El hombrecillo oscuro

Inglaterra

 

Un hombre salió de casa a mediados del invierno con la intención de subir a la colina a la que tantas veces había subido antes; pero, esta vez, por su cabeza rondaba una pregunta: ¿conocía realmente el lugar donde vivía? Había decidido despedir el año contemplando la puesta del sol invernal. Hacía mucho frío y soplaba el gélido viento del norte, al punto que algunas secciones del camino estaban cubiertas por placas de hielo. Se cayó dos veces y se avergonzó sintiéndose estúpido. No podía evitar la sensación de que la colina le observaba.

         De pronto, se percató de que el sol estaba descendiendo con rapidez, y aceleró su titubeante paso a través de la tupida vegetación. Dos grandes cuervos graznaron sobre su cabeza, encendiendo un atisbo de preocupación, pero llevaba la linterna, de modo que no tenía por qué preocuparse. Podría encontrar el camino de regreso a casa. Sintió cierto alivio al llegar a la cima de la colina, pero, al mirar hacia las llanuras, vio que las titilantes luces de la ciudad desaparecían lentamente. Se había levantado la niebla, y se estaba espesando poco a poco, impidiéndole ver no sólo la puesta del sol, sino también el camino de regreso a casa. Se llevó la mano al bolsillo para buscar la linterna y, al no encontrarla, se tentó el otro bolsillo del abrigo. Se la había dejado en casa. Tendría que esperar a que escampase la niebla, de modo que se agazapó al pie de una roca, a resguardo del viento, y se embozó bien en su abrigo. Una sensación de terror le invadió mientras miraba fijamente la niebla y los últimos retazos de luz se desvanecían en el cielo. Sabía que no podría sobrevivir a una noche en aquel lugar.

         De pronto, le pareció ver una luz y pensó si sus ojos no le estarían engañando. Estaba seguro de que en la colina no había casa alguna, pero la luz no se movía, de modo que se levantó y se dirigió con paso vacilante hacia ella. Tenía las manos entumecidas y los matorrales de brezo se le enganchaban en los pies, ya insensibles por el frío, pero allí había un lugar donde refugiarse, una pequeña cabaña redonda. Sobre la entrada colgaba la piel de un animal, dejando escapar la luz por una rendija. El hombre apartó la piel y miró el interior de la cabaña. Había una hoguera encendida y, delante de ella, dos rocas a modo de asientos… pero no había nadie allí. Quizás fuera la cabaña de un pastor, o una vieja choza donde resguardarse de la lluvia. Quienquiera que fuera su dueño, le estaba profundamente agradecido. Entró y se sentó en una de las rocas, poniendo las manos delante del fuego para calentarse… y acercó los pies cuanto pudo, intentando evitar que se le quemaran las suelas de las botas. A un lado había un montón de ramas pequeñas, en tanto que al otro lado había dos grandes leños. El hombre puso un manojo de palos en el fuego y vio cómo éste se animaba. Y esperó.

         Entonces, escuchó unos pasos fuera, la piel que cubría la entrada se apartó y entró un extraño ser, una persona en todos los aspectos, menos en la estatura, pues debía tener la mitad del tamaño de un hombre normal. Tenía unos rasgos toscos y una maraña de cabello rojo, asalvajado. El hombre se removió incómodo, consciente de ser un intruso en la cabaña, mientras el enano se sentaba en la roca, frente a él, en el más absoluto silencio. El hombre levantó la vista con la intención de explicarse, pero la extraña mudez del enano le hizo sentir que las palabras no servirían de nada. El hombrecillo le miraba de una manera que no parecía hostil, aunque tampoco amistosa. Estuvieron allí sentados, uno delante del otro, mientras el fuego se iba consumiendo. El hombre alargó el brazo y puso en la hoguera las ramas pequeñas que aún quedaban, sabiendo que no durarían mucho. El enano le miró fijamente y, luego, inclinándose al otro lado del fuego, levantó uno de los leños y lo hizo pedazos encima de su pierna. A continuación, fue echando los trozos de uno en uno en el fuego, que danzaba con un millón de centellas resplandecientes. Y el hombre sintió que aquel fuego le calentaba más que cualquier otro fuego que hubiera conocido antes.

