Mariora Floriora

Moldavia

 

En todo el Jardín de las Maravillas de la Tierra no hubo ninfa más encantadora que Mariora Floriora, la Hermana de las Flores. Resplandecía como una lágrima de gozo, y era tan liviana como un cervatillo. Su cabello dorado, suave como la seda, caía en racimos sobre su tersa frente y en ondas sobre sus hombros. Sus labios eran como una flor escarlata, y en su boca parecían relucir perlas.

Cuando salía a pasear por las praderas, las flores reían de alegría y, abriendo su corazón, se inclinaban ante ella, mientras sus voces tintineaban como campanillas:

—¡Buenos días, dulce Hermana Mariora Floriora! ¿Qué deseas de nosotras? ¿Quieres que te demos el aroma de la prímula o el perfume de la rosa? ¿O quizás prefieres la fragancia de la violeta? Tómanos, tómanos, hermana, y ponnos en tu cabello, o bien deja que nos durmamos sobre tu pecho.

Y así, escuchando feliz a las flores, recorría el sendero que pasaba junto a la vieja montaña, que al ver su sonrisa rejuvenecía de nuevo y se ponía una túnica de verde cristalina.

Los pájaros se despertaban y cantaban:

—¡Salve, Mariora Floriora! ¿Qué quieres de nosotros? ¿Quieres escuchar unas voces dulces? ¿O quieres que te traigamos miel en tazas de rocío? ¿O prefieres escuchar el suspiro de la suave brisa?

Y así, toda la naturaleza despertaba y se regocijaba, cuando Mariora Floriora, la Hermana de las Flores, salía a pasear.

Pero un día conoció a un joven extranjero. Iba montado sobre un corcel negro, y tenía una estrella brillante en la frente.

—Dulce doncella que emerges entre las flores –dijo el extranjero–, ¿eres acaso la hija de un rey, o eres la sombra de un sueño que tuve una vez?

—Si quieres saber quién soy –respondió ella–, pregúntale a mis hermanas las flores, pregúntale a la montaña, a los torrentes, a los pájaros cantores, a las cascadas y a los cervatillos que saltan.

—Entonces –exclamó el joven–, es verdad que tú eres Mariora Floriora, la Ninfa de las Flores y la doncella de Aurora. ¡Tu destino era ser mi prometida! Bajaré de mi corcel y me quedaré contigo para siempre.

Mariora Floriora se ruborizó y se rio al escuchar al extranjero. Escondió su rostro entre los rizos y le miraba a través de ellos, como una mariposa o un pajarillo que se asomara entre las hojas de los árboles.

El joven desmontó y se sentó a su lado sobre la hierba. Ella se rio de nuevo e hizo una señal; y, de repente, surgió de la tierra una mesa llena de deliciosos frutos, y comieron y fueron felices.

Después, hizo otra señal, y apareció ante ella una carroza tirada por seis caballos blancos. Tomó de la mano al extranjero y entró en la carroza, y, seguidamente, los encantados corceles relincharon y pasaron rozando veloces la superficie de la pradera, para elevarse después y volar de un lado a otro sobre la cima de la montaña.

Las hermanas flores, viendo que habían sido olvidadas, dejaron caer la cabeza y se desvanecieron. Los pájaros dejaron de cantar. La montaña se quitó la túnica verde cristalina y se ocultó tras una nube, mientras las hojas de los árboles se ponían amarillas, se marchitaban y caían.

Pero la encantadora Mariora Floriora ya no pensaba en sus hermanas las flores, ni en los pájaros ni en la montaña.

Entonces, el Sol, mirando hacia abajo, se bebió las gotas brillantes de rocío que tenía en su dorado cabello, y las transformó en una nube, que se fue elevando lentamente en el cielo.

—Mariora Floriora –dijo el Sol–, eres bonita y encantadora, pero eres voluble. ¡Tus dulces sueños van a acabar! ¿Sabes que tus hermanas las flores se han desvanecido y se han vuelto al cielo lamentándose amargamente? Los pájaros guardan silencio y tu montaña está de duelo. ¡Temo que un duro castigo caiga sobre ti, oh Mariora Floriora!

Pero ella no quiso escuchar. No pensaba más que en el joven extranjero.

El aire se cernía trémulo. La montaña se bañaba en una luz nacarada. Los pajarillos no surcaban el aire, tampoco cantaban. Las sombras eran lo único que se movía.

