benévola diosa del Sol, decidió que no volvería a ver nunca más a su hermano Tsukiyomi, el dios de la Luna. No sabía qué había ocurrido exactamente en la visita que éste había hecho a Uke Mochi, la diosa de la fertilidad y los alimentos, de la flora y la fauna; lo único que sabía era que Tsukiyomi había matado a Uke Mochi con su espada.

—¡Es un salvaje! –se repetía una y otra vez Amaterasu, que no podía creer que ambos hubieran podido nacer del mismo padre, el dios creador Izanagi.

El caso es que Amaterasu y Tsukiyomi ya no se volvieron a ver, y ése es el motivo por el cual el Sol y la Luna nunca comparten la misma zona del cielo, pues Tsukiyomi intenta ocultarse de la vista de ella por temor a su divina cólera.

Amaterasu no podía quitarse de la cabeza lo sucedido con Uke Mochi, hasta que, al cabo de unos días, se sorprendió enormemente al escuchar que del cuerpo de Uke Mochi estaban creciendo verduras, cereales y legumbres, árboles frutales, insectos y otros animales, árboles y plantas, como si toda la fertilidad que la diosa había albergado en su interior buscara ahora salir al mundo para continuar su existencia.

Decían que de sus ojos habían surgido semillas de arroz, mijo de sus orejas, judías pintas de su nariz, trigo de sus genitales y soja de su bajo vientre. De su boca surgían peces y animales de todo tipo, y de su cabeza habían emergido vacas y caballos. De su cabello nacían moreras, y de sus cejas gusanos de seda. Todo tipo de animales, árboles y plantas estaban naciendo y brotando a la vida desde su inerte cuerpo.

«¡Qué extraño –pensó Amaterasu– que, de un acto tan vil, malvado y despreciable, de un acto de muerte, pueda surgir ahora tanta vida y tanto bien!»

Y Amaterasu pensó en su querida Tierra, sobre la cual había estado brillando amorosamente desde tiempos inmemoriales.

«¿Y si la muerte de Uke Mochi no fuera en vano?», pensó la diosa, mientras una corriente inagotable de ideas inundaba su divina e iluminada mente.

Amaterasu hizo que toda la vida que estaba surgiendo del cuerpo inerte de Uke Mochi fuera llevada a la Tierra. Hizo que en los lugares secos se plantara el trigo, la cebada y las judías que surgían de ella; y que en los humedales se plantaran las semillas de arroz. Hizo que las moreras se plantaran en las laderas de las colinas, y que sobre ellas pusieran a los gusanos de seda, para que los seres humanos iniciaran así el arte de la tejeduría de la seda.

Y cuando terminó de distribuir en la Tierra toda la vida que había surgido del cuerpo de Uke Mochi, Amaterasu pensó que iba a necesitar ayuda para atender y cuidar de tantos seres y tanta belleza como ahora poblaban la Tierra. De modo que llamó a su otro hermano, Susanoo, dios del mar, de las tempestades y las batallas, y le pidió que enviase a su hija Tagori-hime a la Tierra, para que cuidara de todas las cosas verdes que crecen.

La joven Tagori-hime bajó a la Tierra de inmediato, pero, no encontrando dónde alojarse para vivir, anduvo deambulando por todo Nipón durante un tiempo. Estuvo haciendo brotar todo tipo de cereales, verduras y árboles frutales, cuidando de que las cosechas no se helaran con los rigores del invierno ni se agostaran con el calor estival, pintando con toda la gama de verdes campos, humedales y colinas, coloreando de rojos, naranjas y amarillos los frutos del verano y las hojas del otoño; hasta que llegó un día que, cansada y necesitando un lugar íntimo donde cerrar los ojos por unos días, optó por buscar ayuda entre los humanos. No quería importunar a su padre Susanoo, y mucho menos a la gran Amaterasu. ¡Bastante tenía ella dando luz y vida a los mundos!