         No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban allí sentados, pero, al final, el fuego fue menguando y, cuando miró al hombrecillo, éste le estaba mirando de nuevo fijamente. Quedaba un leño en el suelo, y daba la impresión de que, esta vez, la mirada del enano era desafiante. El hombre sabía que no iba a poder hacer pedazos el leño sobre su pierna, como había hecho el hombrecillo, de modo que se resistió a aceptar el desafío. Pero el silencio colgaba pesado en el aire y el enano no dejaba de mirarle, hasta que, no pudiendo soportarlo más, se giró para alcanzar el leño. De repente, en ese mismo momento, un gallo cantó abajo, en el valle, y el hombre percibió las primeras luces del alba en el horizonte. Miró a su alrededor y la cabaña había desaparecido, ya no había fuego alguno, y el hombrecillo oscuro tampoco estaba. Entonces se percató de que estaba sentado en lo alto de una roca desnuda y azotada por el viento, asomado al vacío, al borde de un profundo abismo. Dos centímetros más y habría caído. Su cuerpo habría quedado destrozado sobre las rocas del fondo.

         Todo su mundo se le puso cabeza abajo, y comenzó a descender de la colina lentamente, plenamente consciente de cada uno de sus pasos, con los ojos y los oídos más abiertos de lo que los había tenido nunca. Se fijó en las minúsculas copas de los líquenes, en la enjoyada araña que esperaba pacientemente, en los relucientes cristales de las rocas. Todo estaba vivo, y lo estaba de una forma en la que nunca antes se había fijado. Y el hombre se sumió en su corazón en medio de la maravilla y el asombro.

 

Adaptación de Malcolm Green (2022).

Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.

 

Comentarios

Como señala Malcolm Green, adaptador de este relato, se puede encontrar otra versión de este relato en su libro Northumberland Folktales, bajo el título de El Duérgar de Simonside.

         Las Colinas de Simonside, en Northumberland, cerca de la frontera con Escocia, son conocidas por ser el hábitat de los duérgars, una etnia perteneciente a la especie de los enanos que hacen sentir su presencia en la región al punto que algunos dicen: «Mira, puede que personas y animales no sean los únicos que habitan estas colinas» (Philbrook and Burguess, 2019).

         Se dice que los duérgars, o enanos grises, viven en el interior de las colinas y que no simpatizan demasiado con los humanos. De hecho, hay quien dice que, si un humano se introduce en sus territorios, puede desaparecer para siempre o, al menos, puede acabar extraviado en las zonas cenagosas, adonde los duérgars los llevan haciéndoles seguir el señuelo de sus antorchas. Seres nocturnos por naturaleza, de escasa estatura, pero robustos y huraños, como todos los de su especie, parece ser que el peligro de encontrarse con ellos se desvanece en cuanto la aurora vence la oscuridad del cielo.

         Nos encontramos, así pues, ante arquetipos del inconsciente colectivo que bien pudieron influir en los desarrollos creativos e imaginativos del inglés J. R. R. Tolkien en El hobbit y El Señor de los Anillos (Thompson, 2021). Pero se trataría de habitantes del mundo imaginal ‒del que hablara el filósofo francés Henry Corbin en sus estudios sobre el sufismo iranio‒ criaturas estrechamente relacionadas con la naturaleza, por lo que quizás de ahí les venga su animadversión hacia los seres humanos, destructores de hábitats.

         Para descubrir cómo Malcolm Green utiliza este cuento tradicional en sus actuaciones como narrador de Historias de la Tierra, véase su capítulo titulado «Donde lo ecológico se encuentra con lo mítico», en el Volumen 2 de La Colección de Historias de la Tierra.

 

Fuentes

  • Green, M. (2014). Northumberland Folktales. Cheltenham, UK: The History Press.
  • Philbrook, S. y Burguess, F. (2019 Oct. 16). The Simonside Dwarfs. Astonishing Legends. Disponible en https://www.astonishinglegends.com/astonishing-legends/2019/10/16/the-simonside-dwarfs
  • Thompson, C. (2021 Ago.12). The Dwarves of Simonside Hills, Northcumberland. The Fairytale Traveler. Disponible en https://thefairytaletraveler.com/2014/01/20/dwarves-simonside-hills/
  • Scott, W. (1891). The Simonside Dwarfs. The Monthly Chronicle of North-Country Lore and Legend, vol. 5(58), pp. 543-545.
  • Simonside Dwarfs (2022 Sep. 27). En Wikipedia, https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Simonside_Dwarfs&oldid=1112595317

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Preámbulo: Responsabilidad Universal.- El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, con gratitud por el regalo de la vida y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común.

Principio 16f: Reconocer que la paz es la integridad creada por relaciones correctas con uno mismo, otras personas, otras culturas, otras formas de vida, la Tierra y con el todo más grande, del cual somos parte.

El camino hacia adelante: Debemos desarrollar y aplicar imaginativamente la visión de un modo de vida sostenible a nivel local, nacional, regional y global.

El camino hacia adelante: … y por la alegre celebración de la vida.