Entonces se escuchó un lamento quejumbroso a través del aire, como la voz de una madre mezclada con la música de los infiernos. La Tierra tembló, y Mariora Floriora miró a su alrededor aterrada. Una nube negra se cernía oscura y amenazadora sobre su cabeza, como el Espíritu Maligno de la Tormenta, extendiendo sus sombrías y terroríficas alas por el cielo. Era la misma nube que se había formado con las gotas de rocío de su cabello.

Mariora Floriora empalideció y se acurrucó en el pecho del joven extranjero.

—¡Adiós, oh amado mío! –susurró– El Espíritu Maligno de la Tormenta ha venido desde la montaña para arrancarme de tu corazón. He olvidado a mis hermanas las flores y ellas se han quejado de mí ante el cielo.

Todo esto dijo con lágrimas en los ojos. Y la nube se hizo aún más oscura. Se escuchó el rugido de un trueno y un rayo cruzó el firmamento. Los vientos gemían. Y Mariora Floriora ocultó el rostro en su desesperación.

La nube negra descendió súbitamente y el Espíritu Maligno de la Tormenta, tomándola de los brazos, se la llevó por los aires en dirección a la montaña.

Después, el Sol volvió a brillar y el cielo volvió a ser azul.

¿Y dónde está ahora Mariora Floriora, la Ninfa de las Flores, la doncella de Aurora? ¿Estará viajando por nueve tierras y nueve mares en busca del Jardín de las Maravillas donde moran todas las ninfas y las estrellas?

Cuando la Luna plateada se eleva serena en las alturas de los cielos, desde las cavernas de la montaña parecen llegar los murmullos lastimeros de Mariora Floriora.

 

Adaptación de Francis Jenkins Olcott (1919).

Dominio Público.

 

Comentarios

Llama la atención que este relato de negligencia y desatención al entorno natural se venga contando desde hace generaciones en un país que, durante su época como república socialista soviética (entre las décadas de 1960 y 1980), llevó a cabo una degradación extrema de su entorno natural. Tal destrucción vino como consecuencia de un desarrollismo agrícola e industrial que no tuvo en cuenta las necesidades ambientales. El uso masivo de pesticidas y fertilizantes con contaminantes orgánicos persistentes (persistent organic pollutants, POPs) y la falta de los necesarios controles en las emisiones industriales llevaron a una grave degradación del suelo y a una persistente contaminación de las aguas subterráneas. Esto provocó una elevación dramática de las tasas de enfermedad en el país, así como a un angustioso incremento de la mortalidad infantil.

El suelo degradado en la República de Moldavia alcanzaba al 30% de su territorio en 2004, año en que el país ratificó su adhesión a la Convención de Estocolmo, que venía a regular el uso de sustancias tóxicas en la agricultura. Sin embargo, en las mismas fechas, Moldavia tenía sólo un 10% de cubierta forestal; es decir, gran parte del país se había dedicado a la agricultura, que ahora llevaba a una grave crisis económica debido a su desmoronamiento por la destrucción ambiental (Duca, Isac y Barbarasa, 2004; Pamujac, 2008).

Evidentemente, el imperio del materialismo propio del modernismo –que comparten tanto el comunismo como el capitalismo, situándose en los dos polos de un mismo continuo–, llevó tanto a los países del Bloque del Este como a los del Bloque Occidental a una destrucción masiva de sus ecosistemas. Contemplar tierras, ríos y mares como entidades carentes de vida, y especies animales y vegetales como entidades vivas, aunque sin alma, ha llevado a verlo todo como simples «recursos» al servicio del ser humano y a una falta de empatía preocupante ante el sufrimiento de otras especies vivas.

Las consecuencias de esta visión del mundo son las que vemos actualmente, como ya se explicó con detalle en el Volumen 0 de esta Colección (Cutanda, 2019).

En este sentido, la leyenda de Mariora Floriora podría haber mantenido cierta conciencia de cuidado del entorno natural si hubiera seguido contándose entre la población de Moldavia. Pero los siglos de desprecio por los mitos, las leyendas y los cuentos por parte del racionalismo modernista, que siempre los vio como productos de sociedades bárbaras y mentes ingenuas e ignorantes, no debieron poner fácil su difusión, sobre todo tras la aparición de la radio y la televisión, que vinieron a sustituir el tradicional relato de historias nocturno en las veladas familiares.