Aquel día, un pescador llamado Sakino estaba arrojando sus redes al mar en las cercanías de la Isla de Okanoshima cuando, de pronto, vio venir hacia él una extraña embarcación con una vela roja. Cuando la barca le alcanzó, vio que en ella navegaba la diosa Tagori-hime. Extrañado por la numinosa aparición, Sakino le preguntó a la diosa:

—Señora, ¿necesitáis algo? ¿Puedo hacer algo por vos?

—Sí, Sakino –respondió ella llamándole por su nombre–. Hace muchos días que voy y vengo por las Islas de la Tierra de las Muchas Hojas, cuidando de las semillas dadoras de vida que Amaterasu os concedió y plantó en campos, humedales y colinas. He procurado que todos tuvierais abundante arroz y cebada, y he provisto para que vosotros, vuestros hijos y los hijos de vuestros hijos podáis sustentaros con todo lo verde que crece. Pero ahora me encuentro con que no tengo ningún santuario donde acogerme y descansar, donde quizás podáis venir los seres humanos a pedirme ayuda y darme las gracias por el sustento que os proporciono; un lugar donde pueda vivir en paz.

»¿Podrías ir a la Emperatriz –preguntó Tagori-hime dulcemente– para pedir que me construyan un santuario en la Isla de Itsukushima, diciéndole que daré protección a las tierras del Mikado por siempre jamás?

—¿Cómo no, mi señora? –respondió Sakino.

Diez días más tarde, Sakino estaba entrando en el palacio del Mikado en Kyoto para contar a la emperatriz lo que la diosa Tagori-hime le había pedido. Por aquel entonces, llegaban noticias a Kyoto de que en las provincias más lejanas de Nipón había una gran hambruna.

—Cuando la diosa Tagori-hime sepa lo que está ocurriendo, sin duda que se apiadará de mi pueblo y hará crecer alimentos en abundancia allí donde más falta hacen –reflexionó en voz alta la emperatriz, para añadir apremiante–. ¡Rápido, vuelve a tus islas y encárgate de que se construya en Itsukushima un santuario para honrarla! Elige tú mismo el mejor lugar para la diosa. Contigo irá uno de mis administradores para representarme a mí ante los gobernadores y hacerse cargo de los gastos. Y también irá contigo un buen contingente de soldados, para protegeros y ayudar en las labores de construcción.

Sakino se sintió encantado de que la emperatriz le encargara a él localizar el lugar donde se construiría el santuario, pues, habiendo conocido a la propia diosa, pensaba que podría encontrarle un lugar de su agrado, un lugar acorde con su delicada personalidad.

Así pues, en cuanto regresó al sur de Honshū, Sakino partió con su barca en busca del lugar idóneo donde construir el santuario. Y estuvo dando vueltas en torno a Itsukushima hasta que, de pronto, desde la cima de una montaña, vio venir una enorme ave. El pájaro trazó varios círculos sobre la barca de Sakino y, a continuación, se puso delante de él como para indicarle el camino.

Sakino, tomando aquel extraño suceso como un augurio, no dudó en seguir al ave, hasta que ésta se detuvo en el cielo y comenzó a trazar círculos sobre una colina boscosa de la isla.

—¡Aquí construiremos el Santuario de Tagori-Hime-no-Kami, la dulce diosa de todo lo verde que crece! ¡Aquí la honraremos! –gritó eufórico– El torii del santuario emergerá del mar, los pilares portadores de la luz guardarán la entrada y vendrán gentes de todo el mundo para visitar a la dulce diosa en su hogar de la Tierra de las Muchas Hojas.

Y así se hizo.

Y la diosa encontró el lugar de su agrado y se sintió muy feliz con la belleza de su santuario, uno de los más hermosos de todo Oriente, hasta el punto que invitó a vivir con ella a sus hermanas, las diosas Ichikishima-hime y Tagitsu-hime. Y la diosa de todo lo verde que crece siguió cuidando de los alimentos surgidos del cuerpo de la malograda Uke Mochi, siguió asegurando el sustento del pueblo de Nipón durante muchas generaciones, y siguió cuidando de la belleza de la Tierra de las Muchas Hojas, pues, hasta el día de hoy, se sigue honrando a la Diosa de Todo lo Verde que Crece.

