El storyteller y el samurái
Japón
En el antiguo Japón, tras el Período de los Estados en Guerra (Warring States period), llegó una época de relativa paz, y la otrora peligrosa aventura de viajar de una ciudad a otra del país devino en un acontecimiento mucho menos arriesgado. Y así fue que un viejo maestro storyteller aprovechó la ocasión para hacer una gira por algunos pueblos y ciudades con el fin de llevar sus historias a los lugareños. Al fin y al cabo, quizás fuera ésa la última gira que pudiera realizar en su vida.
Un día, el viaje se le hizo más largo de lo previsto, y se encontró de pronto en medio de los montes, con el sol a punto de ponerse, exhausto y con el estómago vacío. ¡Si al menos encontrará alguna posada de caminos donde poder contar alguna historia a cambio de un plato de sopa y un camastro!
Por suerte, al girar un recodo del sendero, se encontró de pronto con un dojo que dominaba las alturas de un valle. Era la escuela de un guerrero samurái, donde los jóvenes aspirantes al servicio de las armas se instruían y entrenaban bajo las órdenes del maestro. En aquellos tiempos, quería la costumbre que todo aquél que estuviera dispuesto a batirse en duelo con uno de los jóvenes aprendices, utilizando para ello espadas de madera, podría disfrutar de comida y cama en las instalaciones del dojo.
El viejo storyteller se detuvo y se quedó mirando la escuela de samuráis. Sabía que era demasiado viejo y estaba demasiado cansado para enfrentarse siquiera al más joven de los aprendices. El castigo al que un joven podría someterle, podía hacer que allí mismo terminara su viaje.
Pero, de pronto, una sonrisa pícara cruzó sus labios y, acto seguido, se dirigió al dojo y llamó a la puerta.
Un joven discípulo apareció.
—Anciano, ¿qué puedo hacer por vos?
El viejo storyteller sonrió apaciblemente y dijo:
—He venido a desafiar a vuestro maestro.
El joven discípulo miró al hombre de arriba abajo y no pudo evitar una sonrisa.
—Honorable señor, ¿no sería mejor que desafiarais a uno de los aprendices más jóvenes? Hay uno que llegó hace poco, a finales del invierno, que quizás…
—No —respondió impasible el storyteller—. He venido a desafiar a vuestro maestro.
El joven discípulo le miró preocupado. Era demasiado viejo, y se le veía agotado. Y la costumbre dictaba que el duelo con el maestro no era con una espada de madera, sino de acero, y era un duelo a muerte.
—Pensadlo bien —insistió el joven—. ¿Por qué no lo intentáis con un discípulo de segundo año?
—No —respondió el anciano serenamente—. He venido a desafiar a vuestro maestro.
Finalmente, el joven dejó entrar al storyteller y le llevó hasta la sala de entrenamiento. Allí se congregaron rápidamente todos los aprendices y discípulos, que no daban crédito a sus ojos al ver a un anciano tan frágil dispuesto a combatir con su maestro.
Dieron aviso también al señor del dojo, un experto espadachín reconocido en todo Japón. El maestro llegó a la sala con su katana al cinto, se inclinó para saludar al anciano y, a continuación, hizo una señal para que uno de los discípulos le diera una espada al storyteller. Éste aceptó el arma con las dos manos y, sin más dilaciones, la depositó delicadamente en el suelo, delante de él, y no le prestó más atención.
El maestro de la escuela, extrañado, prosiguió no obstante con el ceremonial.
—Acepto vuestro desafío —dijo—. Haced el favor de tomar vuestra espada, y comencemos.
Y, lentamente, el samurái se llevó la mano a la katana y, sin extraerla de su funda, giró lentamente el filo hacia el exterior, preparado para desenvainar.
Entonces, el viejo storyteller comenzó a hablar.
—Una vez, hace mucho, mucho tiempo, en una aldea de las montañas, hubo un joven campesino que anhelaba dominar las destrezas del cuerpo y de la espada. Pero, a diferencia de otros jóvenes de su edad, su anhelo no era convertirse en un samurái para ponerse a las órdenes del shōgun. Ni siquiera anhelaba el enardecimiento del coraje ni las glorias del combate. Lo que le fascinaba era la belleza y la armonía de los movimientos marciales, la perfección y precisión de los pasos, los giros, los cortes y las arremetidas. Él sólo quería llegar a dominar aquella danza épica de los guerreros con sus armas y sus ágiles cuerpos.
«Entonces, un día, el joven campesino…»
Y, de repente, en ese mismo instante, el gran samurái soltó la empuñadura de su espada y se inclinó ante el viejo storyteller.
—Me habéis derrotado —dijo humildemente.
Un sonoro revuelo agitó la sala. «¿Cómo puede ser?» «¿Qué ha hecho el anciano?» —se escuchaban los murmullos de los discípulos— «¡Pero si ni siquiera ha tocado la espada!»
Entonces, el maestro se volvió a sus discípulos y les dijo con una mansa sonrisa:
—¿Cuántas veces os he dicho que, para vencer en el campo de batalla, tenéis que estar en el presente, en el aquí y ahora? —y, volviéndose hacia el storyteller, añadió— Este hombre me ha llevado a un tiempo y un lugar muy lejanos. De haberlo querido, podría haberme dado muerte a placer.
Y el viejo storyteller fue agasajado con una suculenta cena, para luego ser acompañado por el mismísimo maestro hasta la alcoba que éste reservaba para sus invitados más ilustres.
Adaptación de Grian A. Cutanda (2018).
Bajo licencia Creative Commons CC BY-NC-SA.
Comentarios
Esta historia es una adaptación del relato del mismo nombre de Dan Keding. De ella dice Keding que es una historia muy popular en los dojos más tradicionales de Japón, sobre todo entre los discípulos de iaido, el arte marcial japonés de desenvainar y envainar la espada ante un ataque repentino.
Fuentes
- Keding, D. (2008). Elder Tales: Stories of Wisdom and Courage from Around the World. Wesport, CT: Libraries Unlimited, pp. 14-15.
Texto asociado de la Carta de la Tierra
Principio 16: Promover una cultura de tolerancia, no violencia y paz.
Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar
Principio 16b: Implementar estrategias amplias y comprensivas para prevenir los conflictos violentos y utilizar la colaboración en la resolución de problemas para gestionar y resolver conflictos ambientales y otras disputas.