Sin embargo, esta historia no es sólo una metáfora para el pueblo moldavo, sino para toda la humanidad en su conjunto. Para ello, deberemos ver a la Zina (que es como llaman a las ninfas en Moldavia) como un reflejo simbólico de la propia especie humana. Mientras la humanidad se desarrolló a través de pueblos tradicionales y culturas orales, hubo una profunda comprensión y estrecha colaboración con el mundo natural, como atestigua el hecho de que:

Investigaciones recientes demuestran que, en tanto que los 370 millones de indígenas que hay en el mundo representan menos del cinco por ciento del total de la población humana, ellos gestionan o custodian el 25% de la superficie terrestre del planeta y sustentan alrededor del 80% de la biodiversidad mundial. (Raygorodetsky, 2018).

Sin duda, tenemos mucho que aprender de ellos.

Así, la metáfora de Mariora Floriora representaría a una humanidad hechizada por un modernismo y una sociedad de consumo –el joven del corcel negro con la estrella en la frente–, que nos prometió hacernos felices para siempre, pero que trajo consigo, en última instancia, el cambio climático y la extinción masiva de especies. Esto no va a hacer otra cosa que arruinar nuestra «historia de amor» con ese hedonista joven de la estrella en la frente-sociedad de consumo.

Ahora sólo queda intentar aplacar, en la medida de lo posible, al moldavo Zméu, el Malvado Espíritu de la Tormenta –climática–, con la esperanza de que no hayamos llegado demasiado tarde… como le ocurrió a Mariora Floriora.

 

Fuentes

  • Cutanda, G. A. (2019). The Earth Stories Collection: Cómo hacer otro mundo posible con mitos, leyendas y relatos tradicionales. vol. 0. Granada: TESC Press.
  • Duca, G.; Isac, A. y Barbarasa, I. (2004). Persistent organic polutants state in the Republic of Moldova. Environmental Engineering and Management Journal, 3(3), 373-378.
  • Grenville Murray, E. C. (1854). Mariora Floriora. En Doĭne: The National Songs and Legends of Roumania, pp. 4-16. Londres: Smith, Elder and Co.
  • Olcott, F. J. (1919). Mariora Floriora. En The Wonder Garden: Nature Myths and Tales from All the World Over, pp. 430-434. Boston: Houghton Mifflin Co.
  • Pamujac, N. (2008). The complex approach in solving environmental problems in usage of pesticides in Moldova. En Obsolete pesticides in Central and Eastern European, Caucasus and Central Asia Region: Start of clean up. International Forum, 9., Chisinau (República de Moldavia), 20-22 Sept 2007. USM. pp. 97-101
  • Raygorodetsky, G. (2018). Indigenous peoples defend Earth’s biodiversity – but they’re in danger. National Geographic. Disponible en https://www.nationalgeographic.com/environment/article/can-indigenous-land-stewardship-protect-biodiversity-.

 

Texto asociado de la Carta de la Tierra

Preámbulo: Los retos venideros.- Poseemos el conocimiento y la tecnología necesarios para proveer a todos y para reducir nuestros impactos sobre el medio ambiente.

 

Otros fragmentos de la Carta que puede ilustrar

Preámbulo: Los retos venideros.- La elección es nuestra: formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción de nosotros mismos y de la diversidad de la vida.

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Para llevar a cabo estas aspiraciones, debemos tomar la decisión de vivir de acuerdo con un sentido de responsabilidad universal, identificándonos con toda la comunidad terrestre, al igual que con nuestras comunidades locales.

Preámbulo: Responsabilidad universal.- Todos compartimos una responsabilidad hacia el bienestar presente y futuro de la familia humana y del mundo viviente en su amplitud.

Principio 2b: Afirmar, que, a mayor libertad, conocimiento y poder, se presenta una correspondiente responsabilidad por promover el bien común.

Principio 4: Asegurar que los frutos y la belleza de la Tierra se preserven para las generaciones presentes y futuras.

Principio 4a: Reconocer que la libertad de acción de cada generación se encuentra condicionada por las necesidades de las generaciones futuras.

Principio 5: Proteger y restaurar la integridad de los sistemas ecológicos de la Tierra, con especial preocupación por la diversidad biológica y los procesos naturales que sustentan la vida.

Principio 6b: Imponer las pruebas respectivas y hacer que las partes responsables asuman las consecuencias de reparar el daño ambiental, principalmente para quienes argumenten que una actividad propuesta no causará ningún daño significativo.

Principio 6c: Asegurar que la toma de decisiones contemple las consecuencias acumulativas, a largo término, indirectas, de larga distancia y globales de las actividades humanas.