 

Adaptación de Grian A. Cutanda (2022).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

El Santuario de Itsukushima es el santuario sintoísta más conocido en el mundo, con su famoso torii (pórtico que marca el punto de tránsito entre lo mundano y lo sagrado) que emerge del mar. Está situado en una ensenada de la Isla de Itsukushima (llamada Miyajima desde 1950), a escasos 500 metros de la costa, en la Bahía de Hiroshima.

Esta isla es uno de los parajes naturales más hermosos de Japón, con bosques primigenios de gran belleza, además de un lugar donde la gente ha percibido desde siempre un halo de sacralidad, motivo por el cual no sólo es lugar de culto sintoísta, sino también budista. De hecho, Itsukushima proviene de kami o itsuki matsuru shima, que significa «isla dedicada a los dioses» (Cali y Dougill, 2013, p. 237).

Según la tradición, el Jinja –santuario– fue construido en el año 593 por un tal Saeki Kuramoto, durante el reinado de la emperatriz Suiko (592-628 e.c.). Sin embargo, el primer registro que se tiene de él pertenece al año 811. Lo cierto es que el actual santuario se le atribuye a Taira no Kiyomori, un importante noble de la corte imperial que contribuyó enormemente a la construcción del santuario cuando fue gobernador de la región en 1168.

Como se señala en el relato, en el santuario principal de Itsukushima, se da culto a las tres diosas Munakata, las hermanas Tagori-hime, Ichikishima-hime y Tagitsu-hime, que, en conjunto, se tienen por diosas de los mares y las tormentas. Sin embargo, Kiyomori creía que las diosas eran «manifestaciones de Kannon», es decir, de la conocida bodhisattva de la compasión Kuan-yin, y de ahí que se creyera que la isla era el hogar de la bodhisattva.

Desde los tiempos de Kiyomori, el santuario ha pasado por un buen número de restauraciones y ampliaciones debido a vicisitudes diversas, pues sufrió dos importantes incendios en 1207 y 1223, y fue gravemente dañado por un tifón en 1325. Incluso, una parte de él acabó en ruinas en 1555, cuando Mōri Motonari, un señor feudal, profanó la santidad de la isla al llevar la guerra a Itsukushima –según el sintoísmo, en un lugar santo no se puede derramar sangre–, enfrentándose a Sue Harukata, un samurái del Clan Ōuchi. El mismo Mōri Motonari reconstruiría el santuario en 1571, el mismo año de su muerte, quizás como una manera de expiar su profanación –eso sí, tras aniquilar por completo al Clan Ōuchi.

 

Fuentes

  • Cali, J. y Dougill, J. (2013). Shinto Shrines: A Guide to the Sacred Sites of Japan’s Ancient Religion. Honolulu: University of Hawai’i Press
  • Isadora (2019 Oct). A mitológica deusa japonesa das coisas que crescem verdes. Caçadores de Lendas. Disponible en https://cacadoresdelendas.com.br/japao/a-mitologica-deusa-japonesa-das-coisas-que-crescem-verdes/
  • Itsukushima Shrine (2022 Ago. 1). En Wikipedia https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Itsukushima_Shrine&oldid=1101693586
  • Nukiuk (2012b). The Goddess of Green-Growing Things. Zeluna.net: Dedicated to the study of fairy tales and fairies. Recuperado de: http://zeluna.net/japanese-fairy-tales-thegoddessofthegreengrowingthings.html.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Principio 4: Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud.

Principio 2b: Afirmar que, a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

Principio 7: Adoptar patrones de producción, consumo y reproducción que salvaguarden las capacidades regenerativas de la Tierra, los derechos humanos y el bienestar comunitario.

Principio 9a: Garantizar el derecho al agua potable, al aire limpio, a la seguridad alimenticia, a la tierra no contaminada, a una vivienda y a un saneamiento seguro, asignando los recursos nacionales e internacionales requeridos.